Epílogo

Buenos Aires, Argentina

Aeroparque Jorge Newbery


Nieves y Eros estaban a punto de embarcarse a un vuelo con destino a Ushuaia para sus vacaciones de invierno que era entre finales de julio y principios de agosto. Eros saludó a los padres de la joven y ella les dio un abrazo y un beso a cada uno de ellos.

―Cualquier cosa nos llamas ―acotó Nieves a su madre.

―Ve tranquila, disfruten de las vacaciones, te encantará y mucho más con el bombón que tienes al lado ―sonrió Morena a su hija―. Luna y Júpiter estarán muy bien en la casa. No te preocupes por ellos.

―De acuerdo.

La pareja con un saludo de manos pasó la puerta de embarque y desaparecieron a través de la mampara donde debían registrarlos y pasar por el escáner sus bolsos de mano y cada uno de ellos. De ahí fueron hacia la manga donde los llevaría directamente a la entrada del avión. Buscaron sus asientos y se sentaron, esperaron casi media hora para que todos los pasajeros estuvieran ubicados y con los cinturones de seguridad puestos. El vuelo había durado tres horas y aterrizaron durante la mañana en el aeropuerto internacional Malvinas Argentinas. Esperaron a que de a poco los demás bajaran del avión y ellos fueron casi los últimos.


•••


Tierra del Fuego, Ushuaia, Argentina

Aeropuerto Internacional Malvinas Argentinas


―Qué frío hace ―declaró Nieves.

―Tú estarás bien con el tiempo aquí, ideal con tu nombre ―se burló de ella.

―Muy gracioso tú ―entrecerró los ojos al tiempo que lo miraba.

Eros le dio la vuelta en un rincón donde ninguno de los dos obstruyera el paso de las otras personas y la puso de frente a las montañas que se veían frente al aeropuerto.

―Bienvenida a Ushuaia, pastelito. Vas a quedar enamorada de todo lo que verás.

―Eso espero porque algo más lindo que tú no sé si veré.

Nieves y Eros caminaron hacia el aeropuerto tomados de la mano para esperar por equipaje y tomar un taxi que los llevaría a la cabaña donde desde hacía tiempo el mecánico había reservado por una semana. El taxista muy amable les fue hablando durante el trayecto hacia el norte de la ciudad de Ushuaia donde se encontraba el complejo hotelero junto a una casita de té en el Glaciar Martial, ubicado en los montes Martial. Cada cosa que Nieves veía era nuevo para ella, sus ojos reflejaban asombro y felicidad al mismo tiempo y se abrazó al brazo de Eros de lo contenta que se encontraba.

―¿Te gusta lo que estás viendo? ―le besó el cabello.

―Sí, mucho. Es hermoso todo lo que veo ―dijo con una enorme sonrisa.

―Ya pronto llegaremos, el viaje es corto desde la ciudad de Ushuaia.

Para hacer más ameno el viaje en coche, el taxista les fue preguntando de dónde eran y cuánto tiempo se quedarían.

―Una semana más o menos, y esperamos hacer muchas excursiones ―comentó el mecánico―. Le mostraré algunos puntos de interés a la señorita que tengo a mi lado, que no conoce Ushuaia.

―¿Tú ya viniste antes? ―quiso saber el conductor.

―Sí, pero me hospedé en el hotel del centro de la ciudad, El Albatros y estuve unos días esquiando en el Cerro Castor. Pero creo que la señorita necesita esta vez algo más romántico ―emitió mirándola y besando su mano.

―¿Se quedarán en Cumbres del Martial?

―Sí, en una de las cabañitas.

―Son preciosas, cualquiera de ellas. Lo que más les va a gustar va a ser el paisaje y la casita de té, si a tu novia le gustan las cosas delicadas se va a volver loca con la entrada de la casita.

―Ya quiero llegar ―respondió con entusiasmo.

―Ay no... voy a quedar seco en estas vacaciones de invierno ―su cara fue de terror.


•••


Ushuaia, Argentina

Cumbres del Martial, Glaciar Martial


El taxi llegó a destino y los dejó frente a la casita de té, Eros pagó el viaje y bajaron con sus maletas. El hombre les deseó una agradable estadía y caminaron al interior de la casita.

El mecánico preguntó por la reserva y los acompañaron por los senderos de madera hacia la cabaña de lujo que estaba disponible para ellos. La cabaña se llamaba Sauvignon Blanc.

―Guau ―Nieves quedó impactada―. Qué belleza.

―Me alegro mucho que te guste. Principalmente pensé en ti cuando reservé la cabaña, en medio de las montañas, la vegetación, frente a la Cordillera Andina, todo un paisaje perfecto.

―Todo es divino, me encanta ―lo abrazó por el cuello en puntas de pie―, sobre todo a quien tengo frente a mí.

Eros se inclinó para comerle la boca.

―¿Qué podemos hacer ahora?

―Primero comer algo, después podemos bajar a la ciudad y ver qué hay para ver, podemos programar desde hoy las excursiones si quieres.

―Está bien, me gusta la idea. ―Le sonrió―. Estoy muy emocionada, pero primero que nada, llamaré a mis padres.

―De acuerdo, ¿quieres que te saque algo de ropa de la maleta para guardarla en las cómodas de la habitación?

―Bueno, me parece bien.

Marcó los prefijos y el número de la casa y Morena atendió al instante.

―Hola mamá, ¿cómo están? Recién llegamos a la cabaña.

―Hola mi amor, aquí todo bien, ¿y ustedes? ¿Qué te parece el lugar?

―Nosotros estamos bien, el lugar es una maravilla. Parece sacado de un cuento.

―Justito como te gustan a ti las cosas.

―Sí ―rio con alegría―. Estoy muy contenta, Eros se lució ―rio de nuevo.

―Me alegro mucho, aquí tu padre les envía un beso y dijo que sus niños peludos están muy bien cuidados.

―Gracias. Igual para él, y nos alegramos. En fin, los dejo, quizás más a la noche vuelva a llamar, ahora bajaremos a la ciudad para recorrerla un poco y ver las excursiones.

―Me parece muy bien, y no te preocupes si no llamas esta noche y los demás días, solo un mensaje por el chat de whatsapp y listo.

―Bueno, está bien entonces. Un beso.

―Saludos.

Un buen rato después la pareja estaba caminando por las calles del centro de la ciudad fueguina, donde en cada rincón Nieves quedaba encantada con lo que veía. Bajaron hacia el puerto donde vieron barquitos de colores, una plazoleta de flores, el cartel de bienvenidos al Fin del Mundo y varias cosas más que eran características de la ciudad más austral del planeta.

En el puestito de paseos en catamarán, sacaron pasajes para la excursión hacia el Faro Les Éclaireurs para el día siguiente muy temprano por la mañana. De por sí la joven ya estaba nerviosa porque no había pisado nunca un catamarán y menos en mar abierto. Mientras caminaban por la costanera abrazada a su brazo, subieron por una de las callecitas y entraron a un local que estaba en una esquina con puerta roja y de vidrios repartidos. Era un negocio que artículos generales. Eros sonrió cuando vio colgado un gorro de invierno con la cara de un perro siberiano y con una bufanda agregada. Lo descolgó y le dijo a Nieves que se lo regalaba. Cuando pagó por él, el mecánico se lo puso en la cabeza a su novia y ambos se rieron.

―Me ha de quedar hermoso, ¿no?

―Sí ―rio.

Salieron de la tienda y decidieron almorzar en un restaurante frente al puerto, y más tarde caminar de nuevo por el centro, compraron algunas cosas más, entre estas comida y regresaron a la cabaña.

―¿Tienes ganas de comer algo? ¿Dulce, salado? Te lo pregunto porque la casita de té está hasta las ocho de la noche abierta y si tienes algún antojo de algo especial que preparan ahí, es mejor pedirlo o comprarlo ahora.

―Pastel de zanahoria.

―Mamita, no pides nada.

―Preguntaste, yo respondí ―levantó los hombros.

―Voy a ver si lo tienen, ¿o quieres comer en la casita? ―preguntó y ella le sonrió enseguida―. ¿Estás golosa hoy?

―No, pero me está dando hambre a cada rato.

―Y mejor mantenerte contenta y saciada ―rio a carcajadas mientras la abrazaba por el cuello y salían de la cabaña.

―Qué malo eres ―le sacó la lengua.

―Eres un hermoso pastelito y ahora estás quedando más redondita ―admitió con cariño y le besó la frente.

Dentro de la casita de té, cenaron una variedad de comidas saladas que eran la mayoría sandwiches, la mujer todo lo que veía se le hacía agua la boca y probaba, Eros levantó las cejas de ver cómo comía.

―Creo que no te sacaré más afuera. Pasamos vergüenza ―revoleó los ojos.

―Chistosito me saliste. No puedo creer que son las siete de la tarde y ya parece de noche.

―Mi amor, aquí en invierno a las cinco de la tarde ya es de noche.

―¿Y en verano?

―Casi ni existe la noche. Recién a las once de la noche oscurece. Por eso el 21 de junio se lo llama la noche más larga, y el 21 de diciembre el día más largo.

―Se entienden los porqués ―dijo y bostezó.

―¿Tienes sueño?

―Un poco, no pude dormir mucho anoche y mañana hay que levantarse muy temprano, ¿no?

―Sí. A las nueve tomamos el catamarán ―sonrió sin mostrarle los dientes.

―Entonces vamos a dormir, ¿tienes dinero?

―Pago con tarjeta, no te preocupes.

Apenas salieron, se abrazaron y caminaron hacia su cabaña, y lo primero que hicieron los dos fue desvestirse para ir a la cama. Ella sobre todo estaba muy cansada y no podía mantenerse en pie del sueño que tenía encima.

Varias horas después, siendo casi las seis de la mañana, bajó para comerse el pastel de zanahoria. Lo saboreaba como si fuese lo último que comería en todo el día, y suspiraba de placer con cada pedazo que se llevaba a la boca. El mecánico bajó las escaleras un poco desesperado porque no la encontró en la cama y tampoco en el baño.

―¿Estás bien? ―cuestionó restregándose un ojo y bostezando.

―Sí, aquí me encuentro comiendo mi pastelito de zanahoria ―respondió riéndose y saboreándolo.

―Trata de no comer mucho porque si el catamarán se mueve, puede que te cagues encima.

―Puerco...

―Es la verdad. Eso tiene mucha crema chantilly.

―Bueno, más vale que tú comas también, así somos dos.

Estallaron de la risa. Y luego ella dejó lo que restaba del pastel dentro del refrigerador. Ambos de a poco fueron aseándose y vistiéndose para irse al centro de la ciudad.

―Supongo que no quieres nada de la casita de té, ¿no?

―No, ¿el catamarán tiene una cafetería o algo parecido?

―Claro que sí.

―Pues entonces tomaré algo arriba del barco.

―Ay mamita, la panza te explotará ―se mordió el labio inferior y revoleó los ojos.

―Ya basta eh, no te quejes ―contestó un poco molesta―. Que tu hijo o hija es quien me tiene así. No era de comer mucho, ahora trago todo como si es lo único que necesito.

Eros no pudo evitar reírse y luego le dio un beso en la boca.

Fueron unos de los primeros en llegar al lugar correspondiente y mientras esperaban a los demás, aprovecharon en sacarse fotos y comprar recuerdos de las tiendas que estaban a pasos del catamarán.

Cuando el cupo se llenó para entrar al barco, fueron entregando el boleto y se fueron ubicando donde quisieron. La pareja se sentó en dos asientos con una pequeña mesa para ellos y con un ventanal con la vista hacia el canal Beagle, donde iría a pasear hasta llegar al faro.

Unos minutos más tarde cuando todo estuvo listo, los motores se encendieron y el barco comenzó a mecerse. Nieves abrió más los ojos y le tomó la mano a Eros, tenía miedo.

―¿Asustada mi amor?

―Un poco, esto se mueve mucho, parece una cascarita de nuez en el medio del mar.

―Es un canal y es lógico que se mueva un poco.

―Espero que sea así todo el paseo porque de ser otra cosa, no sé nadar ―le sonrió con preocupación.

―Intenta mirar el paisaje y saca fotos. El paseo dura casi tres horas pero siempre depende del viento y el clima.

El recorrido los llevó a la isla de Las Gaviotas donde era la primera parada del paseo, algunos turistas les sacaron fotos y ellos lo hicieron también.

―El olor que tienen, da asco ―se apretó la nariz―. ¿Qué comen?

―Peces pero sí, el olor es nauseabundo ―acotó el hombre.

Más adelante y a veinte minutos o más de ahí, el catamarán ancló en la isla de Los Lobos Marinos.

―Ay encontramos a tus parientes, Nieves ―dijo Eros con burla.

―Qué sinvergüenza. Seguro me lo dices por lo gorda.

―Obvio ―rio entre dientes.

―Otros que tienen un olor que se nota no se bañan en siglos. Y eso que agua les sobra. Dejando de lado eso, no se discute el paisaje hermoso que se ve, los colores de la isla son preciosos ―admitió la argentina.

―Me alegro que te esté gustando el paseo a pesar del tufo ―rio y le besó la mejilla.

El trayecto de la excursión los llevó al imponente faro de tan solo once metros de altura, encallado en una isla rocosa también y con sus típicas rayas en blanco y rojo, Nieves quedó maravillada y se le humedecieron los ojos cuando vio el tan nombrado Faro del Fin del Mundo, era como algo irreal pero tan verdadero como la relación de amor que tenía con su mecánico favorito. Hasta ahí era la excursión, ya que si pasaban el faro, entraban a aguas chilenas y la experiencia era solo hasta aquel lugar. Se quedaron unos veinte minutos allí para que todos aprovecharan en sacar fotos y el fotógrafo sacarles fotos a los turistas también. La pareja entró y se sentó de nuevo, Nieves se abrazó a Eros y lloró contra su pecho.

Él quedó desconcertado y le preguntó qué le estaba pasando.

―El cambio hormonal me está poniendo así pero es más que nada haber visto algo así ―le respondió señalando el faro.

―Es impactante la vista pero lloras por alegría, ¿o no?

―Claro que lloro por alegría.

―Ya cálmate, ¿quieres un chocolate caliente?

―Sí, gracias. ―Se secó las lágrimas y trató de recomponerse.

Ella toda llorosa y con la nariz, y mejillas coloradas del frío, tenía a su gorro husky en la cabeza que la hacía ver entre cursi y tierna. Algo que si hubiera sido mucho antes de conocer a Eros le habría importado como lucía, pero ahora no. No le importaba nada si la veían ridícula o tonta. El mecánico se sentó con dos chocolates calientes y ambos fueron bebiendo mientras miraban el paisaje que tenían frente a ellos.

A la vuelta y en la mitad del recorrido, el viento cambió y el canal comenzó a tener un oleaje más movido que el habitual hasta que el catamarán por la velocidad de nudos en la que navegaba empezó a mecerse más de lo que debía produciendo una marejada. El barco iba hacia adelante en punta y hacia atrás levantando la papa, lo que el agua salpicaba los ventanales y Nieves pegó un grito que la escucharon hasta en la planta alta. Se tapó la boca con la mano mirando a los costados los ojos curiosos de los demás.

Sentía que el viaje era interminable y solo quería pisar suelo firme, porque incluso se estaba sintiendo mal. Para cuando estaban llegando al puerto, la mujer no pudo contener lo que tenía en el estómago y le vomitó los pantalones a Eros.

―Ups... Perdón ―acotó avergonzada y tratando de limpiar sus pantalones.

―Esto es peor que la caca de Júpiter.

―Lo siento, Eros. Empecé a sentirme mal.

―Si no era una cagada era un vómito, pero algo tenías que hacerte.

―No lo he hecho a propósito.

―Lo sé, ¿pero no te daba tiempo a llegar al baño del catamarán?

―No. Bueno, pues hice lo mismo que tú cuando te measte en el árbol ese fin de semana en el camping.

―Lo mío fue un orín. Lo tuyo es un vómito tamaño ACME.

―¿Ahora tú te pones en Fifi? Pensé que la única era yo.

―Esperemos a que todos salgan porque estos pantalones apestan.

Al ver el catamarán vacío, fueron ellos los últimos en salir pero Eros pidió de usar el baño del barco para limpiarse un poco, cuando salió, algunos lo miraban partidos de la risa, la única excusa que les dieron fue que ella estaba embarazada y le había vomitado la entrepierna y con toda la razón.

Se dirigieron a la parada de taxis y los llevó de nuevo al glaciar. Donde media hora después, se bajaron y caminaron hacia las cabañas.

―¿Vamos a ver lo que hay detrás de la casita de té?

―Está bien.

―Es enorme la montaña.

―Es la Cordillera. Detrás de esto está Chile.

―No digas pavadas.

―¿Alguna vez miraste bien un mapa? Te aseguro que lo es y si no fíjate por internet la ubicación del lugar y te dirá que limita con Chile.

―Sé que la provincia limita con Chile pero no pensé que esto que vemos es la Cordillera Andina.

Nieves se acercó al río que había allí y se puso de cuclillas para meter un dedo en el agua.

―Mamiiita casi se te congela el dedo. ―Lo sacó de inmediato.

―Pon la lenguita capaz que así se te anestesia un poco y no hablas por horas.

Fifi casi lo fulmina con la mirada.

―Tendría que haberte vomitado más en los pantalones.

Se dio media vuelta y caminó a la cabaña, a medio camino tuvo un leve mareo que debió sostenerse de la baranda de madera. Eros la alcanzó para sujetarla de los hombros y luego la alzó en brazos.

―Suficiente por hoy, no saldremos y tampoco mañana.

―¿Por qué? Es solo un mareo. Estando embarazada eso produce aparte comí como una bestia.

―Lo sé pero tanto hoy como mañana podemos relajarnos y pasarlo dentro de la cabaña, y si quieres desayunamos en la casita de té, y merendamos, y cenamos al lado del hogar a leña.

―De acuerdo, me gusta la idea.

―También... podemos probar el jacuzzi.

―Me agrada todavía más la idea ―le expresó con una enorme sonrisa.

Cuando entraron se quitaron los abrigos, los gorros y los guantes, y Eros aprovechó en desvestirse para darse una ducha y Nieves cepillarse los dientes para lavarse la boca también.

Ella apenas salió, se desvistió y se echó en la cama tapándose con el cobertor y se quedó dormida. Necesitaba una buena siesta porque incluso el embarazo aparte de sentirse pesada y gorda la dejaba cansada, y con muchas ganas de dormir. El mecánico salió del baño y la vio dormir, le acarició el pelo y le dio un beso en la coronilla dejándola descansar con tranquilidad. Se puso un pantalón deportivo en silencio y bajó las escaleras. Llevaba el torso desnudo porque el ambiente estaba calefaccionado y el piso tenía loza radiante.

Preparó el jacuzzi y cortó algunas frutas de estación, y sacó la caja de bombones que le había comprado sin que ella supiera. Puso todo cerca del jacuzzi junto con dos copas y jugo de frutas. Volvió a subir las escaleras y la despertó de a poco con besos y palabras dulces.

―¿Qué pasa?

―¿No quieres bañarte un rato en el jacuzzi? El agua está caliente y te relajará más.

―De acuerdo ―dijo y dormitó un poco más.

―Nieves...

―Mmm... lo siento ―se carcajeó por lo bajo y luego comenzó a desperezarse.

Con ayuda del hombre bajaron las escaleras y caminaron al jacuzzi, la mujer quedó asombrada de alegría al ver todo lo que él le había preparado.

―Guau... qué lindo todo lo que preparaste. Me encanta cómo se ve el atardecer desde aquí.

―Me alegro, ven... entremos al jacuzzi.

―Espera, he traído algo conmigo.

―¿Qué cosa?

―¿Te acuerdas de la lista del hombre soñado?

―Sí, cómo olvidarla ―respondió elocuente.

―He hecho otra mucho tiempo después, cuando volvimos del campamento. ¿La quisieras leer?

―Lo acepto.

Nieves se acercó a su cartera y sacó el papel doblado. Los dos con cuidado entraron al agua.

―Ay qué divino se está. ―Giró la cabeza y miró los bombones―. ¿Cuándo compraste bombones?

―Cuando tú no te diste cuenta ―rio a carcajadas.

―Me quieres engordar como una vaca, tú estás re fuerte y yo comienzo a ser un globo terráqueo. ―Se quejó con un puchero.

―Voy a leer la lista ―subió y levantó las cejas en un acto de diversión―, ¿con qué me encontraré?

―Espero que te guste, porque la escribí en un momento crucial.

―¿Cuándo?

―El día que mi madre me dio una cachetada.

―Ah, ya me acuerdo ―dijo entre risitas y se puso a leerla.

Mientras tanto Nieves comía un bombón. Eros terminó y dejó el papel en un rincón de la plataforma de madera, lo que más le había gustado fue la sinceridad con la que había escrito todo, sobre todo la última frase, que estaba enamorado de él. La mujer se acercó a él para abrazarlo por el cuello y quedarse encima de su cuerpo.

―Te amo Eros. ¿No quieres casarte conmigo? ―fue ella quien se lo preguntó con honestidad.

―Te amo también Nieves y ya sabes que estoy muy enamorado de ti también. Y respondiendo tu pregunta, acepto. Extraño es que tú me lo digas pero me gusta tu iniciativa ―confesó con alegría para besarla con la misma intensidad con la que su nombre representaba, pasión.

Pura pasión y con un atardecer sobre el horizonte mientras veían la nieve caer.


•••


Mes de septiembre...


Eros como el caballero que Nieves sabía que era, quiso darle una sorpresa a su Fifi en el lago artificial del barrio privado donde vivían. Él ya había arreglado todo para aquel día, incluso habían llegado sus familiares de Italia para la sorpresa, quien no estaba enterada de nada era la mujer. Amador y Morena sabían todo también, y la madre no podía rebosar más de felicidad por ambos. Sabía bien que a su hija le había tocado la lotería con ese hombre. Tantas veces que había pretendido un hombre de traje y apareció frente a sus ojos su media naranja, el hombre perfecto.

Madre e hija estaban charlando en el cuarto de Nieves, quedando esta última tan desconcertada como intrigada también.

―La verdad es que no entiendo nada de nada. Últimamente Eros está raro, no sé como que no es él. Primero me dice que tiene cosas que hacer, después que no puede verme la mayoría de las veces, aunque bueno, no terminamos conviviendo plenamente en su casa pero aún así me parecieron raras sus actitudes.

―Yo lo veo muy normal. Es él como siempre.

―Será porque no sueles estar con él los fines de semana u otros días también porque ese hombre está rarísimo. ¿Y ahora? Que tenemos que ir al lago artificial porque nos quiere mostrar algo, ni que compraría parte del lote que está frente al lago del otro lado.

―Bueno... si nos quiere mostrar algo, ¿cuál sería el problema?

―Ninguno pero lo encuentro muy sospechoso, tengo miedo que me termine diciendo que no quiere saber más nada conmigo.

―¿Me lo dices en serio Nieves? ―preguntó sorprendida―, ese hombre está loquito por ti.

―Encima que quiere que me vista linda. No vaya a ser cosa que este hombre esté haciendo todo esto porque me va a pedir matrimonio ―rio a carcajadas.

―¿Eros? ¿Pedirte matrimonio? No es de esos, eso sí que no lo esperes nunca, Nieves.

―Y no lo espero porque sé que no es de esos, me conformo con tenerlo que ya es mucho, ningún otro me hubiera aguantado como me soporta él.

―Los dos tienen lo suyo y se complementan perfecto.

―Eso es muy cierto, en fin iré a vestirme. Creo que el único vestido que me queda decente es el que tiene tirantes anchos y es acampanado hasta las rodillas.

―¿Ese de color fucsia con coral que ni se sabe qué color es?

―Sí.

―Me encanta ese. ―Sonrió.


•••


Una hora y algo después, los tres junto con Luna fueron con el coche hacia el lago donde Eros y sus familiares los estaban esperando. Nieves se quedó de piedra cuando vio todo montado como si fuese una boda, una arcada de flores en la gama de los colores del fucsia al rosa pálido se veía imponente frente al lago, algunas sillas blancas estaban ocupadas con personas, una mesa vestida y dos hombres con traje estaban en el altar. Un hombre que Nieves no sabía quien era y Eros. De traje y sin corbata, con el pelo suelto y desprolijo.

―Querida, tu príncipe mecánico te espera ―acotó Morena con una enorme sonrisa.

―¿No era que nunca iba a casarse conmigo?

―Una pequeña mentira.

Los tres se bajaron y también Luna que fue llevaba con la correa por su madre para saludar a los demás y a Eros que estaba junto con Júpiter también.

―¿Tú lo sabías también? ―preguntó a su padre.

―Sí, todos lo sabíamos. Vamos ―le ofreció su brazo y ella se lo aceptó.

Padre e hija caminaron hacia el hombre que la esperaba en el altar. Eros estaba sonriente y esperándola. Amador le besó la mano y se la entregó al novio. Nieves quedó de piedra cuando lo vio sin barba y tan espectacular.

―Estás divino ―confesó sorprendida y sin dejar de mirarlo.

―En algún momento debía ponerme el traje ―rio y ella también.

El juez de paz dio inicio a la ceremonia para casarlos solo por civil. Dicho momento solo duró media hora para luego declararlos marido y mujer, y Eros besar a la novia. Las felicitaciones no se hicieron esperar y allí conoció en persona a toda la familia de su estrenado muñeco del pastel. Todos fueron a la casa del mecánico donde allí había organizado la pequeña reunión familiar.

La pareja aprovechó en quedarse un tiempo solos en el jardín trasero junto a sus perros mientras que los demás estaban en la sala partidos de risa y bebiendo.

―¿Por qué lo hiciste? No te pedí nada de esto ―comentó la mujer asombrada.

―Me pareció lo más correcto. Es algo que merecías tener. No soy lo que esperabas pero sabía que querrías algo así, por cómo eres, sé que posiblemente querías una boda. No te di una con vestido blanco pero te di el muñeco del pastel ―expresó haciéndose el interesante y arqueando una ceja.

―¿Tú?

―Exacto ―rio mientras la abrazaba por la cintura y se inclinaba para besarla en los labios.

―Tú eres todo, el muñeco del pastel, el mecánico, el Guarro, el príncipe azul con chaqueta de cuero y moto, y principalmente mi hombre casi perfecto. Y te amo.

―A tus palabras le siguen que tú eres todo para mí también, la princesita del cuento de hadas, la estirada, la Fifi, y mi reina con pastelitos de limón. Y te amo, te amo como nunca amé a nadie.

Eros le dio un beso que le atravesó el alma. Así era su amor mutuo. Pasional, tierno, dulce como un pastel y único.

Él fue la inspiración para el personaje de Eros Trento, el mecánico guarro del que fifi se terminó enamorando.

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