Preparaciones de un Viaje


El viaje a la posada en el tranvía fue muy tranquilo. Esta vez, Tália no se durmió, lo que me permitió conversar con ella durante todo el trayecto.

No hablamos de nada en concreto; ella saltaba de tema en tema mientras seguía comiendo los panes rellenos. Con cada pan, surgía una conversación nueva. Desde el tipo de comida que me gusta, hasta las personas que veíamos por la ventana, pasando por mis viajes por el continente y los lugares que visité. Me preguntó de todo durante el trayecto.

Cuando el tranvía se detuvo en la avenida principal y nos bajamos, ya había notado cuánto le gusta a Tália hablar sobre las cosas que no conoce, además de su ya evidente apetito voraz.

Apenas logré comer algún pan relleno de la bolsa que llevaba ella. Se comió sola casi una moneda de plata en panes rellenos. ¡Y una moneda de plata es bastante! Con "una plata" puedes costear una habitación en una posada de clase media baja durante dos o tres semanas, e incluso ahorrar algo para comer de forma austera en ese tiempo. Si bajas un poco más el estándar, una posada de mala muerte te puede dar cuatro o cinco semanas de alojamiento, siempre que no gastes en comida.

Claro que, dependiendo del lugar, pueden darte más o menos cosas según la condición de la moneda que entregues. Ahora que lo pienso, tendría que preguntarle a Tália cuánto cuestan las habitaciones en la posada de su madre, por referencia...

Una vez fuera del tranvía, Tália volvió a guiarme por las calles secundarias para evitar el bullicio del mediodía en la avenida principal.

Hicimos un recorrido similar al de ayer por la tarde. Pasamos por el parque donde nos sentamos bajo la farola de gas, y luego atravesamos el barrio de los bares y burdeles. Durante el día, la mayoría de los bares "normales" están cerrados o bien ofrecen un servicio más tranquilo.

— Qué gran diferencia hay en este barrio de día y de noche... —comenté mientras miraba a mi alrededor, buscando el caos que vi la noche anterior.

— Pensé que habías dicho que estabas acostumbrado al ambiente de los bares y esas cosas —respondió Tália, caminando unos pasos delante de mí.

— Estoy acostumbrado al ambiente de los bares y burdeles de noche, no de día. Este ambiente me resulta... desconocido —confesé tras pensarlo un poco—. Pasé más horas esperando a mi abuelo en la noche, a que saliera de estos lugares, que de día.

Mientras miraba melancólico uno de esos lugares, recordé algo que mi abuelo siempre decía antes de entrar:

— Curioso, él siempre decía que "venía a buscar información". Según él, nunca venía por otra cosa.

— Curiosa forma de expresarlo tenía tu abuelo. Mi padre decía algo similar cuando escapaba con sus amigos a estos lugares. Aunque mamá solía atraparlos antes y les daba una buena reprimenda. Aunque, ahora que lo pienso, hace tiempo que no sucede —comentó Tália, deteniéndose para sacar un pan de debajo de su poncho y partirlo en dos—. Es el último que queda, ¿quieres?

Verla sacar un pan desde debajo de su poncho despertó mi curiosidad y cierta intriga. ¿Acaso tiene espacio ahí para guardar pan? Por mi salud mental, preferí rechazar su gesto con una rápida señal de mi mano y cabeza.

— Si no quieres, ¡más para mí! —exclamó antes de comerse el pan en pocos bocados.

Con esa extraña muestra de glotonería en mi cabeza, seguimos hasta la posada...

En cuanto entramos a la posada, ambos nos dirigimos a nuestras habitaciones en el tercer piso. Como ya habíamos comido en el camino, algunos más que otros, no tuvimos necesidad de pasar por el comedor. Tália entró en su habitación, y yo en la mía.

Todavía era relativamente temprano. Según la posición del sol que vi antes de entrar y la cantidad de gente en la avenida principal, calculé que serían entre la una y las dos de la tarde, justo la hora habitual para tomarse un descanso del trabajo aquí, en el Norte. Por mi parte, el trabajo apenas comenzaba.

Como le mencioné a Lucius, la petición indicaba que debíamos partir mañana por la mañana, así que debía preparar las cosas para el viaje cuanto antes.

El vagón y los suministros estarían a cargo del Gremio, así que por ese lado estaba tranquilo. Mi responsabilidad era planificar la ruta que íbamos a tomar. Para eso necesitaba comparar las rutas descritas en la petición con un mapa grande, y, casualmente, en esta posada había uno que mostraba con lujo de detalle las Regiones del Norte.

Con esa idea en mente y el vago recuerdo del mapa de la petición, salí de mi habitación tan rápido como había entrado y me dirigí a la recepción, en el primer piso. Frente al enorme mapa, comencé a examinar cuál sería la ruta más rápida y directa desde Steinheim hasta Ymir. Afortunadamente, el mapa tenía bien definidas las principales arterias ferroviarias que conectaban todas las Regiones del Norte entre sí.

— La ruta más rápida nos haría viajar ocho mil kilómetros... —murmuré mientras observaba detenidamente el mapa—. Seguramente los padres de Tália tomaron esta para llegar hasta Ymir y, desde allí, continuar hasta Asgard... unos cinco mil kilómetros más...

Volviendo a lo que me competía, si tomábamos la ruta rápida llegaríamos en una semana.

Como medida de emergencia, había otra ruta que nos obligaría a recorrer unos mil kilómetros más, bordeando gran parte de las montañas del trayecto. Solo la consideraría en caso de urgencia, pero, por el momento, seguiríamos la ruta convencional.

Tras tomar la decisión, anoté algunos apuntes de las rutas secundarias en una libreta que siempre llevo conmigo. Con las rutas listas, volví a mi habitación para preparar mi ropa y pertenencias. En realidad, no suelo viajar con muchas cosas, y menos aún salgo con todo lo que tengo cuando dejo la cabina de Edelweiss. Lo único que realmente necesitaba era asegurarme del mantenimiento de mi pistola.

Ya en mi habitación, me quité la chaqueta de invierno y las botas, y me senté con las piernas cruzadas sobre la cama. Desenfundé mi pistola, la descargué y comencé a limpiarla con un paño y las pequeñas herramientas que guardo en un estuche dentro de mi chaqueta.

Mientras limpiaba cada pieza de la pistola meticulosamente, me vinieron recuerdos de cuando mi abuelo me enseñó a cuidar y mantener un arma.

Al principio era terrible en ello. No sabía cómo escurrir el paño para no empapar la pistola en aceite, apenas podía raspar el cañón para retirar la pólvora quemada, y mucho menos sabía cómo sostener un arma correctamente. Recuerdo cómo, en mis primeras veces, él me daba pequeños golpes en la nuca cada vez que hacía algo mal, y, con su voz ronca, repetía una y otra vez cómo debía hacerlo.

Siempre era así, siempre detrás de mí, vigilando cada cosa que hacía. Desde el mantenimiento de las armas hasta cómo colocar el carbón en la caldera. Siempre detrás de mí, con sus golpecitos en la nuca y sus interminables explicaciones. Al final, aprendías no por los golpes, sino porque te lo explicaba tantas veces que no había forma de olvidarlo.

Todavía puedo escuchar su voz ronca, desgastada de tanto gritarme y repetir:

— ¿¡Eres zopenco o qué!? —decía antes de darme un golpe en la nuca. Luego, suspirando y con su cara de gruñón, añadía— ¿Cuántas veces tengo que explicártelo? ¡Dame eso y presta atención, esta será la última vez que te lo muestro!

Yo nunca aprendía, y él nunca dejaba de explicar.

Gracias a él, hoy puedo sobrevivir en este mundo sin mayores problemas. Tengo a Edelweiss, su tren, su pistola, y, lo más valioso, sus conocimientos. Todo eso fue legado a mí, un simple niño imperial que, como muchos otros, lo perdió todo a causa de la guerra.

Nunca entendí por qué me adoptó, habiendo tantos niños en las estaciones. Me eligió a mí. Incluso me dio un nombre...

— Y qué nombre me diste, viejo... —suspiré—. "Bullet". Qué nombre más macabro... ¿Quién le pone a un niño un nombre que simboliza la muerte? —pregunté en voz baja mientras retiraba el cañón de la pistola.

Cuando me di cuenta, había desarmado completamente la pistola. Cada una de sus piezas estaba repartida sobre la cama. Reensamblarla me llevaría un rato, así que decidí dejarlo para más tarde.

Sin nada más que hacer y sintiendo cierta pereza al ver las piezas de la pistola desparramadas sobre la cama, me levanté, me puse las botas y decidí ir a ver a Tália. Tal vez necesitaría ayuda para preparar sus cosas para el viaje. Ni siquiera estoy seguro de si le mencioné que saldríamos mañana. Mejor tarde que nunca, ¿no?

Salí de mi habitación, giré hacia un lado y toqué la puerta frente a mí.

—¡Tália! Me olvidé decirte que salimos mañana por la mañana. ¿Necesitas ayuda para empacar las cosas? —grité mientras golpeaba ligeramente la puerta.

En una de las veces que golpeé, sentí que algo grande caía al piso del otro lado. Instantes después, oí fuertes pisadas acercándose a la puerta. Ésta se abrió lentamente y apareció Tália, medio vestida y sosteniendo su cola de lobo con ambas manos, claramente adolorida.

Llevaba solo una camisa con el escote abierto y medias térmicas. No tenía nada en los pies.

— ¿Estás bien, Tália? Me pareció oír que te caíste —pregunté, preocupado por la forma en que abrazaba su cola.

— Duele mucho... —dijo con los ojos llorosos mientras acariciaba su cola con ambas manos—. Cuando tocaste la puerta, estaba leyendo. Al escuchar que eras tú, intenté levantarme rápido, pero me enredé en las frazadas y caí sobre mi cola.

No sé cómo será tener una cola como la suya, pero me imagino que debe ser similar a caer sobre un brazo o golpearse la columna. Se ve y suena doloroso.

— Suena terrible... —comenté con una mueca de dolor—. ¿Te traigo algo para aliviarlo? ¿Necesitas ayuda para preparar tus cosas?

— Bueno, si te ofreces, ayúdame, por favor. Pasa —respondió, dando un paso al costado para que pudiera entrar.

Sentí algo de nervios al ser invitado a su habitación.

— Permiso... —murmuré mientras cruzaba lentamente la puerta.

Una vez dentro, me encontré con un mundo completamente diferente. La habitación de Tália estaba repleta de herramientas y piezas de objetos que no lograba identificar. Había herramientas por todas partes: en las paredes, el piso, el banco de trabajo... La cama era el único lugar libre de ellas.

Al fondo, una pequeña estufa de metal a leña crepitaba, iluminando la habitación junto con la tenue luz de una lámpara de aceite cerca de la cama.

— Curiosa habitación, Tália... —comenté mientras miraba alrededor, sorprendido.

— Sé sincero, Bullet, no está ni bien ordenada. Pero igual, gracias por el cumplido —respondió mientras seguía frotando su cola con ambas manos.

Se alejó un poco y se sentó con una pierna cruzada sobre la cama.

— Bueno, Bullet, dime, ¿Qué necesito llevar para viajar a Ymir?

— Teniendo en cuenta que ya has viajado fuera de la ciudad, lo de siempre —empecé, deambulando por la habitación—: ropa impermeable, mochila o bolso, un kit de supervivencia invernal, bengalas o un lanzador de bengalas, cosas así. ¿Tienes algo de eso, Tália? —pregunté, levantando una prenda arrugada del suelo y dejándola sobre unas herramientas.

— Si no me equivoco, tengo la mayoría, salvo las bengalas y el kit —respondió mientras se levantaba y comenzaba a sacar una gran mochila marrón de un armario, seguida de varias prendas de ropa.

Sacó camisas, un par de pantalones impermeables, medias térmicas, varias prendas de ropa interior térmica, incluso un sostén térmico, jamás había oído de ellos... Cada prenda la fue dejando sobre la cama.

— ¿Crees que esto sea suficiente? —preguntó, señalando la ropa mientras seguía sosteniendo su cola con la otra mano.

Su cola empezaba a preocuparme. Quitando el grueso pelaje, su estructura ósea parecía frágil.

— ¿Estás segura de que tu cola está bien, Tália? Me preocupa que se haya roto o lesionado con la caída —le dije, mirándola con seriedad.

No podía dejar que viajara lesionada. Incluso una pequeña lesión puede ser peligrosa allá afuera, donde los doctores son escasos y la medicación, un lujo.

— Tranquilo, en serio, no te preocupes. Céntrate en revisar mi ropa, por favor —respondió, levantando el pulgar y mostrando su sonrisa habitual, dejando ver sus colmillos.

— Si tú lo dices, lo dejaré pasar. Pero avísame si persiste el dolor, ¿sí? —dije, desviando mi atención a las prendas sobre la cama.

A simple vista, la ropa parecía adecuada para viajar por los páramos, aunque algo ligera para mi gusto. Había pocas capas aislantes entre las prendas. Habría que conseguirle más abrigo; su querido poncho no la protegerá mucho en el exterior, fuera de la ciudad.

— Tália, aquí tienes muy pocas capas para protegerte del frío. ¿No tienes más ropa? —pregunté, observando lo que llevaba puesto.

Ella me miró unos instantes antes de responder, algo confundida.

— No, no tengo tanta ropa —respondió, dubitativa—. Pero puedo protegerme del frío con esto —añadió, dándose la vuelta y levantándose la camisa, dejando al descubierto su espalda y una capa de pelaje que recorría su columna.

El pelaje comenzaba en la nuca, naciendo del cuero cabelludo, y se extendía por toda la columna hasta la parte baja de la espalda, donde terminaba y nacía su cola de lobo.

Al verla, sentí cierta incomodidad. No se le veía nada inapropiado, y además estaba de espaldas, pero aun así me sentí avergonzado. Mi corazón comenzó a latir más rápido. Era como si la escena en la cocina se repitiera...

¡Justo cuando había logrado olvidar lo de la cocina, y ahora me muestra esto! Maldije internamente.

— ¡Tália, sé considerada conmigo y bájate la camisa, por favor! Me siento incómodo viéndote así —le pedí, dándole la espalda rápidamente.

— ¡Disculpa! No quería incomodarte. Sé que no a todos les gusta mi pelaje. Te pido perdón por lo que viste —dijo, con las orejas gachas mientras se bajaba la camisa.

— No me molesta tu pelaje, Tália, pero por respeto a ti, preferiría no verlo. Supongo que es algo muy personal para ti —comenté, girándome para mirarla de nuevo.

— ¿Así que no te molesta mi pelaje? —preguntó con una sonrisita de felicidad mientras se levantaba las mangas y mostraba parte de sus brazos—. Porque, como habrás visto, también lo tengo en los brazos, las piernas y las manos. Si es así, ¿no te importará que ande con camisas de manga corta o pantalones más cortos?

— No tengo problema alguno, siempre y cuando no andes despelotada por el tren —respondí con sarcasmo.

Asumo que prefiere usar ropa de manga corta porque el pelaje le da calor o le resulta incómodo. Como le dije, no tengo problema, siempre que no se quite demasiada ropa.

— Recapitulando, Tália: según entiendo, no necesitas tantas capas de ropa, ¿verdad? —dije, señalando las prendas sobre la cama.

— Correcto. Igual aclaro que sigo teniendo frío a pesar del pelaje. No soy inmune, así que necesito abrigarme. No tanto como tú, pero algo de ropa siempre es necesaria —respondió, fingiendo abrazarse como si tuviera frío.

— Entendido. Siempre que consideres que esta ropa es suficiente para ti, está bien. Pero recuerda que vamos a estar fuera al menos dos semanas, ida y vuelta a Ymir, así que lleva ropa en consecuencia —le sugerí, señalando su armario—. Por otro lado, lo que no tengas te lo proporcionará el Gremio. Para eso nos patrocinan en esta misión.

— Tranquilo, llevaré suficiente ropa para el viaje. Por lo demás, gracias. Nunca he viajado tan lejos, así que no estoy tan preparada —dijo, sonriéndome de nuevo.

Al menos sus cosas principales, como la ropa y la mochila, estaban cubiertas. Para lo demás, escribiría una carta al Gremio y me aseguraría de que estuviera listo para mañana. No creí que tuviera que hacer mucho más en su habitación por el momento. Sería mejor retirarme y escribir la carta cuanto antes.

— Tália, ¿por casualidad tienes papel y pluma? Necesito escribir una lista de las cosas que vamos a necesitar para el Gremio.

— ¡Claro! Déjame buscar por aquí y te lo llevo a tu habitación —dijo, levantándose y dirigiéndose a unos cajones.

— Te lo agradezco, Tália —respondí, dirigiéndome hacia la puerta—. Por cierto, necesito pluma y tinta, no lápiz. Lo que voy a escribir es un documento formal —aclaré antes de salir.

Ella levantó el pulgar en señal de que entendía mientras continuaba buscando. Con eso confirmado, regresé a mi habitación para revisar qué necesitaría yo.

Apenas entré, revisé lo poco que tenía conmigo y traté de hacer memoria de lo que guardaba en el tren. En la cabina tenía las cosas más básicas: equipo de emergencia, mantas, refacciones para la radio y los circuitos eléctricos, e incluso algunas latas de comida en los baúles.

Sin embargo, todo eso estaba calculado para un viaje en solitario. Si consideraba a Tália, necesitaría duplicar algunas provisiones, especialmente comida y mantas. Lo demás podía considerarse prescindible, pero lo esencial era innegociable.

Mientras organizaba mis pensamientos, la puerta de mi habitación se abrió sin previo aviso. Apenas me sorprendí, sabiendo que la única persona conmigo en la posada era Tália. Nadie más entraría así.

— Bullet, aquí tienes lo que me pediste —dijo, mostrándome unas hojas grandes enrolladas y una tabla de madera gruesa junto con dos tinteros.

— Perfecto, déjalo sobre la cama. ¿Hay algo más que necesites? Así lo incluyo en la carta —pregunté, observando con asombro el tamaño de las hojas que traía.

Eran enormes, más apropiadas para dibujar que para escribir una carta. Dudando, tomé un recorte de una de las hojas y uno de los tinteros con su pluma. El resto lo dejó sobre la cama, tal como le pedí.

— Entonces, ¿necesitas algo más? —insistí, mirándola de reojo.

— ¿Eh? —Se volteó, algo confundida—. No, no necesito nada más. Pero pide lo que consideres necesario para mí.

— De acuerdo —asentí y desplegué la hoja sobre la tabla.

Mojé la pluma varias veces en el tintero y, con la mayor delicadeza, comencé a escribir la carta, cuidándome de no manchar la hoja:

Destinatario:
Lucius, subalterno de la jefa de la Sucursal del Gremio de Comercio de Steinheim

Asunto:
Solicitud de reabastecimiento para entrega ferroviaria a Ymir

Me dirijo a ustedes en calidad de maquinista de la locomotora 602, identificada como Edelweiss, asignada a una importante entrega por petición del Ejército de las Regiones del Norte, con destino a la fortaleza en la frontera de la cadena montañosa de Ymir.

Ante la responsabilidad que implica este contrato, solicito el reabastecimiento necesario para asegurar el cumplimiento exitoso de la entrega. Agradezco de antemano su atención y urgencia en gestionar los siguientes suministros esenciales:

I. Equipos de emergencia invernal para dos personas.
II. Raciones enlatadas para dos adultos, suficiente para dos semanas.
III. Tres cajas de bengalas de alta duración.
IV. Refacciones para equipo eléctrico y de radio.

Asimismo, solicito el siguiente equipamiento básico para el personal de la locomotora:

I. Ropa de invierno femenina, talla grande, joven de 1.80 metros.
II. Material de cama.
III. Productos de higiene femenina.

Para garantizar la seguridad del envío, también solicito el siguiente armamento:

I. Cuatro cajas de balas de 10x23mm Imperial P
II. Rifle de uso general con municiones correspondientes.
III. Equipo de mantenimiento para armas.

Agradezco enormemente que se nos proporcionen los suministros descritos.

Atentamente,
Bullet y Tália

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