Preparaciones de un Viaje, Parte 2
Levanté la pluma y la sumergí en el tintero. Cuando levanté la mirada del papel, noté que Tália tenía su cabeza casi sobre mi hombro. Estaba leyendo la carta sin percatarse de lo cerca que estaba de mí.
La situación me resultaba bastante incómoda; su rostro estaba a escasos centímetros del mío. Podía sentir el sonido de su respiración en mi oído y el característico aroma mentolado que impregnaba su cuello y cabello. En un intento de aliviar la incomodidad, me aparté un poco.
— Así que... dime, ¿Qué te parece la carta que escribí? ¿Necesitas que pida algo más? —pregunté, tratando de disimular mi nerviosismo mientras observaba su reacción.
Tália permanecía absorta en la carta. Su rostro estaba serio, con los ojos fijos en el papel y el ceño fruncido, como si intentara descifrar algo más allá de lo escrito. Cuando pareció que la tinta ya se había secado, tomó la carta con delicadeza y finalmente respondió:
— Bullet, ¿Qué escribiste en la carta? —preguntó, todavía con los ojos pegados al papel, sosteniendo con sumo cuidado—. No entiendo nada de lo que dice aquí —añadió mientras me devolvía la carta con una mirada un tanto preocupada.
Tomé la carta bajo su atenta mirada y la releí en voz alta, acentuando cada palabra. Pese a la incomodidad y vergüenza de recitarla frente a ella, no encontré error alguno. Todo estaba escrito correctamente, no en un lenguaje coloquial, sino en uno formal y técnico, pero entendible para alguien "común". Mi mirada alternaba entre la hoja y el rostro confuso de Tália. Observaba ambos, pero no entendía qué estaba mal.
— No sé qué es lo que no entiendes en la carta —dije mientras repasaba nuevamente el texto en mi cabeza—. No te enojes por lo que voy a preguntar, pero... ¿sabes leer y escribir, verdad?
— ¡Claro que sé leer y escribir! ¡Pero no entiendo lo que está escrito ahí! —exclamó molesta, señalando la carta como si ésta, fuese algo ajeno a su mundo.
Volví a leerla por quién sabe cuántas veces más, hasta que algo crucial me golpeó de repente. Algo que no era evidente para mí, pero que claramente lo era para ella. La carta estaba escrita en la lengua del Imperio de Dragnassil. Por la formalidad del contenido, lo había hecho de manera inconsciente en mi lengua materna, que no necesariamente sería la suya.
— Voy a reformular la pregunta. ¿Sabes leer la lengua del Imperio? ¿O al menos distinguirla de la del Norte?
— ¡Con razón no entendía nada! —exclamó, cruzándose de brazos, frustrada—. Mis padres intentaron enseñármela una vez, pero nunca logré aprender. Apenas sé presentarme en esa lengua y poco más —admitió, llevándose las manos al rostro.
— No te mortifiques por eso. No todos tenemos que saber todo. Yo mismo desconozco muchas cosas, así que tranquila. Si quieres, puedo enseñarte lo básico de la lengua Imperial, por lo menos para que te hagas una idea —le propuse, señalando las palabras de la carta—. Ya que estamos, puedo darte una pequeña lección para que entiendas por qué la escribí en esta lengua. ¿Te parece?
— ¡Sí! —respondió ella, sonriendo mientras movía felizmente su cola de un lado al otro.Viendo aquella ebullición de felicidad por su parte, me senté en la punta de la cama con la tabla de madera sobre mi regazo y empecé a escribir en un pedazo de hoja en blanco mientras le explicaba:
— En términos técnicos, la lengua Imperial es más compleja; tiene más palabras y formas de conjugarlas. —Mientras hablaba, comencé a transcribir la carta de la lengua Imperial a la del Norte—. Tiene un léxico tan amplio y diverso que por eso se utiliza en documentos o cartas formales como esta.
— ¿El hecho de ser más compleja la hace más práctica para los documentos? —preguntó, sentándose en el suelo frente a mí con las piernas cruzadas. Quise ofrecerle que se sentara a mí lado, en la cama, pero algo en mi interior dijo que sería atrevido hacerlo.
— Sí y no —respondí, haciendo una mueca—. Su uso radica en la necesidad de expresar cosas de diferentes maneras. En la lengua Imperial puedes usar la misma palabra para distintos fines, siempre que la conjugues con las palabras correctas o utilices la puntuación adecuada. Por ejemplo... —Le mostré una hoja con tres palabras escritas: dos en Imperial y una en la lengua del Norte.
Tália tomó la hoja, observándola detenidamente antes de devolvérmela. Su confusión no había desaparecido, pero no le di importancia, no esperaba que entendiera nada aun.
—Por tu cara, asumo que no entendiste las palabras que escribí —comenté con sarcasmo antes de levantar la hoja frente a ella—. Aquí está escrita la palabra "el" en la lengua del Norte, claramente entendible para ti. Pero mira estas dos —le señalé con la pluma las palabras en Imperial—. Ambas se escriben "el", pero en una de ellas hay puntos diacríticos en esta letra que hacen que se lea y suene diferente. Concretamente, se pronuncia "él" en vez de "el" y se enfatiza en la sílaba con los puntos. ¿Vas entendiendo? Sé que es complicado y no quiero abrumarte ahora.
Mi intensión no era enseñarle ningún idioma, menos abrumarla con cosas que no le servirían de nada en estos momentos. Sin embargo, la respuesta de Tália fue bastante gratificante.
— Algo voy entendiendo —afirmó ella, asintiendo varias veces con la cabeza—. Dices que, dependiendo de lo que quieras expresar, las palabras cambian ligeramente, ¿verdad? —Señaló las palabras en la hoja—. Si lo llevo a la lengua del Norte, esas dos palabras serían distintas según me refiera a una persona o un objeto. Por ejemplo: "el banco" o "él maquinista". ¿Es algo así? —me miró con serias dudas en su rostro.
Lo entendió bastante bien, en mi opinión. No soy profesor de lenguas, pero logró captar la esencia de lo que intentaba explicarle. Aun así, no quería detenerme mucho en esto; había que terminar de planificar el viaje, y partíamos temprano.
— ¡Bien! —exclamé, sorprendido—. Lo entendiste bastante rápido. Si te interesa, puedo enseñarte más cosas durante el viaje —le ofrecí, entregándole la hoja que estaba transcribiendo.
Tália la tomó con entusiasmo, guardándola en ropa.
— Acepto la oferta. Ya que vamos a pasar varios días en el tren, no me vendría mal algo para distraerme, además de mis artesanías —respondió, extendiéndome la mano para que la ayudara a levantarse.
— ¿Artesanías, Tália? —pregunté con curiosidad mientras le tendía la mano.
— Creas o no, soy una mujer de muchos oficios —afirmó con sarcasmo mientras se levantaba—. En este caso, es solo un hobby. Armo cosas o las modifico. ¡Si tengo los materiales, puedo hacer lo que sea! —exclamó, llevándose el pulgar al pecho con confianza.
Eso último me sorprendió viniendo de ella. No la imaginaba como artesana, aunque por lo que dijo, parecía ser amateur. Si lo pienso bien, en realidad no tenía una imagen definida de quién era Tália más allá de su rol en la estación. Asumo que debo reevaluar mis ideas o, quizás, dejar de juzgar a las personas. Aunque, como maquinista, a veces es mejor pecar de precavido para evitar problemas, como robos o, peor, un asesinato.
Pero dejando de lado esos pensamientos, era interesante descubrir que ella tenía habilidades artesanales.
— Bullet, si quieres, puedo mostrarte algunas de las cosas que he hecho —dijo mientras se dirigía a la puerta, su mullida cola se meneaba alegremente de lado a lado.
Estaba interesado en ver qué hacía, pero no era el momento. Todavía quedaban cosas que gestionar antes del viaje. Ya habría tiempo después.
— Te agradezco el gesto, Tália, pero aún tengo pendientes que resolver antes de partir —respondí, tratando de ser lo más cortés posible.
Al escuchar mi negativa, su cuerpo y expresión cambiaron. Su rostro reflejaba desilusión y vergüenza, sus orejas se inclinaron hacia abajo, y su cola dejó de moverse alegremente. Sentí cómo el ambiente en la habitación se tornaba incómodo, y la culpa por haberla rechazado empezó a pesarme.
Con un gran suspiro, miré las piezas de mi pistola esparcidas sobre la cama. Se me ocurrió una idea para animarla.
— Tália... —dije, reprimiendo una risa por lo absurda que parecía mi idea—. Tengo una pistola que necesita mantenimiento... ¿Te animas a encargarte tú, ya que tienes esas habilidades? —pregunté cabizbajo, señalando las piezas sobre la cama.
En realidad, mi pistola no necesitaba más mantenimiento. Ya lo había hecho yo antes, pero esperaba que armarla la animara y evitara que se deprimiera.Tália permaneció en la puerta, evaluando mis palabras. Sus orejas volvieron a erguirse ligeramente, y su cola empezó a moverse de nuevo, aunque su rostro seguía mostrando cierta seriedad.
— Adelante, Tália, no hay problema —insistí, inclinando la cabeza hacia las piezas de la cama mientras le sonreía, tratando de inspirarle confianza.
Finalmente, se acercó con paso firme.
— ¡No te molestaré, te lo prometo! —dijo con entusiasmo mientras se inclinaba sobre las piezas.
Le hice un gesto con la mano para indicarle que todo estaba bien y volví a concentrarme en escribir algunas notas y cartas. Por el resto de la tarde, la habitación permaneció en silencio. El único sonido provenía de las piezas encajando unas con otras y de la pluma rozando el papel, acompañados ocasionalmente por el golpeteo del tintero.
Ambos estábamos absortos en nuestras tareas. Tália practicaba con las piezas de la pistola, mientras yo escribía las cartas: la solicitud de suministros al Gremio, la presentación formal de Tália para que se le permitiera viajar conmigo, y, finalmente, una carta dirigida a los padres de Tália. Esta última era más una formalidad, pero me parecía importante presentarme adecuadamente.
La tarde avanzó, nublada y con leves nevadas, lo que limitó la luz natural. Cuando me levanté para encender la lámpara de aceite, vi cómo Tália seguía concentrada en su tarea. No despegaba los ojos de las piezas, y sus dedos se movían con precisión, colocando resortes, cámaras y ensamblando las partes de la pistola con una habilidad sorprendente.
Preferí no interrumpirla y me acerqué a la ventana para mirar afuera. Sin embargo, la densa niebla hacía casi imposible distinguir algo. Solo pude percibir, con dificultad, las siluetas de algunas personas que pasaban frente a la posada. Entre ellas, una figura lupina se acercaba a la entrada. Reconocí el abrigo marrón con el símbolo del Gremio de Comercio: las dos estatuas en su diseño eran inconfundibles.
Era Jimm, el hermano de Lucius. Estaba tocando la puerta concienzudamente, pero desde el tercer piso no podía escuchar nada. Salí apresuradamente de mi habitación, dejando a Tália concentrada en su tarea, y bajé las escaleras de dos en dos hasta llegar a la recepción. Allí abrí la puerta de golpe, dejando que el frío de la tarde entrara sin permiso.
— ¡Jimm! —grité al abrir la puerta.
Él estaba con la mano levantada, listo para golpear la puerta nuevamente. Llevaba puesto un grueso abrigo de cuero marrón con lana en el interior, además de un gorro similar al que Lily había usado esa mañana. Cruzándole el pecho, llevaba la correa de un bolso voluminoso, evidentemente lleno.
— ¡Hola, Bullet! —respondió entusiasmado él al verme—. ¡Tanto tiempo sin vernos!
— Jimm, nos vimos hoy en la mañana. ¿Cómo que "tanto tiempo sin vernos"? —le respondí, alzando una ceja mientras lo hacía pasar—. Vamos, entra. Debes de tener frío de estar afuera tanto rato.
— No te preocupes, Bullet. Los lupinos tenemos pelaje para protegernos del frío, y con este abrigo estoy más que bien —dijo, negando con las manos—. Además, no puedo quedarme mucho tiempo; aún tengo entregas pendientes para el Gremio.
— ¡Me da igual que los lupinos resistan el frío! Yo soy humano, y no lo resisto, así que entra ya —le espeté, frotándome los brazos por el frío que entraba a través de la puerta.
Al instante accedió, entendiendo que para mí, el frio no era poca cosa. Apenas entró, cerré la puerta detrás de él. Me sentí aliviado al no sentir el frio rozar mi piel.
— Dime, Jimm, ¿Qué te trae por aquí? ¿Vienes a entregarme algo? —pregunté mientras me cruzaba de brazos para conservar y ganar calor.
— Sí, esto es para ti —respondió, sonriendo mientras buscaba dentro de su bolso—. Aquí tienes,
es una carta sellada por el Ejército del Norte.
Solté un largo suspiro.
— ¿Debería tener miedo? —pregunté, examinando el sello.
— No creo. Tengo entendido que son solo pautas para el envío que realizarás —respondió, quitándole importancia con un gesto. Pese a su respuesta, algo en la carta hizo que no pudiera bajar del todo la guardia.
— Bueno... confío en ti. Por cierto, ya que estás aquí, necesito que entregues unas cartas al Gremio —le dije, señalando hacia las escaleras.
— ¡Claro! Dámelas y se las haré llegar a Lucius cuando regrese —afirmó, extendiéndome la mano.
En vista de que no tenía las cartas conmigo, le pedí que esperara un momento mientras subía corriendo a buscarlas. Al entrar en mi habitación, vi a Tália jugando con la pistola, imaginando disparos y recargas. Para mi tranquilidad, las balas estaban cuidadosamente apartadas en la mesita de luz, formando una llamativa lineal horizontal de color dorado.
Tomé las cartas y bajé rápidamente hasta la recepción.
— Aquí están las cartas —le entregué el manojo de papel—. Entrégalas a Lucius. Además, hay una dirigida a Asgard. Necesito que el Gremio la haga llegar a los padres de Tália. Confío en que lo gestionarán bien.
— Bien... —respondió vagamente mientras anotaba los detalles en una libreta de bolsillo—. Cartas para Lucius... una a Asgard... encargar envío a los padres de Tália... —repitió mientras cerraba su libreta—. Si no necesitas nada más, me retiro. Aún tengo entregas pendientes —recalcó, golpeando ligeramente su bolso.
— Que tengas suerte entonces, y disfruta del frío con "tu insensible cuerpo y ropa aislante" —le despedí con sarcasmo mientras abría la puerta.
— ¡Gracias! ¡Un gusto hablar contigo, Bullet! Nos vemos mañana en el andén —gritó mientras se perdía en la bruma de la noche.
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