El Final de la Guerra... El Final de la Maldición, Parte 3
Conforme pasaban los minutos, o al menos lo que para mí parecían minutos, se me hacía más difícil siquiera no lagrimear. Me ardía completamente la mano, peor que cuando me hicieron la cicatriz en el ojo esos lupinos. El mínimo roce del viento frío me hacía sentir un dolor casi inaguantable. Como podía, me apretaba la herida para saturar mis nervios de dolor y así no sentirlo más, pero me era imposible. A la mínima que soltara la mano, la sangre saldría a borbotones y el dolor regresaría.
Mientras tanto, en mi otro brazo, con el que sostenía el rifle, el dolor era punzante aunque no lo moviera. El culatazo me había dislocado algo, de eso estaba seguro. Ardía el solo hecho de tenerlo estirado y, si lo movía, el dolor aumentaba todavía más. Tenía ambas extremidades prácticamente inmovilizadas por el momento.
— Viejo... ¡Aghhh! —apreté los dientes con fuerza—. Aún no estoy muerto... Estoy cumpliendo la promesa que les hice... —resoplé—. Sé que esa cosa no está muerta, volverá... Solo te pido que la retrases unos minutos... ¡Aghhh...! Luego de eso sigo, te lo prometo...
De pronto, Tália irrumpió en la cabina dándole un fuerte golpe a la puerta. Sostenía una gran caja roja, que dejó frente a mí sin perder un segundo.
— ¡¿Cómo te ayudo?! —preguntó con urgencia, abriendo la caja y tirando la tapa hacia un lado mientras comenzaba a sacar cosas—. ¡¿Qué hago?! —me gritó, angustiada.
— No es tan malo como parece —intenté tranquilizarla con una especie de sonrisa dolida—. Fue peor cuando me lastimaron el ojo. Me acuerdo que no te pusiste tan mal, y eso que no teníamos botiquín. ¡Jajaja!
— ¡No te rías, va a ser peor para ti! —me regañó llorosa, con las orejas caídas y la voz entrecortada.
— Te voy a mostrar lo bien que estoy... Mira...
En un intento por demostrar coraje, llevé la mano con el vidrio aún incrustado hacia mi boca y lo agarré con los dientes.
— ¡Afi se safa un vivio! —gruñí antes de jalar con todas mis fuerzas.
El dolor era indescriptible. La adrenalina ya había pasado, así que sentí cada milímetro del vidrio deslizándose dentro de la herida. Pero haría lo que fuera para que Tália no se preocupara. Además, no me gusta verla mal; un poco de dolor por ver una sonrisa en su cara no era tan terrible...
Tiré con todas mis fuerzas mientras Tália me miraba con una mezcla de escepticismo y preocupación, luchando contra su impulso de detenerme. Pero fue demasiado tarde. Justo cuando extendió las manos para ayudarme, el vidrio ya estaba fuera, y yo lo sostenía con los dientes llenos de sangre.
— ¡Tduhhh! —escupí el ensangrentado vidrio hacia un lado, lejos de nosotros.
El trozo cayó cerca de la puerta, dejando una grotesca estampa roja. Aun así, la sensación de libertad en mi mano valía la pena. La expresión de shock en el rostro de Tália fue un espectáculo en sí mismo.
— ¡¿Tú... acabas de...?! —balbuceó, mirando el vidrio en el piso como si no pudiera creerlo.
— No hay un hospital cerca, y tú no sabes sacarlos. Créeme, así estoy mejor. Ahora, ayúdame a vendarme, por favor. Ahí sí que necesito tu ayuda...
— ¡¿Eh?! —se sobresaltó—. Pero yo nunca...
— ¡Ya lo hiciste una vez con mi ojo! —le señalé la caja donde en el pasado había encontrado las hierbas necesarias—. Tália, esa cosa va a volver, y necesito que estés en los controles. No podemos cambiar roles ahora. —La miré con seriedad—. Así que, si quieres que ambos lleguemos a Ymir, ayúdame a vendarme.
No quería imponerle nada a Tália, pero este no era el momento para sentimentalismos. Si queríamos llegar, ella debía estar en los controles, y yo disparando.
Tália seguía mirando el vidrio en el piso, como si no lograra entender cómo lo había hecho. Su respiración agitada era un claro indicador de que el momento la sobrepasaba; tomaba largas bocanadas de aire solo para volver a hiperventilar.
— ¡Tália, céntrate, por favor! —le grité, al borde de perder la paciencia.
— Yo... yo... —comenzó a parpadear rápidamente y a controlar su respiración—. Bien... ¡Uf!... Bien... ¿Qué... qué necesitas?
— Primero, respira profundo —le insté—. Luego, pon tus manos sobre mi hombro. Cuando yo te diga, empújalo con todas tus fuerzas. ¿Entendido?
— Creo que sí... —afirmó, aunque sus dudas seguían siendo evidentes.
Al menos, Tália se había calmado. No quería enfrentar esto solo...
Mi brazo me dolía con solo tenerlo quieto a un lado del cuerpo. Sentía cómo ardía todo el hombro y parte de la espalda. Aunque no podía ver mi espalda, asumí que no había nada roto: no sentía ningún hueso sobresalir, y el dolor no estaba centralizado en un punto, sino que era amplio, como si el hombro se hubiera salido de su lugar.
— Tália, ayúdame a ponerme recto contra la pared...
Con un poco de esfuerzo de mis piernas y el apoyo constante de Tália, logré recostarme mejor contra la pared de la cabina, dejando mi espalda lo más recta posible. A cada movimiento, el grito mudo de mi hombro me quemaba por dentro, y las ganas de maldecir a los cuatro vientos se acumulaban en mi garganta. Finalmente, apoyé el hombro contra uno de los gélidos soportes metálicos de la cabina que sobresalía ligeramente. Respiré hondo, tratando de armarme de valor.
— Esto va a doler —le advertí a Tália con una sonrisa que apenas logré dibujar, antes de hacerle una seña con la cabeza—. Uno... dos... dos y medio...
Flexioné mi torso hasta casi tocar con mi frente el piso.
— ¡Ahora, Tália, empuja mi hombro! —le pedí mientras me tiraba hacia atrás con fuerza.
"¡Plack-Crghhh!" El sonido seco resonó en toda la cabina, y por un instante sentí como si todo el aire de mis pulmones hubiese sido arrancado de golpe. El golpe contra el soporte había logrado reacomodar mi hombro en su lugar original. El dolor desapareció casi por completo, dejando solo una molestia residual que abarcaba toda la zona.
— Ufff... Ufff... Ufff... lo... logramos. Ya no me duele más... —celebré para mí mismo mientras recuperaba el aliento—. Te doy un consejo, Tália: nunca dispares un rifle con un solo brazo... —bromeé, intentando relajar el ambiente mientras abría y cerraba la mano, comprobando que podía moverla sin problemas.
— ¿De verdad ya no te duele? —preguntó Tália, con una preocupación que todavía no se apagaba en su mirada.
— Solo molesta, nada más. —Le palmeé la cabeza suavemente, intentando tranquilizarla—. Gracias a tu ayuda, ya no me duele. Ahora solo falta mi mano... Ayúdame con la venda. Vendarse con una sola mano no es sencillo. ¡Jejeje! —reí, buscando arrancarle una sonrisa.
Tália me miró en silencio por un instante antes de morderse ligeramente el labio y asentir. Luego, sacó todo lo necesario del botiquín: vendas, un antiséptico de color verde, unas pinzas, y un frasco de vidrio lleno de analgésicos blancos, que dejó ordenadamente frente a mí sobre el suelo.
— Dame tu mano, por favor —me pidió mientras extendía una larga venda frente a mí y remojaba una porción en el antiséptico.
Sin decir nada, le extendí la mano. Ella la tomó con sumo cuidado y la apoyó sobre la suya. Luego, con las pinzas, comenzó a retirar las pequeñas lascas de vidrio que habían quedado incrustadas cuando me arranqué el trozo más grande. Cada pedazo que sacaba lo dejaba meticulosamente sobre un trozo de papel.
— Eres buena en esto... —bromeé, observándola trabajar con una dedicación sorprendente—. Incluso diría que has mejorado desde la primera vez.
— Muchas gracias —respondió, siguiéndome el juego sin dejar de concentrarse en su tarea—. Estoy más familiarizada con sacar vidrios y curar este tipo de heridas que con heridas en los ojos...
— Supongo que sí... —suspiré, dejando que mi mente vagara brevemente hacia el pasado.
Cuando terminó de extraer los vidrios, mojó parte de la venda en el antiséptico y comenzó a envolver mi mano con movimientos firmes pero cuidadosos. Las vueltas de la venda rodearon mi palma con precisión, hasta que estuvo completamente cubierta.
— Ya está, Bullet. Todo listo —dijo finalmente, tras comprobar la calidad del vendaje. Luego me soltó la mano—. Te vendé de forma que aún puedas mover los dedos. No es lo mejor, pero hice lo mejor que pude.
— No lo dudo. —Le sonreí mientras movía los dedos, comprobando qué tanto podía usarlos—. Muchas gracias, Tália.
De repente, mientras terminaba de abrir y cerrar mi mano, Tália se acercó a mí, inclinando un poco la cabeza. Sus orejas estaban erguidas, y entre ellas se abría un espacio que parecía invitarme a poner algo. Movía la cola con energía contenida, y al principio no entendí lo que quería. Pero, al cabo de unos segundos, caí en cuenta.
— Te agradezco mucho lo que has estado haciendo por mí... —Le acaricié la cabeza con la mano vendada, hundiendo mis dedos en su cabello y dejándolos deslizar con cuidado—. Ya queda poco, Tália. Aguanta un poco más.
— Jejeje... No sé cuántas veces me has dicho algo similar en lo que llevamos de viaje —dijo, rascándose la mejilla con una leve sonrisa.
— Y cuántas veces me has salvado tú... —respondí, acariciándole la cabeza con un poco más de fuerza.
Luego de esas palabras, me puse de pie y le ofrecí mi mano "buena" para ayudarla a levantarse.
— Vamos, levanta... —suspiré—. Hay que volver al ruedo...
— ¿Estás seguro de que no quieres que yo dispare y tú estés en los controles? —propuso con total seriedad mientras tomaba mi mano.
— Confío más en tus reflejos y sentidos a la hora de manejar los controles de Edelweiss que en los míos —dije con absoluta confianza—. Eres más rápida que yo en ese aspecto. Y, sin ofender, tengo más puntería que tú. —Esbocé una sonrisa burlona.
— ¡Ni siquiera me viste disparar! —protestó con un puchero mientras volvía a los controles.
Con una sonrisa apenas contenida, me volví hacia donde había caído el rifle...
El rifle estaba tirado en el suelo, cubierto con ligeras capas de nieve en algunos puntos. Nada que una buena sacudida no pudiera solucionar. La madera parecía haber absorbido el frío y la humedad de la nieve derretida, haciéndola helada al tacto. A pesar de ello, lo tomé con ambas manos y revisé la recámara para asegurarme de que seguía en condiciones.
"¡Chick... Chack...!"
— Aún puedo disparar —dije con un tono de confianza, aunque algo agotado—. Solo tendré que usar las dos manos, y creo que estaré bien.
— Si tú lo dices... —respondió Tália desde los controles, sin voltearse, pero claramente preocupada—. Espero que esta vez acabemos con ellos.
— Algo me dice que así será. O al menos nos libraremos de ellos —respondí mientras observaba una última tormenta de nieve acercándose rápidamente a través del hueco de la ventanilla—. Algo me dice que este será el último enfrentamiento...
Ambos volvimos a concentrarnos en nuestros puestos. Tália comenzó a acarrear carbón desde la carbonera hasta la caldera, echándolo con determinación. Mientras tanto, controlaba la presión y ajustaba la velocidad según lo que veía en el mapa. Por mi parte, mantenía la mirada fija en la tormenta que avanzaba hacia nosotros, cada vez más cerca, como un manto blanco dispuesto a envolvernos.
Según el mapa, nos quedaba poco para llegar. Con suerte, solo tendríamos que resistir un poco más, y estaríamos a salvo...
La tormenta que parecía lejana nos engulló de repente, en un abrir y cerrar de ojos. La nieve comenzó a entrar por el hueco de la ventanilla, arrastrada por un viento aún más fuerte que el de la tormenta anterior. Si antes me costaba mantener el rifle recto, ahora ni siquiera podía mantenerme de pie. El viento me empujaba constantemente hacia atrás, y cualquier descuido me haría caer. La nieve cegadora dificultaba abrir los ojos, haciendo que cada paso fuera un desafío.
Edelweiss comenzó a tambalearse ligeramente sobre los rieles. El viento, que cambiaba de dirección sin previo aviso, hacía que el tren se inclinara ligeramente de un lado a otro. Su robusto acero resonaba con cada embate, como si luchara por mantenerse intacto.
Mi mayor temor no era que Edelweiss se rompiera; confiaba en su fortaleza. Pero temía que descarriláramos. Las paredes abolladas de la cabina eran prueba suficiente de que los Gran Colmillo tenían la fuerza para deformar el acero. No podían romperlo, pero sí abollarlo. Y si Edelweiss perdía estabilidad por el viento y ellos llegaban a golpearla, podrían sacarlo de los rieles y hacernos caer.
— Tália, sé que esto parecerá raro, pero en las próximas curvas, desacelera —le indiqué, señalando el mapa.
Si la lógica no me fallaba, tomar las curvas despacio permitiría que el peso y el centro de gravedad de Edelweiss lo mantuvieran sobre los rieles.
— ¿Entendido? —Asintió a medias, con la mirada fija en el mapa.
— Si vamos más lento, habrá menos posibilidades de que nos descarrilen. Necesitas estar atenta en las curvas.
— Tiene sentido —respondió tras una breve pausa. Su tono, aunque firme, delataba su concentración mientras estudiaba el mapa. Agarró una de las palancas de freno con decisión—. Frenaré con los hidráulicos. Si usamos los de vapor, perderemos empuje cuando lo necesitemos, y tendremos menos velocidad para salir de un ataque.
— Entiendes rápido.
— Como para no hacerlo en esta situación. Además, si tú improvisas, yo también lo haré —sonrió con una mezcla de nervios y orgullo.
— Sigue así, y me quedaré sin trabajo —bromeé, intentando relajar el ambiente.
— ¡Ya quisie...
"¡¡¡BOOOM!!!"
El tren entero tembló violentamente, interrumpiendo a Tália y haciendo que casi perdiéramos el equilibrio. Aturdido por la explosión, me sujeté como pude de un soporte de la cabina mientras trataba de procesar lo que había ocurrido. Rápidamente, al ver que Tália se había agarrado con fuerza a una de las piezas sobresalientes de la caldera, me acerqué a la ventanilla. Contra toda lógica, saqué la cabeza al exterior, enfrentándome al implacable viento y frío que me golpearon como cuchillas heladas. La sensación era insoportable, pero lo que vi allí fuera me heló aún más la sangre.
Grandes pedazos de madera y metal volaban por el aire detrás del vagón dormitorio, acompañados por llamaradas y pequeñas explosiones. Uno de los vagones traseros había sido destrozado. Corriendo junto a los restos, distinguí la figura imponente de un Gran Colmillo. Su cuerpo estaba cubierto de herrumbre y manchas de pólvora quemada, como si acabara de atravesar el infierno.
— ¡¿Qué fue eso, Bullet?! —gritó Tália desde dentro de la cabina.
— Esto... —tartamudeé, todavía procesando la escena—. Digamos que uno de ellos se estampó de cara contra un vagón de munición... y lo destrozó. Solo queda la plataforma de acero del vagón...
Casi al instante, el Gran Colmillo saltó, aterrizando sobre los restos del vagón destrozado. Desde allí, lo perdí de vista.
— ¡Lo perdí, demonios! —maldije mientras volvía a entrar en la cabina.
— ¡¿Cómo que lo perdiste?! ¡Son enormes! —replicó Tália con incredulidad.
— Se subió sobre los restos del vagón. Eso fue lo que pasó —expliqué mientras me dirigía hacia la puerta de la cabina.
— ¡Espera! —Me detuvo al ver que iba a abrir la puerta—. No me digas que vas a ir a buscarlo...
— ¿Y qué idea se te ocurre? ¿Esperar a que esté encima de nosotros? Si lo intercepto unos vagones antes, será mejor...
Ambos sabíamos que esa era la única opción viable. Si el Gran Colmillo llegaba a la cabina, sería casi imposible detenerlo.
— Bien... —asintió a regañadientes—. Ve y acaba con él, pero cuídate. ¡¿Sí?! No quiero verte lastimado otra vez...
— Tranquila, ese Gran Colmillo sabrá lo que pasa cuando alguien se sube sin permiso a mi tren —afirmé con una gran sonrisa, recostando el rifle sobre mi hombro antes de girarme hacia la puerta—. Cúbreme desde la cabina y haz lo que creas correcto para que no nos descarrilemos.
Nuestras miradas se cruzaron por última vez, llenas de esperanza. Sin mediar más palabras, abrí la puerta de la cabina y me adentré en la tormenta.
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