Capítulo 3

—¡¿Entendido?! —todos asentimos a las palabras del director y emprendimos la marcha a la plaza central.

No había nada mejor que empezar el día con ordenes y un corte en la mejilla.

Sus palabras se habían quedado clavadas en mi mente como dagas, no podía fallar. No de nuevo.

Nadie dijo nada en todo el camino. No estábamos cabizbajos, todos andábamos orgullosos y con la cabeza bien alta. No nos mostramos débiles ante las otras secciones, a pesar de que en nuestro interior ya no hay nada. Éramos fantasmas, blancos como la nieve, extraños, serios, despiadados...

No había lugar para los sentimientos, y eso ya era algo que teníamos más que claro.

Al llegar, como el anterior día, nos observaron fijamente, sorprendidos de vernos aquí. Era increíble cuantas emociones era capaz de captar de parte de los presentes, y las ganas que me daban de poder controlarlas.

—Bienvenidos Inefables, aquella área de allí es para las secciones 6 y 5. Os están esperando, recordad que queda prohibido mostrar vuestras habilidades —susurró lo último mientras nos amenazaba con la mirada.

No le temía, sabía que si quería podía hacerle retorcerse de dolor en el suelo, destruirlo en una milésima de segundo.

Nos miraba con serenidad, pero sus emociones me dejaban ver todo lo contrario. Estaba asustado, no, estaba aterrorizado. Sonreí al notar el miedo que le provocamos. Pasé por su lado y él se apartó al instante.

Cuando me fijé en nuestra área pude ver a la sección 5 entrenando ya.

Los observé y me dí cuenta de que no eran más que unos críos, todos lo éramos. Unos críos jugando a un juego de mayores.

Pudé ver como uno de ellos inmovilizaba a su oponente con mucha facilidad, solo había dos opciones, o era muy fuerte o su oponente muy débil.

—¿Nerviosa?

—¿Yo? ¿Nerviosa?, no me hagas reir, Venecia.

—¿Qué mirabas? —se giró buscando lo que yo estaba observando segundos atrás.

—Nada importante —volví mi vista a donde había visto al chico inmovilizar al otro y me encontré con esos ojos oscuros de nuevo.

En el fondo me sorprendí de no haber notado que me observaba, o no haber notado que era él, sin embargo, lo que más me sorprendió fue cuando intenté colarme en sus emociones y ver lo que sentía, sin embargo no encontré nada. Ninguna emoción. ¿Podría ser que mi habilidad estuviera fallando?

Aparté la vista frustrada de no haber conseguido mi objetivo y empecé a andar hacia uno de los rings del área, dejando a Venecia detrás de mí. Notaba como me miraba sorprendido y como se sentía confuso.

Volví a intentarlo con Júpiter cuando se giró, pero seguía sin encontrar nada más que vacío. Nunca le tuve miedo a la oscuridad, pero la que había en él me provocaba un escalofrío que me hacía estar alerta de cualquier cosa.

Había un novato en el ring. Sin pensarlo dos veces lancé una patada a su espalda haciendo que cayera fuera del ring.

—¿A ti qué narices te pasa? —empezó a masajear su cuello y espalda, donde seguramente se habría golpeado.

Sin inmutarme en su dolor y mucho menos en sus emociones, le enseñé mis colmillos. Rápidamente empezó a retroceder aterrado.

No es que fuera un vampiro ni mucho menos, era divertido ver como los novatos se aterraban y pensaban que éramos "vampiros" y por eso teníamos colmillos. La realidad es que tras nuestra mejora nuestro ADN se alteró y nos provocó unos dolorosos cambios físicos, uno de ellos fue en los dientes, fueron creciendo y haciéndose más largos hasta el punto de hacernos daño. Esto no fue un problema para el "Director", claro que no, se aprovecharon de esto, limaron nuestros nuevos "colmillos" y los afilaron. No nos hacían daño, aunque si fueron molestos al principio, pero luego era divertido espantar a los novatos al mostrarlos. En mi caso, los experimentos provocaron que varias zonas de mi pelo perdieran su color, por eso soy castaña claro con mechas blancas.

—Hey, ¿estas bien? —Júpiter se acercó al novato de su sección preocupado.

Mientras yo me crucé de brazos mirándolos con una sonrisa de suficiencia. Podía notar como mis compañeros se reían de la escena penosa de los de la sección 5.

—Vaya, ¿así que eres la típica abusona no? —no pude evitar reírme por lo que dijo—. Es una pena, pensé que no eras como ellos —señaló a mis compañeros.

Me tensé al momento de oír sus palabras. Me había molestado, solo quería algo de diversión, no era una abusona.

Arizona debió de notar mi molestia por que se me acerco para multiplicarla.

—Ohh, eso ha debido doler, la increíble Roma callada por un niñato —esta chica quería un puñetazo, sin duda—. ¿Qué pensaran las secciones de nosotros con semejante representante?parece que no todo en la vida es belleza, ¿no bonita?

Dos segundos.

Ese fue el tiempo que necesité para mover mi brazo y asestar mi puño en su ojo.

Arizona cayó adolorida tapándose el ojo, seguramente morado.

—Eh, ya basta, es suficiente —Chicago se me acercó agarrandome del brazo para alejarme de Arizona.

Fijé mis ojos en Arizona hasta ver como empezaba a retorcerse en el suelo por el dolor mientras gritaba y salían lágrimas de sus ojos.

—Basta, Roma no, hay personas delante —me susurró Chicago mientras me agarraba del brazo de nuevo.

Desvié mi vista de Arizona y miré a mi alrededor, parecía que los únicos que lo habían visto habían sido los de la sección 5, quienes me miraban asombrados y extrañados, excepto uno, uno que estaba apoyado en la pared con los brazos cruzados mirándome fijamente. Traté de ver que sentía y volví a encontrarme con lo mismo, nada. Empezó a dolerme la cabeza y aparté la vista dándome la vuelta para marcharme.

Cuando estaba llegando a la salida una mano tocó mi hombro, me giré y no había nadie. Cuando volví a mirar al frente me asusté al encontrarle ahí parado mirándome. ¿Se había movido tan rápido?

Le miré confusa esperando a que hablara.

—Menudo espectáculo habéis montado allí atrás —Júpiter seguía con su expresión seria y sus ojos vacíos—. ¿Estás bien?

Traté de ocultar lo mejor que pude mi expresión de sorpresa por su pregunta.

—Si..., estoy bien —le miré a los ojos—. Al menos, estoy mejor de lo que está ella. —sonreí levemente sin mirarle.

Pude notar como en sus labios se formaba una sonrisa divertida

—Sin duda —le miré y él me sonrió más, por lo que yo también le sonreí a él.

—Oh cierto, supongo que has venido a algo —le incité a que hablara.

—Si, cierto, no puedes irte —le miré confusa mientras él sonrió aún más—. Se supone que era un entrenamiento conjunto, y tu sección debe ayudar a la mia —le observé atentamente y se rió—. Tienes que hacer tu trabajo, por eso no te puedes ir a menos que combatas una vez contra mi.

Le miré sorprendida. Sin duda tenía agallas pero eso me divertía, se arrepentiría tras su derrota, esa fue la razón por la que dije:

—Claro, vamos —empecé a andar hasta que él se posicionó a mi lado.

No era capaz de entender lo rápido que podía pasar de su faceta amable a una seria e indescifrable

Treinta minutos.

Ese era el tiempo que llevábamos en el ring, ambos nos negábamos a retirarnos, y mucho menos a perder.

Nos miramos fijamente, ambos estábamos completamente sudados.

¿La razón por la que cada vez me frustraba más?

Me provocaba. Me miraba en todo momento con ese destello divertido en sus ojos que me incitaba a que fuera a atacarle. No era justo, él usaba sus habilidades de engaño.

No estábamos en condiciones iguales

Le mostré los dientes a lo que él rió, dándose cuenta de que no pensaba irme hasta que él acabase en el suelo derrotado.

Me concentré en él y busqué en sus emociones, sensaciones, sentimientos...

Nada.

Ese fue el momento en el que me dí cuenta de todo.

De la razón por la cual no podía sentir sus emociones ni controlarlas. No tenía, no tenía ni sentimientos, ni emociones, nada. Estaba vacío, y en cierto sentido me sentí identificada.

No me dí cuenta de cuando se tiró encima mía inmovilizándome. Yo seguía en shock.

Y entonces, ocurrió.

Mi cerebro me mostró una imagen, una de una niña.

Una niña castaña que corría feliz por una plaza y no dejaba de sonreír

Hasta que de pronto todo se ensombreció, y la niña empezó a mirar asustada a su alrededor. Pero lo que temía no era la oscuridad...

—¿Ashe? —no obtuvo respuesta—. ¡Ashe!, Ashe, ¡¿dónde estás?! —gritó ya desesperada.

Empezaron a oírse voces que entonaban una canción, una siniestra. Todos con el mismo tono, y las voces se escuchaban cada vez más, hasta rodear a la niña.

De repente una sombra se puso frente a ella para susurrarle

—La sangre pide sangre, Alaska. No puedes huir de la llamada.

Tras esto, la niña empezó a retorcerse de dolor mientras gritaba por ayuda. Nadie, nadie la ayudaba. No le importaba a nadie.

—¡Roma!

De repente la imagen se tornó borrosa y ya no le llegaba el oxígeno. No podía respirar.

—¡Roma!

Oxígeno. Mi mente gritaba esa palabra incitándome a buscarlo.

—¡Vamos, Roma contestame!

Esa voz...

—¡Roma!

Me incorporé rápidamente tratando de encontrar oxígeno, cuando lo conseguí me dejé caer sobre el frío suelo de nuevo. Esta vez estaba consciente. Varias caras se arremolinaban a mi alrededor mirándome preocupadas.

—¿Qué... qué ha pasado? —pregunté al notar como me miraban.

Chicago se agacho y me ayudó a incorporarme

—Júpiter te ha derribado, y de repente... tus ojos, han cambiado de color. Al principio solo parecía que mirases a la nada pero luego —empezó a llorar—. Dios Roma has empezado a convulsionar, no sabíamos qué hacer, no podías respirar —se alteró.

La abracé notando como se relajaba un poco

—Esta bien, Chicago, estoy bien ¿vale? —le quité las lagrimas para ver sus claros ojos azules.

Miré alrededor viendo sus caras en total shock

Cuando me tope con los ojos de Júpiter me di cuenta de que él estaba serio, y me miraba fijamente pero con un deje de extrañeza en su mirada.

—Espera —miré a Chicago al caer en una cosa—. ¿De qué color eran mis ojos?

Chicago miró a los demás, y luego evitó mi mirada. Nerviosa dijo:

—Rojos —me miró.

Volví mi vista a Júpiter y ambos nos miramos igual. Y por primera vez pude ver y sentir una emoción de su parte

Confusión.

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