El Final de la Guerra... El Final de la Maldición, Parte 5

Esto definitivamente es un sueño. ¿Qué otra cosa podría ser salvo eso?

Solo quedaba encontrar a quien me había traído aquí. Tenía claro que no fue mi abuelo, dado que no estaba dentro de la cabina de Edelweiss, en aquel limbo oscuro. Aquí todo era luz y blancura; no podría ser ese limbo ni por asomo.

— ¿Entonces qué es? —pregunté desconcertado.

— Mi rincón personal —respondió dulcemente una voz femenina—. Estás en mi rincón mental personal y, como has podido ver, he eliminado todas las cosas que pueden estorbarnos.

Como había esperado, alguien me había traído aquí, y qué bueno que se presentó; no me agrada estar tan solo en estos "lugares".

— Dígame, dulce señorita, ¿Qué le ha hecho traerme aquí? —pregunté con cordialidad mientras me giraba en dirección a la voz.

Al darme la vuelta, vi a una joven de pelo grisáceo parada frente a mí, vestida con un largo vestido blanco adornado con algunas joyas doradas y de colores engarzadas a lo largo de toda la prenda. Tenía un aura y una figura exótica, algo fuera de este mundo. Sus ojos no eran muy grandes y parecía tenerlos casi completamente cerrados, pero su mirada serena y apacible me generó una sensación de confianza casi al instante.

— ¡Ohhh! Eres más educado de lo que pensaba —dijo sorprendida mientras abría ligeramente los ojos y cubría su sonrisa con los dedos.

— Debo confesar que recibí una buena educación a la hora de hablar con bellas damas.

— Jajaja... Incluso sabes coquetear —sonrió—. Permíteme presentarme. —Hizo una reverencia con su vestido y continuó—: Me conocen por muchos nombres, incluso tú sabes uno de ellos: "Diosa del Frío" o "Diosa de las Regiones del Norte" para otros. Pero, para tu comodidad, llámame Fio. Será más sencillo para ti.

¡La Diosa del Frío! ¡Estoy frente a la Diosa del Frío! Con esto sueñan muchos religiosos, y aquí estoy ahora, frente a ella. Ante esta revelación y aún confundido, solo pude hacerle una reverencia y disculparme. Aunque no fuese creyente y con todas las cosas que han sucedido estos días, la revelación fue un golpe que no pude prever.

— Le pido disculpas, señorita Fio. No sabía que estaba tratando con usted.

— Levántate, muchacho. Ya hay muchos que me rezan a diario como para que tú lo hagas también —me invitó con un gesto de su mano a levantarme—. No me esforcé para traerte aquí solo para que me idolatraras.

— ¿Por qué estoy aquí, entonces? —levanté despacio la cabeza hacia ella.

— Te llevo viendo desde hace mucho tiempo... Concretamente, desde el día en que falleció tu abuelo. Como ya te habrá dicho, le ofrecí un trato para que siguiera cuidándote mientras me pasaba información de vez en cuando. Incluso yo me tomaba el tiempo para verte personalmente.

— Es un honor haber llamado su atención, señorita Fio —respondí, agachando ligeramente la cabeza hacia ella—, pero asumo que no estoy aquí solo para recibir la noticia de que usted me ha "acosado" con ayuda de mi abuelo...

Ahí voy de nuevo. Nunca puedo tener una charla con la autoridad sin intentar ser irónico.

— Entenderá que me hallaba en una situación un tanto peliaguda y que desearía terminar lo más pronto posible.

— Y he ahí la razón por la que estás aquí. Siéntate, por favor. —Con un ligero movimiento de ambas manos, hizo aparecer de entre la bruma una mesa y una silla frente a mí.

— Gracias... —Asentí, ignorando el hecho de que la mesa apareció de la nada, y me senté, dejando mi rifle recostado a un lado, no me sentía del todo seguro—. Bien, entremos en tema, por favor.

Sin perder un ápice de estilo y educación, se sentó frente a mí y fue directo al grano.

—No sería propicio para nadie que mates a un Gran Colmillo —dijo, manteniendo aquella mirada serena—. Y antes de que lo menciones, entiendo tu situación. Sé que les guardas un odio acérrimo, pero también sé que, en el fondo, los entiendes. Entiendes la razón por la que murió tu abuelo, y eso te lleva a comprender, aunque no lo admitas, la razón de los Gran Colmillo para atacarles ahora a ustedes.

Aún seguía con cierto escepticismo ante estar frente a una diosa, pero no me costaba creer que me había observado. Mi abuelo lo hacía, ambos me lo dijeron. Sin embargo, que una diosa lo hiciera me parecía muy raro, y más aún que se preocupara por mis acciones directamente.

— No dudo que entienda lo que siento, pero para mí va más allá de lo que le pueda expresar a alguien. Ya con mi abuelo decidí cuidar de Tália, no malgastar mi vida muriendo como un idiota. Por eso sé que, si no acabo con ese Colmillo, Tália va a acabar herida o, peor, muerta... —Bajé la mirada y suspiré—. Y si ya me costó superar la muerte de todos a mi alrededor, ahora que estoy con Tália, ni me imagino una vida sin ella. ¿Entiende lo que es para mí haberlo perdido todo?

— Sí... —afirmó con pesadez, haciendo aparecer una pila de cartas desde la bruma—. Peticiones como estas me llegan a diario. Muchas son nimiedades: dinero, comida, mujeres u hombres. Pero otras, sobre todo en tiempos de guerra, son mucho más duras. Niños rezan por sus padres, los mismos padres rezan por sus hijos. Muchos otros me maldicen por no hacer nada, y unos pocos se suicidan culpándome de todo... Entiendo lo que es ver morir a la gente y no poder hacer nada.

Con una ligera pausa, y un nuevo movimiento de su mano, hizo desaparecer aquella pila de cartas, regresándolas a la bruma que nos rodeaba. Luego, con una cordial sonrisa, volvió su mirada hacia mí.

— Pero tú fuiste diferente en ese aspecto. Nunca te cuestionaste tu realidad; siempre luchaste para seguir adelante. Muchas veces eludías los problemas, eras un niño, lo comprendo. Pero, al contrario de muchos, si tenías que culpar a alguien, siempre te culpabas a ti. Si alguien moría, era tu culpa; si no hacías algo, también era tu culpa... Como te habrá dicho tu abuelo, tu combustible para seguir adelante era la ira, la culpa y la tristeza. Fuiste presa de ellas tanto tiempo que ahora, por más que digas que cambiaste, que tienes un nuevo propósito y que protegerás a Tália, sigues llevando aquellos vagones con las crías... Querías venganza contra los Colmillos.

— ¿Y qué quieres que haga al decirme esto? ¿Qué diga: "no, sabes qué, no estoy enojado con los Gran Colmillo, todo fue nuestra culpa"?

— La guerra te dejó muchas secuelas, muchos problemas que resolver, y eso no lo cuestiono. Pero dime, a lo largo del viaje que has tenido con Tália, con lo que han vivido, ¿no has redimido o entendido muchos de tus problemas? Tu abuelo, por ejemplo. A pesar de haberlo tenido que matar, sumado al significado de tu nombre actual, pudiste reunirte con él y entender que no fue tu culpa. Y que, aunque esté en el limbo ayudándome, sigue contigo a donde vayas...

Es una triste realidad, pero es verdad. Él sigue conmigo, apoyándome desde el limbo y siempre velando por mi seguridad. Reunirme con él me abrió bastante los ojos, ayudándome a mover aquella pesada carga de remordimiento que guardaba por su muerte.

— Con tus padres, lo mismo. Fallecieron para que escaparas, y ahora te vigilan desde el más allá, cuidándote si es necesario. Nunca murieron por tu culpa; murieron para protegerte. Pero llevémoslo a otro caso: el pueblo que arrasaron los soldados. ¿Aún crees que podrías haber hecho algo si volvías? ¿Haber salvado a alguien, quizás? ¿Hubiera cambiado algo? ¿O estarías muerto en una fosa común en medio de las montañas, haciendo que el esfuerzo de tus padres se perdiera en vano?

Si hubiera vuelto a aquel pueblo... ¿Qué hubiera hecho si volvía? ¿Realmente un niño podría haber salvado a alguien? Pero la imagen y el remordimiento siguen ahí, latentes. El conocido "y si hubiera hecho A en vez de B...".

— ¿A qué intentas llegar, Fio? —la cuestioné, evadiendo su pregunta—. Para charlas morales puedo ir con mi abuelo, que al menos me deja bromear con él...

— ¿Quieres que lo traiga acaso? —me miró con aquellos ojos entrecerrados, invitándome a aceptar—. Si quieres hablar con él, no tengo problema en traerlo.

— No te molestes —le indiqué con la mano—. Deja descansar al viejo. Ya le doy muchos problemas como para llevarlo frente a su jefa.

— Y esa es otra de tus cualidades: tienes una habilidad innata para el habla —sonrió con picardía—. Sabes cómo dirigir una conversación hacia donde quieras y regresar en cualquier momento. Aunque tuviste aquel incidente con Amelie Grant; ella te dijo varias verdades por la radio...

Amelie Grant. La Mayor Grant. La persona por la que estoy, en parte, pasando todo este calvario con los Gran Colmillo. Me obligó, de cierta manera, a enfrentar mis demonios, aun si apenas nos conocimos por un par de horas.

— Ahí te diste cuenta de que podrías perderlo todo nuevamente, ¿no? Por eso empezaste a contarle tus cosas a Tália. Sentiste que, si todo iba a acabar, alguien debía recordarte y saber tu historia. ¿Y quién mejor que aquella mestiza cariñosa y adorable? Un lucero en tu oscuridad, capaz de portar tu llama de convicción egoísta hacia otros. No fue un mal plan... —asintió, convencida—. Te abriste a ella y le permitiste entrar más en tu ya dolido corazón. Antes, ella había plantado esa semilla de confusión en ti que te permitió hablar con ella.

Aquella charla que tuve con Tália en la cocina de la posada debe ser a lo que se refiere...

— Su sonrisa te enamoró y, como todo hombre, quisiste defenderla, aunque fuera lo último que hicieras. Un nuevo propósito había nacido: una redención por tus "pecados", un viaje a Ymir que le permitiría contactarse con su pasado, pero que a ti, un alma perdida y en pena, te llevó a lograr una conexión tan fuerte con tu historia que aquí te tengo, sentado en una mesa mientras charlamos ociosamente...

— Qué poético —aludí con sarcasmo—. Eres buena para narrar la historia de alguien. ¿Has pensado en dedicarte a escribir novelas?

— Tan gracioso como siempre —exclamó—. Un chiste por aquí, un chiste por allá, y todo el ambiente se calma. Se olvidan de la penuria. Asumo que tu soledad te llevó a desarrollar esa habilidad, muy efectiva, por cierto.

Era la primera vez que alguien me leía tan bien... Fio, tanto como diosa como psicóloga, daba miedo. Sabía qué temas tocar, cómo hacerlo y siempre mantenía esa mirada apacible, actuando como una dama en todo momento. Era similar a un estoque: daba cortes precisos y puntadas con una precisión milimétrica, sin perder su belleza y porte.

Lo que se podría esperar de la "Diosa de las Regiones del Norte". Sabía cómo tratar con cada uno de sus habitantes con la cordialidad y la fiereza de una noble.

Si no hubiera conocido a Tália y me hubiera encontrado con Fio antes, seguramente me habría enamorado de ella sin lugar a dudas. Pero ahora sentía más admiración hacia ella que atracción romántica.

— Pero no todo lo que brilla es oro... —dijo con pesar—. Muy en el fondo, seguías teniendo ese odio hacia los Gran Colmillos. Cuando hablaste con Lucius en el gremio y él te propuso este envío, por más que no lo supieras al principio, uno de los requisitos para realizarlo era tu historial de servicio. Eso debió moverte un poco. Quizás pensaste que alguien valoraba y daba mérito al hecho de haber sobrevivido a los Gran Colmillo, o tal vez te emocionó la posibilidad de encontrarte con uno de nuevo. Lo importante es que el envío se dirigía a Ymir, el lugar al que habías prometido llevar a Tália. Dos pájaros de un tiro: por un lado, cumplías tu promesa y, por otro, tenías ese envío misterioso... Como si todo estuviera preparado de antemano. ¿No te parece?

— Algo me dice que tuviste que ver con eso, ¿no es así? —inquirí, levantando ambas cejas—. Mucha casualidad sería si no fuera así: encontrarme con Tália, el contrato... Los Colmillos, la "jefa" del gremio, e incluso esta reunión.

— ¿Te olvidas de que soy una diosa? —respondió mientras se recogía el pelo coquetamente—. Mi deber es cuidar de las Regiones del Norte y de todos los que en ellas habitan. Aunque seas imperial de sangre y tu dios sea otro, en cuanto entras en mis dominios, te tengo bajo mi ala y te cuido como si fueras de los míos. Tú eres un caso especial para mí; me llamas tanto la atención que quise cuidarte un poco más. ¡Siéntete afortunado y rézame! —levantó los brazos en señal de grandeza.

— Parece que alguien está aprendiendo a usar la ironía... —comenté, suspirando y relamiéndome ligeramente los labios.

— Aprendí del mejor —afirmó con una sonrisa, mientras parecía señalarme con la mirada.

Por más retrospección que me estuviera dando, aún no habíamos abordado el tema principal y la razón de mi presencia allí. Parecía que quería tantear el terreno antes de ir con el plato fuerte. Yo habría hecho lo mismo, y no esperaba menos de una diosa.

— Redondeando... ¿por qué no quieres que acabe con el Gran Colmillo? —me puse serio y crucé los brazos.

— Ohhh... —pareció entristecerse un poco—. Y yo que quería seguir charlando... —se encogió de hombros con una ligera pena fingida—. Pero bueno, como te quiero tanto, me tomaré el tiempo de explicártelo. Y para eso, me voy a vestir acorde. —Dicho esto, levantó ambas manos frente a mí y chasqueó los dedos.

Con un rápido chasquido, parte de la bruma que nos rodeaba la cubrió por unos segundos y luego se disipó, concentrándose en una botella de vidrio que Fio sostenía en una mano.

Cuando desvié mi mirada de la botella hacia ella nuevamente, la vi con una gran melena de pelo blanco completamente erizado y partes de pelaje blanco en algunas secciones de su cuerpo. Lo que más llamó mi atención fueron los colmillos que sobresalían de su boca. Claramente parecía una mestiza entre Gran Colmillo y un humano. Sin embargo, a diferencia de los Gran Colmillo, sus colmillos no eran tan grandes y solo sobresalían un poco, conservando así gran parte de su belleza física.

— ¿Y qué te parece? —preguntó mientras se miraba con un espejo de mano y se arreglaba el pelo—. Como sé que te gustan las mestizas, me transformé en una...

— Y no podías elegir mejor raza que un Gran Colmillo, ¿no? —cuestioné, señalando sus dientes—. Te ves bien, salvo por esos colmillos. ¿Cómo haces para hablar bien con ellos? Y, por otro lado, no es que me atraigan las mestizas en sí; es solo que me crié en un ambiente alejado de los malos conceptos hacia ellos.

— No tienes que ocultar tu fetiche, Bullet —dijo burlonamente mientras hacía movimientos atrevidos frente a mí.

— Te aviso que el respeto que te tengo como Diosa de las Regiones del Norte lo estoy perdiendo... —le respondí, fingiendo decepción.

— ¡No me digas eso! —dijo con una cara de tristeza claramente falsa—. Me vas a hacer llorar... ¡Jajajaja! —Suspiró, secándose una lágrima fingida—. Eres uno de los pocos con los que puedo bromear así. ¿Realmente no te importa que sea una diosa, no es así? Quitando el saludo inicial, siempre estás en un estado de ataque y defensa frente a la autoridad, y eso me encanta de ti. Empujas los límites de tu humor al extremo, sin faltar realmente al respeto a los demás. Eres todo un caso, Bullet.

— Agradezco el cumplido nuevamente, Fio. Pero agradecería más que volviéramos al tema principal y el porqué tienes esa forma ahora —señalé su largo pelaje blanco.

No podía olvidarme del Gran Colmillo que había desaparecido no más de tres vagones de distancia de la cabina. El ambiente era muy bueno, pero seguía teniendo mis prioridades...

— Sigues preocupado por ese Colmillo, ¿no es así? —entreabrió ligeramente sus ojos hacia mí, volviendo a su semblante sereno—. Para tu tranquilidad, te puedo asegurar que Tália está bien. Ese Colmillo no la va a atacar. Hasta donde sé, ella sigue en la cabina "jugando" con los controles y la caldera.

— ¿Y cómo estás tan segura de eso? ¿Acaso será por uno de tus poderes de diosa? —me burlé, moviendo los dedos como si estuviera invocando algo—. Pero ahorrémonos esa explicación... ¿sí?

— Bueno... Tú te pierdes de una fantástica demostración de poderes... —respondió en tono tentativo—. Pero volviendo al tema, si no me equivoco, comprendes cuál es la razón de ser de los Gran Colmillo. Por si acaso, te lo explico. Simple y sencillamente, son los guías de las almas de la gente que fallece en mis dominios. Cuando una persona muere, sus restos se dividen en al menos dos partes: cuerpo y alma. El cuerpo queda en la tierra para ser despedido por sus seres queridos y servir como un faro de la existencia pasada de esa persona. El alma es...

Con ayuda de sus manos y unas expresiones realmente raras, comenzó a buscar la palabra adecuada para definir el alma de una persona.

Por momentos, sus dedos no paraban de moverse, haciendo movimientos similares a las patas de una araña. En otros, su boca y mejillas se apretaban debido a los colmillos que sobresalían por encima de sus labios. Parecía inconsciente de cómo se veía mientras dilucidaba palabras al azar. Hasta que, por fin, después de un espectáculo de expresiones bizarras, respondió:

— ¿La esencia de una persona? Igual no nos compliquemos con eso. Cuando alguien muere, el alma y el cuerpo se dividen. El problema viene cuando el alma no es guiada al "paraíso".

— ¿Acaso se convierten en almas en pena o errantes? ¿De esas que salen en los libros y los cuentos? —pregunté con escepticismo.

— Sí y no —respondió con una apenada sonrisa—. Para que lo entiendas: cuando fuiste al limbo con tu abuelo, viste sombras. Él seguramente te dijo que esas sombras no lograrían llegar al limbo, ¿verdad?

Asentí, sin terminar de entender cuál era su punto.

— Bien, ya entendido ese punto, podemos seguir. Cuando un alma no es guiada al "paraíso", se convierte en una sombra: una reminiscencia casi vacía de lo que fue esa persona en vida. Y, como sombras que son, están destinadas a vagar en tormento en el limbo, lugar donde tu abuelo se encuentra ayudándome. Por suerte, muchas de esas sombras tienen salvación, siempre y cuando puedan ser encontradas por los Gran Colmillo a tiempo. Hasta ahí no hay problema, mientras haya Colmillos, pueden ser salvadas... —suspiró—. El problema es que cada vez hay menos Colmillos disponibles...

— ¿Se puede saber la razón acaso?

— Y ahí es donde comienza todo... —chasqueó la lengua y asintió pesadamente—. Como bien intuyeron Tália y tú, doté a los Gran Colmillos con el poder de moverse a través de las tormentas, provocándolas incluso a voluntad. Como entenderás, las Regiones del Norte son muy extensas, y sus ciudades-estado y pueblos están separados por enormes distancias junto con las vastas montañas. Si a eso le sumas las tormentas regulares y el hecho de que no viajan en tren, necesitan una forma rápida y efectiva de desplazarse entre las ciudades.

Pareciendo cansada de todo, resopló, tomando airé, llenando su pecho y finalmente, dejando caer sus hombros. Una vez más me miró.

— Y si una mestiza y un humano pudieron descifrarlo... ¿Cuánto crees que les costó a los líderes de la Federación darse cuenta de ese hecho?

— ¿Años, quizás? ¿Meses...? —estipulé, sin mucho esfuerzo.

— El tiempo no importa; lo que importa es que lo saben. Saben que pueden generar tormentas para moverse. ¿Sabes cuánto tarda un Colmillo en viajar de Ymir a Steinheim?

Tomando en cuenta la velocidad a la que viajaron los Gran Colmillo durante nuestro último encuentro, uno pensaría que minutos, quizás unas pocas horas...

— ¡Treinta segundos! —aclaró exasperada, Fio—. ¡Piénsalo! Ocho mil kilómetros en treinta segundos... Revolucionarías el mundo del transporte con eso. Ya no tendrías que viajar semanas de un lado a otro llevando cargas; ¡la gente podría viajar en segundos de una ciudad a otra! ¿Y sabes a costa de qué...? De la vida de un único Colmillo. Con uno solo puedes nutrir a cientos de locomotoras como la tuya, si lo hacen bien...

— Pero si lo hicieran, los Gran Colmillos tendrían que morir en masa, ¿no es así? —levanté mi dedo índice al azar mientras pensaba—. Pero tú dijiste "si lo hicieran bien", entonces eso implica que aún no lo han logrado. Por ende, aún hay tiempo de retroceder o impedirlo.

Pensándolo objetivamente y desde el punto de vista de una nación como lo es la Federación, ese hallazgo sería monumental para todo tipo de cosas: transporte, comercio, suministros y... la guerra.

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