Una Bomba de Tiempo, Parte 2
Una vez estuve frente a la puerta del vagón dormitorio, vi a Tália tirada en la litera con un libro abierto en el pecho. Parecía estar leyendo algo a la luz de la estufa antes de dormir. Nuevamente volví a abrir una porción de la puerta y pasé entre medio. Tália ni se inmutó cuando entré; siguió en la cama con el libro sobre el pecho. En cuanto me acerqué un poco más, vi cómo el libro se movía al ritmo de sus respiraciones. Se había vuelto a dormir... otra vez.
Con delicadeza levanté el libro que tenía sobre el pecho y le di un vistazo. Era un libro bastante grueso, con la tapa muy desgastada. Tras una rápida hojeada, pude ver que las hojas estaban igual de deterioradas y amarillentas, como era de esperar. De título llevaba "Crónicas de las Regiones del Norte, Mitos y Leyendas", pero el nombre del autor era ilegible.
A pesar de eso, por algún motivo, el libro me sonaba de algo. Tenía un vago recuerdo de haber visto uno así antes. Con más detenimiento, revisé el prólogo y algunas hojas. Luego de una corta lectura, no saqué nada en claro. Como indicaba el nombre, el libro relataba gran parte de la historia de las Regiones del Norte, entre ellas los mitos y leyendas, su folcklore más que nada. Estaba escrito en varios idiomas; la Lengua del Norte era uno de ellos.
Conforme más lo examinaba, más dudas me surgían. No entendía por qué Tália tenía este libro o si siquiera le interesaban estas historias y leyendas. Habiendo pasado varias hojas e historias, me encontré con una seguidilla de páginas marcadas, todas con un ligero doblez en la punta.
El título de aquellas hojas... la gran y desgastada ilustración que acompañaba a la primera de ellas... Con solo mirarlas por encima, sentí náuseas y un gran malestar en mi cuerpo. Incluso dudé en seguir leyendo cada una de ellas.
— ¿Por qué...? —murmuré, mirando confundido a Tália, que respiraba con tranquilidad—. ¿Por qué estabas leyendo sobre ellos...?
Aunque ella era incapaz de responder a mi pregunta, una serie de papeles a su lado, en un espacio entre el colchón y la litera, me dio una pista. Cuando los tomé y los miré, quedé gratamente sorprendido. Cada uno de ellos tenía escrito en los renglones las mismas palabras sueltas que, al igual que el libro, estaban en diferentes lenguas.
— Ella... —dudé por un momento—. ¿Está intentando aprender otra lengua?
Al menos eso parecía. Cuando volví a releer las hojas, me quedó más claro. A pesar de su letra horrible, cada hoja contenía las mismas palabras a modo de práctica.
Por algún motivo, me sentí feliz por ella. Orgulloso, tal vez. Pero no sabía bien por qué. Simplemente se sentía bien verla esforzarse por superar su dificultad con las lenguas, a pesar de no haberse enfrentado a ellas aún. No pude más que palmearle la cabeza con disimulo y, con delicadeza, volver a colocar las hojas en su lugar. Luego, con algo de esfuerzo, me acosté en la litera de arriba, sin dejar de mirar por algún motivo la puerta del vagón...
En mi mente seguía rondando la conversación con la Mayor Grant; no podía quitarme la idea de los Gran Colmillo acechándonos cuando viajáramos. Un peligro del que inconscientemente siempre estuve atento a lo largo de estos años, pero que ahora, afloraba un miedo peor que el que sentí de niño. Comenzaba como un simple malestar en el estomago y terminaba generando una grave jaqueca que me impedía siquiera pensar.
— Ya he perdido muchas cosas en mi vida como para perderlas una vez más... —dije en voz baja, tratando de convencerme de que nada malo iba a pasar—. Tengo que hacer algo para no perderlas de vuelta... —agregué antes de suspirar pesadamente y cerrar los ojos.
Antes de perder el conocimiento, aún con los párpados a medio cerrar, pude percibir en el vidrio de la puerta cómo alguien me observaba. Una presencia negra, difusa, casi etérea... Cuando me di cuenta de su presencia, ya había desaparecido. Como si fuera una sombra en plena noche, se fue, dejándome percibir un ligero susurro en el aire.
— Y dime, pequeño Bullet, ¿Cómo piensas hacerlo?... Quiero ver cómo lo haces... —El susurro se desvaneció en el crepitar de la estufa.
Finalmente caí dormido, incapaz de reaccionar.
Cuando volví en mí y comprendí lo que había pasado, agarré mi pistola de debajo de la almohada y apunté firmemente el cañón hacia la puerta, mi dedo descansaba en el gatillo... No había nadie. La tenue luz artificial de las farolas de la estación entraba por el vidrio de la puerta, sin ningún obstáculo.
— ¡Bullet! ¡¿Qué sucede?! —saltó Tália desde la litera de abajo—. ¡¿Estás bien?!
Cuando oí su voz, volví a la razón. Como si hubiera estado perdido, me puse a observar el interior del vagón, confundido, distante, por un instante no lo reconocí. La cabeza de Tália se asomaba desde debajo de mi litera; movía sus peludas orejas, buscando peligro.
— No, no pasa nada... —la tranquilicé, bajando el arma, confundido por lo que había visto y oído—. Todo está bien, fue solo una pesadilla, otra que se suma al montón...
— ¿Estás seguro? Llevas toda la noche inquieto —comentó mientras se levantaba de su litera—. Si estás ansioso o preocupado por algo, puedes hablar conmigo. O, si quieres, te presto mi cola para que la agarres. Siempre me ayuda cuando estoy así —me ofreció, con una tierna sonrisa.
No lo pensé mucho antes de negarme. Sería una falta de respeto hacia ella hacer eso, agarrarle la cola.
— No te preocupes, no hace falta tu cola. Fue algo pasajero, nada más —le devolví la sonrisa, aunque mi mirada seguía perdida en la puerta.
— Bueno... si tú lo dices... —Su voz flaqueó un poco y sus orejas cayeron ligeramente—. ¿Vas a levantarte entonces? —preguntó mientras salía de la litera, falta casi de ropa.
Llevaba puesta una camiseta de tirantes gris y un pantaloncito que le llegaba a las pantorrillas. Como era de esperar, las partes exteriores de sus extremidades estaban recubiertas de un fino pelaje pelirrojo, al igual que su columna vertebral. El resto de su cuerpo era lampiño, como el de cualquier humano.
Avergonzado, le tiré mi almohada.
— ¡Cúbrete, por el amor a la Diosa! —le insté.
— ¡¿Por qué me tiras una almohada?! —protestó ella mientras la levantaba del suelo—. ¡Me levanté así para hacerte feliz, para levantarte el ánimo! ¡¿Y me lo pagas así?! —gritó, haciendo un puchero.
— ¡No me levantaste el ánimo a mí! —le grité, señalándola con otra almohada antes de tirársela también—. ¡Se lo levantaste a otro "individuo"! —volví a gritar, avergonzado, cubriéndome.
— Pero si estamos solo nosotros dos en el vagón... —Murmuró, hasta que sus palabras parecieron hacer eco en su mente. De pronto, se avergonzó y me lanzó una almohada con una enorme fuerza—. ¡Cochino! ¡¿Cómo me vas a decir eso?!
— ¡La cochina eres tú! —repliqué, desviando mi mirada, todavía abrumado por la escena, haciéndole señas con la mano para que se vistiera.
Con las mejillas rojas como un tomate, agarró su poncho de lana y se cubrió antes de correr al baño.
Una vez que escuché el ruido de la puerta cerrándose, me tranquilicé y bajé de la litera, pensando aún en aquella exótica imagen. Mojé una toalla con agua calentada en la estufa y me higienicé. Luego de remojar mi cuerpo con la toalla y secarme, me vestí con mi ropa de siempre: la chaqueta de invierno y una muda de ropa limpia. Agarré mi pistola de la litera y la enfundé.
Revisé mis bolsillos y tomé un pedazo de carne seca a medio roer de la mesa para luego acercarme al baño. Aun avergonzado, golpeé tímidamente la puerta.
— Tália, te robo el pedazo de carne que estaba sobre la mesa. Estaré en la cabina por si necesitas algo y... gracias... —comenté, apoyando mi palma sobre la puerta—. Agradezco el gesto, Tália...
Ella no respondió, pero pude oír el ruido de la ducha tras la puerta. Antes de irme, coloqué un par de leños más en la estufa y luego sí, abandoné el vagón hacia la cabina para prepararnos para salir.
Cuando entré a la cabina, el rifle seguía recostado contra una de las esquinas. Sin embargo, la caja de balas se había caído al piso por algún motivo, y las balas estaban desperdigadas por todo el suelo. Sin mucha dificultad, me agaché y tomé una, observándola detenidamente. Su forma era similar a la bala promedio de rifle, salvo por dos detalles: su peso y color. Era significativamente más pesada que las normales y tenía un casquillo y una punta de color grisáceo.
— Conque estas son las famosas balas Kaido 7.8x42mm... —murmuré mientras la giraba entre mis dedos—. ¿Esto es capaz de perforar el pelaje de esas bestias?
Por curiosidad, tomé el rifle y lo examiné, comparándolo con los que había sostenido antes. A pesar de haberlo manejado anteriormente, no me había detenido a analizar sus características. Era más pesado que la mayoría rifles, además de robusto en el agarre. Después de varios cambios de posición, logré acomodarlo a mi gusto y apunté con él, fingiendo disparar. Tras "disparar" y accionar el cerrojo varias veces, bajé el arma, dejándola apoyada nuevamente en la esquina de la cabina.
El rifle, pese a todo, resultaba bastante cómodo y fácil de usar. Incluso Tália podría aprender a manejarlo. No sería tan difícil enseñarle lo básico al menos. Quizá, cuando saliéramos de la estación, lo intentaría...
Mientras terminaba de preparar la caldera, un operario de la estación se acercó y me entregó un paquete mediano cerrado junto con una nota.
— La correspondencia la recibí ayer —comenté, sorprendido, tomando el paquete escéptico por su contenido— No debería recibir nada ahora y menos estando por partir...
Al leer la nota, mi confusión aumentó.
"Buenas tardes, Bullet. Soy Jimm.
Lucius me pidió que buscara y te mandara esto. Es un telégrafo modificado. Funciona similar a una maquina de escribir, puedes escribir mensajes y estos se transmiten por corriente electica a través de las vías. Es experimental pero les será de utilidad durante tormentas. Podrán comunicarse a una mayor distancia que la propia radio y sin interferencia alguna.
Como podrás ver, es del ERENOR. Por petición de la Mayor Grant, se te proporciona para que puedan continuar a buen resguardo el envío a la Fortaleza de Ymir.
No sé qué fue lo que les sucedió o qué le dijeron a la Mayor, pero envió a uno de sus soldados personales para entregar el telégrafo al Gremio y que este te fuera enviado. Incluso nos hizo enviarlo en un expreso nocturno para que te llegara lo antes posible.
Realmente no entiendo bien tu situación, pero espero que estén bien ustedes dos. Mis hermanos y yo te debemos mucho. No nos gustaría oír que les sucedió algo.
Cuídense y que tengan buen viaje.
Atte.,
Jimm y Lily."
Cuando abrí el paquete, encontré el "telégrafo". Parecía una máquina de escribir con varios cables enrollados con alambre. Parecía más robusta y pesada que la radio, sin embargo, intuía que era aún más frágil. Debajo de donde debía ir el papel, salían los múltiples cables recubiertos, listos para ser conectados. Además del telégrafo, un pequeño manual en la Lengua del Norte lo acompañaba.
Coloqué el telégrafo junto a la radio e intenté conectar los cables a la corriente eléctrica y a la radio. Pasé varios minutos intentando colocar cada cable en el lugar correcto, pero siempre sobraban dos o tres. Cuando intentaba encenderlo para enviar un mensaje, este no funcionaba.
Frustrado tras varios intentos fallidos, desconecté los cables y volví a colocar los originales de la radio. Esta vez, la radio encendió. Giré varias veces las perillas para comprobar que sintonizaba bien las frecuencias y luego la apagué.
Decidí dejar el telégrafo tal cual lo recibí, guardado en el paquete. Tenía la esperanza de que Tália pudiera conectarlo cuando viniera a la cabina... Pasaron alrededor de cincuenta minutos antes de que Edelweiss estuviera lista para partir, pero en todo ese tiempo Tália no salió del vagón dormitorio. Al principio pensé que estaba tomándose su tiempo en la ducha, pero cuando pasó la media hora, empecé a preocuparme.
Con Edelweiss lista, dejé la cabina en dirección al vagón dormitorio. Quizá se había caído mientras se bañaba o se le trancó la puerta, quién sabe...
Cuando me acerqué a la puerta, la vi difusamente a través del vidrio, de espaldas a mí, calentando algo en un potecito humeante de metal sobre la estufa. No vi la necesidad de entrar y molestarla en ese momento, así que preferí darme la vuelta y bajar hacia el andén.
Con cuidado, me agarré de una de las barandillas de la escalerilla del vagón y aterricé sobre el húmedo andén de piedra.
Desde la noche anterior, no había podido quitarme de la cabeza la idea de las crías de Gran Colmillo en el vagón acorazado. Por algún motivo, sentía la necesidad de verlas nuevamente. Caminé por el andén en dirección al vagón, mientras observaba de reojo la actividad de la estación al fondo de los andenes.
La mañana estaba inusualmente tranquila. Apenas había movimiento de cargas, y los pocos operarios que se había, caminaban o trotaban por los andenes vacíos, ocasionalmente llevando alguna caja en un carrito o haciendo sus rondas rutinarias. Me resultaba extraño ver tan poca actividad, pero preferí no darle importancia. Tenía algo más importante en qué pensar...
Cuando llegué al vagón acorazado, pude sentir cómo la temperatura a su alrededor bajaba drásticamente. La humedad del andén y el vapor que emanaban las gruesas paredes metálicas del vagón, eran una clara señal de las supuestas llamadas de las crías hacía sus padres en el exterior, tal como la Mayor Grant me había explicado por radio.
Cuanto más observaba ese vagón emanar vapor, más atrapado me sentía bajo un opresivo pensamiento de peligro. Cada nube blanca que salía, representaba un llamado más de las crías a sus padres, y cada llamado era un instante perdido, valiosos segundos que podríamos estar utilizando para acercarnos más a nuestro destino.
Ser consiente de ello, de cada segundo perdido, intensificaba mi efímera pero constante idea de la muerte. Los Gran Colmillos ya me habían arrebatado una vez a alguien que quería, al igual que lo hizo la guerra. Ahora yo tenía algo que ellos deseaban: sus crías, encerradas en un vagón. Debían ansiar tanto recuperarlas como yo ansiaba vengarme de ellos...
Quería creer que transportar este vagón era una forma de retribución personal, un acto para aliviar mis pensamientos de culpa... o quizá era parte del credo que me dejó mi abuelo.
— Ese viejo me ha dejado tantas cosas que, aunque me cueste la vida, este vagón llegará a la fortaleza, pase lo que pase... —murmuré con una mezcla de determinación y melancolía—. Siento que el viejo hubiera querido eso. Pero, sobre todo, protegeré a Tália hasta que lleguemos a Ymir.
Por más que me carcomiera el alma la idea de matar a esas crías, algo en mi interior me decía que, sin importar cuánta ira o rabia guardara en mi corazón, este vagón debía llegar intacto, carga incluida. Acepté el contrato para el envío; es mi responsabilidad cumplirlo...
Al volver, estando entre el vagón y Edelweiss, me di la vuelta una última vez antes de partir.
El vagón seguía emanando vapor y agua condensada, pero sentí algo más allí, además de las crías llorando. La misma presencia de la noche anterior. Era como si alguien me estuviera observando desde la lejanía, más allá del andén, donde las puertas se abrían hacia el letal exterior blanco. Alguien me observaba desde aquel paramo helado.
Intenté visualizar vagamente qué era esa presencia, pero como las veces anteriores, desapareció en cuanto logré percibirla. Era como si no quisiera que la viera... o tal vez como si no pudiera ser vista por mí. A pesar de eso, su presencia no me generaba miedo ni malicia; al contrario, sentía algo de consuelo, como si alguien estuviera preocupado o cuidándome desde las sombras. Quise creerlo así.
Con ese pensamiento reconfortante, me di la vuelta hacia la cabina. Recorrí el andén en un abrir y cerrar de ojos, abriendo la puerta de la cabina de golpe... y allí estaba Tália. Estaba inclinada sobre la radio, con el torso apoyado en la mesa, su cuerpo flexionado en forma de "L", mientras hábilmente conectaba los cables del telégrafo o maquina de escribir. Me resultaba difícil definirlo.
— Hace un rato intenté conectarlo por mi cuenta, pero no pude, jejeje... —dije mientras me llevaba la mano a la nuca, riéndome con algo de vergüenza—. De hecho, iba a pedirte que lo hicieras cuando tuvieras tiempo.
Tália no respondió, pero levantó una mano enguantada, mostrándome un "ok" con los dedos. Parecía estar muy concentrada en su tarea, así que mientras tanto me senté a observarla trabajar.
Con destornilladores, Tália sacaba tornillos, los dejaba ordenadamente sobre el armazón de la radio y conectaba limpiamente los cables. Una vez que uno estaba conectado y atornillado, pasaba al siguiente. A pesar de que algunas chispas eléctricas saltaban de los cables, nunca se inmutaba. Hojeaba el manual con paciencia y continuaba conectando los cables como si fuera algo rutinario.
Aunque no podía ver su rostro, su actitud relajada se evidenciaba en su cola, que se movía al compás de sus manos. Si tomaba algo con la mano derecha, su cola se movía en esa dirección, y lo mismo ocurría con la izquierda. Parecía disfrutar realmente lo que hacía.
Chispas fueron y vinieron hasta que finalmente se levantó y se quitó los guantes, dejándolos sobre la mesita plegable.
— ¡Eres realmente buena, Tália! —exclamé mientras aplaudía fuertemente.
— ¡Gracias, gracias! —respondió, haciendo una reverencia juguetona—. Aunque no es para tanto; no era muy complicado si leías el manual.
— Con manual o no, yo no pude hacerlo. Así que gracias —dije señalando el el telégrafo—. Veamos si realmente funciona.
Presioné ligeramente una tecla y automáticamente un fuerte "tack" resonó, seguido por el golpe de una varilla metálica que marcó una letra negra en la hoja.
— Bien hecho, Tália. Funciona —asentí, conforme, mirándola con orgullo.
— ¿Dudabas de mí, acaso? —me miró, con una sonrisa que delataba que ya sabía la respuesta.
— ¿Cómo lo haría? No dudaría de mi compañera —la alabé mientras le palmaba suavemente la cabeza—. Gracias por armarlo, Tália.
Como siempre, ella movió su cola feliz y me dedicó una amplia sonrisa, mostrando sus afilados dientes. Me quedé embobado unos instantes, contemplándola, antes de volver en mí. Recordé el objetivo principal: partir de la estación.
— Es hora de que salgamos, Tália. Aún nos quedan varios miles de kilómetros hasta nuestro destino, y unos cientos más de ahí hasta Ymir —dije mientras soltaba su cabeza y me dirigía a la caldera.
— ¡Estamos un paso más cerca de llegar a Ymir entonces! —celebró emocionada, levantando los brazos, acercándose sin miedo a la caldera abierta.
Mientras yo informaba a la estación que estábamos listos para partir, ella revisaba la caldera y anotaba cosas en una libretita. La observé algo confundido mientras sacaba un lápiz y comenzaba a escribir exactamente lo que yo solía anotar.
— ¿Se puede saber qué haces? —pregunté en tono burlón.
— Lo mismo que haces tú —respondió con calma, sin dejar de escribir—. Te he visto hacerlo antes y no es tan complicado. Incluso revisé varias veces tu libreta. Lo único que hay que hacer es escribir el nombre de la válvula, la hora y su presión. Eso es todo, ¿no?
— Tienes razón, es solo hacer eso —admití, mientras la miraba a ella y a la caldera—. Solo te pido que tengas buena letra —le indiqué, aún en tono de broma.
— No te preocupes, he estado practicando —respondió con orgullo, mientras su cola se movía como loca.
Verla hacer aquello me recordó cuando era más joven y ayudaba a mi abuelo a preparar Edelweiss. Ahora me comportaba igual que él...
— Quién lo diría... Que un día iba a ser yo quien estuviera en tu lugar y otro en el mío... —murmuré con orgullo y melancolía, observándola a ella y a la caldera.
Era hora de partir nuevamente hacia las enormes tundras nevadas, con la incógnita de saber cuándo esos malditos "Colmillos" nos atacarían. Y más importante aún para mí: si esta vez sería capaz de proteger a alguien, en lugar de ser yo el protegido.
De repente, el chillido del silbato de Edelweiss resonó con fuerza, interrumpiendo mis pensamientos.
"¡¡¡Turuuuuuuuuuffff-Turuuuuuuuuufff-Turuuuuuuuuuuuuuuuuuufff!!!"
Cuando pude recomponerme, vi a Tália soltando la cadena del silbato con mucha emoción. Al girarse hacia mí, tenía una espectacular sonrisa y sus ojos carmesí bien abiertos, rebosantes de energía. Con ese entusiasmo, me invitaba a acercarme para poner a Edelweiss en marcha y salir de la estación.
Me quedé pensativo por unos segundos, apreciando la escena. La Gran Loba estaba allí, con la ardiente caldera abierta a su lado. La vista me movió el corazón; me llenó de orgullo y de un ímpetu renovado. Sentía que debía acercarme, tal como ella me lo pedía con la mirada.
Tomé la pala que descansaba sobre el cajón de carbón y la hundí, sacando una montaña de carbón azabache. Lo lancé dentro de la caldera, y el carbón pareció explotar, avivando las llamas y expulsando calor en grandes oleadas. Sin perder ni un segundo, Tália empujó y cerró la pesada puerta de la caldera antes de volver a mirarme, expectante.
En ese momento, un operario se acercó al andén y nos hizo una señal con la mano.
— Es hora de salir, Tália. Siéntate; yo me encargo del resto —le indiqué mientras dejaba la pala apoyada en la pared y me dirigía a las palancas de freno—. ¿Estás lista, Tália?
— ¡Cuando quieras, Bullet! —gritó mientras se acomodaba en mi asiento.
Tomé con fuerza una de las palancas y comencé a jalarla lentamente. A medida que lo hacía, sentí cómo las ruedas de Edelweiss comenzaban a chirriar y a patinar sobre los rieles. Segundos después, cuando terminé de jalar completamente, las ruedas lograron girar por primera vez. Una nube de vapor salió de debajo de ellas con gran presión. Cada giro era acompañado por una nueva nube de vapor, y con cada vuelta nos acercábamos un poco más a la salida de la estación.
Poco a poco, Edelweiss ganaba velocidad. Las puertas del andén se abrían ante nosotros, dejando entrever el mundo blanco y helado que nos esperaba afuera...
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