El Final de la Guerra... El Final de la Maldición, Parte Final

Con los vagones ya desenganchados, me dirigí hacia la Gran Colmillo y sus crías. Todavía estaban cerca del vagón acorazado, disfrutando de su reunión familiar. Al verme acercarme, una de las crías saltó de la espalda de su madre con entusiasmo, pero apenas logró avanzar unos metros antes de caer enterrada en la nieve.

— Bueno, parece que alguien está emocionado —murmuré con una sonrisa.

Me acerqué con cuidado a la cría y comencé a cavar en la nieve con las manos. Era fría y áspera, pero no me detuve hasta liberar su pequeño cuerpo. La levanté por debajo de las patas delanteras y la observé detenidamente. Sus ojos brillaban con curiosidad mientras se refregaba contra mí, emitiendo pequeños chillidos.

— Pequeña cosa traviesa... Vamos con tu madre.

La llevé en brazos de regreso hacia la Gran Colmillo. La imponente criatura adulta me observó con esos ojos profundos y fieros, pero no mostró hostilidad. Al devolverle a su cría, aproveché para hablarle con toda la firmeza que pude reunir.

— Sé que te he hecho cosas horribles... Pero necesito pedirte un favor. —Tomé aire, enfrentándome a la intensidad de su mirada—. Necesito que escoltes a Tália lejos de aquí. Yo me quedaré con los vagones y distraeré al ERENOR. Ustedes huirán bajo la tormenta. Sé que puedes hacerlo. Por favor... hazlo por mí.

La Gran Colmillo me observó en silencio, sus ojos como pozos insondables. Era imposible leer sus pensamientos, pero algo en su expresión me hizo creer que entendía. Entonces, inesperadamente, se acercó y lamió mi rostro con su lengua áspera. Luego, empujó suavemente mi pecho con su nariz, como si me guiara hacia la cabina.

— Asumo que eso es un sí... —murmuré, aliviado, mientras una sonrisa cruzaba mi rostro.

El momento había llegado. Lo más difícil estaba por venir: explicarle a Tália lo que debía hacer. Mi corazón ya dolía ante la idea de separarme de ella, pero no podía permitir que fuera arrestada por mi culpa. Su vida no estaba en peligro, y no la expondría a más problemas.

Mientras me dirigía hacia la cabina, el peso de mis emociones se volvió aplastante. Cada paso era más pesado que el anterior, mi garganta se cerraba y mis ojos se humedecían. ¿Cómo podría dejarla? ¿Cómo explicarle que este viaje, que habíamos compartido tan intensamente, debía terminar aquí?

Finalmente, llegué a la puerta de la cabina. Mis manos temblaban al tocar el frío metal. Respiré hondo, intentando reunir el coraje necesario. Tenía que hacerlo. Por ella. Por nosotros.

Abrí la puerta.

El cálido ambiente que me recibió era tan familiar como reconfortante. A pesar de las abolladuras y los daños, la cabina conservaba su esencia acogedora. El fuego en la caldera parpadeaba de manera intermitente, llenando el espacio con una luz danzante. En el centro de la cabina estaba Tália, de pie, con los brazos cruzados detrás de la espalda. Su expresión era una mezcla de orgullo y tristeza. Sus orejas, parcialmente levantadas, y su cola colgando inerte reflejaban su lucha interna.

A su alrededor todo estaba ordenado: un mapa desplegado sobre la mesita plegable, una libreta con anotaciones toscas y, junto a la caldera, un cajón de madera rebosante de carbón, con la pala descansando en su lugar. Parecía que había preparado a Edelweiss para el siguiente viaje...

Lástima que no lo haremos juntos.

— Veo que ya tienes todo listo... —logré decir antes de titubear y obligarme a mirar al suelo.

Tália me miró, sus ojos, aquellos que vi la primera vez que me levanté a su lado, me miraba con la misma expectación de aquella vez. Sin embargo una triste sonrisa le recorría el rostro.

— Hay una vía a un kilómetro de aquí que atraviesa las montañas en dirección a Eichernberg, de ahí se podemos volver a Steinheim... —dijo, con un temblor apenas perceptible en su voz—. ¿Es aquí... donde nos tenemos que separar?

Sus palabras atravesaron mi pecho como una daga, revolviendo mis vísceras con violencia. Suspiré, derrotado. Lo sabía... ella lo sabía y aun así sonreía... 

— Asumo que no te puedo esconder nada... —admití con pesar.

Las lágrimas comenzaron a brotar en los ojos de Tália.

— Todo tiene un precio en esta vida... —murmuró, comprendiendo al instante—. Dime, ¿realmente tiene que ser este?

— Tália... no será por mucho tiempo. Volveré una vez sea juzgado, te lo aseguro. Apenas notarás mi ausencia...

Pero por más que lo dijera, sabía que no era cierto.

A pesar de que mi corazón me suplicaba quedarme con ella, sabía que lo correcto era dejarla ir. Si huíamos juntos, la pondrían en la misma bolsa que a mí, y sería juzgada por crímenes que no había cometido. No podía permitir que eso sucediera. No a Tália.

Como siempre, verla llorar me rompía por dentro. Sus lágrimas caían sin control, su voz se ahogaba entre sollozos, y sus orejas ahora caían completamente, al igual que su cola, que pendía inmóvil. Era una imagen que me desgarraba. Quería quedarme, abrazarla y prometerle que todo estaría bien, pero no podía.

— ¡Pero Bullet...! —gritó, abalanzándose sobre mí, sus brazos me atraparon con desesperación, no me resistí, no podía—. ¡No quiero separarme de ti... no quiero estar lejos de ti... no puedo! ¿Quién me va a acariciar la cabeza cuando esté mal? ¿Quién va a comprarme mis panes? ¿Quién va a halagar a esta mestiza si no eres tú...?

— Tália... nos volveremos a ver, te lo prometo —susurré, comenzando a acariciarle la cabeza con suavidad.

— ¡Tú dijiste que no me ibas a dejar! —me golpeó el pecho con los puños, como una niña desbordada por la emoción—. ¡Me mentiste! ¿Cómo sé que esto tampoco será una mentira?

— ¡Porque no te estoy dejando realmente! —la detuve, abrazándola con fuerza, sintiendo su calor contra mi pecho—. ¡Te amo tanto que nunca me atrevería a dejarte! Esto... esto es solo un hasta luego.

— ¡Pero tú... tú...! —Su voz se quebró, hundiendo su rostro en mi ropa—. ¡Simplemente no quiero perderte...!

Su llanto silencioso resonaba en mi alma. Todo mi ser quería tranquilizarla, pero sabía que mis palabras solo serían un consuelo temporal. Así que me limité a abrazarla con más fuerza, cerrando los ojos mientras aspiraba por última vez su aroma mentolado, tan único como ella.

Ella había sido mi luz en la oscuridad. La primera en mostrarme cariño en tanto tiempo, aquella con quien pude comenzar a enfrentar mis miedos, mi pasado, y descubrir cuál era mi verdadero propósito. Ahora, estaba obligado a apartarme de ella, aunque mi corazón me rogara lo contrario.

— Tália, ya no puedes quedarte mucho tiempo aquí —le dije, arrodillándome frente a ella—. Tienes que irte. No quiero verte encerrada en una celda...

Mis palabras parecieron sacudirla. Me miró fijamente, con sus grandes ojos rebosando infinidad de lágrimas, y como último recurso levantó un dedo hacia mí.

— ¡Entonces cásate conmigo! —exigió con tanta fuerza que por un instante el tiempo pareció detenerse—. ¡Prométeme que te casarás conmigo y que estaremos juntos para siempre! ¡Promételo, y solo así... solo así me iré en paz!

La seriedad de su propuesta me dejó sin palabras. ¿Cómo podía negarme? Por más que esa promesa me pareciera imposible viendo lo que me esperaba, si con ella lograba que Tália se marchara y estuviera a salvo...

— ¡Te lo prometo, Tália! —dije con una sonrisa temblorosa, mientras las lágrimas se acumulaban en mis ojos—. ¡Te prometo que tendrás el anillo y el vestido más hermoso que alguien haya visto! ¡Incluso tendremos tantos hijos como quieras! 

—Bien... —dijo, esforzándose por sonreír mientras apretaba los dientes con fuerza—. ¡Lárgate antes de que me arrepienta! —Se dio la vuelta hacia la caldera, intentando secarse las lágrimas con un dedo—. ¡Pero cumple tu promesa, porque si no lo haces, te juro que te perseguiré hasta hasta el fin del mundo! ¡¿Me entendiste?! ¡Lárgate! —me amenazó, aunque su voz se quebraba con cada palabra.

Verla tan decidida, tan fuerte a pesar del dolor, me dio la idea para sellar este compromiso de manera simbólica.

Desenfundé mi pistola, aquella que había sido mi compañera desde la muerte de mi abuelo. La examiné una última vez. El arma estaba pulcra y bien mantenida, como siempre gracias a Tália. Con cuidado, me quité la pistolera del pecho y me acerqué a ella.

— Tómala —le dije, colocando la pistola en sus manos—. Me protegió cuando más lo necesité, y ahora será tuya. Este será el símbolo de nuestra unión. Con ella queda testimonio de mi promesa y de mi amor por ti. Edelweiss te protegerá mientras espero nuestro reencuentro. Cuídalas bien hasta entonces.

— ¡Te la devolveré, ¿me escuchaste?! —exclamó, agarrándome con fuerza del brazo antes de tirar de mí para darme un último beso.

No forcejeé. No quería resistirme, no quería herirla más de lo que ya lo había hecho. Así que me dejé llevar, sintiendo su calidez y la profundidad de su amor en cada segundo de aquel beso. Finalmente, cuando estuvo satisfecha, me empujó suavemente hacia la puerta.

— Ahora sí, ya puedes irte... —dijo con una sonrisa que trató de ser firme, mientras su peluda cola se movía una última vez para mí.

— Gracias... —logré decirle, mi voz yacía rota por las emociones, incontrolables ya.

Salí de la cabina, dejando atrás todo lo que amaba, mientras el peso de mis emociones amenazaba con aplastarme. Sentía un nudo en la garganta y las lágrimas luchar por salir, pero debía mantenerme firme. Con el recuerdo de sus labios en los míos, miré por última vez hacia la cabina, donde Tália se ponía la pistolera al nivel del pecho, cerca del corazón, antes de cubrirse con su poncho de lana bordado en rojo.

Era hora de partir...

Rápidamente y sin cuidado, descendí por uno de los helados laterales de la carbonera y sentí cómo mis botas crujían al tocar el suelo cubierto de nieve. Desde el hueco roto de la ventanilla, pude ver cómo Tália me observaba. Su mirada intentaba permanecer firme, pero sus ojos delataban el dolor que ambos compartíamos. Apenas me vio bajar, volvió al interior de la cabina. Durante unos eternos segundos, sentí la esperanza absurda de que cambiara de opinión y apareciera corriendo por la puerta para detenerme. Pero no fue así.

Cuando mis propios deseos de volver a ella comenzaron a ganar terreno en mi mente, el sonido mecánico de los frenos siendo levantados resonó con fuerza, rebotando entre las paredes montañosas que nos rodeaban.

"¡Clack-clack! ¡Psssssssss!"

El vapor escapó con un siseo furioso desde debajo de las ruedas motrices, y poco a poco estas comenzaron a girar con fuerza. Edelweiss empezó a moverse, alejándose de mí. Cada traqueteo de las ruedas contra los rieles reverberaba en mi pecho, haciendo que me cuestionara si estaba tomando la decisión correcta.

Pero entonces vi a la Gran Colmillo. La majestuosa criatura comenzó a trotar junto al tren, sus crías la seguían con torpeza. Esa imagen disolvió mis dudas. Había roto la maldición. Ya no habría más muertes.

 —Fue un placer, compañeras... —murmuré, inclinándome en una reverencia hacia Edelweiss y las criaturas mientras las veía desaparecer en la distancia. Pero sobre todo a Tália... al amor de mi vida y que ahora, se alejaba ante mis ojos...

Cuando el tren y la Gran Colmillo desaparecieron por completo entre la nieve y el vapor, sentí que la última capa de protección contra el frío también se desvanecía. El viento comenzó a soplar con fuerza, rebotando entre las montañas como un lamento de mi alma. El frio se colaba en cada rincón de mi ser, y el peso de la soledad cayó sobre mí como un muro implacable e infranqueable.

Ellas se habían ido. Ya no quedaba nadie para consolarme. Solo podía esperar que mi abuelo o mis padres me estuvieran acompañando desde el más allá. Incluso si fuera Fio quien me vigilaba en este momento, habría sentido algo de consuelo.

— Hice lo correcto al dejarlas ir —me dije a mí mismo, aunque mis palabras no lograban calmar el vacío en mi pecho.

Caminé en dirección a los vagones, dejando que mis dedos se arrastraran por las paredes heladas. Con cada paso, mi mente regresaba al recuerdo de la última sonrisa de Tália. A pesar de todo lo que le había hecho pasar —el incidente en la estación, contarle mi historia, confiar en ella incluso sin explicar completamente por qué liberé a los Colmillos—, ella nunca me dio la espalda. Incluso cuando la obligué a separarse de mí para salvarla, me despidió con un beso y esa sonrisa que quedaría grabada en mi alma.

— Soy un idiota... —concluí, permitiendo que una sonrisa agridulce cruzara mi rostro mientras apoyaba la palma de mi mano sobre la fría superficie de uno de los vagones.

Cuando alcancé el vagón acorazado, me subí, intentando entrar por aquel hueco dejado por la Gran Colmillo, tratando de calmar mis pensamientos. Entonces, una cara peluda con pequeños colmillos blancos asomó por el hueco metálico entre la puerta y la pared. Me quedé inmóvil, sorprendido.

— ¿Qué haces aquí? —pregunté con incredulidad al ver a la cría que había saltado hacia mí en la nieve—. ¿Tu madre y tus hermanos se fueron hace un rato? ¿Te dejaron atrás por algo?

La pequeña criatura me miró con sus brillantes ojos llenos de curiosidad. Aunque no podía responder, su lenguaje corporal era claro: se refregó contra mí con entusiasmo, meneando su cuerpo de un lado a otro como si celebrara su descubrimiento.

—Jajaja... Asumo que no vas a responderme, ¿cierto? —dije con una sonrisa mientras extendía la mano para acariciarla—. ¿Chica inquieta? —dudé al no saber si era macho o hembra—. Supongo que da igual por ahora. ¿Quieres quedarte conmigo hasta que lleguen esos soldados malos?

La cría lamió mi mejilla con su lengua áspera y me acompañó por a través del interior del gélido y oscuro vagón acorazado. Me recosté contra una de sus paredes, frente al hueco por el que entré y la cría se acomodó sobre mis piernas. Su pelaje sedoso era cálido, y no pude evitar agradecerle el gesto.

— Asumo que eso es un sí —murmuré, acariciando su lomo mientras la veía cerrando los ojos.

Aunque el miedo al ejército y la incertidumbre sobre mi futuro seguían presentes, tenerla conmigo hacía que el frío y la soledad fueran un poco más llevaderos.

— Si llego a tener un compañero de celda, esta será una buena anécdota para contar... —reí con amargura, aunque el pensamiento de la prisión seguía pesando en mi mente—. ¿Qué será de mí después de que me encarcelen...? —le pregunté a la cría, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a deslizarse una vez más por mis mejillas.

Sorprendentemente, la pequeña se sentó sobre sus patas traseras y extendió sus patas delanteras hacia mí, buscando abrazarme. Sus ojos, antes juguetones, ahora brillaban con una ternura que jamás había esperado de una criatura como ella.

Fue entonces cuando lo entendí.

— Asumo que esto es una pequeña recompensa por todo lo que hice por ti, Fio —dije, levantando la vista hacia el techo negro del vagón—. Pero no será suficiente hasta que vuelva a estar con Tália. No hasta que pueda sentir su calor mentolado y verla sonreír nuevamente.

Tenía que ser fuerte. Por Tália. Ella había encontrado la fortaleza para despedirse con una sonrisa, y yo debía hacer lo mismo. Recordaría cada momento que compartimos, aferrándome a la promesa de que nos volveríamos a encontrar. Porque lo haré, siempre volveré con ella, cueste lo que me cueste. Ni la mismísima muerte ni el propio mundo.

— Gracias... gracias Tália... gracias por estar ahí, y lo siento, siento no ser el mejor. Pero volveré contigo... volveremos a estar juntos...

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Ultimo capitulo... Se dice rápido y me pesa en la mente como si esta fuese mi ultima vez... Espero realmente que les esté gustando, a todo aquel que haya llegado hasta acá obviamente.

Es difícil decirlo, pero siempre tiene que haber un final, bueno, malo, un final. La historia aún no ha terminado, es solo el comienzo de todo, aún queda el epilogo... Aun queda... Les prometo que lo haré lo mejor que pueda...

¡Invito a cualquiera a comentar, criticar y apoyar con lo que sea!

¡No tengo mucho más que decir, así que me despido, espero verlos/leerlos en el epilogo!

¡Ahhh y acuérdense de darle a la estrellita y compartirlo si les gusta!

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