10

Aldea de Mar Camping


La mañana del sábado y muy temprano Nieves se despabiló aún entre los brazos de Eros. Con cuidado y sin hacer ruidos fue saliendo del colchón para emprolijarse el pelo y haciéndose un chunguito en alto y buscarse ropa limpia para ponerla dentro de un bolsito extra que había traído y lo necesario para darse una ducha. Miró el reloj pulsera fijándose que para ella estaba bien el horario ya que era posible que nadie estuviera despierto todavía y tampoco ocuparían las duchas.

Era muy reacia a las duchas públicas y peor se ponía con los baños públicos, por tal motivo y por otros evitaba los campings. Le dejó una nota y salió de la carpa.

Quince minutos después cuando Fifi ya se encontraba bajo la ducha reparándose del frío con el agua caliente que caía sobre su desnudo cuerpo, Eros se despertaba y no escuchó ruidos fuera de donde todavía estaba. Subió un poco la cremallera de la entrada y asomó la cabeza sin ver a nadie. La metió dentro dejando un poquito abierta la carpa solo para que se ventilara y vio la nota sobre la valija.

He ido a darme una ducha.

La mente del mecánico comenzó a trabajar a toda velocidad cuando ideó una travesura y sonrió de oreja a oreja pensando en lo que llevaría a cabo.


•••


La joven mujer había terminado de cerrar el grifo y secado con la toalla. Se había puesto la ropa interior y salió del cubículo para dirigirse al banco de madera donde había dejado el bolsito con su ropa. Abrió más los ojos al ver que estaba vacío y que ningún bolso de color fucsia estaba allí donde lo había puesto. El pánico se apoderó de ella porque era imposible que se lo hubiera olvidado en la carpa hasta que recordó la nota que le había escrito al Guarro estando él durmiendo y cuando entrecerró los ojos con furia y apretó los labios en señal de rabia se apretó con fuerza el nudo de la toalla contra su cuerpo y salió disparada de las duchas para encaminarse hacia la carpa.

Abrió la entrada con enojo en sus manos para tener en frente de sus ojos el bolsito.

―¿Buscabas esto? ―su risa de haber cometido el delito fue de satisfacción.

―¡Eres un idiota! ―gritó ardida―. ¡Jamás te creí tan nabo! ―explotó pegándole un sopapo―. No me gusta que me hagas esas cosas, Eros.

―Ya basta, que no te he hecho nada.

―Lo has hecho. Caminé prácticamente en pelotas desde las duchas hasta la carpa y todo ―apretó los dientes furiosa y sujetó su pelo desde la parte frontal―, porque al señor se le cantó en hacerse el gracioso y sacarme el bolso donde tengo la ropa ―le sacudía la cabeza.

―¡Ay Fifi! ¡Me estás lastimando! ―gritó él también tirando a un costado el bolso y sujetando su muñeca para que aflojara el apretón del pelo.

La tiró contra el colchón entrelazando sus manos entre las suyas y dejarlas a los costados de su cabeza.

―Ya basta, te vas a calmar ―dijo con seriedad.

―No, porque esto seguirá... y no quiero, desde que hemos llegado fui tu coneja y no quiero... lo peor fue el pedo que te tiraste anoche, ¿qué más te falta hacerme?

―No hagas que te lo diga... ―su voz sonó tenaz, decidida y llena de misterio.

Los dos se miraron atentamente a los ojos y sus respiraciones se entremezclaron, Nieves absorbió con deleite el perfume de él, tan fresco y cítrico como el mismo verano.

―¿Puedes salir de encima? Quiero vestirme y me estoy congelando, por favor.

―Hay un método para caldear el ambiente de la carpa ―sonrió de lado de manera insinuante.

―No estoy interesada, gracias.

Lo empujó y le pidió con amabilidad que se fuera de la carpa para ella poder vestirse con tranquilidad.

Eros respetando su petición, salió de la carpa y le cerró la misma desde afuera. Nieves de a poco fue vistiéndose y se secó el pelo con fricciones que hacía con la toalla de la cabeza. Cuando fue el momento de salir de la carpa, él le tenía preparado el desayuno en la mesita junto a dos sillitas de campamento.

―¿Compraste el desayuno en la proveeduría? ―cuestionó intrigada.

―Sí, abre temprano y lo pedí antes de ir las duchas. ¿Vienes a desayunar?

―Sí.

Los dos se sentaron con comodidad y disfrutaron de lo que Eros había pedido mientras conversaban.

―Hoy podemos hacer una fogata de nuevo, ¿qué me dices?

―Que estás loco, no quiero que aparezcan otra vez.

―¿Estás celosa?

―Te dije que no pero en serio, si el fin de semana era para nosotros que se quede así, sin necesidad de otras personas. Ya me di cuenta que esas tres ni me tragan, para ellas solo soy la vieja aburrida.

―Porque quieres, porque podrías de ser de otra manera. Lo peor es que no te lo propones porque puedes ser más alegre.

―¿Acaso no lo estoy siendo desde ayer?

―Sí, ¿y no te gusta ser así? Eres más sencilla y espontánea.

―Supongo, ¿hasta qué fecha lo tienes pago esto?

―¿Ya quieres volver? ―inquirió él y la joven negó con la cabeza―. Hasta el lunes por la mañana.

―De acuerdo, ¿y qué tienes pensado hacer con la fogata?

―Podemos hacerla después de las cinco de la tarde para que no sea tan tarde a la noche, así comeríamos malvaviscos, ¿qué opinas?

―¿Malvaviscos asados?

―Exacto. ¿Nunca los has probado?

―No. Soy primeriza también.

―¿También? ―cuestionó arqueando una ceja.

―Sí. Nunca he probado malvaviscos asados, ya de por sí los de bolsa así como están no me gustan mucho.

―Los asados te encantarán.

Eros quiso hondear más en lo que ella le había dicho antes, con respecto a que era primeriza también.

―¿Era la primera vez que te habían besado?

―¿Por qué tienes que saberlo? ―formuló con incomodidad mientras le sacaba un pedazo a su croissant.

―¿Acaso no puedo? No tendrías que sentirte rara por ser la primera vez.

―No me gusta que indagues sobre mi vida privada.

―No lo creo así, ¿crees que veo mal que teniendo treinta años, ayer haya sido tu primer beso?

―Pues no lo sé, tampoco quiero que pienses que tienes una obligación conmigo por un beso que me diste.

―Para pienso eso.

―Cambiemos de tema, por favor.

De fondo y aún temprano se escuchó Beck G, con su canción Mayores.

―Ideal para ti ―contestó el mecánico con una sonrisa y ella entrecerró los ojos y apretó los labios.

―No me gustan los mayores.

―Lo digo por la letra... vamos a bailar así sonríes desde temprano.

―No tengo ganas.

―Vieja aburrida ―acotó para hacerla arder.

Guarro e insolente.

―Vamos... ―la sujetó de la mano y tiró de ella para levantarla.

―Eres un insufrible Eros ―acotó resignada.

―Aguafiestas...

La música continuaba y los dos bailaban, sobre todo él intentaba bailar.

―Parece que saliste de la jungla ―rio a carcajadas mirándolo moverse.

―Pensé que iba a ser más fácil.

―Creo que la canción es más para un perreo y no voy a hacer algo así.

―¿Tienes miedo que terminemos en la carpa?

―¿Por qué todo lo tienes que llevar al plano sexual? Me pones de malhumor cuando dices esas cosas.

―Ardes solo porque lo intentas justificar, pero sé qué es lo que quieres ―admitió con suficiencia.

―No eres el irresistible.

―Esas tres de anoche no decían lo mismo.

―Pues vete con ellas entonces y a mí me dejas tranquila.

―¿Y tú por qué siempre te enojas cuando te digo algo así?

―Porque eres un pesado, en serio, si crees que con esas tres te vas a divertir más, vete.

―No quiero irme con ellas ―escupió molesto.

―Entonces deja de joder ―zanjó.

―Tu reacción es de una celosa y no lo quieres reconocer.

―Basta Eros ―juntó los platos descartables y los echó en el tacho de residuos.

―Okey... me detengo pero que conste que yo no soy el que pone frenos.

Nieves lo miró ardida y no le dijo nada, y trataron de que todo fluyera entre ellos por el resto de las horas siguientes.


•••


Durante la tarde decidieron recolectar ramitas y hojas para hacer la fogata, para el horario que más o menos él le había dicho entre los dos encendieron el fuego.

―Al final terminaste siendo una niña exploradora ―dijo con diversión.

―Seguro... ―expresó petulante.

El fuego de a poco comenzó a arder y ella acercó sus manos para calentarse.

―Está bajando bastante la temperatura, lo que daría por un chocolate caliente. ¿La proveeduría no tendrá? Aunque sea de esas máquinas.

―No, no hay de esas cosas. Pero con los malvaviscos asados es posible que calientes un poco.

―No me calentará el estómago algo así.

―Por lo menos lo intenté.

―Sí, vale la intención...

Los dos se sentaron en el suelo y el mecánico abrió la bolsa de malvaviscos para pinchar con un palito de madera uno para ella y otro para él.

―Gracias ―dijo―, ¿solo lo acercas y listo?

―Sí, acércalo un poco más para que se queme un poco, por dentro estará casi derretido.

―De acuerdo. ―Le dio un par de vueltas sobre el fuego y luego de soplarlo lo sacó del palito y se lo llevó a la boca―, es rico.

―Sí pero no tanto como esa tarta de limón que me hiciste.

―¿Te gustó realmente? ―interrogó sorprendida.

―Sí, estaba muy buena. Deberías hacerme otra pronto.

―Bueno... te invitaré a merendar y te haré tarta de limón ―le regaló una sonrisa.

―Me parece muy bien.

Nieves recargó su cabeza en el hombro de él y cerró los ojos. Eros quedó con los ojos entrecerrados aspirando el perfume de su cabello. Olía a coco.

El tiempo parecía que se había detenido para ellos dos, no había susurros ni palabras, solo el crepitar del fuego, y las respiraciones armoniosas de ambos compartiendo aquel momento. El sol caía en el horizonte del mar y la postal parecía perfecta. Trento la abrazó por los hombros para que estuviera más cómoda y no pasara frío, y la joven dejó abrazarse. Fue Fifi quien mirándolo de perfil le dio un beso en la mejilla.

―¿Y eso? ¿Por qué fue?

―Tuve ganas. Si molesta no lo haré más.

―Si es por mí, hasta me puedes dar un beso en la boca ―su voz sonó tan en susurros y sensual que la mujer abrió más los ojos sorprendiéndose.

―Lo sé pero no te daré el gusto ―manifestó con gracia―. Creo que volveré a la carpa, me estoy empezando a congelar.

―Vamos, le echo un poco de agua a la fogata y te acompaño.

―Está bien.

Instantes luego fueron caminando hacia el sector de las carpas de la mano.

―Es sospechoso que nos estemos llevando bien y sin una discusión de por medio.

―Disfruta del momento ―contestó ella entre risas.

Cuando llegaron se dieron cuenta que el camping había quedado sin luz y nadie sabía por cuánto tiempo estarían así. Fue la joven quien se metió primero dentro de la carpa, donde revolvió dentro de su bolso para buscar una camiseta de mangas largas para ponérsela porque quería acostarse ya que estaba cansada. Sacó la cabeza desde la entrada y le habló;

―Creo que me iré a dormir, estoy cansada y no tengo hambre tampoco pero si decides cenar, despiértame para que no comas solo y te hago compañía.

―No te preocupes, de sentirme solo iré a la carpa de las tres chicas ―la picó.

Ella indignada solo lo mató con la mirada y metió la cabeza en la carpa para terminar por desarmar el colchón y meterse dentro. Al estirar las piernas, sintió algo extraño y llevó la mano hacia el lugar donde había sentido esa cosa rara. Cuando la tocó casi grita de pavor.

―¡Arañas! ¡Una araña! ¡No! ―gritó asqueada y miedosa al mismo tiempo―. Eros, hay arañas.

El hombre casi estalla de la risa cuando le vio la cara de susto y tratando de echar a un lado las que estaban dentro de la cama. Él había entrado con una linterna que había sacado de la guantera de su coche. No pudo evitar reírse a carcajadas.

―Son de plástico ―lo dijo entre risas.

―¿Cómo que son de plástico?

―Sí, lo son. ¿Ves? ―agarró una con la mano y se la puso frente a sus ojos iluminándola con la luz de la linterna.

El mecánico la echó hacia atrás y puso la luz debajo de su barbilla para hacerle cara rara asustándola.

―¡Buuuuu! ―gritó y ella en vez de asustarse se enojó más.

―¡Eres un imbécil! ―exclamó furiosa―. Me dan escalofríos las arañas, es lo peor que puedes hacerme.

―No puedo creer que les tengas miedo.

―Les tengo fobia ―admitió con voz solloza poniéndose de espaldas a él.

Eros se quedó cortado ante la reacción de Nieves y la sujetó del brazo para que intentaran por lo menos hablar pero ella se giró solo para darle un sopapo.

―Te lo mereces por idiota ―escupió enojada.

Trento casi se la come viva, apagó la linterna y la sujetó de la nuca para arrimar su boca contra la de la joven.

―Te gusta provocarme, ¿verdad?

―No lo hago, ya suéltame.

―No lo haré ―fue lo último que le respondió para luego sostener su mandíbula y besarla con desesperación.

―No seas bruto.

―Esto no es ser nada bruto, no estás acostumbrada a esta clase de besos ―habló entre besos que le daba.

―Claramente no ―dijo por lo bajo contra su boca.

El mecánico se quitó la camiseta de lana de cuello alto quedándose con el torso desnudo y la ayudó a ella a sacarse la camiseta de mangas largas también. El corazón de Nieves iba acelerado de nervios y emoción, él la besó de nuevo y la abrazó por la cintura para desprenderle el sostén, sin quitárselo se acostaron en el colchón y a medida que los besos se profundizaban, él bajaba uno de los tirantes de la prenda interior mientras besaba su cuello y el hombro.

Fifi quedó sumida en los besos y en las caricias que le daba pero cayó en la realidad de lo que estaba pasando en el instante en que él volvió a besarla y ella lo sujetó de las mejillas para sentarse en el colchón.

―Perdón, no puedo. Esta no soy yo ―respondió poniéndose como podía la camiseta.

―¿Por qué primero no te quitas el sostén? Estarás más cómoda.

―No quiero que me mires.

―Te daré la espalda ―confesó y lo hizo.

Nieves aprovechó el sacarse el sujetador y ponerse la camiseta a las apuradas.

―Listo.

Cuando la vio ya vestida, le acomodó el cuello desde los hombros y le terminó sacando hacia afuera el cabello que aún tenía debajo de la tela.

―Gracias. Iré a dormir ―contestó y con una vergüenza que no podía con ella misma se apuró en meterse dentro de la cama.

Eros se quitó las tenis y el pantalón negro de mezclilla y se puso una camiseta de mangas cortas para dormir. La abrazó por la cintura para que no sintiera frío mientras dormía.

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