8

Argentina

Lobería, provincia de Buenos Aires


La entrada con un cartel que indicaba que habían llegado se hizo presente frente a ellos.

―¿Y ahora? ¿Hacia dónde vamos? ―cuestionó ella.

―¿No conoces Lobería?

―No... ―admitió.

―En serio que no sabes lo que es vivir. ¿Tampoco conoces otros lugares o países?

―Sí, no todo pero algunos lugares conozco.

―¿El sur conoces?

―No.

―Te daré un recorrido en coche por el pequeño centro y luego iremos al camping.

―De acuerdo.

Media hora fue lo que tardaron para recorrer el pueblo y Eros se dirigió con el coche hacia el camping.


•••


Aldea de Mar


La entrada del camping a Nieves no le hizo ninguna gracia, no por verlo desagradable sino porque no podía creer que había aceptado hacer ese viaje y esa nueva experiencia para ella con él. Prácticamente la había arrastrado a compartir un fin de semana de campamento con él y no le gustó nada.

Aparcó el coche en la casa de registros para presentar el comprobante de pago y el señor le dio un folleto con las actividades y el mapa en donde debían instalarse.

Pronto volvió al coche y condujo al sector de las carpas y donde vieron un lindo lugar y casi alejados de los demás dejó el vehículo.

―Ahora, a disfrutar ―la miró y ella revoleó los ojos.

Eros se rio.

Nieves bajó del auto y tembló de frío.

―Mamiiita qué frío hace ―se abrazó ella misma.

―Pensé que el fresco iba acorde contigo y tu nombre.

―Muy gracioso... entonces tú estarás caliente todo el fin de semana, ¿no?

―No tientes...

―¿Armamos la carpa? ―sugirió.

―Está bien.

 ―Pero antes llamaré a mis padres para avisarles que llegamos.

―No hay señal.

La joven lo fulminó con la mirada.

―¿Cómo que no hay señal?

―No la hay. Es un camping, ¿qué esperabas? En donde solo hay señal es en la casita de registros. Ni siquiera en la proveeduría. Y creo que te diste cuenta el tramo bastante largo que hay que caminar para ir hasta allá.

―Sí, ya entendí... En fin, ¿por dónde empiezo? ―inquirió de brazos cruzados.

―Extiende la carpa y vamos armándola juntos, te explico porque sé que no sabes armarla sola.

―De acuerdo.

Cuando la carpa quedó firme sobre el suelo, Eros se acercó a su coche para ir sacando las demás cosas. Principalmente el colchón inflable.

―Espera... ―quedó desconcertada―, ¿no íbamos a tener bolsas de dormir? He comprado una.

―Sí pero sé cómo eres de fastidiosa y preferí el colchón inflable de dos plazas.

―¿Compartiremos colchón? ―su rostro fue de intriga y sin querer se ruborizó.

―¿Qué esperabas? Si compraba dos colchones de una plaza, íbamos a estar en la misma, teníamos que juntarlos para tener espacio donde poner las demás cosas.

―Sí, tienes razón.

Un grupito de chicas pasaron delante de ellos y todas miraron con atención a Eros que estaba fuera de la carpa. Nieves las observó atenta y terminó por revolear los ojos. Ambos escucharon las risitas de las demás y se fueron corriendo.

―¿Acaso estás celosa? ―arqueó una ceja.

―Para nada, guarro. Lo que hagas en el campamento me tiene sin cuidado. Eso sí, si duermes en otra carpa, yo no te dejaré entrar aquí, por lo tanto, tampoco compartiré el colchón que trajiste ―sonrió con deleite y sarcasmo.

―Es justo tu planteo. Entonces no te importará si por casualidad te abrazo en medio de la noche, ¿no? Digo... una persona dormida no sabe lo que hace ―admitió con ironía.

―Supongo que no, soy sensata, sería ilógico que pensara lo contrario, ¿no?

―Por supuesto.

De a poco fueron acomodando todo dentro de la carpa y aprovecharon para armar la cama cuando el colchón se terminó por inflar. Ella le echó desinfectante en aerosol y abrió la carpa para airear el ambiente.

―¿Me prestas tu coche para ir hasta la casita de registros? Necesito en verdad llamarlos.

―Sí, ve tranquila.

―Gracias.

Se subió y condujo hasta casi la entrada del camping. Casi veinticinco minutos después estaba regresando a la carpa donde vio a las tres chicas que habían pasado por su lado no hacía tanto tiempo atrás. Se bajó del auto y cerró la puerta.

―¿Es tu hermana? ―quiso saber una de ellas.

―No creo que los hermanos duerman juntos... ―acotó sin haberle preguntado a ella.

«Apa... Fifi marcando el territorio», reflexionó mirándola de reojo y arqueando una ceja.

―Bueno, pues... con mi hermano a veces nos recostamos en la misma cama y no es en plan de nada.

―Sí, hay personas que hacen eso, pero no creo que nuestro caso sea igual al tuyo con tu hermano. Sí me entiendes, ¿no?

―Sí, no sabíamos que estaban juntos.

―Las apariencias engañan ―entró a la carpa―, amorcito, ¿vienes a acomodar tu ropa? ―sacó la cabeza del cierre abierto para mirarlo, estiró el pico y le tiró un beso haciendo ruido para luego mirar a las chicas.

El grupito se fue riéndose y ella volvió a meter su cabeza para ponerse de espaldas a la entrada. Sabía que algo le iba a decir.

―Tu actuación fue estupenda ―dijo con burla―. ¿Así que amorcito?

―No te hagas. Tu imprudencia nos puede costar, no las conoces.

―Aquí nadie se conoce tampoco puedes ser así de seca.

―No lo he sido, traté de ser amable.

―Fuiste irónica.

―¿Y qué? No me importan esas tres.

―¿Tienes miedo que sea el pastel de ellas?

―No querido, tengo miedo que te hagan algo que sería peor.

―¿Te preocupas porque me rapten?

―No seas un descuidado. Tienes treinta y seis pero actúas como un niño a veces. Sobre todo con las chicas. Se supone que vinimos juntos y volvemos juntos. Así que, no te pierdas por ahí ―expresó algo molesta.

―Linda tu actitud, fifi ―sonrió.

―No sé si es ironía o me lo dices en serio.

―Lo puedes tomar como más te guste.

―Insolente ―le dio un golpe en el brazo pero él solo se rio.

―Pero te gusta y lo niegas ―habló casi en susurros contra su oído.

―Sal de aquí ―lo empujó haciéndolo caer en el colchón.

―Vamos a tener que comer algo, pronto será mediodía. ¿Tienes algo en mente?

«Me estás probando para ver qué digo», pensó la muchacha entrecerrando los ojos.

―No, ¿y tú? ―comentó.

―Podemos almorzar algo de las provisiones que traje o comprar algo en proveeduría. ¿Qué me dices?

―Lo que quieras ―respondió la joven.

―Hay atún en lata y ensalada fresca que tengo en una valija que puse en fuentes de plástico.

―Me parece bien comer eso.

―¿Segura?

―Sí, trataré de no ser tan quisquillosa. Yo he traído algunas latitas de picadillo y corned beef.

―¿Te gusta? ―formuló asombrado.

―Sí, con una ensalada me gusta.

―A mí también, y si quieres a la noche podemos comprar algunas hojas verdes y comer tu corned beef.

―¿Qué más trajiste? Veo que la valija está casi llena.

―Desde algunos dulces hasta comidas básicas, estamos en un campamento y no podemos tener comida elaborada.

―Sí, comprendo.

Eros sacó un paquete de dulces de la maleta y se lo mostró.

―Podemos hacer una fogata a la noche, hoy o mañana y comer de estos asados.

―¿En plan de qué?

―En plan de nada, solo hacerla, hay un sector donde se habilitan las fogatas, aparte traje mi guitarra.

«Nieves, estás en peligro», se dijo a sí misma.

―¿Pretendes avivar el avispero?

―Si surte efecto, ¿por qué no?

―Porque no quiero terminar sola y ni enfiestada.

―Si no hay alcohol de por medio sería muy raro que termines enfiestada.

―Ya te dije que no quiero estar sola.

―Nada puede pasar en un camping.

―Tú no lo sabes eso.

―No seas una extremista, pareces una vieja resongona.

La joven le sacó la lengua.

―Ya van dos veces que me la sacas, a la tercera te como la boca.

―No te atreverías ―expresó casi indignada.

―Me calificaste de guarro y desfachatado. Que no tengo modales, comerte la boca para mí es lo de menos.

―No me gusta que te hagas el idiota cuando tenemos esta clase de conversaciones.

―No me hago pero tú tampoco seas así porque eres de las primeras que tiran la piedra y esconden la mano. Los dos nos tiramos indirectas, no me lo vas a poder negar porque eso está muy claro a como lo veo yo. Puedes resistirte pero sabes perfectamente que en el fondo quieres probar esta boquita ―sonó entre descarado y directo mientras señalaba sus labios.

―Oh perdóneme usted señor irresistible que quiero probarle la boca ―dijo irónica―. No te queda el papel del deseable.

―A mí no me interesa si me hago o no el irresistible o deseable para las demás, tengo con qué ―emitió y ella estalló de la risa.

―No tienes vergüenza en decirte eso a ti mismo.

―Tú eres peor, te haces la estrecha y obvio la estirada, ¿y yo no puedo decirme que soy deseable para las demás? ―cuestionó con sarcasmo―. Lo único que veo es que estás muy celosa. Marcaste el territorio cuando tiraste tus indirectas al grupito de chicas en decirles prácticamente que no éramos hermanos.

―Sinceramente no me importa ―levantó los hombros en señal de que en verdad no le interesaba lo que pensaran de ella―, pueden pensar lo que quieran de mí y si pensaste tú eso, pues... es tu problema.

El mecánico la sujetó de la cintura mientras ella dio un gritito de susto y la acostó sobre el colchón, poniéndose él sobre la joven recargando su peso en los brazos que estaban a los costados de su cintura. Nieves empujaba y ponía resistencia pero él no dejó que se moviera más.

―Vamos a romper el colchón. Estás muy cerca de mí.

―Si se rompe que sea por una buena causa, ¿no? ―rio por lo bajo sin dejar de mirarla.

Fifi tragó saliva con dificultad al tiempo que lo observaba también. Estaba perdida. Lo sabía bien.

Eros comenzó a acercarse a su rostro hasta quedar a un centímetro de sus labios. Ella los entreabrió sin darse cuenta, esperando por algo, esperando un beso suyo. Cerró los ojos y dejó que la besara. El hombre rozó sus labios contra los femeninos y la respiración de ella se entrecortó de nervios, se sentía asustada y con un nudo en su estómago. El beso llegó tan inesperado como bonito. Apoyó los labios contra los de ella y dejó de pensar. La abrumaba y no pudo negar que le estaba gustando. El hombre la invitó a que se relajara mientras la besaba de manera suave y lenta. Nieves era la primera vez que le tocaba la cara y aprovechó en sujetarlo de las mejillas. Su áspera barba de pocos días y la calidez de su piel la estaban llevando a límites inimaginables para ella. No podía creer que esto le estuviera pasando.

Aunque Trento quiso continuar besándola, debió frenar el beso de repente y salió de encima de ella, disculpándose.

―No debí hacerlo ―se frotó la frente.

―No te preocupes ―manifestó la joven quedándose un poco cortada.

―Estabas tan histérica que no encontré otra forma de calmarte ―replicó.

La mujer quedó petrificada y con los ojos muy abiertos, no había esperado que le dijera algo así.

―¿Solo lo hiciste por eso? ―preguntó indignada.

―Sí.

Un sopapo le llegó a su mejilla izquierda y Nieves salió gateando de la carpa.

―¡Nieves espera! ―gritó saliendo él también y sujetándola del brazo para mirarla.

―¡Ni siquiera me toques! ―exclamó ardida y soltándose de él―, estoy de acuerdo en que no tengo que tomarme el beso como algo más, pero de ahí a lo que me dijiste es de poco hombre. Sigues siendo un guarro asqueroso ―le escupió con enojo―. No quiero que me sigas, ve con tus nuevas amiguitas ―volvió a rematarla.

―Te vas a perder, no conoces el lugar ―contestó molesto y para que recapacitara.

―Eras tú quien decía que no pasa nada aquí ―dijo afilada―, por lo que me importa un huevo si me pierdo, por lo menos estoy alejada de ti ―le mostró el dedo mayor.

Eros revoleó los ojos y dejó que se marchara.

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