Epílogo: Un nuevo amanecer, un nuevo futuro
(Varia generaciones después...)
En el corazón del Nuevo Warfang, resplandecía un nuevo templo, al que varios habitantes de la ciudad y de todo el reino conocían como 'El templo de las leyendas'. La estructura de este edificio constaba de altas columnas y murales contaban las historias de aquellos que habían cambiado el curso del mundo. Como su nombre lo indica, y en comparación del legendario 'Templo del dragón', era un lugar donde se exhibían estatuas elaboradas con las piedras más resistente de todas del reino de los dragones. Todo el templo estaba conformado de estatuas de varias leyendas en los que se podían ver tanto a antiguos guardianes (Ignitus, Terrador, Cyril y Volteer) así como héroes de guerra.
En el centro de la sala principal, seis estatuas de sólidas se alzaban con imponente grandeza, representando a los héroes que unieron a las naciones dragones tras tiempos de guerra y oscuridad: Spyro y Cynder; y, alrededor de estos, haciendo un gran conjunto, estaban sus demás amigos: Jhonny, Edel, Ray y Thorr. Cada una de las figuras parecía poseer vida propia, capturando la esencia y la gloria de los guardianes que habían dejado un legado eterno.
Un dragón de tierra adulto, de porte noble y voz firme, guiaba a un grupo de pequeños dragones a través de las estatuas. Los niños, fascinados, se arremolinaban alrededor de las figuras, escuchando atentos las palabras del instructor.
"Estos dragones no solo fueron héroes de guerra", decía con pasión el dragón de tierra, señalando las estatuas. "Ellos fueron constructores de paz, unieron a todas las ciudades y naciones bajo un propósito común. Su valentía no solo se midió en las batallas, sino en su capacidad para sanar un mundo roto."
Entre los niños había un pequeño dragón púrpura. Su color, raro y lleno de significado, lo hacía destacar del resto, pero él parecía no notarlo. Se había quedado rezagado, observando en silencio la estatua de Spyro. Sus ojos grandes y brillantes examinaban cada detalle: la postura decidida, las alas extendidas con majestad, y esa mirada esculpida que parecía atravesar el tiempo mismo.
En su mente, una marea de pensamientos lo inundaba:
"¿Cómo pudo alguien ser tan grande? ¿Cómo pudo enfrentarse a tantas sombras, unir a tantos corazones y salvar a tantas vidas? ¿Cómo logró soportar el peso de ser un héroe?" pensaba.
El niño púrpura se sintió pequeño, insignificante, como si el mero hecho de compartir el color púrpura con Spyro fuera un peso demasiado grande para llevar.
Mientras los demás niños escuchaban atentos al instructor, el joven dragón permaneció apartado, sumido en sus pensamientos. No dijo una palabra. No levantó la voz para preguntar. Solo permaneció allí, contemplando la estatua como si buscara en ella alguna respuesta, algo que le dijera cómo estar a la altura de semejante leyenda. El dragón de tierra, que había notado su mirada ausente, pero no dijo nada, pues comprendió que aquel joven necesitaba tiempo para procesar sus propias preguntas.
"Algún día," pensó el joven dragón para sí, "algún día entenderé lo que significa ser como él... o al menos, lo intentaré."
Mientras el grupo avanzaba hacia la siguiente sección del templo, el joven dragón púrpura, Amil, permaneció inmóvil, sus pensamientos aún centrados en la estatua de Spyro. La idea de ser algún día como él lo llenaba de dudas. ¿Qué pasaría si no estaba destinado a ser como Spyro? ¿Y si en su lugar terminaba como Malefor, el dragón púrpura que trajo ruina y destrucción?
De pronto, algo llamó su atención: una joven dragona blanca, con un bolso de cuero alrededor del cuerpo, también se había rezagado. Sus escamas resplandecían como si capturaran la luz que se filtraba por los vitrales del templo. No estaba observando a Spyro, sino a otra estatua cercana: la de la dragona de hielo. El nuevo joven dragón la observó en silencio mientras la niña parecía sumida en sus propios pensamientos, contemplando con admiración a la estatua. Luego, ella se movió hacia la estatua de al lado, pero en el proceso, no notó que algo había caído de su bolso: un pequeño libro con la cubierta de cuero gastado.
Por un instante, el joven púrpura dudó, pero finalmente dio un paso al frente y lo recogió con cuidado. El libro parecía viejo, pero bien cuidado, como si tuviera un gran valor para su dueña. Se acercó tímidamente a la dragona blanca, quien seguía admirando la estatua sin darse cuenta de su presencia. Amil carraspeó suavemente para llamar su atención y extendió el libro.
"Eh... esto se te cayó" dijo, con voz baja pero amable.
La dragona blanca se giró hacia él, sorprendida al principio, pero rápidamente le dedicó una sonrisa cálida, que parecía iluminar todo a su alrededor.
"¡Oh, gracias!" respondió mientras tomaba el libro entre sus garras, "Este libro es muy especial para mí. Es un recuerdo familiar"
Amil se sintió un poco nervioso bajo aquella mirada amable, pero asintió ligeramente. La niña guardó el libro con cuidado en su bolso antes de mirarlo de nuevo.
"Soy Roxy" se presentó con naturalidad.
Amil titubeó un momento antes de responder:
"Yo... yo soy Amil"
Roxy le sonrió de nuevo, pero esta vez, sus ojos parecieron notar algo en él. No dijo nada al respecto, pero había una curiosidad sincera en su mirada. Sin embargo, fue Amil quien notó algo en ella: llevaba un collar con una gema azul pálido, brillante y hermosa, muy parecida a la que adornaba la estatua de Edel.
Amil señaló el collar, aún con timidez:
"Tu collar... se parece al de la estatua" dijo
Roxy miró el collar y luego volvió a Amil, su sonrisa se ensanchó con un dejo de orgullo y ternura.
"Es el mismo" dijo, "Esta gema perteneció a mi bisabuela. Es... la de la estatua"
Ella señaló a la estatua de Edel. Amil abrió los ojos con sorpresa.
"¿Tu bisabuela?" preguntó, incrédulo, mirando de nuevo la estatua con renovada admiración.
Roxy asintió con un brillo en sus ojos, claramente emocionada al hablar de su legado.
"Sí. Mi madre me contó muchas historias sobre ella. Fue una gran heroína; también fue fuerte, leal y siempre protegió a quienes amaba", hizo una pausa, mirando la estatua con una mezcla de nostalgia y orgullo, "El collar es un regalo familiar, así como el libro, que era de mi bisabuelo"
Amil no supo qué decir. Su mente giraba en torno a las historias que había escuchado pues ahora, tenía frente a él a alguien directamente conectado con ese legado.
Mientras ambos miraban las estatuas, Roxy le dirigió otra mirada, como si notara algo más en él.
"Tú eres el dragón púrpura de esta era, ¿verdad?" preguntó suavemente, sin presionar, "¿Es por eso qué estabas mirando tanto la estatua de Spyro?"
Amil desvió la mirada, incómodo, pero después de un momento murmuró:
"Solo... me preguntaba si algún día podría ser como él"
Roxy inclinó la cabeza, reflexiva, pero no dijo nada más. En cambio, su sonrisa volvió, cálida y llena de confianza, como si ya viera algo en él que él mismo aún no podía ver.
"Sabes, te pareces un poco al Spyro que cuentan las historias" dijo con una mezcla de admiración y entusiasmo.
Amil la miró, desconcertado.
"¿Yo? ¿En serio?" preguntó, incrédulo.
Roxy asintió.
"Sí. Mi familia sabe mucho de él. Mis bisabuelos pelearon junto a Spyro y Cynder en la última gran guerra. Eran grandes amigos de Spyro, sobretodo mi bisabuelo, bueno..." Roxy hizo una pausa y señaló la estatua al lado de la de Edel. Era la de un dragón de fuego.
Amil siguió la dirección de su garra, sorprendido de escuchar lo que venía.
"¿Él era tu bisabuelo?" preguntó, con la mirada fija en la imponente estatua de que mostraba al dragón en una pose heroica, con su cola de llamas.
Roxy asintió con orgullo.
"Sí. Me dijeron que mi bisabuelo aprendió algo muy importante gracias a Spyro y Cynder: que no importa de dónde vengas o cómo naciste, sino con quién decides estar y cómo eliges vivir tu vida"
Amil reflexionó un momento sobre esas palabras antes de bajar la mirada.
"Yo... yo vivo con mis padres, pero si soy un dragón púrpura..." dijo con un tono vacilante, "No sé si estaré destinado a ser como Spyro, o... como Malefor"
Roxy inclinó la cabeza, pensativa, antes de señalar la estatua de Spyro. Amil siguió su gesto y se dio cuenta de que había algo grabado en la base de la estatua.
"Mira, aquí dice algo" comentó Roxy con voz suave. Amil se acercó más y leyó en voz baja:
"Aún en los tiempos más oscuros, siempre hay una luz de esperanza"
Roxy le sonrió antes de moverse hacia la estatua de su antepasado.
"Y aquí también hay algo" dijo, señalando la base. Amil se acercó y leyó:
"El destino no está en piedra, crea el tuyo propio"
Las palabras resonaron en el corazón de Amil. Por primera vez, sintió que tal vez había algo más allá del peso de ser un dragón púrpura, algo que él mismo podía forjar.
Antes de que pudiera decir algo, ambos escucharon voces llamándolos. Roxy volteó hacia la entrada del templo.
"Es mi madre, tengo que irme" dijo con una sonrisa. Luego miró a Amil, quien todavía parecía perdido en sus pensamientos, "Oye, me caes bien. Y eres... lindo"
Amil se quedó sin palabras, sintiendo cómo su rostro se encendía de calor.
"¿Lindo?" balbuceó, atónito.
Roxy rió suavemente y le guiñó un ojo.
"Sí. ¿Por qué no nos vemos aquí mañana?" preguntó, "Me gustaría seguir hablando contigo"
El corazón de Amil dio un vuelco. La timidez lo invadió, pero también una extraña emoción, una chispa de esperanza, como la que mencionaban las palabras grabadas en la estatua de Spyro.
"Está... está bien" respondió con una leve sonrisa.
Roxy asintió, feliz, antes de despedirse con un movimiento de su cola. Amil la observó alejarse, y cuando se dio cuenta de que debía irse también, caminó hacia la salida con un nuevo sentimiento en su pecho. Por primera vez, las palabras de las leyendas le parecieron no solo una lección, sino una promesa de que él también podía encontrar su camino, su luz y su destino.
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