El Final de la Guerra... El Final de la Maldición
Frío... Tenía la cara completamente helada. Sentía cómo el aire gélido recorría mi nariz y todo mi cuerpo hasta llegar a los pulmones, enfriándome por momentos y luchando constantemente contra el calor interno. Cada vez que respiraba, era como si mi nariz ardiera en llamas y mi garganta se secara como un desierto.
A pesar del frío, el ardor en mi garganta y mi nariz, logré dormitar por unos escasos momentos más. Recordaba con todo detalle mi sueño, y sentía que ahora sí estaba despierto. El frío y el calor que invadían mi cuerpo eran una señal de ello.
Recordarlo me dejaba un sabor amargo en la boca. Me había reunido con mi abuelo por primera vez en años. Había podido hablar y bromear con él como en los viejos tiempos. Incluso, como siempre acostumbraba, había intentado guiarme. A pesar de estar muerto, seguía cuidándome e instruyéndome. Aunque yo lo había matado por misericordia, no sentí resentimiento alguno. Fue como si volviera a aquel entonces, como si volviera a ser ese huérfano perdido. En cada acción y palabra suya no sentí más que el amor y el cariño de un abuelo hacia su nieto.
Incluso sentí la presencia de mis padres en aquella cabina. No les vi el rostro ni oí sus voces, pero en esos últimos instantes, antes de volver, fue como si ellos estuvieran al lado de mi abuelo, despidiéndose como no pudieron hacerlo aquel día en la estación, cuando me vi separado de ellos para siempre.
Quisiera volver a soñar con ellos, seguir charlando y disfrutando lo que no pude en estos últimos años. Pero hay un abismo que no puedo cruzar, uno tan grande que sería solo un viaje de ida, y eso no me lo puedo permitir. No ahora, luego de todas las promesas que he hecho... Se los debo a mi abuelo, a papá, a mamá y, por sobre todo, a Tália. Aquella joven mestiza que me dio tanto en tan poco tiempo y sin conocerme. Ella fue quien confió en mí por primera vez en tanto tiempo. Se lo debo... y voy a cumplirlo.
Una vez que el frío en mi cara fue lo suficientemente doloroso, abrí los ojos pesadamente. El calor de las frazadas y de mi cuerpo me invitaban, con un engañoso disimulo, a seguir durmiendo. Cualquier cosa parecía preferible a despertarse en un ambiente tan hostil.
Refrenando mis instintos y las ganas de seguir recostado bajo el calor, alcé la vista para ver el caos de la cabina de Edelweiss. Como tenía fresca la visión de la cabina en mi sueño, me costó creer lo que veía.
Las paredes estaban abolladas. Al menos una de las ventanillas se había hecho añicos, y sus restos yacían desperdigados por el suelo. La otra estaba completamente astillada, bloqueando la visión hacia el exterior. A pesar de eso, resistía frente a los fuertes vientos y seguía impidiendo que la nieve entrara en la cabina.
Cuando presté atención al suelo metálico, noté cómo casquillos de bala quemados, descansaban entre los fragmentos de vidrio. Vibraban y se movían ligeramente al compás de los movimientos de Edelweiss mientras avanzaba por las vías.
Sin poder creer lo que veía, intenté quitarme las frazadas para levantarme. Fue entonces cuando percibí una ligera fragancia mentolada y a pólvora quemada que provenía de debajo de las mantas, junto con una presión extraña en todo mi cuerpo. Apenas en ese momento me di cuenta de que no podía mover las extremidades: estaban siendo inmovilizadas por algo.
Con movimientos torpes, logré meter la cabeza bajo las frazadas y encontré a la culpable de mi falta de movilidad.
Tália estaba medio acurrucada sobre mí, abrazándome con fuerza. Sus orejas caídas y su cola envuelta a un costado revelaban su intención de preservar todo el calor posible bajo las frazadas.
— ¿Qué demonios pasó aquí...? —pregunté, sin imaginar siquiera lo sucedido.
— Oooogggghhhh... Fuuuuuuuiiii... —respiraba ella, mientras dormía plácidamente contra mi pecho.
No podía verla con claridad, pero al intentar despertarla, noté varias manchas de sangre en su cuerpo. La urgencia me invadió al instante. Ella estaba herida y sangrando. Intenté moverme para destaparnos a ambos y poder ayudarla, pero cada intento era frustrado por la fuerza de su agarre. Me abrazaba con tal determinación que sentí que poco a poco me dejaba sin aire.
En un último recurso, comencé a gritarle:
— ¡Tália...! Ufff... despierta... Aghhh... —Me movía desesperado, intentando zafarme—. ¡Vamos, Tália... Aghhh... despierta!
Poco a poco, su agarre se hizo más fuerte. Llegado a un punto, envolvió sus piernas alrededor de mí, atrapándome aún más.
— ¡Tália, no me gustan estos juegos...! —le grité—. ¡No puede ser que siempre tenga que despertarte...!
Mi último grito pareció captar su atención. Sus orejas se movieron en mi dirección, y como era típico en ella, con un cambio repentino de humor, levantó la cabeza de golpe al grito de:
— ¡Bullet...! ¡Estás despierto! —exclamó, mirándome con la boca y los ojos bien abiertos. Acto seguido, comenzó a refregar su rostro contra mi pecho—. Pensé que no te ibas a despertar nunca...
— ¿Y por qué no lo haría? —intenté tranquilizarla con una sonrisa mientras acariciaba su cabeza—. Dime, ¿Qué fue lo que pasó aquí? ¿Por qué tienes sangre en todo el cuerpo? ¿Estás bien, verdad?
Sin dejar de abrazarme y moviendo la cola con entusiasmo, señaló la ventanilla rota y las paredes abolladas.
—Los Gran Colmillos nos han estado atacando desde hace un día y medio. Poco después de que te durmieras, comenzaron a atacar. ¡Fue tal como intuimos! —afirmó con seguridad—. Atacan cubiertos por la ventisca y luego desaparecen para volver. Los pude contener con ayuda del rifle, y cuando lograba ahuyentarlos, intentaba mantener funcionando a Edelweiss. Ha sido una noche larga... —confesó con orgullo.
—Siento haberte dejado sola, Tália, pero tenía cosas que resolver del otro lado... —me disculpé, mirando con tristeza el asiento donde, en mi sueño, había estado mi abuelo—. Pero ya lo hice. No volveré a dejarte sola... Ya no más huir para mí...
—¿El otro lado? ¿Qué es el otro lado...? —preguntó, mientras su expresión comenzaba a torcerse con incertidumbre—. No... tú... ¡¿Te moriste?! ¡¿Me acosté con un cadáver?! —gritó alarmada, lista para revisarme en busca de heridas.
— Digamos que estuve durmiendo... —mi tono cargaba dudas incluso para mí—. Hasta para mí es difícil explicarlo, pero te aseguro que no estaba muerto. Solo estaba "soñando". Aunque no es el punto... Voy a acabar muerto si no dejas de apretarme. ¿Me dejas levantarme, por favor? —intenté zafarme de su agarre con un esfuerzo visible.
— ¡Oh, sí, claro! —asintió rápidamente, aunque todavía parecía confundida por lo que le había dicho.
Se apartó de mí con un movimiento torpe y se separó, visiblemente avergonzada. Sus mejillas estaban rojas, tanto como su enmarañado cabello, y sus orejas caídas delataban el remordimiento que sentía por lo que había hecho.
Sabía que no lo había hecho a propósito. Como siempre, lo hacía para cuidarme y demostrarme su afecto, pero aun así me dejó una sensación extraña. ¿Desde cuándo me estaba abrazando de esa forma? No podía enojarme con ella, no después de haberme protegido durante tanto tiempo mientras yo dormía. Dejar que me abrazara era lo mínimo que podía ofrecerle. Además, por alguna razón, estar en contacto con ella me hacía sentir bien, incluso reconfortado... ¿Quizás fuese por los besos que me dio?
Si bien era una posibilidad, intuía que todo se debía a los sentimientos que habían nacido hacia ella. Después de todo lo que había hecho por mí, algo debía surgir de ahí... Seguro.
— Tália... ¿Hace cuánto tiempo llevas abrazándome así? —pregunté, mientras me estiraba los brazos y la espalda.
— Lo he hecho tantas veces ya que perdí la cuenta... —respondió, desviando la mirada con los cachetes aun enrojecidos—. Cada vez que los Colmillos dejaban de atacar, me recostaba contigo... esperando a que despertaras. Al principio intenté despertarte muchas veces, pero no reaccionabas. Lo intenté y lo intenté... incluso te besé varias veces. Pero luego... —suspiró, con una expresión melancólica—. Me rendí y solo me quedé a tu lado, abrazándote. Tenía miedo de que no despertaras... y de quedarme sola...
Sus orejas y cola estaban completamente caídas. Su mirada se había perdido en las frazadas que hasta hace poco nos cubrían a ambos. Parecía añorar el calor que compartimos.
No podía dejar de mirarla. Su rostro, cansado pero lleno de determinación, seguía irradiando una chispa de felicidad al verme despierto. Cada vez que me miraba, movía con alegría su cola, barriendo los cristales del suelo y los casquillos.
Eran tan adorable... ¡No podía creerlo! Simplemente no podía dejar de mirarla. Mi corazón se calmaba cuando ella estaba cerca, mi mente se liberaba de aquel yugo oscuro que me adormecía y sobre todo: me sentía capaz de sonreír como nunca había podido... Solo con ella me lograba sentir completo de nuevo.
El primer instinto que me nació al verla, fue arrodillarme frente a ella y mirarla directamente a esos ojos carmesí que brillaban, llenos de emociones hacia mí.
—Siento haberte dejado sola frente a esas cosas, Tália... —murmuré, mientras comenzaba a limpiar las manchas de sangre en su rostro con delicadeza—. Pero ya no te dejaré más sola. Ya no huiré más de mis problemas. A partir de hoy lucharé de frente contra ellos... empezando por esos malditos Gran Colmillo.
Extendí mi mano hacia ella, animándola a tomarla.
— Y solo conozco a alguien con la convicción suficiente para seguirme en esta batalla. ¿Me ayudas?
Tália no dudó ni por un segundo. En el momento que vio mi mano extendida, la agarró con fuerza y tiró de mí hacia ella, haciéndome caer sobre su pecho en un abrazo cargado de determinación.
—No hace falta que preguntes... —murmuró, agarrando mis mejillas con sus manos y acercándome a su rostro—. Haré lo que me pidas.
Sus labios chocaron contra los míos con fuerza. No me resistí. Le correspondí el beso con la misma intensidad. En ese instante entendí que no necesitaba más palabras. Simplemente me dejé llevar por ella, abrazándola mientras recorría delicadamente su cuerpo con mis manos...
Luego de unos cortos segundos, ella me soltó, fue algo brusco y repentino, al igual que todo lo que hacía por mí. Se levantó por fin con mi ayuda. Movía su peluda cola con tanta emoción que ya mandaba a volar los cristales y los casquillos desperdigados por el suelo.
— ¡Bien! —exclamé, relamiéndome los labios mientras tomaba el rifle que descansaba cerca de las mantas—. ¡Es hora de acabar con esas bestias! ¡Tália! —le llamé la atención, con una chispa de adrenalina creciendo en mi interior—. Como la última vez: tú en los controles y yo con el rifle. ¿Alguna duda?
— ¡Ninguna! —asintió con fuerza, mientras se acercaba a las palancas de la caldera con una energía renovada.
— Perfecto... —sonreí al verla acomodarse en los controles—. Es hora de acabar con esto.
Tomé el rifle y comprobé el cerrojo.
"¡Chick!" El mecanismo se deslizó suavemente. La recámara estaba impecable, libre de suciedad o pólvora quemada. Incluso las balas parecían brillantes, como si no hubieran sido disparadas.
Tália... Se había tomado el tiempo de limpiar el arma, darle mantenimiento y dejarlo en perfecto estado mientras yo dormía. Un trabajo impecable, como siempre.
Mientras ella manejaba los controles con destreza, busqué la caja de municiones y llené mis bolsillos con balas de 7.8x42mm Kaido, con la vaga esperanza de que no fueran necesarias hasta llegar a la fortaleza.
"¡Chack!" Deslicé el cerrojo de nuevo, cerrando la recámara, y me acerqué a la ventanilla rota. Preparé el rifle y me coloqué frente a aquel agujero en el cristal, donde el viento helado no dudó en recibirme con toda su fuerza.
El frío mordió mi piel, y la nieve, arrastrada por el viento, se colaba en la cabina, derritiéndose bajo el calor infernal de la caldera.
Con el fuego ardiente a mi espalda y el implacable frío en mi rostro, alcé el rifle y fijé la vista en la densa bruma blanca que rodeaba a Edelweiss. El viento soplaba con fuerza, intentando desviar el cañón del arma. Mis manos temblaban, no sabía si por el frío, el esfuerzo de mantener el rifle estable, o el miedo de que un Gran Colmillo emergiera de repente de la niebla.
Poco a poco, mi respiración se aceleró. Intenté controlarla, conteniendo el aire y centrándome en un punto fijo al azar. Con el rabillo del ojo, observé a Tália. Su habilidad para manejar las palancas, alimentar la caldera y mantener a Edelweiss en movimiento era impresionante. Extrañamente sentía más orgullo por lo rápido que había aprendido ella a hacer todo, que por cómo lo hice yo antaño.
— Les demostraré que yo también he aprendido... —murmuré, mientras ajustaba la mira del rifle.
De repente, lo vi. Una gran silueta se movió entre las densas capas de bruma. Fue solo un instante, pero estaba seguro de lo que había visto.
Ellos estaban ahí.
La tormenta no iba a detenerlos. La batalla estaba a punto de comenzar...
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