Capítulo 4 No hay futuro para nosotros

Ethan estaba sentado en el sillón de la sala de su casa, aquel lugar era lo que estaba más lleno de nostalgia. Cada espacio había sido decorado junto a Zoe, así que estar allí era como si la esencia de ella aún siguiera presente.
Sus relaciones amorosas eran vacías y superficiales, ninguna caló tan profundo como la que tuvo con la alquimista de la luz. Aún era joven y podía tener a alguien más, pero ¿para qué? Sus hijos tenían como madre a Alexandra, tal y como había pasado con él.
Se levantó y caminó cerca de la biblioteca y del piano. Se acercó a la mesa del medio entre los sillones, llena de adornos y allí estaban algunos que le recordaban a la única mujer que realmente había amado.
La puerta sonó y cayó en cuenta de que era Maëlis, la había llamado porque había cosas que debían aclarar.
—Ethan, ¿estás bien? —dijo ella, entrando y acomodándose la manga de su camisa azul—. No entendí por qué me llamaste.
—Porque hay cosas que aclarar.
Las palabras de pronto se le esfumaron de la mente, como si una amnesia lingüística hubiera aparecido. La miró y sintió que algo se le removía dentro. Ella tenía una pollera blanca con vuelos y una camisa azul, balerinas del mismo color y el cabello rubio alborotado. Estaba hermosa y eso le incomodaba.
—¿Estás enojado por lo de la otra noche? Ethan, yo ya me disculpé, fue demasiado impulsivo. ¿Vamos a volver sobre ese tema?
—Lo sé, pero… no me molestó en realidad. —La invitó a sentarse mientras tomaba su mano. —Sólo que no pensé que esas eran tus intenciones.
Maëlis se quedó mirándolo un instante antes de decir algo. Le gustaba, a pesar de todo le gustaba y estaba cansada de ocultarlo. Miraba su cabello oscuro, sus ojos azules y no podía alejar su mirada de ellos.
—Ya te dije que me gustas. ¿Qué más quieres? Me olvidaré de ti y no te molestaré más.
—No es eso. Yo creo que no hay futuro para nosotros, no después de lo que pasó. ¿Cómo puedo siquiera pensar en esa posibilidad, si hiciste una poción para que sintiera amor por Kanaria?
—Es fue hace mucho, yo era otra persona y ni siquiera te conocía. Era un intercambio para que ella me ayudara con mi madre y lo sabes. ¡Pero si vas a seguir echándome en cara eso!
Se levantó y lanzó uno de los adornos al piso. Ethan la tomó fuerte de la muñeca.
—Cálmate… es una excusa, sé que lo es, pero…
—¿Sabes qué? Olvídalo, Ethan, quédate con los recuerdos de Zoe, con tus hijos y listo. Hagamos de cuenta que esto nunca pasó.
Él la frenó y la atrajo hacia sí.
—Tienes razón, vivo de recuerdos. No es fácil, Maëlis, haber perdido a la mujer que amaba realmente y también a la madre de mis hijos. Pero tampoco es fácil dejarle el camino abierto a lo que siento por ti.
Entonces, para sorpresa de Maëlis, la besó y ella por dentro amó ese momento.
—Ethan, yo… —Tomó sus manos luego de separarse de él. —Tengo miedo de que algo te pase porque el futuro es…
—Incierto, lo sé. Olvidémoslo, entonces —dijo para sorpresa de ella.
Le abrió la puerta y ninguno dijo nada. Al cerrarla, las lágrimas le nublaron la vista a Ethan.

Las semillas de las flores nomeolvides habían sido sembradas por Keira y cada día ponía la maceta en la ventana de su habitación, para que el sol le llegara, era algo que hacía antes de ir a clases.
Era sábado y estaba en su habitación, mirando al jardín.
Charles, su padre, ingresó de forma calmada y se acercó a ella. Hace unas semanas hubiera saltado a sus brazos, pero ahora estaba como en trance o en otro mundo.
—¿Qué sucede, mi pequeña? Has estado muy distante últimamente.
Le acarició el cabello.
—Es que… papá, algo me pasa —comenzó a decir mientras se miraba las manos y se le quebraba la voz por el llanto que quería salir—. Papá, tengo miedo, ya no quiero tocar a los demás.
—¿Por eso no me abrazas? No temas, hija mía. Todos tenemos un mismo destino, todos vamos a perecer, pero… los caminos hasta en eso son diferentes y así como la llegada a nuestro final es incierta, así lo son las demás decisiones.
—Pero no me gusta, yo veo qué pasará y no quiero verlo. ¡No quiero, papá! —gritó.
Charles entonces la tomó en sus brazos y le secó las lágrimas, pero muy dentro sentía que no era justo, no era justo que su hija tenga esa habilidad. Él podía soportarlo, pero ella lucharía demasiado hasta comprenderlo y sobrellevarlo.
La atrajo a su pecho y la niña se sintió a salvo. Aunque no quería tocarlo, lo hizo y largó un angustioso suspiro. Sabía lo que pasaría, sabía el destino de su padre.
—Todo es incierto, mi pequeña, incluso tu llegada lo fue en un momento, sólo hubiera hecho falta otra decisión y no estarías ahora. El tiempo fluye en una sola dirección y no podemos tomar atajos, podemos ir y venir de diversas formas, pero al final, las decisiones nos hacen avanzar más cerca del final o más lejos. No temas, quizás lo que veas no se dé así. Pero si se da… —La sentó en su regazo. —Y sabes que perderás a esa persona, disfrútala, dile todo lo que sientas, porque en el mañana ya no estará. Mi pequeña, puede que llegue alguien que te haga sentir especial y tus encuentros sean como relámpagos, pero van a pertenecer a la misma tormenta que eres tú y se encontrarán.
Keira no comprendía todas sus palabras. Se secó las lágrimas y, en ese instante, sintió que crecía años.
—Papá, te amo y siempre te llevaré en mí.
—Lo sé, mi pequeña, yo igual y sé que serás sabia en tus decisiones, no decaigas, aunque todo parezca perdido. El futuro está en tus manos, hija mía.

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