11

Aldea de Mar Camping


El domingo cuando despertaron y se prepararon para otro día más de campamento, tanto ella como él se dieron cuenta que nada era igual desde la noche anterior y posiblemente las cosas tampoco serían las mismas cuando regresaran a sus casas y para evitar todo tipo de situaciones, Eros le ofreció volver y Nieves accedió.

―¿Estás seguro que no hay problema en que volvamos? Pierdes un día de pago.

―¿Crees que me importa eso? ―escupió algo tajante.

―Pensé que sí.

―Para nada, Fifi... Me molesta que ciertas personas no dicen lo que sienten y solo se ven sus narices, y el otro que reviente, ¿no?

―¿De qué hablas? ―cuestionó esquivando su comentario indirecto.

―Pavadas que digo, no me tomes en cuenta ―expresó con algo de molestia en su voz y metió la valija dentro del maletero con furia.

La mujer observó la actitud de él y supo que estaba muy enojado.

―¿Quieres que conduzca de regreso?

―No ―dijo con sequedad.

―Tampoco es para que me contestes así ―manifestó con la misma actitud que la de él.

―¿No te gusta chiquita? ―dijo con ironía―. Esa es la misma forma con la que tú respondes a los demás y sobre todo a mí.

―¡¿Qué te vino mal ahora?! ―inquirió ardida.

―Nada... son cosas mías.

―Tu falta de tacto no es para decir que son cosas tuyas.

―No me hagas caso, no es nada.

―¿No me digas que es porque acepté regresar y tú no querías? ―recalcó la situación.

―No y ya deja de insistir. Porque veo la manera en cómo eludes todo. Te haces la remilgada y cuando te digo algo te enojas y me haces la ley del hielo.

La argentina no le dijo más nada y prefirió ayudarlo en guardar las cosas también. Una vez que entraron en el coche el ambiente fue demasiado tenso y ninguno de los dos hablaba. Ella debió reconocer que era una persona muy difícil de tratar y él a pesar de todo, solo quería que fuese diferente y que si hacía el ridículo no importaba porque después de todo, debía disfrutar de las cosas y los momentos.


•••


Cuando el mecánico dejó a Nieves frente a la casa, se miraron a los ojos habiéndose dado cuenta que aquel fin de semana se había acabado por completo.

―Gracias por todo, después de todo la he pasado bien ―confesó con una sonrisa agachando la cabeza.

―Me alegro, ese era el objetivo de este fin de semana que aconteció.

La mujer se acercó a su rostro y le depositó un beso en la mejilla.

―Hasta pronto.

―Nos vemos.

Nieves bajó del coche y cerró la puerta, entró a su casa con las llaves que tenía y la recibió su madre con un abrazo y un beso en la mejilla.

―¿Cómo te ha ido?

―Bien... ha estado muy lindo el fin de semana ―comentó casi sin ánimos y su madre se extrañó demasiado.

―¿Estás bien Nieves?

―Sí, mamá. Pero creo que necesito ir a dormir, estoy cansada.

Luna fue derechita a su encuentro para que la alzara en brazos y ella lo hizo.

―Hola Lunita, te he extrañado ―expresó y beso su cabeza mientras le hacía mimos―. Iré a dormir un rato.

―Bueno, descansa.

Morena la observó con mucha atención porque sintió que aquella mujer no parecía la altanera y estirada de su hija.


•••


Dentro del taller Eros comenzó a acomodar un par de cosas y corrió a un lado el carrito de las herramientas y miró con atención el papel de color blanco doblado en cuatro partes porque no recordaba que era suyo. Lo tomó en sus manos y lo desdobló para leer de qué se trataba. Un sutil perfume llegó a su nariz y abrió más los ojos cuando cayó en la cuenta de qué se trataba. La lista del hombre soñado. Estalló de la risa cuando comenzó a leer los primeros requisitos del hombre ideal de Fifi.

«Si Fifi quiere a su hombre ideal, pues se lo daré», sonrió de costado cuando seguía riéndose a medida que avanzaba en la lista.


•••


Una semana había transcurrido desde aquel fin de semana que pasaron juntos y Nieves estaba realmente ardida y enojada por la actitud del mecánico porque de las pocas veces que fue a visitarlo, ni una quiso merendar o conversar con ella y para la mujer aquello era sinónimo de haberla echado a la basura como algo insignificante. Estaba dolida realmente.

El viernes por la tarde a Júpiter se le ocurrió correr hacia el jardín trasero de la casa vecina de la siguiente manzana, habiendo saltado la cerca de ambas casas, solo para despedazar el topiario en forma de perro que estaba clavado en el pasto. La silueta del perro a Júpiter lo estaba volviendo loco desde hacía días cada vez que había viento y se movía, hasta que le dio su merecido al sinvergüenza. Primero lo sacó de donde estaba y luego lo hizo pedacitos. Morena lo observó desde la ventana que daba a la cocina, y cuando vio de quien se trataba sonrió, se acercó al refrigerador y sacó dos pastelitos para ofrecérselo al can. Cuando salió el perro fue a su encuentro porque olfateó lo que había sobre la bandeja. Se sentó frente a ella y la mujer sonriéndole, sacó la magdalena del papel y se lo ofreció en la mano.

―Con delicadeza, Júpiter, sino, no tendrás el segundo ―le dijo y el perro la observó con atención.

El pichicho ladró y ella se lo sostuvo en la mano. Él lo olfateó y delicado se lo metió en la boca.

―Buen chico ―le acarició la cabeza mientras sonreía.

Con sigilo se acercó el dueño del perro, y la mujer le dijo que pasara. El mecánico puso un pie dentro del jardín y luego el otro a través de la cerca.

Júpiter, ¿qué haces molestando a los vecinos? ―le preguntó a su perro mientras se acercaba a ellos―. Perdón si la ha molestado. Pagaré el topiario que destrozó ―expresó apenado.

―No te preocupes por eso ―le sonrió al chico―, veo que a tu hermoso perro le gustan mis pastelitos.

―Eso parece ―sonrió también―, Eros ―le dijo ofreciendo su mano.

―Encantada, Morena ―aceptó el saludo―. El mecánico del barrio, ¿verdad? ―comentó.

―Así es.

―¿Te puedo ofrecer algo para beber?

―No, gracias señora. No quiero molestarla, ya bastante con que este monstruo le ha roto el topiario y devorado los pastelitos.

―Tranquilo, espera unos minutos y bebes algo.

―De acuerdo.

Morena entró a la cocina y tomó otra bandeja para poner algunos pastelitos y un refresco con el calor que estaba haciendo en mayo, un mes donde en realidad era otoño y eran contadas las veces que se sentía el calor o la pesadez del ambiente como aquel día. Una lástima que a su hija justo hoy se le había ocurrido ir a dejar nuevamente currículos para conseguir un trabajo porque le habría encantado verle la cara de disgusto.

Pronto los dos se sentaron en las sillas de jardín y él comió, y bebió lo que la mujer le había ofrecido.

―Antes que volvamos a hablar, por favor, llámame por mi nombre y sin formalidades.

―Está bien ―rio y asintió con la cabeza también―, ¿tu hija?

―No está. Salió a dejar algunas cartas de presentación en algunas empresas que estuvo buscando por internet para poder conseguir un trabajo.

―¿Qué estudiaba?

―Maquetación digital.

―Es una buena carrera, y si consigue trabajo, tengo entendido que pagan bien.

―Supongo que sí, aunque a mi hija le vendría bien una explosión de cambio en su vida, y no ser tan estricta consigo misma.

―Entiendo... Nieves es seria. No me malinterpretes.

―No lo hago, comprendo lo que quieres decir. Y si te soy sincera, hoy te conozco cara a cara y creo que puedo hablar contigo fluidamente.

El pompón blanco con manchas café con leche que estaba durmiendo en el sillón de la sala de estar salió disparada al encuentro de Júpiter y los dos comenzaron a corretear por el jardín entre ladridos y revolcones.

―Parecen Nieves y yo ―acotó el hombre mirando la escena con las cejas levantadas.

―Vaya, vaya... éramos pocos y parió la abuela ―se puso de brazos cruzados clavándole la miraba en él.

―Hija, no te oímos entrar.

―Se nota que no, podrías comenzar a levantar tu mugroso trasero e irte ―escupió molesta y su madre se levantó de la silla para enfrentarla.

―Podrías tener mejores modales con la visita.

―¿Por qué? No lo vale ―dijo seria y su progenitora no tuvo mejor opción que darle un sopapo frente a él.

―Jamás te pegué pero hoy sí te la merecías ―respondió enojada.

Avergonzada como estaba solo agachó la cabeza y ni siquiera lo miró a él, sollozando entró a la casa y corrió escaleras arriba para refugiarse en su cuarto.

―Morena... no era necesario eso.

―Lo era, estoy cansada de sus modales, y su manera de seleccionar a las personas. No te mereces el trato que te da, no le has hecho nada como para que sea así contigo.

―Puede que tengas razón. Pero si genero problemas entre ustedes, prefiero volver a mi casa.

―Tendrá que cambiar, por las buenas o por las malas. Nunca le pegué, ni la llegué a regañar fuertemente, pero ahora necesita eso, tiene que golpearse la cabeza contra la pared de una buena vez para que caiga en la realidad. Tiene treinta años y todavía piensa en pajaritos.

―Bueno... que quiera conseguir trabajo no me parece algo anormal ―abrió más los ojos teniendo las manos en los bolsillos.

―Eso sí es algo normal, que piense cosas fuera de lo común es descabellado.

―Cada persona tiene sus cosas ―rio con sutileza―, me parece que será mejor volver a mi casa y continuar con el trabajo que tengo pendiente, gracias por el refresco y los pastelitos, encantado en conocerte Morena.

―El gusto fue mío, Eros. Y cuando quieras darte una vuelta, eres bienvenido junto a tu lindo perro.

―Gracias ―sonrió―, Júpiter, vamos ―emitió luego de darle un silbido y ambos se fueron de allí.

La perrita quedó sentada frente a la cerca y lloriqueando.

Lunita, vayamos adentro a hablar con tu dueña, necesitará una buena lavada de cabeza ―expresó a la perrita y la levantó en brazos.

Morena abrió la puerta del dormitorio y escuchó los sollozos, teniendo en un brazo a la perra entró y cerró la puerta, dejó al pompón sobre la cama y ella fue del lado donde estaba Nieves para sentarse en el borde de la cama y mirarla con atención.

―No voy a pedirte perdón por la cachetada que te di porque en verdad te la merecías. Eres una asquerosa con las personas, sobre todo con el vecino. Y vas a tener que morderte la lengua muchas veces y ser amable con los demás. ¿Qué es lo que te viene mal de él? ―preguntó pero no le respondió―. ¿Nada o no me quieres responder? ―se agachó para mirarla a la cara.

―Nada... ―dijo contra la almohada que tenía abrazada a ella―, no me viene nada mal de él.

―¿Entonces? No te entiendo ―frunció el ceño―, una vez dijiste que era horrible... ¿eso que acabo de ver para ti es horrible? ―cuestionó con mucha curiosidad―, ese hombre hasta calor da y mira que solo tengo ojos para tu padre. El vecino te deja medio rara.

―Te deja estúpida... ―dijo por lo bajo reconociéndolo―. En toda la semana no ha querido verme y me he resignado.

―No sé qué clase de hombre pretendes, es decir... no digo que él haya dicho algo sobre ti, pero Nieves... el mecánico es precioso. Tiene unos brazos terribles...

―Mamá ―acotó sorprendida de escucharla.

―Pues digo la verdad, que esté diciendo esto no quiere decir que lo quiera para mí. Hija... no seas tan perfeccionista, puede ser todo lo que me has dicho que es, pero no puedes negar que es un bombón. ¿Te das una idea de cuántas mujeres estarían dispuestas a salir con él?

―No deja de ser un guarro.

―¿Empezamos de nuevo? ―interrogó y ella se quedó callada―, ah... me lo parecía.

―Esta semana que pasó sentí que me ignoró por completo.

―Algo habrás hecho o dicho.

Nieves se removió en el colchón sintiéndose de repente incómoda y avergonzada.

Se sentó en la cama y apoyó su espalda en la cabecera.

―¿De qué quieres hablar?

―Del mecánico, mejor dicho de Eros. Hasta su nombre es extravagante.

―Pero él no lo es.

―¿Qué importa que no lo sea? ―inquirió cansada de sus pretextos―. Nieves tienes treinta años, ¿te vas a pasar toda la vida buscando un imposible? ¿Alguien que no existe? Por lo menos no en nuestras vidas. Esa lista que escribiste es lo más ridícula que escuché.

―Nunca te hice leer lo que tenía.

―No me hace falta leerla para saber las de pavadas que habrás puesto.

Nieves volvió a quedarse callada.

―Ya pasaron varios meses desde que los dos se conocen, y siempre has sido una estirada con él, y el hombre no necesita tu lengua de antipática, como te dije antes, no te ha hecho nada, y que él no viva tu estilo de vida no te da derecho a menospreciar a los demás.

―Supongo que tienes razón.

―¿Supones? ―la fulminó con la mirada.

―Tienes razón ―se retractó―. Y sé que con la edad que tengo aún pretendo muchas cosas.

―Siempre buscaste la perfección, que si llevaba traje no te gustaba porque tenía feo corte de pelo, que si no tenía traje, no te gustaba, o si tenía pelo largo daba mal aspecto, o que tenía feas cejas, feos labios, etc, etc. Siempre tuviste un pretexto para los hombres que posiblemente te gustaban. Eres una enamoradiza empedernida y así no es la cosa. El estar enamorada o sentir amor por alguien va más allá del físico. El querer a alguien de verdad es cuando lo ves todos los días, o hablas con él, buscas una excusa para verlo o llamarlo. Aunque pases poco tiempo con esa persona, de a poco y todos los días, se te va metiendo debajo de la piel y todo eso lo completa cuando sientes mariposas, a veces sucede eso, otras veces no, pero ansias verlo y escuchar su voz. Vas queriendo cosas de esa persona y es inevitable. No lo puedes frenar.

Cada palabra que su madre decía, la joven iba escuchándola con atención, reconociendo cosas que antes jamás lo habría hecho.

―En fin... te dejaré sola, quizá con una siesta tengas todo aclarado después. Te dejo a Luna.

―De acuerdo, gracias... y el sopapo me lo merecía.

―Duerme un rato. ―Sonrió y salió de allí cerrando la puerta.

Nieves miró a su perrita que la miraba también. Su mascota se acercó a ella y le lamió la barbilla y luego la mejilla, y su dueña le acarició la cabeza y la sostuvo entre sus manos.

―¿Te divertiste con Júpiter? ―cuestionó sonriéndole―. ¿Te gusta verdad? ―preguntó.

Y fue una interrogación que se la hacía más a ella misma que a su perrita. Abrió más los ojos cayendo en lo que tenía frente a ella.

―A mí también me gusta su dueño ―se mordió el labio inferior y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Abrazó a la perra y se acostó sobre el colchón. Un par de caricias más y dejó a Luna sobre la cama. Ella se levantó y se sentó frente a la laptop. Abrió el programa de escritura y con mucha decisión comenzó a escribir el título de su próxima lista.


LA LISTA DEL HOMBRE (CASI) PERFECTO


•No tiene aliento a caballo.

•No huele mal, huele a limpio, huele a cítricos y a hombre.

•Es un bruto y básico.

•Los modales los dejó olvidados. Aunque los tiene en verdad.

•Es un sinvergüenza que no sabe de ubicación, pero la tiene.

•Tiene la más perfecta sonrisa que haya visto en un hombre.

•Es atractivo, precioso y desalineado.

•Tiene manos grandes y masculinas.

•Tiene cara de malicia y perversidad, es como algo sacado de una fantasía y puesto en el mundo real.

•No tiene nada de caballerosidad, es un guarro pero lo intenta a pesar de que yo le ladro.

•Tiene la melena que le llega casi a los hombros, parece el rey León.

•Tiene los ojos azul/celeste como nadie los haya tenido y su cabello es del color de la propia noche.

•Tiene los labios tan carnosos y en forma de corazón que fueron creados para besos.

•Te deja estúpida.

•Es el mecánico del barrio...

•Y estoy enamorada de él.


Cuando reconoció lo último que escribió, se echó a llorar en silencio.

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