Noche vieja a tu lado

Siempre fui fan de la navidad y la noche vieja, pero junto a ti deseaba que todos los días fueran festivos. 31 de diciembre, nunca había sido tan feliz en ese día hasta que me enseñaste la mejor manera de vivirlo.

Lo recuerdo como si fuera hoy, tenía un vestido color lila, pero nunca lo viste porque llevaba un sobretodo para resguardarme del frío, y tú estabas tan guapo con esa chaqueta negra de cuero que resaltaba tus ojos y enloquecía mi ser.
Habías pasado a recogerme en tu coche, aún era temprano, solo eran las 7 pm y las calles estaban repletas de gente.

Nos detuvimos en un restaurante que aunque no parecía muy lujoso, era acogedor. El olor a asado nos recibió con amabilidad y un señor de mediana edad nos guió hasta una mesa. Sin darnos carta ni nada, te miró y pediste.

—Lo mismo de todos los años, Pedro. —el señor asintió, me regaló una sonrisa muy sincera y desapareció dentro de unas pequeñas puertas.

El lugar no estaba vacío, unas diez mesas llenaban el salón y por lo menos 6 de ellas estaban ocupadas por varias familias de la zona. Una hermosa melodía nos acompañaba y tú, no dejabas de mirarme. Tuve que preguntar porque me moría por saber.

—¿Qué vamos a comer?

—Te va a gustar, te lo aseguro. —me tomaste de la mano mientras me hablabas.

—¿Vienes mucho aquí? —Me tenías intrigada.

—Todos los años con mis padres y mi hermana. Pero ella se mudó a Francia y mis padres decidieron visitarla para noche vieja. —Tenía la sensación de que no estabas del todo feliz. Me incliné sobre la mesa y te besé en los labios, no quería que te sintieras mal. No en aquel día especial.
—Que sepas que eres mi mejor compañía. —las palabras salieron de tu boca como si te estuvieras excusando. Creías que me sentía rechazada solo porque no estabas junto a tu familia.

—Lo sé, tú también eres mi mejor compañía. —lo decía en serio, mamá y papá estarían en casa de la tía Berta, y yo pues no quería ir. Estaba segura que me preguntarían por mi libro y aún no tenía el valor para decirle a mi familia que solo se habían vendido 15.

Miraste a tu alrededor y observaste a las familias acompañadas de niños pequeños. Sonreíste cuando una niña le regaló un beso en la mejilla a su madre, volteaste a verme y me confesaste.

—Quiero tener una familia propia y venir aquí todas las noches viejas. Este es un lugar mágico. —te brillaban los ojos y en ese momento no entendí si me querías en tu vida y por eso me lo estabas contando. Quería decirte algo al respecto, pero fuimos interrumpidos por Pedro que venía acompañado de un plato enorme que traía un cochinillo asado. Nunca lo había comido antes, pero se veía delicioso. No estaba segura si entre los dos podríamos terminárnoslo, pero mis sentidos estaban enloquecidos con el delicioso olor que desprendía el asado.

Cortaste una porción para mí, y esperaste a que lo probara. Era la cosa más deliciosa del mundo y si te digo la verdad, en ese momento se convirtió en mi plato favorito.

Perdimos la noción del tiempo y antes de que me diera cuenta ya nos habíamos terminado todo el plato. El postre llegó cuando ya estábamos repletos, pero ¿quién puede rechazar una pequeña porción de tarta de frambuesa?

Estuvimos disfrutando de la velada, mientras tomábamos vino y escuchábamos la hermosa melodía, algunas más movidas que otras y que en muchas ocasiones nos embullamos a bailar.
Salimos a las 10:30 pm del restaurante y aún seguían estando las mismas seis familias de cuando llegamos, ni una más, ni una menos. Ese era un lugar mágico y pocas personas lo conocían.

Caminamos por la plaza principal, pasando entre la muchedumbre que gritaba de alegría y esperaba con ansias el Año Nuevo. Habían kioscos por todas partes, todo tipo de bombones adornaban los estantes y yo estaba más que feliz. Era la primera vez que esperaría el Año Nuevo frente a la iglesia y lo más importante es que sería a tu lado.

No me soltaste la mano ni en un solo momento. Compraste una caja de bombones y nos sentamos en un banco que milagrosamente estaba vacío. Te acomodaste de tal manera que podías verme frente a frente, sacaste un bombón del envoltorio y me lo regalaste. Mis mejillas se incendiaron cuando lo acercaste a mi boca. Era la cosa más cursi del mundo y tenía un poco de vergüenza de que la gente nos viera, pero a ti que te importaba la gente. Tú siempre viviste en un mundo donde lo que pensaran los demás no era importante y menos cuando era algo que te hacía feliz. Al ver mi reacción me tomaste del mentón y me robaste un beso. Me besaste hasta que te pareció que ya no me importaba nada más que no fuera estar contigo. Siempre me ayudaste a superar mis complejos, esa era tu misión.

—Quiero que dejes de tener vergüenza de ser feliz. —siempre tienes las palabras correctas para decir las cosas y en ese momento, el deseo de volver a besar tus labios me invadió, así que lo hice, te besé como si estuviéramos solos.

Recuerdo que estuvimos hablando de nuestras tradiciones mientras esperábamos las 12 y que tratabas de sacarme una sonrisa cada dos por tres. Amé cuando nos acercamos a la iglesia y junto a millones de personas esperamos el Año Nuevo.
Tú me abrazabas por detrás y tu respiración rozaba mi cuello. Nunca sentí tanto calor estando a -2 grado de temperatura. La luna llena acompañaba a las estrellas en esta noche especial y a lo lejos se podía ver el reflejo de unas Auroras Boreales que trataban de hacerse ver por encima de las montañas. Y el enorme reloj que marcaba el último minuto y estaba apunto de indicar el comienzo del nuevo año. Era la noche perfecta para pedir un deseo, así que cerré mis ojos y deseé con el corazón.
La bulla hizo que me asustara, me giraste para abrazarme y me besaste con delicadeza. Me miraste a los ojos y me gritaste entre la gente.

—Espero que este año triunfes como escritora y que puedas vender todos tus libros, que la gente conozca quién eres y que amen tu trabajo así como yo lo hago. —me volviste a besar y me abrazaste.

—Quiero estar contigo los 365 días de este nuevo año. —Las palabras salieron de mi boca con desesperación y me arrepentí de haberlas dicho, pero tú enrojeciste y me regalaste una sonrisa sincera. Te acercaste a mí, y me susurraste al oído.

—Yo quiero estar a tu lado todo los días de mi vida. —casi me caigo para atrás al oírte, mis ojos se inundaron de agua y una lágrima de alegría corrió por mi mejilla.

Me hiciste feliz tantas veces en mi vida que no puedo entender que pude haber hecho yo para merecerte. Te agradezco en el alma por enseñarme que era la felicidad.

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