El tiempo que quiero olvidar
Siempre has sido muy guapo, pero cuando comenzaron a aparecer canas en tu cabello me parecías incluso más interesante. Cuarenta años llevabas en tus huesos y ni siquiera los aparentabas. Seguías manteniéndote en forma, y unas no muy pronunciadas arrugas adornaban el borde de tus ojos.
Recuerdo aquel 28 de febrero cuando celebramos tu cumpleaños. James y yo habíamos preparado una fiesta sorpresa para ti. Invitamos a toda la familia y a unos pocos amigos. Fue algo muy sencillo, pero no dejó de ser especial. Ese día, mi padre y el tuyo se encargaron de hacer la barbacoa, mientras que las mujeres de la casa preparamos la otra parte de la cena.
Recuerdo que te había obligado a ir a comprar un billete de lotería porque al día siguiente se publicaría mi nueva novela. No había perdido esa costumbre de comprar esperanza, y tú siempre te preocupabas por que todo estuviera bien. Cuando llegaste dos horas después porque también te había pedido pasar por el supermercado, te emocionaste muchísimo con la sorpresa. Hubieron muchos momentos dignos de recordar ese día.
La sonrisa de James cuando jugaba con sus primos al baloncesto; mis padres tomándose de la mano y besándose delante de todos, tu hermana contándonos sobre París, y tus padres bailando al ritmo de los Bee Gees.
I Wanna Dance With Somebody de Whitney Houston se escuchó en toda la casa y pude ver en tus ojos lo que estabas a punto de hacer.
—Bailemos. —me tomaste de la mano y me llevaste al medio del salón donde los demás mostraban sus mejores movimientos.
—Me da vergüenza, no bailo muy bien. —te dije nerviosa.
—¿Qué dices? Si te he visto bailar un millón de veces y eres estupenda. —Bastaba que me dijeras eso para que mi cuerpo comenzara a moverse al ritmo de la música.
La canción, tengo que decirlo la conocía muy bien, y bailar contigo es de las cosas que más me gusta hacer en el mundo. Creo que esa fue de las pocas veces en mi vida que no me avergoncé de que los demás me vieran hacerlo.
James se unió a nosotros siguiendo nuestros pasos, y terminamos los tres entre risas moviéndonos de un lado a otro.
La tarde fue maravillosa, y para terminar el día, tú y yo nos quedamos fuera en el jardín para admirar la luna llena.
—No puedo creer que hayas hecho esto por mí. —estaba recostada a tu pecho en el pequeño sofá de mimbre.
—¿Lo dices por la fiesta? Nathan, no podíamos dejar pasar por alto tus 40 años. —contesté soltando una risita tonta porque me hacías cosquillas con los vellos de tu barba.
—Lo digo por la fiesta, por ti, por todo. Del día mi momento favorito es este. —me besaste el cuello, y provocaste que se me pusieran los pelos de punta. —Me encanta tu cabello así.
Los nervios se apoderaron de mí al oírte susurrármelo al oído. Hacía una semana que había cambiado de looks. En aquel tiempo, mi cabello caía por mi cuello con delicadeza.
— Tenemos invitados —me giré hacia ti y te miré a los ojos con una sonrisa.
—Mis padres y los tuyos no son invitados, son familia. —dijiste en tono picarón.
—A veces me asustan tus propuestas. —soltaste una carcajada, y me robaste un beso.
—Te amo.
—¿Todavía? —Mis inseguridades saliendo a la luz. Yo te amaba incluso más que el primer día, pero igual siempre tuve ese miedo de perderte.
—Me ofende que lo dudes. Yo nunca dejaré de amarte, te escogí a ti para compartir mi vida. —Eso era algo que siempre me dabas, seguridad.
—¡Papá, ya comenzó el partido! —James gritó desde dentro de la casa, me tomaste de la mano antes de besarme, y entramos juntos al salón.
Nuestro hijo era un aficionado de los deportes, y le encantaba verlos en familia. Cuando cumplió 12 años le compramos entradas para ver juntos un partido de su equipo favorito. Había que ver la felicidad del niño cada vez que marcaban un gol.
Fueron un poco más que 90 minutos de auténtica pasión, hasta mi madre se levantaba emocionada cada vez que veía que la pelota se acercaba a la portería, ni siquiera sabía cuál era nuestro equipo solo la estábamos pasando muy bien. Ojalá hubiera sabido que sería nuestra última noche en familia todos juntos.
Mamá sufrió una crisis asmática días después, y murió de un paro respiratorio. Fueron días muy oscuros para todos. Yo dejé de escribir, y James se había convertido en un niño muy inseguro y reservado. Esa es una de las cosas que no me importaría olvidar.
Papá no lo pudo soportar, llevaban más de 50 años de matrimonio, y nunca se habían separado. Tratamos de ayudarlo, se mudó a casa con nosotros, y aunque parecía calmado sus ojos no dejaban de cristalizarse cada dos minutos. Más de una vez lloramos juntos mientras mirábamos las fotos de mamá. Dos meses después de lo sucedido sufrió un infarto en la noche, y no volvió a despertar.
Perdida, destrozada, hundida y triste, son adjetivos que aún no describen como me siento cuando pienso en ellos. No pude tener unos padres mejores. Nathan, fueron tan buenos conmigo, tú y ellos eran los únicos que creían en mí.
Nunca me pude recomponer ante eso, pero no puedo decir que te cansaste de animarme porque no sería cierto. No había día que no trataras de hacerme olvidar mi dolor, y me animaras a volver a escribir.
Nos costó años en que todo volviera a parecer normal. ¿Recuerdas la adolescencia de James? Me costó entenderlo porque yo no fui ese tipo de adolescente. Yo fui más tranquila, y algo antisocial. Aquel día cuando llegó en la madrugada a casa porque venía de una fiesta, el corazón se me quería salir por la boca.
—Dame una muy buena razón por la que no deba castigarte. —dije seria. Tú y yo habíamos pasado la noche entera tratando de localizarlo.
—¿Qué pasa que ahora no puedo salir con mis amigos? —gritó James que olía a alcohol y no podía mantenerse en pie.
—Cuidado como le hablas a tu madre jovencito, explícanos dónde estabas y con quién —Dijiste en voz firme acercándote para mirarlo frente a frente.
—Estaba en casa de Carl, había una fiesta. Toda la escuela estaba allí. —James te miró a los ojos, y otra vez lograron entenderse, cosa que aún yo no podía.
—¿Por qué no contestaste el teléfono? —pregunté desesperada.
—¿Mamá, cómo crees que podía contestar con el ruido de la música? Además, no tenía tiempo para eso.
—¿No tenías tiempo para decirle a tu madre que estabas bien? Pues yo no te doy permiso para que vayas a más ninguna fiesta, estás castigado por dos semanas hasta que aprendas a contestarle el teléfono a tu madre. —señalé su habitación, y James contestó antes de entrar en ella.
—¡No soy un niño, tengo 16 años trátame como tal!
—James, cuando dejes de comportarte como un niño, nosotros dejaremos de tratarte como uno. —le respondiste con tranquilidad, y contigo ni siquiera protestó.
—¿Qué estoy haciendo mal? —me dejé caer en el sofá y me cubrí el rostro con las manos.
—Nada cariño, es normal. Los jóvenes son así, yo también cometí algunas estupideces en mi juventud. —me confesaste mientras te acomodabas a mi lado para abrazarme.
—Tengo miedo que le pase algo, Nathan.
—Lo sé, pero no podemos tenerlo en una caja de cristal. Él merece conocer el mundo por si solo. Ya verás que todo irá bien.
A veces creía que eras vidente o algo así. Siempre tenías la certeza de que las cosas mejorarían, y para nuestra suerte James no nos dio muchos dolores de cabeza. De hecho fue toda una sorpresa saber años después de que se había interesado por estudiar medicina.
Me sentí tan orgullosa de mi hijo que el corazón no me cabía en el pecho.
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