Una sorpresa

Valió la pena la espera, seis meses para poder ver mi libro en físico. La noche antes de que se comenzara a vender en todas las librerías de la ciudad, estaba tan nerviosa que me tuve que tomar una tila para calmarme. Tú lo estabas preparando todo para cuando llegaran nuestros padres al otro día. Decidimos invitarlos, y hacer una pequeña fiesta para celebrar el estreno.

Siempre me gustó verte concentrado desde lejos, hacía días que no teníamos tiempo para nosotros. La agencia iba viento en popa, pero prescindía de tu atención, y yo estaba muy insegura aún con mi libro. En estos últimos meses había llamado a la editorial más de diez veces para cambiar algunos aspectos e incluso ese día tenía ganas de volverlo a revisar y cambiar algo más.

Levantaste la vista y me atrapaste mirándote.
—¿Te gusta lo que ves? —ahí estaba tu lado canalla que siempre me sorprendía. La verdad es que la imagen desde el comedor era muy agradable, un hombre atlético haciendo los quehaceres del hogar es algo muy sexy.

—¿Qué crees? —Te respondí sonriendo.

—Ya me estás disociando. —seguiste limpiando la vajilla mientras negabas con la cabeza y te mordías el labio inferior.
Seguí mirándote porque adoro hacerlo, eres la persona más interesante que he conocido en mi vida y quería deducir cuales eran tus pensamientos.
Me volviste a pillar, y esa vez me lanzaste un beso que hizo que me sonrojara, pero no aparté la vista de ti. Ya estabas terminando cuando nuestros ojos se volvieron a encontrar, y dijiste dirigiéndote hacia mí.

—No sé cómo he podido resistirme a tus encantos por unos minutos. —Me levantaste sobre la mesa y me besaste apasionadamente. Me llevaste más allá de mis pensamientos y dibujaste mi cuerpo con tus manos, tocando cada parte de mi ser. Sólo tú provocabas ese efecto en mí. Ese deseo se apoderaba de mi alma por tu culpa, y te pertenecía cada gemido que salía por mi boca. Me llevaste a nuestra cama y me hiciste tuya como tantas veces, pero esa vez fue diferente, esa vez hicimos algo más que el amor.

La alarma sonó en la mañana, y al despertar no te vi a mi lado, fui a la cocina y no estabas. Recorrí toda la casa en tu búsqueda y no te encontré. Algo en mi pecho retumbó con fuerza y provocó un dolor indescriptible en mi corazón. Nunca te habías ido de casa sin despedirte, no dejaste ni una nota y tu coche no estaba en la entrada. Las ganas de llorar me invadieron y no pude contenerme. Era una tontería, pero me afectó tanto el que no te despidieras en la mañana que olvidé que mi libro se estrenaba ese día. Pasaron dos horas y no tuve noticias tuyas, no podía ni comer. Te llamé al móvil, y resultó que lo habías dejado en casa. No llamé a la oficina porque no quería que mi razón de llamarte fuera que olvidaste mi beso de todas las mañanas. Podías olvidarte de cualquier cosa, pero no de eso.
Cuando llegaste estaba muy enojada contigo, te vi entrar por la puerta vestido de traje y me dijiste sonriendo.

—Hola, cariño ¡Felicidades! —te inclinaste para besarme, pero yo me aparté.
Estaba roja como un tomate y no me pude contenerme a decir.

—No te despediste de mí. —me miraste a los ojos con seguridad y te acercaste más a mí.

—Riley, no quería despertarte. Salí muy temprano en la mañana, y quería volver antes de que te levantaras de la cama, pero no pude. Las librerías no abren tan temprano como creía. —No entendí que fuiste hacer a una librería hasta que me fijé que traías mi libro en tus manos, me quedé mirándolo, y comprendí lo que habías hecho cuando dijiste.

—Tenía que ser el primero en comprarlo, es tradición. —Mi corazón no pudo soportarlo y comenzó a latir con desesperación, volví a pregúntame por qué me querías, y qué había hecho yo para merecerte. Me lancé a tus brazos y te besé feliz. Minutos atrás creí que ya no me querías igual y en ese momento me sentí la mujer más amada del mundo otra vez.

—Gracias, gracias por hacerme tan feliz. —te dije entre lágrimas.

—Gracias a ti Riley, por ser como eres.

Nuestros padres llegaron en la tarde para acompañarnos a celebrar, tu hermana llamó para felicitarme, y todos juntos pasamos una velada agradable en familia. Estaba tan contenta ese día, es de esos momentos que perduran por siempre en mi memoria.

En las últimas ocho semanas después del comienzo de la venta de mi libro, ya se habían vendido 500 de ellos, y tú me traías tulipanes todos los días. Fue de las primeras veces que no me sentí fracasada en mi vida. Aún no me lo creía, estaba escribiendo la continuación de "La sangre de los Cisnes" porque decidí hacer de este una saga, ya que a muchos le había gustado el primer libro.

Era un jueves por la noche, lo recuerdo bien porque todos los jueves cenábamos en casa de mis padres y los viernes en la de los tuyos. Habíamos implantado esa norma para hacer tiempo de visitarlos aunque sea una vez a la semana. Mamá había preparado su plato estrella de arroz con vegetales y estaba para chuparse los dedos. Yo llevaba unos días con un hambre desesperada y comía mucho más de lo que normalmente acostumbraba. No lo tomé como algo alarmante hasta que antes de despedirme de mi madre sentí náuseas al oler su perfume. Me apresuré a ir al baño y verter todo el contenido de mi estómago, acompañada de mi mamá. Tú te habías quedado con mi padre en el salón para esperar a que terminara.

—Riley, hija mía ¿has visto tu periodo en este mes? —los ojos de mi madre desprendían chispas.

—Tengo unos días de retraso, pero no creo que esté embarazada, mamá. —contesté con tristeza.
Desde que volvimos de nuestra luna de miel lo habíamos estado intentando, pero no era tan fácil como muchos decían. Ya casi cumpliríamos un año de estar intentándolo y nada.

—Pero si estás rara, cariño. Quizás está vez sí. —Mamá me acariciaba el cabello mientras que yo seguía con la cabeza inclinada en el inodoro.

—No me ilusiones, puede ser una indigesta. —respondí en un susurro.

Tú tocaste a la puerta para preguntar si estaba bien y mamá respondió por mí, mientras que me lavaba.
—Ya vamos. —Ella me abrazó, luego me miró a la cara y me susurró. —Para salir de dudas mañana te compraré un test, y lo haremos juntas. —Asentí ante sus palabras y nos marchamos un rato después a casa.
No quería pensar en ello, ni siquiera te conté lo que creía mi madre. No estaba preparada para recibir otra decepción. Siempre nos imaginábamos siendo padres, pero la vida no había querido darnos la oportunidad aún.

Mamá llegó temprano, justo después de que tú te fueras a la agencia. Le había pedido que evitara encontrarse contigo para que no sospecharas.
El corazón me iba a mil por hora. Nunca pensé que fuera tan estresante esperar un resultado en un palito, que te puede cambiar la vida en un segundo. Leímos las instrucciones más de dos veces para estar seguras de que dos rayitas significaba de que estaba embarazada. Mamá se lanzó a abrazarme y juntas comenzamos a llorar de alegría.
No podía esperar para decírtelo, quería que fuera especial como siempre lo hemos hecho todo. Así que mamá me acompañó a comprar la primera manta que pertenecería a nuestro bebé, era verde ¿recuerdas? y tenía una pequeña cara de oso en una de las esquinas.
Cuando te entregué el regalo te emocionaste muchísimo, y llamaste a tus padres para darles la gran noticia. Me abrazaste en la noche y me susurraste al oído.

—Tendremos un bebé, Riley, será nuestro.

—Lo sé Nathan, vamos a ser papás. —me acercaste más a ti y me quedé dormida escuchado a tu corazón palpitar.

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