Capítulo 3 El bosque de las emociones y el tiempo

Nathaniel se levantó al crepúsculo y miró por la ventana de su habitación hacia el patio, como si allí hubiera algo importante, pero no, solo lo hacía para ignorar a su padre que le hablaba. Tenía una mirada penetrante para alguien de solo diez años, la piel blanca como la nieve y el cabello lacio azabache hasta los hombros, tal y como lo había sido el de su madre Kanaria. Su melliza, Melody, estaba abrazada a su padre.
—¡Papá, te extrañé! —gritó prendiéndose de los brazos de Ethan.
—Mi Melody, yo también los extrañé. El trabajo se complicó y no pude ir a retirarlos. Nathaniel, ¿estás bien?
Se acercó con una sonrisa y le tocó el hombro.
Nathaniel se apartó de él y fue a sentarse en la cama.
—Nos abandonaste, padre, siempre es el trabajo y nos dejas con Lucien.
Se cruzó de brazos y miró a otro lado.
—Lo sé, tienes razón de estar enojado, pero… prometo de verdad que estaré más presente.
—¿Podemos ir con Alex? Quiero ver a mis primos —dijo Melody tirando de su pantalón.
Ella era un poco más baja que su mellizo, tenía el cabello lacio y era idéntica a Kanaria cuando tenía esa edad. Se vestía también de negro, pero a diferencia de su madre, era muy alegre y dulce.
—Podemos, pero eso será mañana, luego de clases los puedo llevar. ¿Quieres ir, Nathaniel?
—¡No! Yo no quiero ver al tonto de Damian sin poder alguno, a Lois que, bueno, sólo iría por ella, pero luego está la tonta de Keira. —Se incorporó y salió corriendo mientras decía: —¡Tampoco a ti!
—¡Nathaniel, ven acá! —gritó de forma inútil, su hijo ya se había marchado.
—Papi, no te preocupes, yo sí quiero ir y él es difícil, pero es un buen hermano.

El bosque del tiempo y las emociones era un lugar construido por lords, ladys del tiempo y alquimistas para compartir. Porque no había nada de malo en ello, es más, hasta trabajaban juntos, porque como decía la famosa frase «El tiempo cura las emociones difíciles de sobrellevar» ambos iban de la mano. Pero ahora, todo eso estaba en el olvido, era como si una navaja afilada los hubiera separado.
Seguía floreciendo como siempre, con sus árboles de cerezo y jacarandá, con las mesas y sillas dispuestas para charlar y algunas cabañas, pero todo eso estaba deshecho, muerto por el descuido y el olvido.
Keira recordaba que su madre la llevaba allí para practicar su manejo leve del tiempo. Era un secreto de ambas, así que sabía cómo llegar y allí había llevado a Steven. Ambos niños estaban caminando cerca de los árboles.
—Nunca vine aquí, solo recuerdo que en el orfanato alguien lo mencionó —dijo Steven recogiendo un pétalo de flor de cerezo y sentándose bajo el árbol.
—¿Por qué estás en un orfanato? ¿Y tus papis? —preguntó Keira mientras se sentaba a su lado, acomodando su vestido y jugando con pétalos de jacarandá.
—Mamá murió y mi papá, no sé quién es y tampoco me importa. —Tomó una piedra pequeña y la lanzó cerca de una silla. Pensar en su padre lo ponía tenso. Miró al cielo y vio apenas los rayos de sol filtrándose por las frondosas copas de los árboles. —Tus padres son Lady Alexandra y Lord Frisher —dijo encogiéndose de hombros.
—Lo son y también tengo hermanos, Lois y Damian, son gemelos, pero no se parecen.
Keira se incorporó y los pétalos se esparcieron, lo levantó a él y tomó sus manos.
—¿Qué te pasa? —dijo él levantando una ceja.
—Transmuta algo, eres el primer alquimista que conozco. Yo ya nos transporté hasta acá.
Steven juntó las manos y sintió una energía recorrerlas. Las emociones que vinieron a su mente eran una mezcla de alegría y tristeza, y con ello pudo transmutar un florete de tamaño pequeño; lo miró asombrado y se lo entregó a ella.
—¡Wo! Ojalá yo pudiera hacer esto, pero, mira lo que haré.
Lo tomó y una energía como ventisca salió de sus manos y elevaron el florete.
El viento comenzó a soplar en todo el lugar y ambos sintieron como si el tiempo pasara lentamente, y el florete fue modificándose. Cuando el viento se detuvo y el arma volvió a las manos de Steven, se veía oxidado.
—¡Esto es también genial! —gritó Steven mientras lo observaba—. Hasta se oxidó.
—Claro que sí, tonto —le alborotó el cabello.
Ambos se pusieron a jugar mientras corrían y las flores de ambos árboles los envolvían.
—Este será nuestro lugar, Steven —dijo Keira dándole la mano.
Pero él, en lugar de darle la mano, le dio un abrazo y a ninguno de los dos les importó las imágenes que vieron, las cuales pertenecían a la línea temporal del otro. Quizás porque aún no las entendían del todo o tal vez, muy en el fondo, sí, pero decidieron guardar silencio y hacerse amigos desde ese día.

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