Prólogo
El viento frío corría por los pasillos del Salón del tiempo, las cortinas doradas se elevaban y el aroma a azahares inundaba todo el ambiente. La lluvia pronto aparecería ya que el petricor estaba presente y sentirlo de esa manera era mal presagio.
Myria tenía puesto un vestido violeta hasta las rodillas, con mangas largas y puños que se abotonaban. En el cuello, el colgante del reloj plateado cuyas manecillas giraban en sentido inverso, símbolo de lo que le deparaba el futuro, su fin. Peinó su cabello rubio y lo ató con una coleta en forma de estrella plateada. Suspiró y tomó el diario de su mesa de luz. Se sentó en su cama y escribió en la primera hoja:
Aquí inicia mi final, pero todo lo escrito recién comienza. A partir de hoy, cada una de las palabras de estas páginas se cumplirán.
Myria Mirel
Cerró el diario y alguien entró. Myria no se dio vuelta, sabía quién era con tan solo sentir su aroma a menta. Demetrio estaba parado en la puerta con una mirada angustiosa, como si las lágrimas fueran a brotar de un momento a otro. Se acercó a ella y la estrechó desde atrás.
—No quiero que te vayas, no es justo —habló bajo, besando su mejilla—. Deberíamos haber huido, deberíamos haber hecho tantas cosas.
Myria se alejó de él y pasó sus dedos en sus mejillas, limpiando las pequeñas lágrimas que ya habían brotado y acarició su cabello rojo.
—Demetrio, amor mío. Así debe ser. No soy una hereje, eso lo sé, pero el líder así lo cree.
—Gracias a tus profecías, se descubrieron varios problemas en la Orden e incluso se está siendo precavido para otras cosas. Myria, no es justo.
—Al líder eso no le interesa, ver la línea temporal de los demás es un pecado. Demetrio, desde hoy, sólo mi linaje será líder, porque en mí no finaliza este poder, en el mañana mi propia sangre será la que salve a todos. Que mi voluntad se cumpla y… —Le extendió el diario. —Entrégaselo a los hechiceros, ellos sabrán qué hacer.
Él la estrechó en su pecho y acarició su cabello, le levantó el mentón y la besó con dulzura, como si en ese beso la vida se le fuera, y el roce de sus labios fue cálido y lleno de nostalgia, por un amor que acabaría de forma prematura.
—Se cumplirá tu voluntad, me encargaré de ello. —Se guardó el diario. —Nos veremos debajo del árbol plateado, amor mío.
Se separaron, sus hilos de vida se deshicieron, y Demetrio comenzó a morir.
Dos hombres con trajes rojos ingresaron, cada uno tomó de un brazo a Myria y se la llevaron, para ser castigada, para morir por ello.
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