La última aventura
Volvimos a estar solos en casa. James había comenzado en la universidad, y se quiso mudar a un apartamento más cerca de la Facultad de medicina. Solo lo veíamos los fines de semana, y yo sentía un fuerte vacío en mi pecho. Nunca me adaptaré a no saber dónde está y que hace. Él es mi niño, y eso nunca va a cambiar.
Yo rozaba los 46 años, y nuevos sueños por cumplir se apoderaron de mi alma gracias a ti.
—¿Qué es aquello que siempre has querido hacer, y nunca has hecho? —me preguntaste mientras desayunábamos en la terraza.
—No lo sé, ahora mismo no me viene nada a la cabeza. —te contesté riendo mientras untaba mantequilla en mi tostada.
—Yo si tengo algo ¿y si lo hacemos juntos? —Tus ojos verdes se llenaron de chispas, y esperabas mi respuesta con una sonrisa.
—Mientras no sea tirarnos en paracaídas, yo feliz de acompañarte.
—Igual no lo veía posible si tú no ibas porque no quiero estar tanto tiempo lejos de ti. —Tomaste un respiro y me propusiste contento. —Quiero tomarme un año sabático, y recorrer en coche toda Europa.
—¿En serio? —abrí mis ojos como platos y tú asentiste. —Pero Nathan ¿qué vas a hacer con la agencia? —pregunté desconcertada.
—Dejaré a alguien a cargo de ella, la agencia se mueve prácticamente sola. Me hace ilusión viajar así. —te mordiste las uñas y me miraste esta vez con indecisión.
—¿Cuándo nos vamos? —te respondí con una sonrisa, y te levantaste para besarme en los labios.
—En unas dos o tres semanas. Espero que estos viajes te sirvan para inspirarte, quizá logres escribir algo. —dijiste pasando tu mano por mi mejilla, y me robaste aquellos besos que un día te prometí.
—Yo también lo espero. —lo decía en serio, hacía años que no lograba escribir ni una palabra. —Ya tengo ganas de ver qué hay más allá de nuestras fronteras. —me abracé a tu cuello, y pude ver en tus ojos lo feliz que eras en aquel momento.
El día que decidimos emprender el viaje, James se despidió de nosotros, y nos regaló un billete de lotería con la esperanza de que volviéramos sanos y salvos.
—A ver si un día se la ganan. —Ambos nos miramos sorprendidos, y nos reímos de nosotros mismos. Un día estuvimos hablando de eso, ¿qué haríamos si nos ganábamos la lotería? Dijimos cosas tan tontas, que cada vez que pensamos en ello no podemos parar de reír.
Nuestra primera parada fue en Suecia, recuerdo los colores tan vivos de las flores del Jardín del Rey y cómo olvidar cuando visitamos el museo de ABBA, somos súper fans del grupo, y fue unos de mis lugares favoritos.
Finlandia nos dio la bienvenida, y a los dos nos hacía ilusión visitar la casa del aclamado Santa Claus, tengo que admitir que durante nuestra estancia allí creí vivir en un cuento de hadas.
Cuando llegamos a Rusia, no nos resistimos a besarnos frente a una de las cascadas del Palacio de Peterhof, parecíamos dos jóvenes enamorados viviendo lo que otros llamarían una luna de miel.
Nunca creí que Ucrania me sorprendería tanto, la Catedral de San Andrés de Kiev se robaba todas las miradas, era tan bonito ver que no solo los turistas estuviéramos hechizados con su belleza.
Hungría nos transportó a la época medieval, nunca antes habíamos visitado un castillo, y que mejor que el de Buda para entender la historia de un país tan hermoso.
¡No sabía que existía un Triple Puente! Eslovenia se convirtió en uno de nuestros países favoritos, sus paisajes, su gente, era muy acogedor y divertido ¿Recuerdas cuando nos emborrachamos con la fuente de cerveza? No fue nada romántico que me confesaras tu amor frente a ella, pero aún así provocaste que me sonrojara.
Italia sabía muy bien cómo robarnos el corazón, por un momento creí estar dentro de una película de gladiadores. El Coliseo Romano era igual de impresionante por dentro que por fuera y el idioma italiano me provocaba mucha curiosidad. Italia desbordaba pasión y más de una vez caímos en sus encantos.
—Ti amo, Nathan.
—Ti amo anch'io, Riley.
De camino a Francia había leído el libro de Un beso en París de Stephanie Perkins, y por eso tenía la ilusión de que fuéramos a pedir un deseo al Point Zero. Uno de mis momentos favoritos fue cuando entramos a la Catedral de Notre Dame. La famosa historia de Víctor Hugo se apoderó de cada uno de mis pensamientos, y la paz que desprendía aquel sitio era encantadora, daría cualquier cosa por volver.
España fue el país donde me inspiré para escribir La viajera. La historia se basaba en los momentos más mágicos que vivimos en aquel lugar. Conocimos cada rincón de Madrid, y Barcelona nos enseñó otra manera de enamorarnos, pero recuerdo a Cádiz con gran cariño. Su gente no mentía cuando decía que allí había nacido el arte, aprendimos a ver la vida de mejor manera.
Ese fue mi último libro.
Tú fuiste el primero en darte cuenta que mi forma de escribir había cambiado. Te había mostrado un borrador de un pequeño relato que había escrito, y me dijiste alarmado.
—No parece tuyo, Riley ¿lo has leído? —tenías la misma mirada de preocupación que cuando iba a dar a luz.
—¿Qué le pasa? —estaba asustada.
—No hablas de nada en general, son oraciones al azar. Parece escrito por una persona que no tiene conocimientos del idioma. —Fuiste sincero, siempre lo eras, por eso te amaba tanto. Algo dentro de mí entró en pánico.
—Quizás es porque estás algo cansada, mañana lo arreglas y verás que estará bien. —te acomodaste a mi lado, y me embullaste para que hiciéramos un crucigrama. Así pasábamos juntos las tardes de miércoles.
No le dimos importancia a ese suceso hasta que comenzó a preocuparte que me olvidara de los nombres de mis personajes. Fue por poco tiempo, pero los olvidé, y eso es lo que más me duele. Se suponía que eso nunca pasaría.
—Con 56 años puedo justificar que es por la edad. Yo estoy segura de que estoy bien. Ayer me perdí, pero tú estabas cerca, Nathan. Tú me encontraste.
—Mamá... yo soy James.
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