Un mal día

Un día malo lo puede tener cualquiera, pero yo no estaba preparada para un día como ese.

La señora del alquiler me pidió que me marchara porque necesitaba el apartamento y como solo teníamos un contrato de palabra no me pude rehusar. Supuestamente lo quería para un familiar, pero luego nos enteramos que era para alquilárselo a un grupo de chicas que le pagarían más que yo.
Tenía 3 días para recoger mis cosas y despedirme del lugar que me había acogido por los últimos dos años. Si eso era malo, imagínate como me sentí cuando mis padres se enteraron que tan solo había vendido 28 libros en dos meses. Tuve la sensación que sintieron lástima por mí cuando me ofrecieron sus ahorros para que así pudiera dedicarme a seguir escribiendo y dejara a un lado la cafetería, pero no pude aceptarlo. Siempre he odiado que la gente me tenga lástima, y más ellos. No estaba segura cuando lograría salir adelante, pero si sabía que algún día lo haría. Se me encogió el corazón cuando mi madre me susurró al oído que estaba orgullosa de mí ¿Orgullosa de qué? Si yo no había hecho nada importante con mi vida. En ese momento era una sin techo escritora que tocaba el fracaso con los dedos o por lo menos eso era lo que creía yo.

—Lo intentas Riley, y eso no todos tenemos el valor de hacerlo. —Mi padre también estuvo de acuerdo.

Sus palabras no solo levantaron mi alma del suelo, sino que me impulsaron a seguir. Tenía su apoyo y por más golpes que me diera la vida eso nunca lo iba a perder.
Después de haber acomodado algunos de mis trastos en mi antigua habitación, me dirigí al trabajo. No sin antes comprar mi trocito de esperanza porque ese día lo necesitaba más que nunca.

Un cartel blanco gigante con las letras pintadas de un rojo chillón indicaban que el local de la librería estaba a la venta. Las cosas no podían ir peor. Mi mundo se derrumbó por completo ¿Dónde se venderían mis libros? ¿Qué hago? Las ganas de llorar se apoderaron de mí.

La nieve no dejaba de caer y allí estaba yo, frente a la gran vitrina de cristal sin detener las lágrimas que rodaban por mis mejillas mientras apretaba en mi mano con fuerza el billete de lotería que hacía menos de diez minutos había comprado. La gente caminaba a mi alrededor y ni siquiera notaban los sollozos que más de una vez salieron de mi boca. Por un momento quise parar de sentirme así, dolida con el mundo por ponerme las cosas tan difíciles ¿Era mucho pedir ser feliz? Porque ese había sido mi deseo de Año Nuevo y como veía las cosas, estaba muy lejos de cumplirse.

No sé de dónde saliste, ni porqué estabas en ese preciso momento frente a mí, pero agradecí tu presencia. Me apartaste las lágrimas frías que aún estaban en mi rostro y me obligaste a mirarte, pero yo no quería que me vieras así, por eso enterré mi cara en tu pecho y te abracé con fuerza.
No quería parecer débil, porque no lo soy. Yo sé que no lo soy, pero ese día había sufrido demasiadas emociones y necesitaba desahogarme.
Me devolviste el abrazo y por un momento sentí que dejaba de respirar. Trataste de protegerme incluso de las voces de dentro de mi cabeza, que me gritaban que renunciase, que igual esto de escribir no era para mí.

—Encontraremos una solución. —Hacía unas pocas semanas que habíamos comenzado a salir y ya hablabas como si fuéramos uno.
Todo era un nosotros para ti. Compartías mis sufrimientos, así como yo compartía tus alegrías. Me sentí un poco más afortunada de tenerte conmigo, eras ese anclaje que me mantenía fuerte para no caer en la depresión.

—No creo que lo esté haciendo bien. —después de unos segundos de silencio te confesé temblando, pero no estaba segura que fuera por el frío.

—Es lógico que pienses eso, lo que no es bueno es que lo creas. No todos tenemos la buena suerte de lograrlo a la primera. Tú lo lograrás, de eso no tengo dudas, pero la vida quiere más de ti.

—Nathan... no le tenía miedo al fracaso hasta que lo conocí. —aún no podía verte la cara, pero sentí como te tensaste.

—Y ahora tienes que vencerlo, solo vuelve a intentarlo, Riley. Ven, vamos a entrar a la cafetería para poder hablar más tranquilos. —Me guiaste por el camino. Agradecí que el lugar estuviera vacío, aún faltaba media hora para abrir y mi jefe no había llegado. Nos sentamos en la última mesa, la que más cerca quedaba del mostrador y la que mejor vista daba hacia la librería. Me miraste a los ojos y cogiste mi mano con fuerza, la misma que agarraba mi esperanza y me pediste.

—Cuéntame qué pasa por tu cabeza.

—Me tengo que mudar a casa de mis padres porque me acaban de echar del alquiler, a parte, ellos ya saben que he fracasado como escritora ¿Sabes lo vergonzoso que es eso? y la única librería donde se venden mis libros va a desaparecer. Ahora mismo mi cabeza no está razonando, solo quiere explotar. —Te respondí molesta y con los ojos hinchados de tanto llorar, pero tú sabías que mi enfado no era contigo, que simplemente fue mi forma de reaccionar en el momento y que de alguna manera me estaba ayudando a expresar mi angustia.

—Riley, podemos encontrar soluciones para tus problemas. Mira, quizá podamos encontrar otro lugar que quiera vender tus libros...

—¿Qué tienen de especial mis libros para que alguien quiera venderlos? Me dejaron venderlo en esta librería porque el dueño es amigo de mi padre, pero las cosas no funcionan así en realidad. —te interrumpí gritando. En ese momento ninguna solución me parecía correcta.

—Tu libro si es especial, y quizás el hecho de que tú no lo veas así, es lo que le impide llegar a los demás. —Te enfadaste conmigo y me miraste seguro. Tus palabras retumbaban en mi mente y si te soy sincera, me dolió mucho saber que era mi culpa que mi libro no triunfara.

Tenías razón, mi deber era venderlo de la mejor manera, recomendarlo a todos y compartir mis pensamientos. Pero lo único que hacía era minimizarlo, compararlo y de alguna manera menospreciarlo por no considerarlo bueno, porque no creía en él, ni en mí.

—Riley, hay muchas posibilidades, solo tenemos que investigar. Lo de tus padres tampoco debe preocuparte, todos hemos fracasado alguna vez, es algo normal y con lo del alquiler, puedes vivir conmigo si quieres. —Estabas rojo como un tomate cuando terminaste la última frase y yo pues, no me lo esperaba. Era poco tiempo para vivir juntos, ni siquiera habíamos intimado aún. La propuesta me tomó por sorpresa.

La mano que teníamos entrelazada se sentía húmeda, ambos habíamos comenzado a sudar, no dije nada, solo me quedé pensando. Para cuando te respondí ya tú habías visto la respuesta en mis ojos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top