Extra: El nacimiento de la Primavera y algunas cositas más

Mes de abril del 2019


La pareja que se había casado en el mes de septiembre junto con una pequeña reunión familiar y sus hijos peludos, esperaba la llegada de una niña en pocos días más y tanto Nieves como Eros estaban realmente nerviosos.

Los dos estaban dentro del cuarto de la bebé, ella sentada en la silla mecedora mientras que Eros terminaba de pintarle la última letra del nombre de la niña sobre la pared con colores pasteles.

—¿Qué te parece? —preguntó él mirándola.

—Divino. Me encanta. No sabía que tenías manos de pintor. —Dijo casi riéndose.

—Soy multifunción, querida.

—Ya lo creo que sí —volvió a carcajearse.

Luna y Júpiter estaban echados delante de ella, Júpiter apoyando su cabeza en los pies de la mujer ya que estaba descalza.

—¿Quieres que le remarque algo al nombre?

—No, así me gusta, ¿a ti?

—Sí, también... Me gusta el nombre que se te ocurrió, Primavera.

—¿Y no te parece que es ideal?

—Sí, Nieves la fresquita —la señaló—, y Eros el calentito —se auto-señaló.

Ella no pudo evitar reírse.

—Un nombre relativamente poco común debía de tener con los padres que se carga la niña —recalcó levantando hombros y manos.

—Exacto.

—¿No ves rara a Luna?

—Rara, ¿en qué sentido?

—Más gorda, sin ganas de correr o jugar.

—Así estabas tú en la mitad del embarazo —comentó Eros.

Nieves clavó los ojos en él.

—¿Crees que está embarazada también? —cuestionó con espanto.

—Puede ser. Júpiter desde que la vio le tenía ganas —sonrió de lado y le guiñó un ojo—. Fue como su dueño, le tenía ganas a la vecinita.

Ella le tiró un cojín y él lo cazó en el aire.

—¿Y no es cierto? Tú también me tenías ganas, no me lo puedes negar. Si no me hubieras tenido ganas, jamás me habrías espiado con los binoculares. Admite que te encantaba y estabas derretida por mí.

—No... —acotó y se levantó sosteniéndose de los posa-brazos—. Voy a comer una mandarina, ¿quieres tú?

—Bueno.

Cuando Nieves le dio la espalda y estaba saliendo del dormitorio de la bebé, empezó a cantar una canción de un dibujo animado muy conocido argentino. Su versión original era cantado por un bebé hacia su vecinita, pero ella lo había adaptado a su modo.

El vecinito de enfrente me tiene loca loca...

—Ya lo sé, pastelito de limón. Sé que siempre te he vuelto loca —confesó con seguridad y ella se echó a reír escuchándolo.

—Vaya señor, qué seguridad tiene usted —respondió volviendo al cuarto para quedarse en el umbral.

—Por supuesto, sabes bien que te derrites con este cuerpazo —admitió dándose una vuelta para que lo mirara con mucha atención.

Eros llevaba un pantalón de mezclilla y el torso desnudo, los días de abril eran calurosos aún y ese día no era la excepción.

—Si serás cretino... sabes bien lo que tienes y me lo muestras —rio por lo bajo.

—Claro —sonrió con amplitud.

—Buah... yo una cerda y tú un hombre de calendario.

—Cuando estés apta de nuevo te dejaré como una chica de calendario también —rio a carcajadas.

—Qué malo eres, cuando esté apta —hizo un puchero.

Pastelito, desde hace semanas atrás y después del embarazo no vamos a poder tener intimidad, a eso me refería.

—Lo sé pero estaba creída que lo decías por lo gorda que estoy.

—Para nada, estás gorda por un motivo y si quedas rellenita no me importa tampoco, Nieves.

—Eres hermoso, pastelito de limón —se acercó a él para darle un beso en los labios.

Eros la sujetó de las mejillas y se inclinó para besarla.

Se giró en sus talones y volvió a salir de la habitación para bajar las escaleras y caminar a la cocina para buscar dos mandarinas, en el plato agregó dos pastelitos de limón también.

Subió de a un escalón a la vez porque se sentía muy pesada y se cansaba enseguida. Desde hacía un mes atrás y poco más vivía descalza o con Havaianas porque era el único calzado que no le apretaba.

—¿No era solo una mandarina? —cuestionó Eros levantando las cejas.

—Sí, pero agregué al menú dos pastelitos. El otro es para ti si lo quieres.

—No, me comeré la mandarina. Te dejo los pastelitos a ti —sonrió.

Nieves volvió a sentarse en la silla mecedora y comió primero y de a poco los gajitos de mandarina, en el quinto gajo se sintió rara y con una leve molestia en el bajo vientre. Trató de calmarse y continuó comiendo, y conversando con el bombón de su marido. En pocos minutos se terminó la mandarina y los dos pastelitos de limón aunque un poco de merengue le dio a Júpiter que se quedó con la cabeza en el regazo de ella esperando como siempre por algo del pastelito.

—No debería darte nada, has embarazado a mi pompón, puerco —lo retó punteándole con el dedo índice su frente sin hacerle daño.

—El pompón ni se habrá quejado, porque para embarazarla habrá querido, de otra manera lo tiraba a morder —comentó Eros.

—Para ella tendría que haber castigo también —acotó y Luna la miró con atención—. Pero no puedo decir más nada, estas dos bolas de pelos me pueden.

Júpiter se frotó más contra su regazo y bufó con deleite mientras sentía las manos de la mujer acariciar su cabeza y orejas.

—Así que tú también serás padre —su dueño acarició el lomo—, bien ahí campeón. Igualito a su dueño. —Sonrió satisfecho.

Nieves revoleó los ojos.

—Mírenlo si se pavonea como un gallo.

—Tú también fuiste una puerquita en embarazarte —respondió con sarcasmo.

—Diría que tú también fuiste puerco.

—Tú no te negaste —rio y se acercó para darle un beso.

Los dos perros se pusieron en el medio de ellos porque no querían perder el protagonismo. Sobre todo Júpiter no quería que Eros se acercara mucho a Nieves y por eso recargó su cabeza en la abultada panza de la mujer y puso una pata alrededor de su cintura.

—Jamás lo vi así de celoso —expresó el hombre.

—Creo que los perros en general son así cuando viene un bebé en camino, es decir no quieren que los demás se acerquen a la embarazada.

—Se entiende —dijo él acariciándolo y dándole un beso en el cuello a su perro—. Y para ti hay también besos —le respondió a Luna levantándola en sus brazos—. Está pesada, muy pesada. Me parece que pronto tendremos cachorros.

—Solo espero que no le pase nada, es muy chiquita y Júpiter es bastante grande —contestó preocupada.

—Debes estar tranquila, es más... si quieres podemos llevarla al veterinario y programarle una cesárea para que ella esté tranquila y para que el o los cachorros tampoco sufran.

—Esa idea me gusta mucho —le sonrió quedándose más calmada.

Cuando se relajó volvió a sentir una punzada en el bajo vientre y se sostuvo del perro.

—¿Estás bien? —se preocupó Eros.

—Sí, ya pasó. He vuelto a sentir una punzada.

—No creo que sea el momento todavía —rio con nervios.

—Desde el embarazo todo es impredecible —admitió y otra vez sintió la punzada—. Creo que me recostaré un rato, quizás la mandarina no me ha hecho bien.

—O los pastelitos de limón —rio por lo bajo.

Nieves se dirigió al cuarto de ellos y se acostó poniéndose de costado. Quedó dormida al instante pero media hora después se despertó con una terrible contracción que tuvo que sentarse con los pies en el piso y acariciar su panza. Se levantó y caminó despacio hacia la cómoda para empezar a preparar las cosas del bolso de ella, y de la bebé porque sabía que tarde o temprano debía armarlo. En el medio del camino para ir al cuarto infantil tuvo otra nueva contracción y se tuvo que inclinar del dolor.

Eros estaba subiendo las escaleras cuando la vio en el pasillo de camino al dormitorio y terminó llegando a las corridas para ayudarla.

—¿Tienes contracciones?

—Sí —afirmó—, es la segunda que me da —lo dijo con muchos nervios—, iba a buscar ropa y meterla en el bolso de la bebé.

—Vamos que te ayudo a sentarte en la mecedora mientras yo lo preparo, ¿te parece? —sugirió.

—Sí, me parece bien —asintió también con la cabeza.

Mientras el tiempo pasaba y ella intentaba relajarse, Eros armó el bolso con todo lo necesario.

Una nueva contracción dejó a Nieves casi a un segundo del grito y el hombre se acercó para que se sostuviera de su mano.

—Grita si lo necesitas —expresó acariciando su pelo.

—Tengo mucho miedo —se le llenaron los ojos de lágrimas.

—No pasará nada, te lo aseguro.

—Solo lo dices porque tú no sientes lo que yo siento —admitió y en aquel momento surgió una nueva contracción que la dejó retorciéndose y esa vez gritó y gritó fuerte—. Siento que se me va a romper todo.

Eros en vez de calmarla se echó a reír ante su comentario.

—Nunca se te podría romper todo, Nieves. Vas a estar bien, son solo contracciones. ¿Cada cuánto las tienes?

—No lo sé, no estoy contando el tiempo.

—Lo haré yo por ti —admitió.

El mecánico comenzó a contar los minutos y Nieves tuvo una nueva contracción que la dejó más exhausta que la anterior vez. Así siguieron por casi media hora hasta que el hombre la miró con atención.

—Creo que... sería bueno empezar a movernos para ir a la clínica —casi se atropella con las palabras.

—¿Cada cuánto las tengo? —preguntó sorprendida y asustada.

—Cada diez minutos.

La mujer entró en pánico y quiso levantarse de la mecedora. Eros la ayudó y tuvo una nueva contracción junto con la fuente que se le había roto.

—¡Mierda! —exclamó el hombre—, ¡¿qué es eso?! —quedó sorprendido.

—La fuente que se acaba de romper —rio ella sin saber qué más hacer.

—¿Tenemos que ir ya a la clínica entonces? —cuestionó.

—Diría que sí.

Como pudieron bajaron las escaleras junto con los dos bolsos y sus perros paseaban alrededor de ellos. Pasaron al garaje y la ayudó a meterse al coche. Los perros quedaron de la parte de adentro de la casa ladrando y rascando la puerta. Mientras que Eros hacía las cosas de manera rápida llamaba a los padres de Nieves también para que estuvieran en el nacimiento de la bebé.

El coche salió rápido de camino hacia la clínica.


•••


En la sala donde tendría al bebé que estaba equipada con todo lo necesario, le pusieron el goteo para dilatar el canal de parto. Nieves estaba como una loca con las contracciones, porque a pesar de tenerlas cada diez minutos había dilatado solo cinco centímetros y necesitaba unos cinco más para poder comenzar a pujar.

—¿No quisieras la epidural? —preguntó él a su esposa para que se la pidiera luego a la enfermera.

—No, trataré de aguantar —dijo una vez que la contracción se le había ido.

—Yo no sé, Nieves pero deberías pedirla, no sentirás ningún dolor y al ya saber cómo eres... pues...

—¿Pues qué? —escupió molesta—, tú tuviste la culpa, estoy así gracias a ti —no pudo evitar llorar.

—Tú también la tienes —dijo con seriedad—, ¿te gustó? Acá tenemos el producto de lo que hicimos —casi se ríe.

—Te cagas de la risa y yo me cago del dolor —lloriqueó.

Una nueva contracción la tomó por sorpresa y se aferró del cabello de Eros en la zona de la nuca. Él dio un respingo de dolor cuando sintió cómo apretaba y tironeaba.

—¡Quiero la epidural! ¡La epidural, por favor!

—De acuerdo pero deja en su lugar mis pelos —casi ni pudo tragar bien del dolor.

—Llama a la enfermera y dile que luego quiero la epidural —emitió con congoja y dolor.

—Sí, sí pero quiero mis pelos en su lugar, ¿sí?

Ella lo soltó y se relajó de nuevo. Eros caminó hacia la puerta.

—¿Adónde vas?

—A buscar a la enfermera para avisarle que quieres la inyección.

—¿Cuál inyección? —levantó la cabeza de la almohada mirándolo con fijeza sin entender de lo que estaba hablando.

—La epidural, me la acabas de pedir —respondió ya quedándose confundido.

—Yo no la pedí, no la quiero.

—Me lo dijiste recién.

—No, no la necesito.

—Okey... —quedó cortado pero regresó a su lado sin decirle nada.

La miraba con atención porque ya no sabía qué pensar.

Un minuto después, una nueva contracción llegó y Nieves lo agarró de los pelos de la parte de arriba de la cabeza y así lo tironeo hacia ella.

—¡Por favor Nieves! Mis pelos —gritó tratando de sujetarse sus pelos para que ella dejara de arrancárselos.

—¡La epidural! —exclamó de nuevo.

—Bueno... bueno, ya llamo a la enfermera.

—Sí, por favor, sí —manifestó con la voz entrecortada.

Se calmó.

—¿Le digo a la enfermera sobre la epidural? —ya le preguntó con miedo.

—No... trataré de soportar el parto.

El mecánico revoleó los ojos.

La enfermera apareció dentro de la sala y Eros de inmediato le dijo que le aplicara la epidural cuando fuese el momento del parto.

—No la quiero.

—¿Anda con indecisión? Cuando hay dolor la quiere, y cuando está calmada no la quiere —dijo la mujer.

—Exacto. Ya me ha arrancado los pelos dos veces —la miró con atención y ella se ruborizó.

—Lo siento —se apenó.

Nieves gritó de nuevo y se sujetó al muslo de Eros y cada vez iba más arriba.

—Oh oh, ahí no señora Trento —comentó queriendo alejarse.

—Ten cuidado cariño, puede que la fierita te estruje de un manotazo el equipo —rio la enfermera—. Va a ser mejor que te prepare la inyección para después.

—No... no... no la quiero —se quejó de nuevo.

—Oh sí, la vas a querer antes que tus contracciones terminen por arrancar mis partes íntimas —respondió entre risas Eros recalcando las últimas palabras.

—Quiero ver cómo vas, ¿puedo? —contestó y el hombre salió dándole un beso en la frente.

—A ver señora Trento, ¿me dejarás revisarte para ver cómo sigues?

—Sí —afirmó.

La enfermera la revisó y quedó muy contenta.

—Vaya... parece que ya pronto tendremos al bebé con nosotros.

—¿Cuánto tengo de dilatación?

—Nueve. En media hora más ya podremos empezar.

—Tengo miedo —tragó saliva con dificultad al tiempo que la miraba.

—Tranquila, si me dejas, te daré la epidural para que no sufras en el parto —expresó con una sonrisa.

—De acuerdo, eso me parece bien.


•••


Media hora después y como le había dicho la enfermera, Nieves comenzó su parto, a su lado se encontraba Eros animándola a que pujara cuando la obstetra le decía que lo hiciera. La mujer se sostenía tanto del cuello de su marido que parecía que lo estaba ahorcando.

—Nieves... me vas a dejar sin cabeza —replicó con la cara entre los pechos.

—Perdón.

La futura madre pujó un par de veces más y cayó rendida sobre la cama. Eros cortó el cordón umbilical y después de limpiar a la bebé, y a ella limpiarla, y monitorearla, le dieron a su hija en brazos para que se conocieran.

—Es hermosa —dijo ella con lágrimas en los ojos.

—Lo es, bienvenida Primavera —confesó él tomando su pequeña mano en un dedo y llorando—. Gracias por esto.

—Gracias a ti también —emitió contenta—, perdón por todo lo que te hice antes del parto —admitió abrazándolo por el cuello desde adelante y dándole un beso en la mejilla.

—Sé que todo fue por el dolor que sentías, no pasa nada, pastelito de limón —él le beso la boca.

Pronto los abuelos entraron para conocer a la nueva integrante y suspiraron de amor al verle la carita y lo pequeña que era.

—Parece pequeña pero sentí que me atravesaba una enorme bola.

—¿No te dieron la epidural? —preguntó su madre.

—No, en el momento en que la enfermera iba a ponerle la inyección, la bebé ya estaba por salir —manifestó Eros.

—Ah, de acuerdo. ¿Y ahora cómo te sientes? —cuestionó Morena acariciando su pelo.

—Bien, aunque algo atontada —sonrió.

—Eso parece —expresó su madre de nuevo.

—No puedo mantener los ojos abiertos —acotó Nieves.

—Le está haciendo efecto lo que le puso la enfermera por vía —dijo su marido.

—Entonces la dejamos tranquila para que descanse —comentó la mujer.

Morena tomó en brazos a su nieta y la miró con cariño.

—¿Cómo se llama? Al final nunca nos han querido decir.

—Era una sorpresa para ustedes. Se llama Primavera y para los dos tiene un lindo significado —sonrió Eros.

—Es hermoso como ella —emitió dándole un beso en la frente y la puso en la cuna de acrílico que estaba al lado de la cama de la madre.

Un par de horas después, Nieves estaba con la enfermera y Eros para el momento de alimentar a la bebé porque obviamente necesitaba aprender.

La mujer tuvo varios intentos fallidos hasta que supo cómo apretar para que saliera la leche y darle a Primavera para que comenzara a succionar.

—Perfecto, así es... vas muy bien, Nieves.

—Gracias —le sonrió a la enfermera.

—Supongo que mañana ya podrán irse a la casa para que estén mucho más tranquilos y tú, y la bebé descansan mejor.

—Te lo agradezco mucho.

—Buenas noches, cualquier cosa aprieta el botón y vendré.

—Buenas noches —contestaron ambos con una sonrisa.


•••


Dos meses posteriores...


La mañana donde la pareja había desayunado en la cocina, Eros llevó a Luna, la perrita de Nieves a la veterinaria para que le practicaran una cesárea mientras que su esposa se quedaba con Júpiter y Primavera dándole la leche.

—¿Estarán bien tú y la niña? —preguntó con preocupación el mecánico.

—Sí, no te preocupes. Primavera y yo tenemos a nuestro otro príncipe —le dijo acariciando la cabeza del perro y este quedaba con los ojos entrecerrados.

—Con las caricias que le haces este se está durmiendo como un tontito —miró a su perro.

—Qué malo eres, pobrecito de mi Júpiter —contestó y este se echó en su regazo suspirando de deleite.

—¿Tu Júpiter? —cuestionó arqueando una ceja—. Creí que el pompón era tuyo —le mostró la canastita con la perrita dentro.

—Sí, es mío también, así como Luna es tuya también, ¿o no? —sonrió y la perrita movió la cola desde donde estaba acostada escuchando todo con atención.

—Esta cosa de algodón con manchas es divina y cariñosita como la dueña... cuando quiere —rio acariciando su cabeza.

—No te quejes, querido —acotó con un rintintín.

—No puedo quejarme, has cambiado mucho desde que te conocí la primera vez y estoy súper encantado contigo —confesó con honestidad.

Nieves le tiró un beso desde donde estaba sentada y le sonrió con encanto.

—No puedo decir lo contrario a lo que tú dijiste, porque es verdad. Yo estoy muy conforme contigo y demasiado enamorada de ti.

—Por cómo dices todo, ahora sí parece que a la escritora se le ocurrió darle el broche de oro a nuestra historia de amor, ¿no lo crees así pastelito de limón? —formuló Eros al mirarla.

—Yo creo que sí... A ver si ahora nos deja tranquilos esta mujer para así disfrutar de nuestra vida juntos y de nuestra Primavera, y nuestras mascotas.


»Personajes, ustedes son dos de los personajes favoritos míos pero yo pongo las reglas... así que todavía me falta narrar el nacimiento de los nuevos cachorros que está por tener Luna. ¿O no lo quieren saber?


—Sí, tienes toda la razón, escritora querida.


»Por eso, continúen con su diálogo.


—Solo quiero que ella salga bien en el parto, si ves que la veterinaria te dice algo que pueda complicarla, pues... la prefiero a ella.

—Nieves, será un parto programado, no pasará nada, tranquila.

—Eso espero.

—Yo supongo que más de dos horas no tardará pero igual iré enviándote mensajes.

—De acuerdo, yo seguro le diré a mis padres que vengan a visitarnos si quieren.

—Me parece muy bien, hasta luego.

Mientras que Eros salió de la casa con la perrita dentro de la canasta, Nieves llamó a sus padres por si querían quedarse con ella y su nieta, y de paso quedarse a almorzar.

Alrededor de la una de la tarde cuando habían puesto la mesa y la bebé dormía en su cunita cuidada por Júpiter, Eros llegó con la canasta y el pompón dormido dentro. Nieves lo miró al entrar y de inmediato se acercó a él para darle un beso en los labios y mirar la canasta.

—Ay, ¿cinco cachorros? —quedó sorprendida y embelesada por verlos.

—Sí, tres hembras y dos machos.

—Se nos agrandó la familia. Son hermosos —dijo con mucha felicidad.

—Ahora somos diez en total —respondió él.

—Sí. —Sonrió ella al mirarlo de nuevo.

Los padres de la mujer fueron a su encuentro para conocer a los cachorros y Morena suspiró de ternura.

—Qué divinos y chiquititos son.

Júpiter levantó la cabeza observando en dirección a ellos y Eros fue a mostrarle a sus hijos. Le dejó la canasta en el suelo y él los olfateó mientras los besaba con la lengua a los cinco y a Luna también.

Nieves se arrodilló a su lado y le acarició la cabeza al tiempo que lo felicitaba. El perro le lamía las manos en señal de agradecimiento.

En el almuerzo brindaron entre los cuatro y disfrutaron de un día en familia.


Mes de octubre...

Día de la madre


Primavera ya tenía seis meses y compartía momentos con los cachorros, los padres de estos y sus propios padres que la llenaban de amor y mimos todos los días. Eros había preparado un picnic en el jardín trasero de la casa para un almuerzo al aire libre para estar juntos con la niña y la manada de bestias peludas alrededor de ellos, mientras que por la noche lo festejarían en la casa de sus suegros.

Había puesto un mantel a cuadritos blanco y rojo, una bandeja con comida fría, limonada, pastelitos de limón y bombones. La mujer salió al jardín y vio todo lo que él había preparado y se sorprendió. El mecánico tenía un moño de regalo alrededor de su cabeza.

—Qué hermoso todo —dijo contenta.

—Me auto-regalo para ti —admitió con una sonrisa.

Nieves se partió de la risa.

—Eres terrible —se arrodilló y lo sujetó de las mejillas para besarlo en los labios.

Eros la sujetó de la cintura y así como estaban terminaron cayéndose en el césped quedando ella encima de él.

—¿Te gustó mi regalito?

—Mucho... el picnic me encanta pero que te hayas auto-regalado para mí, fue único. Lo amé —volvió a besarlo—, un regalo original la verdad. ¿Y esta noche me harás la fiestita por ser el día de la madre?

El mecánico se carcajeó.

—Todo dependerá de Primavera... si se duerme.

—Tienes razón pero me conformo con ver esta hermosa cara y darle muchos besos.

—Feliz día de la madre, Fifi.

—Muchas gracias, Guarro. —Sonrió y otra vez lo besó.

Él correspondió a su beso de buena gana.

Pronto Nieves se sentó sobre el mantel con la ayuda de Eros y comenzaron a almorzar mientras la mamá tenía en su regazo a su Primaverita. Luna y Júpiter correteaban a sus cachorros alrededor de ellos al tiempo que sus dueños los miraban.

—¿Quién iba a pensar que Eros, el mecánico y Guarro del barrio caería rendido a los pies de la estirada del barrio? —cuestionó ella acurrucándose contra el pecho de su hombre mientras él la abrazaba por la cintura.

—Nadie, y ni tampoco que Nieves, la Fifi, se enamoraría perdidamente de él. ¿No, mi pastelito de limón? —quiso saber con una enorme sonrisa al tiempo que la miraba a los ojos.

—Nadie lo habría creído y soy inmensamente feliz. Eres todo lo que soñé y más, la verdad es que no me puedo quejar del hombre que me tocó y de la preciosa bebé que tenemos juntos —expresó con honestidad y sintiéndose muy enamorada de Eros.

—Te amo y creo que nunca pensé que llegarías a quererme y sobre todo a amarme —dijo dándole un beso en la mejilla y otro en el cuello.

—Eres mucho mejor que el hombre con traje. Te lo aseguro. Y estoy demasiado enamorada de ti.

—Cuando te presentaste en el taller con ese algodoncito rosa que tienes por coche y verte tan refinada fue como ver algo irreal —dijo y ella se partió de la risa—, parecías sacada de una fantasía.

—Supongo que gracias por el halago. —Sonrió encantada.

—¿Escritora ya podemos terminar? —preguntó Eros a la narradora omnisciente.


»Sí, solo quiero que se digan un par de palabritas más y cerramos con el broche de oro, el beso.


—Me parece justo para los dos, ¿no te parece Nieves?

—Sí, ya queremos disfrutar de la vida que nos tocó gracias a ti, por favor —le sonrió a él y luego a la escritora.


»Perfecto.


—Te amo mucho, mucho —respondió la mujer.

—Y yo mucho más a ti. ¿Quién nos iba a decir que tú, Nieves y yo, Eros iríamos a crear nuestra Primavera juntos?

—Nadie —dijo ella.

—Exacto, nadie y soy muy feliz junto a ti, y este retoño que florece cada día —la observó con amor a los ojos—. Te amo hasta el infinito.

Eros la besó en los labios lleno de amor por ella y la mujer se dejó de buena gana.

El cuadro era perfecto, perros y cachorros correteando por el jardín trasero, y la pareja junto a su beba disfrutando de la plena felicidad que ambos tenían.


»Corten. Esto, ahora sí, es el broche de oro de la historia.

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