3. Un deseo imposible
A Wendolyn le gustaba imaginar que la alfombra de suaves tonos verdes era un campo de hierba bajo sus pies. Llevaba tanto tiempo encerrada en el palacio que los Fethorian poseían en la ciudad de Hallow, que ansiaba alejarse de sus paredes marmóreas e internarse en el pequeño bosquecillo que veía desde sus aposentos.
Cuando la criada terminó de ajustarle el corsé, dejó caer de nuevo sus rizos como pequeñas llamaradas acariciando su espalda. Bebió un último sorbo de la copa de doshka que había dejado sobre la mesa con el desayuno a medio comer y salió. Había anochecido y era el momento de comenzar sus lecciones.
Se dirigió al ala oeste. Las alfombras que cubrían el suelo amortiguaban el golpeteo de sus tacones y acallaba el susurro de su vestido. Se detuvo frente a una puerta de roble, inspiró hondo y entró.
Al otro lado la esperaba Sirina Vitali, la capitana que les había ayudado a ella y a William a huir de Dragosta y cruzar la frontera. Estaría eternamente agradecida con ella, pero verla con otra pila de libros para que estudiara, disminuyó la gratitud que sentía.
Cuando ambas regresaron a Vasilia, Wendy pensó que volverían a Dragosta, sin embargo, buscaron refugio en el palacio del duque Thorsten Fethorian, vasallo de los Hannelor. Desde allí, esperaban cada día a que llegara la señal de Alaric para que regresaran a la capital.
Y así las semanas se convirtieron en meses. Sin otra cosa que hacer, Sirina había tomado el papel de instruirla, además de mantenerla distraída. Al principio funcionó, pero después de tanto tiempo, Wendy no soportaba estar de brazos cruzados esperando al momento adecuado para limpiar el nombre de William.
—Esta noche comprobaré lo que has aprendido sobre el uso de la flora de Skhädell. Acércate —le indicó la mujer de ébano*.
Wendy caminó hasta una mesa alargada sobre la que había distintas muestras de flores, raíces, hierbas y hojas en pequeños cuencos de cristal dragosiano, el más caro de Skhädell, reservado para la nobleza. No era de extrañar que los Fethorian, siendo una de las familias vampíricas más poderosas, tuvieran cientos de piezas adornando su palacio, desde lámparas de araña hasta jarrones y esculturas.
—Comencemos. ¿Qué puedes decirme de esta?
La joven se inclinó sobre el recipiente que señalaba y observó las raíces bulbosas y anaranjadas que contenía.
—Es raíz de Jesmen. Debido al gusto ligeramente amargo y al color, es mejor mezclarlo con una infusión. Así, el azúcar enmascarará su sabor y las hierbas ocultarán su color. El vapor también ayudará a esconder su presencia casi por completo —entonó Wendolyn.
—¿Y para qué sirve? —preguntó Sirina enarcando una ceja ante su suficiencia.
—Para causar euforia —respondió con aburrimiento—. No me vendría mal un poco...
La capitana soltó una carcajada, pero eso no evitó que la reprendiera.
—No seas impertinente. ¿Qué puedes decirme de esta?
Uno de sus estilizados dedos señaló el tercer cuenco de cristal. La joven se inclinó y le bastó un vistazo para reconocer los pétalos de un blanco mortecino.
—Flor de Naroi —respondió sin vacilar.
—¿Para qué se usa?
—Ya sabes para qué.
—Lo que quiero es comprobar que tú lo sepas —insistió.
Wendy reprimió un resoplido, se aclaró la garganta y recitó:
—La Flor de Naroi es un efectivo somnífero. Sin embargo, en la dosis adecuada, logra adormecer la mente y dejarla vulnerable a sugestión. Por eso suele emplearse en interrogatorios.
—Correcto. ¿Cómo la prepararías para tal cometido?
—Lo mejor es aplastar los pétalos cuando aún están frescos para que suelten tanto jugo como sea posible. Pero si están secos, es preferible triturarlos, hervirlos en poca agua y colarlos para eliminar su presencia.
—¿Y cómo calcularías la dosis? —continuó examinándola.
—Nueve pétalos para una mujer; doce para un hombre, catorce si es fornido.
—Correcto.
—¡Ya sé que es correcto! —exclamó—. He pasado meses estudiando cada hierbajo de Skhädell, escuchando todas tus charlas interminables y leyendo cada libro que ha caído en mis manos. ¡He hecho todo lo que Alaric me ha pedido que hiciera! Y, a pesar de ello, sigo esperando que me permita volver a Dragosta.
—Sabes por qué no puedes volver —suspiró Sirina. No era la primera vez que tenían esa conversación y, conociendo a Wendy, no sería la última—. La corte es peligrosa ahora mismo.
—Lo sé —siseó.
Sirina caminó hasta uno de los expositores del salón y la miró por encima del hombro.
—Entonces, ¿por qué insistes con lo mismo?
—Porque necesito saber cuándo podré volver. Tengo asuntos que atender.
—¿Cuáles? —preguntó escogiendo dos de las espadas del expositor.
—Han pasado meses y siguen buscando a William por un crimen que no cometió. Si expongo al culpable...
—El canciller Hannelor se está encargando de ello. Es su tío y tiene tanto interés como tú en limpiar su nombre, pero antes necesita que haya un rey con quien negociar la inocencia del zral William.
—¿Y por qué están tardando tanto en coronar a uno? Creía que todos querían a Dragan.
—Sí, hay muchas casas nobles que apoyan al nieto del primer rey, pero Anghelika, aun después de muerta, tiene influencias. Ella nombró a Razvan Hannelor su sucesor que ocupa un puesto más alto en la jerarquía. Esperemos que eso sirva de algo.
—¿Alaric está intentando que él sea nombrado rey?
—Tenlo por seguro. Cualquier alternativa es mejor que Dragan, pero que sea un miembro de su familia hará todo más fácil.
—Lo entiendo —suspiró Wendy—. Es solo que no puedo quedarme aquí sin hacer nada.
Sirina puso los ojos en blanco.
—Estás aprendiendo. La corte no es segura para una vampira tan joven y ya no tendrás al zral William para protegerte.
—Lo entiendo —repitió—, pero eso no lo hace más llevadero.
Sin previo aviso, la capitana le lanzó una de las espadas que la joven cogió al vuelo gracias a sus excelentes reflejos.
—En guardia —la retó.
Ambas alzaron sus espadas y Sirina fue la primera en lanzar una rapidísima estocada que Wendolyn bloqueó a duras penas. A diferencia de los conocimientos sobre historia, sociedad, elixires o venenos que había adquirido, la esgrima se le resistía por mucho empeño que pusiera. No era de extrañar pues, cuanto más antiguo era el vampiro, mayores eran sus habilidades sobrehumanas. Además, Wendy no podía ni soñar con estar a la altura de la capitana que le llevaba siglos de experiencia militar.
Con cada estocada, se veía obligada a retroceder. De pronto, el enorme salón se le hizo pequeño a medida que se acercaba más y más a la pared, acorralada por la apabullante fuerza y habilidad de Sirina.
En un último movimiento que apenas pudo ver, la desarmó y la espada retumbó contra el suelo. Lo siguiente que sintió fue el frío del acero en su cuello.
—Tienes mucho que aprender, Wendolyn, no pierdas la oportunidad que el canciller Hannelor te ha brindado.
—No lo haré. Solo estoy frustrada —dijo cabizbaja—. Quiero ayudar a William.
Sirina devolvió las espadas al expositor y la joven vampira al fin pudo separarse de la pared.
—¿Por qué crees que el canciller quiere que aprendas todo esto? —le preguntó con el rostro ensombrecido.
—Para que pueda sobrevivir.
Su mentora sonrió, aunque no parecía feliz.
—Tu inocencia es encomiable, pero no se trata solo de eso. —Se inclinó hacia ella y dijo en un susurro apenas audible—: Te está preparando para que seas su espía.
—Ya lo hice una vez sin necesidad de meses de instrucción —siseó.
—Eso fue un juego de niños. Además, estaba yo para cubrirte las espaldas, pero eso no siempre podrá ser.
Wendy recordó la mascarada a la que asistió hacía lo que parecía una eternidad. Fue una celebración privada en casa de uno de los vampiros adinerados de Dragosta, Davhir Balloch. Fue una experiencia un tanto traumática, pero, gracias al tiempo que pasó allí, pudo memorizar las esencias de los invitados y, aunque sus rostros estaban ocultos, fue capaz de delatarlos a Alaric quien sospechaba que formaban parte de una conspiración contra la reina.
Pero fue demasiado tarde.
No pudieron impedir su asesinato, tampoco evitar que William cayera en la trampa y fuera señalado como el asesino.
—Deberías estar agradecida —dijo Sirina, sacándola de los horripilantes recuerdos—. El canciller te ha enseñado todo lo que has de saber de la corte de Dragosta, así como las armas para valerte por ti misma. La autopsia de la reina reveló que la herida que la mató fue causada por un arma mirlaj, pero antes de eso, tanto ella como William ingirieron una ponzoña que los debilitó. No olvides que gracias a mi instrucción, ahora conoces todo lo que hay que saber de venenos y antídotos.
—No lo olvido —siseó, con los puños apretados.
Lo último que necesitaba era un sermón.
—No solo eso, ahora eres su pupila, su protegida, y ello te otorga una posición nunca antes otorgada a una plebeya que hace dos días era humana.
La joven permaneció muda, sin nada que replicar frente a sus argumentos.
—Será mejor que lo dejemos por esta noche —dijo la capitana—. Llévate los libros —dijo, señalando la pila de diez volúmenes que había sobre la mesa de hierbas.
Wendy se limitó a asentir. Los recogió y caminó hasta la puerta.
—Disfruta de la noche —se despidió la capitana.
—Buenas noches —contestó en un susurro apenas audible.
Regresó a sus aposentos y lanzó los libros sobre el escritorio. Con desgana, echó un vistazo a los títulos; eran más de lo mismo. Todos ellos versaban sobre Vasilia, sus linajes y tradiciones. Sin embargo, Wendy sabía que no responderían a sus preguntas. Pronto descubrió que lo que ella deseaba saber no estaba en ningún libro.
Por ejemplo, sabía que Drago fundó el linaje de los Dragosian y Anghelika el de los Anghel, pero no conocía al ancestro de los Hannelor. Los miembros conocidos más antiguos de la estirpe eran Razvan, Vladan e Ivanel, tres hermanos de los cuales el segundo llevaba muerto siglos. Fue ejecutado por el mismísimo Drago por traición a la corona. Razvan, a quien la difunta reina nombró su sucesor, dormía desde entonces. Por último, Ivanel, era la que actuaba como líder de su linaje y vivía en El Palacio Dorado de Dragosta.
Desde el principio, Wendolyn sintió fascinación por los Hannelor, no solo por ser la familia de William, sino porque su genealogía tenía más misterios que las demás. Si Drago y Anghelika habían dado nombre a sus descendientes, ¿quién se lo dio a ellos? Deseaba obtener respuestas y al parecer su única opción era Ivanel, otro motivo más por el que ansiaba regresar a Dragosta.
Caminaba en círculos por la habitación, con los puños apretados y refunfuñando. Inquieta, enfadada. Tenía ganas de gritar, ir a los establos y robar un caballo para ir ella sola a la corte aunque sabía que era la mayor locura que podría cometer.
La quemazón en su garganta tampoco ayudaba.
Llevaba tiempo intentando espaciar las tomas de sangre para ganar autocontrol, como hacía William, pero no estaba logrando resultados.
Caminó hasta su mesita de noche y tomó la campanilla de plata. La hizo tintinear tres veces y esperó. Apenas unos segundos después entró un joven apuesto, de cabello oscuro y mirada enturbiada.
Se llamaba Lukas, eso le habían dicho cuando se lo entregaron, pero ella no se atrevía pronunciar su nombre. Apenas podía mirarlo a los ojos.
—¿Qué deseáis, lady Thatcher? —preguntó el esclavo que los Fethorian le entregaron para su disfrute.
—¿Puedes sentarte? —dijo señalando un diván de terciopelo negro junto a la ventana.
El joven obedeció y ella lo siguió hasta situarse a su lado. Contempló una vez más las marcas que otros vampiros habían dejado en su cuello. Por supuesto, siendo ella una plebeya, le habían asignado un esclavo que ya había estado al servicio de otros nobles y era adicto a la mordedura. A su pesar, Wendolyn estaba agradecida, pues no soportaba la idea de ser ella la culpable de su adicción. Aquello, junto con la promesa de saciar su sed bebiendo directamente de la vena, dispararon su deseo por hincarle los colmillos.
Lukas ya la esperaba con la cabeza inclinada y el cuello expuesto. Podía ver la yugular palpitando y una sonrisa sumisa en sus labios. Él creía sentir alegría porque iba a morderlo, pero en realidad vivía una existencia vacía, motivada únicamente por la adicción que lo afligía.
Su tez estaba pálida, con gotas de sudor perlando su piel, sus pupilas estaban dilatadas y sus dedos temblaban aunque intentaba disimularlo apretando los puños. Eran los síntomas de la abstinencia porque no lo mordía con la frecuencia necesaria.
Se sentía culpable tanto cuando se alimentaba de él, como cuando no lo hacía.
—¿Hay algo que no sea de vuestro agrado, milady? —preguntó al ver que transcurrían los segundos sin que lo mordiera.
—No, todo está bien.
Se inclinó sobre él, como un depredador acechando a su presa.
—Me alivia oírlo. Habéis tardado tanto en llamarme esta vez, que creía haber hecho algo para contrariaros.
—No hables —suplicó, acariciando su cuello con su aliento jadeante.
No hables, no te muevas, no respires. No hagas nada que me haga pensar en ti como en una persona.
Sus labios se posaron sobre las cicatrices, podía sentirlas vibrar al ritmo de sus latidos. Se dejó embriagar por su aroma, la promesa del sabor que pronto degustaría. Con una mano, rodeó su nuca para inmovilizarlo aunque no fuera realmente necesario.
Lukas no tenía ni la más mínima intención de huir.
Entreabrió los labios y lamió su piel antes de sucumbir a la sed y clavar los colmillos. Escuchó el jadeo que escapó de su boca antes de tornarse en un gemido de placer cuando comenzó a succionar la sangre.
Lukas poseía una esencia dulce y almizclada con un toque picante que la sobresaltaba cada vez que lo probaba. Era sangre de calidad, digna de los nobles de más alto rango y se la habían entregado para su disfrute.
Supo el momento exacto en que las sustancias contenidas en la saliva de todos los vampiros, se propagaron por el cuerpo del esclavo. Lo sintió estremecerse y le bastó alzar la mirada para ver que su tez había recuperado el rubor y sus labios sonreían de placer. Se sintió atraída por esa vitalidad; la parte más oscura de su ser ansiaba devorarla y robarle hasta la última gota.
Pero ese no era el único deseo que se había apoderado de ella.
Había otro que le era familiar, pero inexplorado. Uno que no nacía de su condición de vampira, sino de la mujer que era. Le resultaba fascinante y aterrador al mismo tiempo. Sus manos temblorosas recorrieron su pecho, su boca abandonó su cuello y sus ojos quedaron a la misma altura...
Pero no eran los ojos ambarinos que echaba de menos en sus sueños.
Recuperó el raciocinio antes de que sus labios probaran los de él. Sobresaltada por lo que había estado a punto de hacer, se levantó de un salto.
—Retírate, por favor —le ordenó, asustada.
El esclavo obedeció de inmediato y la dejó a solas de nuevo, con los labios manchados de sangre y el corazón acelerado.
Wendolyn se limpió con la manga del vestido y se abrazó a sí misma, sintiéndose fría de pronto, como si el invierno hubiera tomado sus aposentos. Una gota de sudor frío se deslizó desde su nuca, hasta perderse en el escote de su espalda.
Desde lo ocurrido el día de su conversión, aún podía ver la sombra del barón Lovelace acechándola y creyó que jamás podría sentir ese tipo de atracción por un hombre. Ni siquiera con William había estado dispuesta a llegar hasta el final. Era algo que, simplemente, no era para ella.
Un deseo imposible.
Entonces, ¿de dónde provenía el deseo que acababa de sentir por Lukas?
Volvió a salir y se dirigió a las dependencias de Sirina, al final del pasillo. Como su escolta, debía estar cerca de ella, por eso Thorsten había hecho la concesión de permitirle ocupar unos aposentos destinados a nobles.
Llamó y esperó, preguntándose si habría salido a galopar en uno de sus acostumbrados paseos nocturnos. Pero la puerta se abrió y suspiró aliviada.
—¿Wendolyn? —la miró sorprendida—. ¿Estás bien?
—¿Puedo pasar? —dijo evitando la pregunta.
—Sí.
Cuando cerró la puerta tras ella, la invitó a tomar asiento y le sirvió una copa de vino.
—¿Qué ocurre?
Wendy dio un trago antes de contestar.
—Quiero que cambien mi esclavo de sangre.
—¿Por qué? ¿No te agrada su sabor?
—No es eso... —vaciló—. Creo que deseo cosas de él que no debería.
La capitana Vitali encarcó una ceja negra, sin comprender.
—Puedes hacer lo que quieras con él. Es tuyo —le recordó, aunque fuera obvio—. Lo han entrenado para saciar todos nuestros deseos.
—Lo sé —replicó mordaz—. Pero quiero otro. Una esclava —especificó.
—Pareces asustada —observó Sirina. Sus ojos gatunos se estrecharon, la estaba analizando y Wendy había aprendido que pocas cosas escapaban a escrutinio.
—Lo estoy —admitió. No tenía sentido tratar de negarlo.
—¿Temes perder el control y acabar matándolo?
—No.
—¿Entonces?
Wendy tragó saliva y apartó la mirada. Nerviosa, se estrujó las manos.
—Me sentí extraña... No sé cómo explicarlo.
Sentía la sangre burbujear bajo su piel y su rostro enrojeció.
—Excitada —adivinó Sirina.
Dejó de morderse el labio para preguntar:
—¿Es normal?
—Sí. Eres una mujer joven, además puede ocurrirnos cuando bebemos sangre —dijo, encogiéndose de hombros.
—No es normal para mí.
—No le des vueltas y pruébalo. Los vampiros no reprimimos nuestros deseos.
—¡No puedo hacer eso!
—¿Por qué no? ¿Te sientes culpable? —preguntó apoyándose contra la ventana. El cristal estaba helado y los copos de nieve se posaban suavemente sobre el alféizar. Ni siquiera era invierno aún y ya estaba nevando—. ¿Se debe a William Hannelor?
Ni siquiera estaba segura de cuál era su relación con el zral. Sí, habían intercambiado besos en varias ocasiones, pero él no se había declarado. Además, se separaron sin saber qué eran. ¿Pareja? ¿Amantes? Wendy sabía que el vampiro había tenido amantes, también que hacía con ellas mucho más que intercambiar unos simples besos. Puede que ahora mismo estuviera en brazos de otra mujer y ella nunca lo sabría.
Negó con la cabeza y apartó esos pensamientos de su mente.
—Tal vez me sienta culpable, pero no es eso lo que me asusta.
—Entonces, ¿qué?
Wendy tragó saliva.
—Se supone que yo no siento estas cosas.
—¿Por qué?
—No quiero hablar de ello, ¿vale? Solo sé que no es para mí.
Sirina suspiró.
—No sé qué nefasta educación has recibido en Svetlïa, pero aquí las vampiras podemos hacer lo que deseemos con nuestro cuerpo. Casadas o no; por amor o solo por placer.
—Lo sé. Pero yo no... Yo no siento esas cosas, no me gustan —admitió avergonzada—. No vine a que me sermonees como antes. ¡Solo quiero cambiar de esclavo!
—Si vas a rechazar a tu esclavo, necesitas ofrecer una buena razón a tu anfitrión si no quieres ofenderlo.
Wendolyn dio un respingo y la miró con los ojos abiertos de par en par. Ni siquiera había pensado en ello.
—¿Qué les ocurre a los esclavos que son rechazados?
—Se descartan, por supuesto —respondió Sirina sin darle importancia—. A veces son revendidos, aunque a un bajo precio por ser de segunda mano, pero la mayoría de las veces son devorados por plebeyos que no pueden permitirse comprar esclavos.
—En ese caso, dejémoslo como está —dijo con rapidez, poniéndose en pie.
—¿Te apiadas de un esclavo? —preguntó, sorprendida.
—¿Tú no? Todos fuimos humanos una vez.
Sirina inclinó la cabeza hacia un lado y el brillo de sus ojos en la penumbra la hizo aún más similar a un gato.
—Eres una vampira extraña.
—¿Yo soy extraña? ¿Qué hay de ti?
—¿Lo dices por el color de mi piel? —preguntó, enarcando una ceja.
—No me refería a eso —dijo molesta.
—Bien, porque tú eres casi tan rara como yo.
—¿Qué quieres decir?
—¿Sabes lo que les hacían antes a las mujeres como tú en Svetlïa?
—¿A las mujeres como yo? —preguntó sin comprender.
—Pelirrojas.
—No, pero por tu tono, deduzco que nada bueno.
Sirina asintió.
—Las quemaban en la hoguera, ¿sabes por qué?
—¿Por qué? —preguntó con un hilo de voz.
—Porque esos humanos estúpidos creían que el color rojo de vuestro cabello se debía a que erais vampiras. Es curioso, porque solo asesinaban a mujeres, los hombres se salvaban. Esa es la especie a la que tanto defiendes.
Wendy apretó los puños, enfadada, pero sin nada que replicar.
—Y no terminaba ahí su crueldad. A los que son como yo aún los consideran señal de mal augurio, mensajeros de La Muerte. Solo en Vasilia se nos valora y nos dan el nombre de Ohrul, significa...
—Hijos de la Noche —completó ella—. William me lo contó.
Sirina asintió.
—La realidad es, Wendolyn, que tanto tú como yo habríamos muerto de seguir en Svetlïa. Los humanos son crueles por naturaleza.
Deseaba contradecirla con todas sus fuerzas, pero no podía olvidar que ella habría muerto a manos de hombres crueles si William no la hubiera encontrado.
—Eso no nos da derecho a maltratarlos—murmuró—. Además...
Calló cuando tres golpes en la puerta la interrumpieron. La capitana se apartó de la ventana y abrió dando paso a una criada que se inclinó ante ellas.
—Milady, el duque solicita su presencia en el salón de audiencias. Por favor, seguidme.
Abandonaron las dependencias de Sirina y siguieron a la sirvienta que avanzaba a paso apresurado, por lo que dedujeron que se trataba de un asunto urgente. Inconscientemente, Wendy aceleró el paso, pues no quería hacer esperar a Thorsten Fethorian. Incluso cuando llevaba meses alojada en su palacio, no se acostumbraba a él. Su presencia era tan agobiante como la de Anghelika o los vampiros más antiguos con los que se había topado, no en vano era un Kindran, uno de los siete primeros vampiros que estaban al servicio de la realeza. Ahora era un duque, pero antaño fue rey de Ardelean antes de renunciar a su título a cambio de la vida eterna y la anexión de su reino con Vasilia.
Inspiró hondo para tranquilizarse.
Se detuvieron frente a una puerta doble con decoraciones de mármol. Estaba custodiada por dos guardias que se apartaron para cederle el paso.
—Te espero aquí —se despidió Sirina en un susurro.
Wendy asintió. Cuando atravesó el umbral, la criada cerró tras ella.
Se encontró con una amplia sala de techos altos y ricas alfombras cubriendo el suelo. Al fondo había una gran chimenea en la que crepitaba un fuego cuya luz combatía la frialdad azul de la noche. A su alrededor, había dispersos distintos asientos: butacas, divanes y sillas.
Pero solo uno de ellos estaba ocupado.
Thorsten era un hombre regio que poseía una tupida barba negra, sin una sola cana que delatara lo anciano que era. Como la mayoría de vampiros antiguos, su rostro carecía de expresividad y era casi imposible adivinar qué pensaba. Su sola presencia llenaba el salón creando una atmósfera asfixiante para alguien tan joven como Wendolyn.
No era la primera vez que se veían, sin embargo, los ojos verdes del vampiro volvieron a posarse en ella como si acabaran de reparar en su presencia. Seguramente se preguntaba por qué una vampira tan insignificante llevaba meses hospedándose en su palacio y gozando de su protección.
Wendolyn realizó una profunda reverencia y permaneció con la cabeza baja en señal de respeto.
—¿Me habéis hecho llamar, excelencia?
—Sí, he recibido una carta del canciller Hannelor con nuevas de Dragosta.
¡Al fin!
—¿Qué nuevas, excelencia?
—Dragan será coronado el día trece del Mes del Buenhacer. El canciller nos ordena que partamos a la capital para presenciarlo.
Wendy quedó muda. Se incorporó y, cuando habló, había olvidado por completo todas sus lecciones de etiqueta:
—¿Qué? —exclamó. Thorsten enarcó una ceja, pero lo dejó pasar—. ¡No puede ser! La reina dejó por escrito que su sucesor debía ser Razvan Hannelor.
—Al parecer su palabra murió con ella —sentenció el duque.
La joven se dejó caer sobre un diván y enterró el rostro en las manos.
—No, no —murmuró—. Se suponía que podríamos negociar con Razvan por ser ancestro de William, pero Dragan fue quien lo incriminó...
—No hay pruebas de ello.
—¡Yo tengo pruebas! —dijo sin pensar.
Se arrepintió de inmediato cuando sintió la mirada penetrante de Thorsten atravesarla. De no haber estado sentada, sus piernas temblorosas no habrían logrado sostenerla.
—Es curioso que, a pesar de ser una vampira tan joven, pudieras identificar una conspiración cuando ni siquiera la canciller de mi estirpe, a la que nombré específicamente para aconsejar a la reina, logró hacerlo a tiempo.
Los siete linajes de duques de Vasilia tenían dos dirigentes. Por un lado, el duque que vivía en la provincia que gobernaba, por otro, el canciller que lo representaba en la corte. Liuba Fethorian fue la escogida por Thorsten, Wendolyn se había cruzado con ella durante su estancia en Dragosta, pero jamás habló con ella.
—Yo tampoco pude detener la conspiración a tiempo, excelencia, o no estaríamos en esta situación.
—Pero fuiste quien avisó a Alaric Hannelor.
—Me temo que no puedo adjudicarme el crédito —dijo sin mirarlo—. Tan solo le transmití mi extrañeza cuando identifiqué a algunos nobles de palacio que estuvieron en una fiesta privada donde el príncipe Dragan fue invitado de honor.
—No peques de modesta, lady Thatcher. Sé que fuiste quien supo que al zral William le habían tendido una trampa —insistió con ojos ávidos.
Wendolyn tragó saliva y continuó con la vista baja. No podía decirle que fue el fantasma de Brigitte, la difunta esposa de William, quien la advirtió de que se encontraba en peligro.
—Lamento deciros que os equivocáis. Fue una coincidencia fortuita.
Los ojos verdes de Thorsten relampaguearon y Wendy sintió que se le cortaba la respiración.
—No puedo dejar de preguntarme si eres leal a los Hannelor, o solo estás prendada de la atracción que sientes por el zral.
El rubor se extendió por las mejillas de Wendy como una gota de sangre sobre su piel blanca como la nieve. La incomodaba profundamente que personas como Sirina o Thorsten hablaran tan a la ligera de sus sentimientos hacia William, sentimientos que ni ella alcanzaba a comprender todavía.
—Soy leal al canciller, excelencia.
—En tal caso, prepárate para partir de inmediato.
Wendolyn se levantó del diván y volvió a realizar una reverencia antes de marcharse. En la puerta se topó con Sirina cuyo rostro se llenó de preocupación al verla.
—¿Qué ocurre?
Pero no podía encontrar las palabras para explicar su nefasta situación.
—Volvemos a Dragosta —se limitó a decir.
Echó a correr por el pasillo de vuelta a sus aposentos. Pasó por delante de un ventanal y frenó en seco para contemplar el paisaje nevado. Resultaba desolador pues era demasiado pronto para que todo estuviera cubierto de blanco. Sin duda, el invierno que se avecinaba sería extremadamente frío.
¡Espero que os haya gustado este capítulo! Seguro que ahora os estáis preguntando dónde está Drago y por qué se ha anunciado que Dragan, su nieto, es quien va a ser coronado... Lo sabremos en el próximo capítulo. Desde ya aviso que este libro es más movido que LEM y hay bombas una detrás de otra.
Siento no haber publicado ayer el capítulo como estaba previsto, pero estuve fuera y no me dio tiempo de revisarlo (siempre reviso todo antes de subirlo para que esté lo mejor posible).
Estaba pensando que, ahora que se acercan las navidades, puedo subir algún capítulo extra tipo para navidad y año nuevo. Si os gusta la idea, ¡dejadme comentarios para que me entere!
Dejo el árbol genealógico de nuevo porque lo vamos a necesitar jajaja. En esta novela se revelan muchos secretos de la familia real. Sé que en Wattpad no se lee muy bien (no me deja subirlo con mejor calidad) por eso lo enseñé en el directo que hice hace algunas semanas en Instagram. Estoy pensando en grabar un vídeo donde se vea bien y colgarlo en mis redes sociales, el problema es que tiene spoilers para quienes no leyeron LEM XD.
Por cierto, mis redes sociales son:
Facebook: Marta Cuchelo
Instagram: marta_cuchelo
TikTok: martacuchelo
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top