Bienvenido a Mai & Graham, Parte 1

Las calles paralelas a la avenida estaban llenas de carteles de bares. Algunos eran simples y rústicos, mientras que otros rebosaban de color y excentricidad. Si observabas con atención, además de las ofertas de alcohol, algunos incluían "compañía". Dependiendo del precio que pagaras, esa "compañía" podía ir desde un simple compañero de jarras hasta un amante de una noche... o ambas cosas por una tarifa sorprendentemente asequible.

Muchas personas iban y venían de esos antros. Algunas en mejor estado que otras. Unos pocos salían aún con una jarra de cerveza en la mano, como si esa bebida fuera parte de ellos. Cada vez que pasábamos cerca de la entrada de uno de los bares, el hedor a alcohol y tabaco nos abrumaba. Era acre, abrasivo, insoportable. Por momentos, parecía que toda la calle estaba impregnada de ese olor.

— ¿Dónde...? —murmuré, tapándome ligeramente la boca mientras miraba el panorama colorido y hediondo que nos rodeaba—. ¿Nos vinimos a meter?

— Estamos, como puedes ver, en el barrio de bares y posadas. A unas cuadras de aquí está la posada de mi madre —respondió Tália con tranquilidad, señalando hacia adelante. Sin embargo, me lanzó una mirada inquisitiva—. ¿Te incomodan este tipo de lugares?

— No estoy muy acostumbrado a este "ambiente" —confesé, observando de reojo a una mujer que se tambaleaba borracha a unos metros de nosotros—. No me molesta tampoco... Mi abuelo me traía de vez en cuando a lugares como estos cuando parábamos en las ciudades. —Suspiré, melancólico, mientras los recuerdos luchaban por abrumarme—. Siempre... siempre se iba con alguna dama, dejándome solo... Luego volvía. Me hice amigo de algunas de esas "damas".

— ¿Te hiciste amigo de ellas? ¿En serio? ¿A cambio de qué? ¿"Favores"? —preguntó Tália, entrecerrando los ojos con una mezcla de picardía y curiosidad genuina.

La historia era enrevesada, pero nada de lo que ella insinuaba. Los burdeles de las ciudades tienen sus propias redes de comunicación, principalmente por seguridad. Mi abuelo, al ser un cliente frecuente y respetuoso, era conocido en varios de esos lugares. Cuando comencé a viajar con él, me asociaron rápidamente como "El Nieto del Maquinista". Fuera de los grandes burdeles, ese apodo no significaba nada, pero para las chicas y las madamas soy alguien de confianza. Siempre me trataron bien y nunca cruzaron los límites conmigo. Por eso, tengo buenos recuerdos de ellas, y siempre estoy dispuesto a ayudarlas cuando necesitan enviar algo o transportar mercancías.

— No es lo que crees, Tália. Es una larga historia... Te la contaré algún día. Por ahora, cree lo que quieras —dije mientras desviaba la mirada hacia uno de esos burdeles. Una joven humana salía en compañía de un lupino bien vestido. Un carruaje los esperaba a pocos metros, tirado por una robusta centauro que nos miraba con indiferencia.

— Tampoco te iba a juzgar si lo habías hecho —afirmó Tália con un leve deje de frustración en su voz—. Pero me dejaste intrigada, así que más te vale contarme luego.

— En fin... —desvié mi atención del burdel y la chica al notar que Tália me observaba—. ¿Está lejos la posada de tu madre?

— Está más adelante. ¡Solo sígueme! —exclamó de repente con una explosión repentina de euforia, tomando mi muñeca y arrastrándome fuera del barrio.

Tália me hizo recorrer durante varios minutos las calles llenas de bares y sus respectivos borrachos. Esquivarlos fue sencillo; ella se movía con agilidad entre ellos, como si tuviera experiencia lidiando con este tipo de gente. Eso me llenó de asombro y curiosidad, pero no me atreví a preguntar. Seguramente había trabajado en la posada de su madre, donde no sería raro tratar con borrachos.

A pesar de mi resistencia, llegué agotado a la posada. Al levantar la vista, intenté recuperar el aire. Mis pulmones ardían, pero mis piernas seguían firmes. Sin embargo, algo en la estructura de la posada parecía invitarme a entrar, como si el frío del exterior contrastara con la calidez que prometía su interior.

La posada tenía tres pisos, sin contar lo que parecía un desván en el techo, del cual sobresalía un tubo extraño por un costado. La fachada no era llamativa, pero sí robusta, con un acabado de piedra y madera ligeramente desgastado por la constante nieve. Las ventanas cuadradas de los tres pisos, formadas por pequeños cristales delineados con madera y metal, dejaban escapar haces de luz que iluminaban las partículas suspendidas en el aire. 

— Tália, ¿Qué es ese tubo de ahí? —pregunté, señalando el tubo que apuntaba al cielo oscuro.

— Es una estufa y caldera. Viene de mi habitación —respondió sin darle importancia, buscando algo en el bolsillo de su overol. Mientras ella buscaba, yo aproveché para analizar más a fondo la posada.

Pese al desgaste, la estructura estaba en buen estado, incluso el exterior con la nieve paleada lejos, en una pequeña montaña sobre una carreta en la calle. Lo que más me llamó la atención fue el cartel de "Cerrado" colgado en la misma puerta que Tália intentaba abrir.

— ¿Está cerrada? —pregunté en voz alta, más para mí mismo que para Tália—. Pensé que las posadas nunca cerraban, al menos no a esta hora de la noche.

— Sí, es raro. Mis padres no la cierran a menos que ambos salgan y no quede personal, pero eso pasa pocas veces... —explicó, forcejeando un poco con la robusta llave.

Tras unos instantes, escuché el "crack" del cerrojo, y Tália abrió la puerta, cediéndome el paso. Nervioso, di el primer paso. No sabía por qué me sentía así. Tal vez temía encontrarme con sus padres y tener que explicarles todo lo sucedido. Sin embargo, Tália eliminó rápidamente mi nerviosismo al entrar tras de mí y gritar con entusiasmo:

— ¡Papá, mamá! ¡Volví y traje un amigo! —exclamó mientras atravesaba la recepción y desaparecía tras una puerta al fondo.

Me quedé solo, parado en el umbral de la recepción. Dudaba incluso sobre dar un paso más.

— Me siento como un idiota por algún motivo —murmuré, mirando a mi alrededor.

La recepción no era particularmente llamativa. Había un gran mostrador de madera marrón, similar al roble, con un enorme mapa colgado en la pared tras él. El mapa estaba enmarcado en una estructura de madera que también albergaba varias puertas de vidrio, detrás de las cuales se veían llaves, probablemente de las habitaciones. Había unas cuantas sillas para esperar y algunas plantas colocadas cerca de las ventanas para darle un toque de color natural al ambiente.

El mapa fue lo que más llamó mi atención. Era mucho más grande que los que estaba acostumbrado a ver. No necesité observarlo demasiado para darme cuenta de que representaba la Federación de las Regiones del Norte. Todo el "Norte" estaba ahí: desde los pueblos más pequeños y recónditos hasta las grandes ciudades. Por supuesto, Steinheim estaba retratada en él.

Lo curioso era que también incluía el puerto de Ymir, representado entre las cadenas montañosas que dividen el "Norte" del "Sur". Según este mapa, Ymir seguía siendo parte de las Regiones del Norte. Esto me hizo suponer que el mapa había sido creado antes de la Guerra Continental. A pesar de los años y del tiempo que probablemente llevaba colgado, su estado era impecable, casi como nuevo.

Mientras esperaba a que Tália volviera, me quedé estudiando el mapa, tratando de memorizar las rutas y detalles que podía distinguir. No quería perder la oportunidad de contemplarlo.

— ¡Qué pieza de historia es esta! —exclamé en voz baja mientras acercaba mi mano para tocar la áspera superficie de la pintura, siguiendo los detalles del marco con la yema de los dedos—. Esto debería estar en un museo, al menos.

De repente, el sonido de una puerta abriéndose de golpe me sobresaltó. Aparté la mirada del mapa justo cuando Tália entró apresurada, con el rostro consternado.

— Bullet, no encontré a mis padres por ningún lado. Lo único que vi fue esta nota que dejaron en la puerta de mi habitación —dijo, levantando un papel en alto para mostrármelo.

— Bueno... ¿y qué dice? —pregunté, intrigado.

Ella sostuvo la nota con ambas manos y comenzó a leerla nerviosa, en voz alta:

— "Querida Tália: sentimos decirte que tuvimos que salir por una urgencia que requiere de tu padre y de mí en la capital imperial. Te dejamos comida suficiente en la despensa de la cocina hasta que volvamos. Solo tienes que cocinarla como te enseñé. En unos días te escribiremos para avisar de cualquier novedad en nuestro viaje hacia Asgard. Con cariño, tus padres que te quieren: Graham y Mai." —Terminó de leer y guardó la nota en el bolsillo de su overol—. La nota está fechada hace unos días. Asumo que la próxima carta de ellos debería llegar pronto.

— Mmm... Tus padres fueron a Asgard —comenté, comenzando a reflexionar—. Es un viaje de casi dos semanas si el clima acompaña. —Me dirigí al mapa para repasar las rutas—. Salieron hace unos días, pero con las tormentas recientes en las vías hacia Ymir, seguramente tuvieron un retraso de al menos un día.

Tália se acercó al mapa conmigo, entrecerrando los ojos para seguir mi línea de pensamiento.

— ¿Qué estás viendo? —preguntó con curiosidad.

— Estoy tratando de calcular a qué altura del viaje estarían tus padres ahora. Con este mapa y un par de suposiciones, diría que ya deberían estar en Ymir. Así que probablemente recibas otra carta de ellos en cuatro o cinco días.

— ¡Eres bueno en esto! —exclamó, sorprendida, y me dio un golpe amistoso en la espalda que me hizo tambalear hacia adelante.

— Tália... me dedico a esto —respondí, señalando lo obvio mientras hacía una mueca de dolor. Mi espalda ardía, pero decidí ignorarlo—. Si no pudiera razonar esto, no estaría capacitado para ser maquinista. Es como si tú no supieras guiarme en el patio de trenes. No tendría sentido. —Volví mi atención al mapa—. A más tardar pasado mañana tendrás noticias de ellos.

— Espero que tengas razón. Me siento rara estando en la posada sin ellos —murmuró, mientras sus orejas caían ligeramente, solo para volver a alzarse con renovada energía momentos después—. ¡En fin! ¡¿Te llevo a tu habitación?! —preguntó con entusiasmo.

— Sería todo un placer, "Señorita Tália" —respondí con un toque burlón mientras le abría la puerta por la que entró, invitándola a pasar.

Salimos de la recepción y cruzamos un corto pasillo con varias puertas hasta llegar a unas escaleras de caracol hechas de piedra. Mientras subíamos, noté cómo Tália se desabrochaba los tirantes de su overol, dejándolos caer hasta su cintura. Esto permitió que su gran y mullida cola de lobo, rojiza con mechones grises, emergiera con libertad. Se movía alegremente de un lado al otro, como si reflejara su emoción.

La escena tenía un aire sensual que agitó ligeramente mi corazón, pero aparté esos pensamientos rápidamente. No debía pensar así de ella... Por suerte, llegamos al tercer piso en poco tiempo, donde salimos a otro pasillo, esta vez alfombrado y lleno de puertas.

— La puerta del fondo es mi habitación —indicó Tália, señalándola con su dedo—. La contigua será la tuya. ¿Te parece?

— No hay problema. Mientras tenga una cama, no me importa si es de paja, lana o unas frazadas toscas —bromeé con una sonrisa, estirando mi mano hacia el pomo de la puerta.

Antes de que pudiera abrirla, Tália se colocó al lado como si fuera parte del personal de la posada y, con una teatralidad inesperada, comenzó a recitar:

— ¡Perfecto! Permítame comentarle. Su habitación cuenta con una cama de roble, comprada a los mejores elfos del Imperio, tallada por los mejores enanos y equipada con un colchón de la mejor lana de la gente bestia de las praderas. Además, tiene una lujosa vista al distrito de bares, por si gusta bajar a disfrutar del ambiente. Finalmente, cuenta con todas las comodidades básicas: lámpara de aceite, frazadas limpias, agua corriente en el baño y un armario para resguardar sus pertenencias. —Hizo una pausa para mirarme con una sonrisa de oreja a oreja antes de inclinarse ligeramente en un gesto de cortesía—. Con esto dicho, le damos la bienvenida a "Mai & Graham", señor Bullet.

— ¿Cuánto voy a tener que pagarte por esto? —respondí, reprimiendo una risa.

— Como ya te dije, no tienes que pagar nada. Es lo menos que puedo hacer por ti —replicó sinceramente, alejándose hacia su habitación—. Si necesitas algo, golpea mi puerta. Y si tienes miedo a la oscuridad, puedo dejarla abierta —añadió, guiñándome un ojo antes de desaparecer dentro de su habitación.

— "Miedo a la oscuridad"... —chasqueé la lengua con un suspiro—. Como si yo fuera a tenerle miedo a eso... —murmuré mientras entraba a mi propia habitación.

Como había descrito Tália, la habitación era exactamente como dijo: una cama de madera de roble, un colchón cómodo, un pequeño armario, una mesita de noche con una lámpara de aceite y frazadas limpias cuidadosamente dobladas al pie de la cama. Había también un banquito sencillo, probablemente para colocar cosas pequeñas o como apoyo al vestirse. La ventana, como mencionó, daba al distrito de bares, y desde allí podía ver las luces coloridas que salpicaban la noche.

Era un lugar bastante acogedor. Una mejora significativa comparado con mi cabina en el tren, donde solo tenía el calor de la caldera y unas viejas frazadas sobre el piso como cama. Sin embargo, no podía evitar sonreír al pensar en lo mucho que había avanzado desde entonces.

Después de dar una rápida vuelta por la habitación, me dispuse a organizar lo poco que llevaba conmigo. Desempaqué mi mochila, sacando algunas prendas de ropa, herramientas de mantenimiento para mi pistola y unas cuantas latas de garbanzos, que siempre llevaba como ración de emergencia. Coloqué todo ordenadamente en el armario y en la mesita de noche. Los muebles estaban en tan buen estado, que no tuve que hacer fuerza para abrir sus puertas y cajones. Ese hecho me calmó aun más.

El lugar tenía todo lo que necesitaba, y más.

— Estoy en un buen lugar, viejo... —murmuré, mirando la ventana, intentando enfocarme en el cielo oscuro. 

Finalmente me acerqué a la cama y tras prepararla, tomándome más tiempo de lo que esperaba debido a mi evidente falta de práctica, me dejé caer sobre ella, rendido. El colchón era sorprendentemente cómodo, una verdadera delicia comparado con las improvisadas camas del tren. Mientras me hundía en el suave abrazo del sueño, pude escuchar los ecos del ambiente festivo que reinaba afuera, las luces de colores iluminaban intermitentemente mi habitación a través de la ventana.

Aquella noche fue una de las más tranquilas que había tenido en mucho tiempo. Con la posada vacía y en un entorno tan acogedor, el silencio y la seguridad se convirtieron en una combinación perfecta para un descanso reparador.

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