7
Taller del mecánico...
Nieves había decidido aquel día que pasaría a buscar a Júpiter para llevarlo a la veterinaria para un corte y baño higiénico, después de todo, se lo debía en cierta forma al guarro por haberle bañado a su pompón blanco con manchas café con leche.
La argentina se paró frente a la entrada del taller y el taconeo distrajo a Eros desde donde estaba. Debajo del coche arreglando un par de cables. Con el carrito se deslizó hacia delante para salir y mirarla.
―Está caliente la primavera... ―acotó Eros mirando de reojo el ajustado y floreado top de la joven―. Aunque te adelantaste un poquito.
―No seas bruto y cochino ―dijo irónica―. De todas maneras, no hace tanto frío hoy.
Él revoleó los ojos y se concentró en el coche que intentaba reparar.
―¿Nadie te ha dicho un piropo?
―Sí pero son decentes y ubicados.
―¿Cómo te gustaría? ―preguntó con sarcasmo―. Qué linda se la ve buena moza ―habló con un rintintín en su voz―. Si de verdad me dices que te gusta eso, eres de la época de las cavernas.
Nieves no pudo contener la risa y estalló.
El mecánico quedó desconcertado por lo que estaba escuchando, era en verdad la risa de la joven y no podía creerlo. Estridente, clara y espontánea. Sin ningún remilgo ni nada delicado, una risa genuina que hacía mucho quería escuchar.
―¿Ves? No dejas de ser femenina por reír así.
De inmediato se recompuso.
―Vine a buscar a tu pequeño monstruo para un baño como la gente.
―Mi perro no necesita cursiladas como esas.
―Por favor, Eros... tu perro habita en tu casa, lo menos que merece es un baño higiénico.
―Lo cuido muy bien, no necesita cosas así.
―Sé que lo cuidas bien pero al perro no le vendría mal de vez en cuando un baño de esos, ¿acaso tú no tomas baños de burbujas?
―No, fifi. Solo tú te das baños así.
―¿Y a tu mascota no puedes darle un gusto de esos?
―No. Y por favor, necesito terminar de arreglar el coche para la tarde y quiero estar solo.
A Nieves se le cayó el bolso desparramando varias cosas por el piso, juntó todas excepto una que ni siquiera ella vio, la cual había ido a parar debajo de un carrito de herramientas.
―En fin, ni modo Júpiter, lo he intentado ―miró al perro que estaba echado en un rincón observándola también―. Hasta luego.
Eros la ignoró en el saludo pero no la ignoró en verla de espaldas con el pantalón de mezclilla que se le ajustaba a los glúteos y seguía por sus piernas. La fifi lo estaba engatusando sin que ella hiciera algo.
Su madre la recibió cuando regresó a la casa.
―¿Cómo te ha ido?
―Bien pero estaba ocupado y no quiso que llevara a su perro al baño higiénico.
―Bueno, quizás mañana o en estos días.
―Nada mamá, no le rogaré. Allá él ―contestó enojada y subió las escaleras.
Morena intuía algo pero prefirió quedárselo para ella misma.
•••
Tres semanas después...
Un día antes de salir de viaje por el fin de semana de campamento que desde antes habían organizado, Eros compró en una tienda de artículos generales una bolsa de arañas de plástico y salió muy sonriente del local con la idea en mente. Luego decidió comprar algunas provisiones para llevar porque aunque el camping tenía proveeduría le gustaba elegir sus cosas también.
Dentro del cuarto de Nieves, la mujer estaba preparando su bolso con pocas prendas porque realmente no sabía qué empacar puesto que jamás había ido de campamento. Su madre entró después de golpear la puerta y preguntó si necesitaba que la ayudara.
―Creo que ya terminé, he puesto un pantalón de mezclilla, dos calzas térmicas, dos camisetas de mangas cortas, dos de mangas largas, y tres buzos. Incluidos dos pares de zapatos bajos, y un par de botas sin tacón.
―Creo que eres una exagerada, no vas a necesitar tanto ropa. Y te recomiendo que lleves tenis, no zapatos bajos o por lo menos un par de botas de tacón bajo que sean térmicas también.
―No tengo tenis.
―Vamos a comprarlas.
―No voy a comprarme un par de tenis solo por un fin de semana.
―¿Quieres estar cómoda o quejarte todo el fin de semana por un calzado que no encaja en el lugar que irán? ―preguntó molesta.
―Ay... de acuerdo ―se quejó.
•••
Cinco horas más tarde, en la cena su padre le preguntaba a ella como se estaba preparando para el pronto viaje y si estaba nerviosa.
―Supongo que normal, por el momento no estoy nerviosa y espero no estarlo tampoco. Ya de por sí no me agrada tener que ir un fin de semana con él de campamento, pero para que después no diga algo, preferí aceptarle el viaje.
―Seguro... ―acotó su madre―, ¿y pusiste dinero, y más cosas necesarias?
―¿Dinero para qué? ―cuestionó uniendo las cejas.
―Para contribuir en el viaje y en lo que les haga falta.
―No pienso gastar un centavo. Fue idea suya esto, así que correrá todo por su cuenta.
―No seas tan petulante, Nieves ―dijo Amador―, no tienes porqué ser así con las personas. En un viaje se supone desde un principio que pagan las cosas mitad cada uno, o si alguien paga la comida, la otra persona el combustible, o algo más acorde a lo que el otro gasta.
―¿Por qué?
―Porque es así la regla, y porque de esa manera todos los implicados disfrutan del viaje a partes iguales, después si los demás quieren darse un gusto corre por cuenta de cada uno, pero es una regla básica que en viaje de dos personas que son ―hizo comillas con los dedos―, amigos se pague mitad cada uno.
―Está bien, pagaré los peajes de haberlos, o el combustible.
―¿Y a qué hora salen? ―volvió a preguntar él.
―Me dijo que a la madrugada quería salir, alrededor de las cuatro.
―¿Le has dado tu número de móvil? ―esta vez fue su madre quien cuestionó sorprendida.
―Sí, se lo tuve que dar y él me dio el suyo para estar comunicados por el tema del campamento antes de irnos.
―Ya veo... ―expresó Morena mientras comía.
•••
Fueron las horas más interminables de su vida, Nieves casi ni pudo pegar un ojo en la poca noche en la que pudo haber dormido.
Una hora posterior estaba abriendo la puerta de entrada donde él la estaba esperando. Saludó a sus padres y Eros los saludó desde el coche con la mano.
Ella caminó hacia el vehículo, abrió la puerta y la luz del interior se prendió automáticamente para dejarle ver al hombre. Quedó en blanco y casi se le salen los ojos de las cuencas.
«Puta madre, ¿el mecánico está durmiendo todavía? Este que veo no es él», pensó Nieves mirándolo con atención.
―Buen día, fifi. ¿Dormiste? ―le sonrió.
―Buenos días, guarro. No he podido del todo. ¿Y tú?
―Sí, sube que hay calefacción.
Ella lo hizo y cerró la puerta dejando su bolso en el regazo. Él tocó bocina y la joven saludó a sus padres con la mano. Pronto comenzaron a alejarse de la casa.
Dentro de la residencia, Morena había quedado más que intrigada por el mecánico.
―¿Has visto lo mismo que yo, Amador?
―¿Te refieres a Eros?
―Sí, qué hija más tonta tenemos. No puedo creer que no le llame la atención el vecino.
―Nieves es muy difícil de convencer.
―Ay por favor, Amador... no lo he visto bien y tampoco ella nos lo presentó, pero ese hombre no estaría nada mal para nuestra hija. Pretende alguien imposible de conseguir y no ve lo que tiene para comerse.
―Aún sigue en pie la cena que se podría organizar para presentarle al hombre ideal para ella.
―¿Y con qué fin?
―Hay dos posibilidades, o le convence el hombre que invito, o se da cuenta ella sola de las cosas. Esta grandecita para decidir bien sus cosas personales.
―Ojalá que sea sensata.
―Espero lo mismo, Morena. Lo espero de verdad. Vayamos a dormir.
Su marido la abrazó por los hombros y le dio un beso en la frente y otro en los labios, enseguida subieron las escaleras para entrar a su dormitorio.
•••
Dentro del coche y ya en la autopista que conectaba a la ruta provincial 227, los dos estaban callados y mirando al frente. Con un suspiro de él, sacó de la guantera un paquete de cigarrillos, algo que Nieves no se esperaba.
Estaba sumamente nerviosa y por tal motivo estaba callada. Nunca había quedado en un espacio tan reducido junto a él y la estaba poniendo incómoda.
―¿Te molesta si fumo?
―No.
Eros lo encendió y le dio una primera calada. Bajó un poco la ventanilla para que el humo saliera del coche. Cuando él se lo ubicó en la boca de nuevo, fue la joven quien se lo quitó y le dio una pitada, tosió y bajó la ventanilla de su lado para tirarlo.
―Es un asco... ¿por qué fumas esta cosa? ―se quejó asqueada.
―¿Tú fumas? ―interrogó abriendo más los ojos.
―No, pero estoy nerviosa.
―Bueno, me pasa lo mismo. Cuando estoy nervioso, fumo.
―¿Y por qué no comes mejor antes que tener la boca con gusto a caca? ―formuló muy molesta―. Te queda ardiendo la garganta y el aliento ni te cuento.
La argentina rebuscó en su bolso un bolsillo interno y sacó una tira de gomas de mascar de menta. Sacó del envoltorio uno y se lo acercó a la boca masculina.
―Será mejor que lo mastiques ―le dijo.
El mecánico la miró de reojo y aceptó su gesto sin chistar porque supo que le había salido de manera espontánea y sin obtener algo a cambio.
―Gracias.
―No hay de qué ―emitió con una leve sonrisa.
Eros quedó desconcertado pero le gustó mucho su actitud. Ella se comió otro.
―¿Cuánto dura el viaje?
―Unas seis horas.
Nieves casi bufó y él rió por lo bajo.
―¿Y a Júpiter con quien lo dejaste?
―Solito, se porta bien en la casa, aparte solo serán tres días.
―¿De qué año eres?
―¿Acaso me estás interrogando como un policía?
―Ya que vamos a pasar seis horas arriba de un coche, con algo nos tenemos que entretener.
―Del 84. ¿Y tú? ―preguntó mirándola y formando un globo hacia adentro.
―Del 90, soy muy jovencita.
Él estalló de la risa.
―¿Segura fifi? Tienes la treintena como yo también. Nos llevamos seis años.
―Pues yo me considero joven.
―Eres una joven-vieja. Eso está muy claro.
―¿Porque no me divierto?
―Exacto. Que te saltes los esquemas no pasará nada, ninguno vendrá a decirte algo. Es solo tu vida.
―Supongo que tienes razón ―miró hacia la ventanilla y él la observó de reojo, y no pudo evitar sonreír―. Ya que somos vecinos, ¿cuál es tu apellido?
―Trento. ¿Y tendría que preguntarte el tuyo también?
―Mansur. ¿De dónde viene tu apellido?
―De Europa y no soy de aquí si esa es la siguiente pregunta. Me instalé aquí hace unos años atrás. Me gustó el país y decidí que sería bueno empezar de nuevo.
―Si no quieres seguir contándome, no tienes porqué hacerlo.
―Si quieres te cuento, no es algo que mantengo en secreto.
―Como prefieras...
Eros le contó parte de su vida y ella hizo lo mismo. Mientras estaban conversando Nieves aprovechó en sacar un rollito de dinero que ya había preparado en su casa para dejárselo cerca de la caja de cambios. El mecánico lo vio y la miró.
―No vas a pagar nada.
―Vas a tener que aceptar el dinero.
―No voy a hacer pagar a una mujer.
―¿Acaso eres machista?
―No, pero no quiero que pagues.
―Acéptalo para el combustible y los peajes si hay.
―No vas a convencerme.
―Lo haré. Mira... qué casualidad que hay uno ahora ―dijo con un rintintín en su voz.
Cuando le tocó el turno a ellos de pagar el peaje, fue ella quien se adelantó poniendo su bolso en el asiento trasero y gateó sobre el cuerpo de Eros para sacar casi medio cuerpo por la ventanilla para pagar el acceso. El mecánico quedó con la cara desencajada cuando presenció la actitud de fifi.
Una de las rodillas de la joven quedó entre medio de las piernas del hombre y él tragó saliva con dificultad.
―He tenido que pagar yo porque el señor se negaba, así que dime cuánto es.
El chico del peaje se rió y luego le dijo el precio. La argentina le dio la cantidad justa y el empleado le entregó el ticket.
―Gracias.
―¿Hacia dónde van? ―preguntó el chico.
―Lobería.
―Pronostican lluvias.
Nieves casi se descompone pero sonrió sin decirle nada más, le deseó los buenos días y siguieron en viaje.
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