La loba del lago

Conté hasta tres como me habían enseñado, abrí los ojos y miré a mí alrededor, no estaban cerca. El aroma a hojas, tierra y madera mojada se metía en mis fosas dejándome sin aliento, respiré profundo, aún más. Lo sentí. Era dulce y agradable a mis sentidos, era el aroma de los que, ahora, corrían a todas partes dentro del bosque dejándome atrás. Me alejé del árbol y caminé hacia ellos. Uno en especial me llamaba, era como probar la miel en mi paladar.

Lo seguí.

Caminé una larga distancia, pasando por ramas caídas y con el barro metiéndose en mis garras. Giré ante un ruido que provenía desde atrás, no había nada. O eso parecía. Podía olerlo, otro aroma un poco más agrio pero dulzón, hice creer que no sabía de su presencia y seguí adelante.

Al hacerlo, pisé sin darme cuenta en una roca, resbalé y caí sobre mis patas. Me levanté tan rápido como pude y giré a ver detrás de mí esperando que no me haya visto. Se ocultó rápidamente. Aunque no quería tenerlo cerca, seguí mi camino hacia aquel aroma. Pronto me acercaría al rio, podía escucharlo. El agua corría muy rápido como una fiera, como el líder quizás. La caída por donde descendía el agua era bastante riesgosa y el agua muy fría sin importar la época del año.

Sobre mis pasos, me encontré con los de él y, frente a mí, al dueño de aquel aroma. Estaba sentado sobre sus cuartos traseros apoyándose sobre sí mismo. Lo vi lanzar piedras al agua que corrían sobre ella, tres o cuatro veces hasta caer y hundirse. Sus ojos miel me descubrieron. No sé cómo, pues había sido bastante cuidadosa, di un paso en falso.

Me detuve al instante.

Su pelaje era castaño, muy oscuro, aunque los rayos del sol dejaban ver algunos reflejos. Tenía una mirada fuerte pero amable, alzó su mano hacia mí sin tocarme ¿Qué quería? Di otro paso hacia atrás al verlo. Luego lo escuché, su voz era tan dulce como su aroma, me hacía sentir tranquila.

—No te hare daño, te lo prometo.

Aunque haya dicho eso no estaba segura de ir a su encuentro o perderme entre los árboles nuevamente. El resto debería estar preocupado, menos quien me seguía. Él  estaba algo lejos pero seguía cerca, expectante, sentía su aliento aun en la lejanía, tenía una respiración exasperante. Él sabía lo que quería hacer ¿Cómo? No puedo tenerlo claro, tenía la imagen de aquel animal frente a mí. Sabía que su aroma me llamaba, que me endulzaba y eso le preocupaba.

Caminé hacia el animal. Quién me seguía también lo hizo, pero aquel que estaba delante de mí, no. Esperaba, lo escuchaba en su respiración. No me temía, estaba esperando por mí. Sentí la tierra bajo mis patas encontrándome caminando hacia él, pero el animal no se movía. Así como el otro detrás de mí.

Su mano tocó mi rostro cuando estuve cerca, era agradable. Una cálida sensación que  se esparcía por mi rostro, y que también recorría mi cuerpo. Estaba atada a su mano, de la manera más grata, tanto que me gustaba. Sin pensarlo me acerqué a él viendo sus dientes, no lucia temible. Me sonreía haciendo que su mirada me cautivara aún más de lo que antes pudiera estarlo tan solo por su aroma.

No duraría mucho.

Quien me seguí caminó hacia nosotros, me alerté ante ello y me alejé del animal. Pronto estarían aquí, los escucharía discutir de lo sucedido y decidirían entre solo dos opciones. Si o No.

No estaba dispuesta a permitirlo. Después de todo, él no me había hecho nada, no permitiría que el resto lo lastimase mientras yo estuviese de pie. Me alejé y le di la espalda esperando por el resto.

—Oye ¿Qué pasa? —lo escuché preguntar, pero no lo entendía. No entendía por qué no estaba tan alerta como yo, ¿acaso no lo sentía? Los arboles crujían, el aroma del viento se espesaba tanto que me enfermaba. Luego el sonido llegó, él los estaba llamando. El animal, ahora detrás de mí, se tensó ¡al fin se había dado cuenta!, pero tenía miedo, podía olerlo. Su respiración se aceleró al igual que sus latidos, estaba temeroso. Sin embargo no lo dejaría solo.

Avisé al resto. No lo permitiría. Yo lo encontré. Yo decidiré qué hacer con él.

Como el mismo viento, todos se reunieron frente a nosotros. Esperando, al igual que yo, a que nuestro líder se acercara hasta mí. Me veía con tanta intensidad que solo podía agachar la cabeza ante él. No quería que lastimaran al animal, solo lo había encontrado por casualidad. Me había perdido del juego por él, y él no tuvo intención alguna de hacerme ningún daño.

Él lo veía. También veía que me sentía atraída y lo detestó. Hace mucho que los animales como el que ahora está detrás de mí nos mataban, nos cazaban, usaban nuestra piel como trofeos, de la misma manera que nosotros. Por eso era impensable que pudiéramos vivir con ellos, nuestra vida era una cadena donde la supervivencia era indispensable y para el líder, todos y cada uno de nosotros era importante. Yo lo era. Hacía mucho que nos buscaban, por lo que cada miembro tenía una tarea importante dentro de nuestro grupo. No había tiempo para juegos como el que osé a hacer.

Me olfateó e hizo que levantase mi rostro. Lo miré. Le supliqué como pude, hasta que noté que no lograría nada, así que lo incité a pelear. No sabía qué más hacer. Él estaba detallando cada opción posible, el resto ya sabía lo que era mejor. Pero el líder tenía la última palabra. Me gruñó e hizo que me alejase, volví nuevamente, pero él es más fuerte y grande que yo, callé. Era una tonta. Quería protegerlo, pero no podía oponerme al líder. Él tenía la experiencia que yo apenas empezaba a saborear.

Aquel animal de cabellera castaña se irguió mostrando su temor, caminó hacia atrás. El líder era concreto, iba tan solo a verlo, aunque es muy difícil no temer a su imagen. Dejó de caminar hacia el animal sentándose frente a él. Parecía querer tranquilizarlo y lo logró. Su mano se extendía hacia el líder, de la misma manera en que había hecho conmigo, pero su postura mostraba que se defendería si fuera necesario.

El líder hizo que todos nos sentásemos. Algunos se rehusaron, pero él los hizo callar. Solo él decidiría y nadie podía interponerse, por lo que era necesario que siguiéramos su orden. Después de que todos dejaron de rechistar exclamando su aversión, me llamó para que estuviese a su lado. Me acerqué agachándome aún más por debajo de él. El animal seguía asustado, su pulso era asombrosamente elevado hasta que, de alguna manera, cayó.

Nunca ha habido forma de comunicarnos con ellos. Siempre que estamos cerca se genera una batalla donde todos buscamos salir airosos. La última vez, Aren —quien me seguía—, estuvo frente a un animal como el que ahora protegía, pero a diferencia de esta situación, Aren no contó con suerte. El animal lo atacó con alguna especie de vara que lanzaba pequeñas bolillas desde el interior. Afortunadamente nunca dieron en Aren y para más fortuna el líder lo vio y embistió al animal. Aren pudo escapar y nuestro líder, Gonzo como se llama en realidad, mordió al animal haciéndolo rugir de dolor. Esa vez estuvimos cerca de perder a Aren. Esta vez, el animal no tenía nada similar a aquella vara, de hecho el miedo que despedía se podía olfatear. Se sentó en el suelo viendo a nuestro líder como si pudiera entenderlo, no sé qué pudiera estar pasando por su mente, pero tal parecía tratar de calmarse, creo que lo vi temblar. Yo estuviera en pánico también si nuestros enemigos, ellos, me rodearan de tal manera.

Gonzo lo llamaba humano, porque así se llaman entre ellos, pero el humano no entendía nuestro lenguaje, así que no entendía  porque nuestro líder mostraba aquellas imágenes como si le hablara. Nosotros lo entendíamos claramente, luego pude notarlo. Acar, el más joven del grupo, retrocedió algunos pasos, su hermana era uno de los tantos que habíamos perdido hacía algún tiempo. Estaba furioso, molesto y me odiaba. Lo hacía por no haber hecho lo que él en cierto momento hubiera hecho. Atacar.

Nuestro líder se acercó al humano haciendo que se volviera rígido tanto como los árboles a nuestro alrededor. Su rostro y cuerpo era una maraña de angustia, miedo y nervios, pero aun así se mantenía en el mismo sitio. Quizás pensara que si se movía alguno de nosotros atacaría, yo también lo pensaría. El humano seguía inmóvil hasta que el líder estuvo lo suficientemente cerca. Él intento hacer con Gonzo lo que hizo conmigo, el líder me miró. Había notado muchas cosas en su mirada, pero ninguna las entendía. Observó nuevamente al humano y se dejó tocar por él. El humano parecía extrañado pero francamente conmocionado. Nuestro líder aceptaba la nobleza de aquel animal. Sí. Aun había nobleza en esa manada, entonces ¿Por qué el resto no era igual? Gonzo me respondió.

Sabía la respuesta, solo que jamás quise creerla.

Cuando el alimento escasea cualquier cosa puede sernos útil para comer y calentarno. Satisfacer nuestros vaciados cuerpos era indispensable en cualquier epoca, siendo así, igual que nosotros, ellos también hacen lo mismo. Éramos enemigos declarados sin importar qué. Esta vez nuestros mundos tuvieron la dicha de encontrarse con dos seres que no pretendían hacerse daño. Aquel humano y yo. Esas fueron las palabras de Gonzo.

Se alejó del humano luego de aquello. Él quedó extrañado por la brusquedad de nuestro líder, pero para nosotros no es un secreto que él no es fácil de tratar y tuvo suerte de que pudiera tocarlo.

Gonzo se acercó hasta mí. Noté las patas fuertes y resistentes, también, desde mi posición, podía ver lo grande que era. No solo en tamaño, sino en presencia. Tenía claro lo que diría. Debía dejarlo ir. No podía acercarme al humano nunca más, pues aunque hoy conté con suerte quién sabe si otro día no. Conoció la nobleza de este humano, pero desconfiaba del resto.

Me quejé, no quería alejarme. Me gruñó haciéndome temblar, tanto, que mis oídos titilaban ante su estrepitoso rugido, incluso sentí el miedo en los demás.

—Espera… —escuché. El líder miró al humano cuando habló. Esperaba por lo que pudiera decir, aunque el animal también estaba muerto de miedo—, no le hagas nada. Yo no le hice nada.

Gonzo solamente se retiró, contemplándome por un instante para hacerme entender que era el momento. Tendría que despedirme. El grupo entero camino junto al líder dejando el lugar. Solo quedamos el humano y yo.

—Se van —me acerqué a él notando la sorpresa en su mirada. Colocó su mano en mi cabeza y aquella sensación que una vez me recorrió lo hacía nuevamente. Era agradable y era imposible no querer sentirlo cuantas veces quisiera.

Me dolía.

Aullé para que la luna me escuchase. Recibiendo el silencio de mi grupo y del bosque ante mis suplicas. El humano me observó enrollándome con sus patas. Sentí su calor, su aroma y sus latidos. Estaba aferrada a ese sentimiento que me provocaba quedarme por siempre junto a él

—Te tienes que ir, ¿no es así? —murmuró. Su voz era suave, resplandeciente como el sol al amanecer. Cálido como el atardecer— No te alejes de ellos. Lamento no pueda verte otra vez, pero sé que estarás bien —escuché un leve aullido, ellos me llamaban. Tomó mi cabeza con ambas patas y me miró. Estaba atada a aquella despedida, tanto que quería quedarme por más tiempo—. Anda, ve. Te extrañare —sentí su calor una vez más y me alejé. Vi una pizca de alegría en su rostro por última vez y, empapándome de su aroma, corrí hacia los míos. Llevaría su olor conmigo por algún tiempo, hasta que desaparezca y solo me quede el recuerdo.

Quizás pudiera verlo otra vez, alguna vez. No lo sabía con certeza, pero lo esperaba ansiosa. Corría hacia el resto del grupo dolida, pero con la esperanza de ver a mi humano nuevamente, en el próximo otoño.

La última luna del año habíamos perdido a varios de los nuestros. Gonzo rugía de odio contagiando a la manada, francamente, yo también los odiaba. Quería ir por ellos y comerlos, quería que sintieran el dolor que yo sentí cuando Senal murió. Vi sus ojos cerrarse y su último respiro alertar al viento de que ya no andaría entre nosotros.

Los odiaba.

Habían asesinado incluso a la más pequeña de nuestro grupo, Tamina, era inquieta pero inteligente. Estaba bajo el cuidado de Gonzo, como todos lo estuvimos alguna vez mientras éramos unos “cachorros”. Tamina tenía el deber de avisar cuando ellos se acercaran tanto como para ser una amenaza, aunque ya habíamos tomado ventaja y  estábamos divididos en tres grupos. Quisimos incorporar el elemento sorpresa luego de que Senal murió, sabíamos que vendrían por nosotros. No lo pensamos. Seguimos el instinto de nuestro líder. Aun así, con todo lo cuidadosos que éramos, Tamina no dio el llamado. Estaba muerta cerca del lugar donde debía ocultarse.

Fue horroroso. Ella estaba muy bien oculta, sin embargo, no contó con que la descubrieran desde detrás. El animal usó su vara y le dio. Aun no entiendo como esas cosas funcionan, probablemente mi humano pudiera haberme dicho. Mi humano. Hacía varias lunas que ya no lo veía, aun cuando caminaba por el mismo rio dando los mismos pasos que aquella vez, él no estaba ahí. Siempre que podía, Aren se burlaba. Me decía que algún día lo volvería a ver, pero con su cuello en sus dientes y esa vez tendría que olvidarme de ese humano. Yo me enfurecía tanto que llegué a pelear con él, lo único que pudo detenernos fue Gonzo.

Corrí hasta la senda donde debía estar, un poco más y estaba al límite. Allí, un gran claro de color negro con rayas blancas se divisaban, a veces pasaban cosas a muy altas velocidades. Senal y yo solíamos correr siguiéndolos cuando los veíamos pasar. Increíblemente, esas cosas siempre ganaban, aun cuando Senal era el más veloz.

En mi lugar advertía el aroma de esos animales, ninguno era como el de mi humano, todos esos aromas eran desagradables. Respingaba el hocico siempre que tenía tan fatal aroma en mis fosas. Uno de los animales caminaba sigilosamente, tenía aquella vara en su mano, otro le seguía de cerca, aún más extraño su vara era mucho más corta. Salí de mis pensamientos cuando vi a esas cosas veloces pasar, pero este no iba tan rápido, se detuvo en frente de aquellos dos.

El aroma se coló en el aire, me llenó por completo y pude sentirlo como una caricia en mi cabeza, un abrazo caluroso. Era mi humano.

No pude evitar temblar ¿Acaso él también estaba tras nosotros? ¿Por qué? ¿Por qué después de que nuestro líder lo dejó ir? Él está bien, no sufrió ningún rasguño, aún más que eso, es mi humano ¿Me lastimaría así como el resto de su manada lastimó a Tamina y Senal? ¿Él lo haría? Dudé de seguir, sentía un nudo corroerme e inmovilizarme. Gonzo me llamaba, pedía mi calma, pero entre más veía a mi humano hablar con esas bestias mas temía, quería ir hacia él y ver si era verdad. Escuché los rugidos de Gonzo cuando pensé en ello.

Tenía razón, nuestro líder siempre tiene razón.

Por más que el fuera mi humano, si me acercaba no habría manera de volver atrás y nuestro plan fracasaría, yo pudiera morir por solo intentarlo. No puedo morir. Mi manada me necesita. Nuestro líder me necesitaba viva. Y tenía que ir contra ellos por Tamina y Senal.

Me quedé en mi lugar esperando a que la luna intercediera y le dijera a mi humano que se fuera. No lo hizo. Se quedó en la cosa veloz, sentado, esperando quizás. Los  animales con los que habló se habían perdido de por ahí. Solo éramos él y yo. Aún tenía ese aroma dulce que me embriagaba.

Mientras me sentía bien con que solo él estuviese ahí, sabía que el resto de mi manada estaba bien, algunos animales habían muerto. Sé que trataron de herir a Gonzo, pero Janin y Liel actuaron en ese instante salvando a nuestro líder. Aren también estuvo en dificultades, aunque la verdad no me importa si Aren muere.

También temía por la vida de mi humano. El seguía ahí, como quien espera a que algo suceda. Parecía tener frio, se frotaba las patas de vez en cuando, pero aun así no se movía. No quería que le pasara algo.

Actué.

Ningún animal se había acercado a mi humano desde que aquellas dos bestias se fueron. Por lo que a mí respecta, ningún animal se acercaría pronto, no después de lo que Janin y Liel hicieron.

Caminé sigilosamente hasta aquella tierra de color negro tratando de ocultarme entre los arbustos. Nadie, absolutamente nadie que no fuera mi humano, podía verme. Caminé un poco más hasta verme enfrente de él. Su respiración parecía cortarse. Me tenía miedo ¿No me recordaba? Me senté frente a él mirándolo. Él lo hacía igual. Nada pasaba. Sentía su angustia, pero eso parecía estar cesando.

—Eres tú, ¿no es así? —me gustaría decirle que tengo un nombre. Que me dicen Anel, y no lobo, como la mayoría de los humanos hacen—. No debieras estar aquí. Es peligroso —dijo. Él estaba preocupado. Me levanté ¡Claro que estaba preocupado! ¡Por eso estaba aquí! Me acerqué a él con sigilo, me recibió con su pata extendida tocando mi cabeza. Nunca dejarían de gustarme sus caricias, eran tiernas y llenas de nobleza. De la nobleza de quien defiende lo que ama. Eso me dijo Gonzo luego dejarlo en el bosque. Muy pocos animales de su manada cuentan con ello, él debía sentirse orgulloso de tenerlo. Es como una habilidad que solo pocos pueden tener.

Escuché un crujido, ruidos y a mi manada aullar. Estaban en peligro. Mi humano se alertó también, se levantó de la cosa veloz caminando hacia el bosque. No podía estar un minuto más allí, debía ayudar. Lo miré y sus ojos se fijaron en mí. Noté la decisión en él, así supe que me seguiría. En otra ocasión le daría mi espalda pues los humanos suelen ser muy lentos, pero en esta situación era necesaria mi agilidad y un peso extra me retrasaría.

Corrí hacia Gonzo. Lo escuchaba como si corriera a mi lado de la misma manera en que mi humano me seguía. Estaba muy cerca a pesar de que solo usaba dos patas, lo tenía casi encima de mí. Seguí corriendo escuchando la voz de Gonzo, alertaba al resto de la manada. Les advertía de algo que ninguno de nosotros quisiera escuchar. Si el moría, si nuestro líder dejaba de respirar, Mitán debía tomar las riendas de la manada y Aren seria su segundo. Conozco a Mithán desde hace mucho, no se unió a nuestra manada sin razón alguna, lo hizo porque decía que nosotros éramos muchos y teníamos mejor organización, además él estaba cansado de andar con la soledad. Era increíble, podía jugar con él y decirnos lo que fuera, Senal fue un gran amigo para Mithán.

Corría más deprisa para alcanzar a Gonzo, necesitaba alcanzarlo y cunado pude hacerlo me alegré, pero un animal lo apuntaba con su vara. Me moví hacia el animal luchando por destruir aquella cosa que entre sus manos estaba, pero era muy resistente, desistí de ello y, en cambio, mordí al animal. Escuché a Gonzo quejarse, y también quejidos más extraños. Mi humano se enfrentaba a uno de su manada. Estaba fuera de mí al verlo. Jamás había visto dos animales pelearse de aquella manera. Lo que Aren y yo hicimos la última vez no llegaba a aquellos extremos.

Mi humano mató a su amigo.

—Vamos, tenemos que irnos —lanzó corriendo lejos. Aún estaba paralizada por aquello. Gonzo apenas empezaba a seguirlo, pero estaba temeroso puesto que con sus heridas ese humano podía hacer lo que quisiera. Yo no lo creía, sin embargo tampoco sabía que pretendía—. ¡Hey! No sé si me entienden, pero allá —señaló el camino al lago— no debe haber nadie, ya tienen que estar de vuelta aun cuando maté a Larry. Por hoy no harán nada —Larry ha de ser el animal de la manada que ahora estaba muerto. Creí en las palabras de mi humano, aunque todavía dudaba de lo que había hecho. Si estas en una manada por qué matar a tus compañeros.

«No es una manada como nosotros» Me aclaró Gonzo «Cada manada actúa como cree es mejor, ellos posiblemente actúen así porque creen que está bien». Lo escuché decir: «Para nosotros no está bien» Gonzo estaba muy mal herido, pero aún se movía y mejor aún, todavía daba las ordenes.

El cielo se oscurecía a una velocidad sorprendente, podíamos ver el camino, pero no tan bien; dudo que mi humano pueda ver. Lo constaté cuando lo vi tropezar con un tronco que noté hacía varios pasos atrás. Corrí de prisa adelantándome al paso de mi humano, lo detuve en seco y le ofrecí mi cuerpo. Su torpeza nos haría lentos, no podíamos permitirnos detenernos, aun cuando él decía que los animales se irían. En lunas pasadas los vi utilizar cosas muy curiosas que iluminaban como el Sol, pero que, sorprendentemente, no daban calor como uno. No sé qué era, pero ellos podían tenerlos en sus patas. Hace otras lunas apuntaron a Liel con uno, me apresuré asustada ante ello cuando vi esa luz sobre ella, Liel también se asustó, aunque para fortuna nuestra la luz no le hizo nada.

Gonzo llamaba a la manada a reunirse en el riachuelo, esparcirse mientras íbamos al lago, lanzarnos al agua para así perder nuestro aroma y que no nos encontrase. Por lo que alcance a ver toda mi manada seguía intacta, heridos, pero completos. Ni siquiera Mithón tendría el honor de hacerse con el puesto del Líder, aunque dudo de que lo quisiera. A la llegada, mi humano se apresuró a bajar de mí, tomó camino a mi lado y se detuvo ahí como si escuchase los sonidos del bosque.

«Lo intentan» dijo Gonzo

Era increíble el conocimiento almacenado en Gonzo, no había dudas de que él debía seguir liderando a nuestra manada, no odio a Mithan, pero él no es Gonzo. Esperamos ahí. No escuchábamos nada más que el sonido de las palmas y arboles durante la noche, además del rugido de otros animales nocturnos. No humanos, nada de humanos. Me tranquilicé por un momento, eso era bueno, si los humanos no estaban aquí entonces ya se habrían ido, podíamos ir a refugiarnos, descansar y esperar a que la luz tomase el cielo. Podríamos cuidar de Gonzo, su cuerpo no paraba de brotar líquido rojo, eso le desgastaba más de lo que imaginaba. Mi humano se acercó hasta Gonzo con cuidado. Nuestro líder es algo renuente al contacto, mi humano parecía saberlo y por eso iba con precaución. Tomó su pelaje quitándoselo, rodeó a Gonzo con él justo donde el líquido rojo brotaba

«Ellos le dicen ropa, pueden quitársela y volvérselas a colocar». No cabía en mi impresión aquello. Sin aquel pelaje o “ropa”, mi humano lucía un cuerpo quemado como las hojas de los arboles cuando están muriendo.

Mi oído se agudizó. Escuché un crujido que me sacó de mis pensamientos haciendo que mirase hacia el bosque, buscando. No lo vi venir. Un humano se abalanzó a mí con una de sus varas. No sé por qué no la puso a funcionar, pues al contrario, me golpeó con ella, rugí fuerte ante el dolor. Fui tras el animal, él se resistió volviendo a usar su vara dándome en mi cabeza.

— ¡Alto! ¡No! —escuché a mi humano. Oí el murmullo del líquido rojo cuando lo molestas, sin embargo el animal no se detenía, me lancé a él dejándolo debajo de mí. Le rugí de forma feroz consiguiendo intimidarlo, pero aún tenía la vara en su mano, escuchaba el golpeteo del animal ir rápido, estaba asustado casi aterrado— ¡Basta John! —dijo una vez más mi humano.

No sé qué vio él que no pude ver yo, se arrojó a mí. Intentaba quitarme de encima del animal, lo hacía con todas sus fuerzas, por lo que lo hice al instante, perdí el equilibrio y caí al agua.

Escuché el rugir de aquella vara. Tan indistinguible y el aullido de Gonzo. Me levanté nuevamente. Mi humano yacía en el suelo mientras el tal John se hacía encima, su orín era detestable como su presencia. Corrí hacia él rugiéndole a su presencia hasta verlo caer sobre sus cuartos traseros. Por otro lado, mi humano no se levantaba aun cuando pasé a su lado, no lo hacía. El animal se levantó, caminó hacia atrás y se echó a correr. Bramé una y otra vez hasta que no lo vi más. Giré viendo a mi humano, el mismo líquido rojo ahora se esparcía por su cuerpo.

¿Moriría? Mi humano no podía morir, pero escuchaba sus quejidos, eran como los de Tamina o Senal, solo que eran más dolorosos. Mucho más. Me acerqué a él, vi sus ojos tan verdes como las hojas de los bosques vistos solo bajo aquella luz de luna, sentí su pata sobre mí. Me dolía. Mi humano moría y no podía hacer más que ver de la misma manera en que vi morir a Senal. Aullé, tantas veces como pude. Gonzo me llamaba pero no quería verlo, no quería perderme los ojos de mi humano 

« ¡Anel! » Alcé la vista tan deprisa como el llamado se hizo feroz «Adelante».

Nunca antes había hecho eso. Gonzo decía que cualquiera de nosotros podía hacerlo, pero que era una actividad casi exclusiva del líder, sin embargo en esta ocasión no tenía ningún deseo de hacerlo él mismo. Creyó entonces que debía ser yo quien debía hacerlo. Por su vida, entregaría vida.

Lamí aquel líquido rojizo que de mi humano brotaba. Sabía extraño, muy salado, como para ser igual al que siempre probaba. Sentí parte de su cuerpo bajo mi lengua, era lisa y suave como los copos blancos que visten el bosque. La mano de mi humano se posó sobre mí mientras limpiaba aquel líquido de su cuerpo. Escuché el aullido de Gonzo, de Aren, Liel y luego el resto. Aullaban a la luna el llamado de alguien más, pedían su permiso y consideración para una nueva vida. No sabía cómo resultaría, Gonzo decía que cuando se hacía los resultados eran variados, pero la petición finalmente era cumplida. No quería perder a mi humano sea cual sea el resultado final, quería tenerlo conmigo, con nosotros.

— ¿Qué… haces? —lo escuché decir. Sus ojos ya no eran tan verdes, su luz se perdía como la noche.

«No lo sé. No sé qué estoy haciendo, solo sé que debo hacerlo.»

— ¿Por qué? —preguntó nuevamente. No sé cómo, pero parecía escucharme.

«Porque la Luna está ahí».

— ¿La Luna…?

« ¿Me escuchas? ¿Mi humano realmente me escucha?»

—Claro…que sí…—sus dientes resplandecieron, aunque sus ojos aún se veían muertos y oscuros. El bosque entró en silencio por completo, dejé de escuchar a Gonzo aullar. El cuerpo de mi humano ahora estaba limpio como cuando lo vi luego de quitarse su pelaje, incluso no había huecos en él, los mismos huecos que dejan esas feroces varas.

Gonzo se acercó hasta mi humano. Lo miró estudiándolo por completo, de la manera en que a veces estudiaba a nuestras presas. Ahora lo hacía con él.

«La Luna ha cumplido» escuché un sonido de mi humano. No sé qué era, pero no parecía molestarle.

— ¿Luna? —inquirió—, ¿puedo oírte? —Se sentó mirándome— A ti también, lobo —sus dientes volvían a salir. Hacia una expresión extraña en su rostro

«Le dicen alegría» dijo Gonzo « Puedes oírnos porque le pedimos a la Luna que te diera vida. Ella te la ha otorgado, pero como un animal como tú no puede volver a la vida como lo que eras antes, te ha dado una vida como la nuestra» esclareció Gonzo.

— ¿Una vida como la suya…? —vi a mi humano tocarse con sus patas, mirarse de arriba abajo e incluso levantarse. Quizás creía no estar completo, pero lo estaba. Lo miré indagando en su rostro por qué lo hacía. La alegría, que según Gonzo es como le decían, volvió a su rostro. —No soy un lobo.

«Te han dado una vida como la nuestra, solo eso. La Luna no puede otorgar cuerpos » dijo Gonzo, estaba aclarando las dudas de mi humano. Me emocioné al verlo entero. Me acerqué a él viéndolo, sentí su pata sobre mi nuevamente y la “alegría” también me tocó.

«Qué bueno que la Luna aceptó nuestra petición.»

— ¿Eso te alegra? —preguntó viéndome. Tomaba mi cabeza con ambas patas mientras sus ojos se enfocaban en los míos.

«Sí, humano, estas vivo.»

— ¿Humano? —preguntó. Me quedé ensimismada en la palabra y en su rostro—. Mi nombre es Seth.

«Yo soy Anel »al fin pudo escuchar mi nombre. Al fin podía oírme. Finalmente podía hablar con mí… con Seth, de la misma manera en que hablaba con la manada.

Las lunas pasaban entre que sentía el alivio venir. Cada nueva Luna era agradable, cada palabra que podía compartir con Seth era infinita y sin obstáculos. Algunas veces tenía que irse para no levantar sospechas con su manada, pero cuando regresaba las estrellas eran nuestras espías cristalizando el cielo todas las noches cuando hablábamos hasta quedar rendidos sobre nosotros mismos.

—Buenas noches, Anel…

Fin.

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A cada persona que pase por aquí, que le encante esta historia y que deje su comentario y su voto. Mis gracias infinitas. Esta es una historia corta que termina con las palabras de Seth ¿por qué no continua? Pues sencillamente porque algunas historias finalizan de esa forma y lo que sigue o pudiera pasar después lo dejo a vuestra imaginación.

Sleblyn.

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