Capítulo 7: Uno con la tormenta

(Dos días después...)

La tormenta continuaba rugiendo sin descanso en el Monte Gélido, como si el propio mundo quisiera desafiar a Edel a cada paso. A pesar de ello, la joven dragona decidió que era el momento de meditar, de encontrar calma en medio del caos y usar ese estado para enfocar mejor sus poderes de hielo. Se sentó en la entrada de su refugio, con los ojos cerrados y su mente tratando de conectar con la serenidad que había aprendido de su padre.

El aire gélido no la afectaba físicamente, pero la constante presencia del viento y la nieve era un recordatorio de lo inhóspito del lugar. 

"Esto no es solo una prueba de resistencia física," pensó, "es mental. Mi padre superó esto... yo también puedo hacerlo."

Mientras intentaba alcanzar un estado de concentración, sintió un cambio en la tormenta. Una presencia familiar, suave y cálida, emergió entre los rugidos del viento. Abrió los ojos, y allí, entre la ventisca, creyó ver a una figura conocida: su madre. Eira.

"¿Mamá?" susurró Edel, antes de levantarse rápidamente y correr hacia la figura que parecía alejarse, como si la estuviera invitando a seguirla.

"¡Espera! ¡No te vayas!" gritó Edel con desesperación, su voz desgarrada. Pero la figura continuaba alejándose, fundiéndose con la tormenta hasta desaparecer. Edel cayó de rodillas, sintiendo cómo su corazón se rompía una vez más.

Los recuerdos inundaron su mente como una avalancha, llevándola de regreso al día en que su vida cambió para siempre.

(Flashback)

Un días como cualquiera en Lunavillage, la pequeña Edel notó que algo no estaba bien. Sybilla y Cynthia, las mejores amigas de su madre, habían llegado con rostros serios. Habían detectado una presencia oscura acechando en las cercanías, una amenaza que no podían ignorar.

"Es demasiado peligroso" decía Sybilla, claramente preocupada.

"Aún no sabemos con qué estamos lidiando" añadió Cynthia. "Puede que sea uno de los soldados de élite del ejército oscuro. Necesitamos más tiempo para planear"

Pero Eira, con la determinación que siempre la caracterizaba, negó con la cabeza.

"No podemos arriesgarnos a que llegue aquí. Si no hago algo, podríamos lamentarlo más tarde. Yo iré"

"Eira, ¡no puedes ir sola!" protestó Sybilla.

"Entonces cuiden a Edel mientras yo no estoy" dijo Eira con una voz firme, pero cargada de cariño. Esa frase quedó grabada en la mente de la pequeña dragona, quien escuchaba todo desde detrás de una puerta.

Edel salió corriendo hacia su madre, lágrimas en los ojos.

"¡No te vayas, mamá!" gritó, abrazándola con fuerza.

Eira se arrodilló para estar a la altura de su hija, acariciándole suavemente la cabeza.

"Edel, mi pequeña, debo hacerlo. Es por tu seguridad y por la de todos los que viven aquí. Tú eres mi tesoro más grande, y nada en el mundo me hará cambiar eso."

"¡Pero podrías no regresar!" sollozó Edel, aferrándose a ella.

Eira le sonrió con ternura, aunque sus ojos estaban llenos de tristeza.

"Lo haré, te lo prometo. Y no estarás sola. Tu padre también regresará algún día, y cuando lo haga, estará muy orgulloso de la dragona en la que te convertirás. También tendrás amigos que estarán a tu lado siempre. Lo sé, porque tú eres alguien especial."

Edel intentó sonreír entre lágrimas, pero el miedo seguía creciendo en su interior.

"¿Y si no vuelves?" preguntó finalmente, con una voz temblorosa.

Eira abrazó a su hija una última vez.

"Si eso sucede, siempre estaré contigo, en tu corazón, Edel. Nunca estarás sola."

Y con esas palabras, Eira se despidió. La pequeña Edel la vio partir, su silueta desvaneciéndose en la distancia, bajo un cielo cubierto de nubes oscuras. Esperó durante días, meses, pero su madre nunca regresó.

(Fin del Flashback)

Edel despertó de su trance, con lágrimas en los ojos. El dolor de ese recuerdo era tan vivo como el frío que la rodeaba. Se abrazó a sí misma, tratando de calmarse.

"No es real," se dijo. "Lo que vi en la tormenta... no puede ser ella."

Sin embargo, el viento parecía susurrar su nombre, y la sensación de ser observada no la abandonaba. En lo profundo de la tormenta, algo esperaba, algo que sabía exactamente cómo jugar con sus emociones. Algo que ahora veía a Edel como su próxima presa.

Perdida en sus pensamientos y sumergida en el frío implacable de la tormenta, Edel apenas notó la silueta que se movía entre las ráfagas de nieve. Un golpe repentino la arrancó de sus reflexiones: unas garras largas y raquíticas la golpearon con fuerza, lanzándola hacia atrás.

"¿Qué... fue eso?" murmuró, sacudiendo la nieve de su cuerpo y poniéndose en guardia. Miró a su alrededor, intentando encontrar al atacante, pero solo la tormenta la rodeaba.

De pronto, entre la ventisca, volvió a aparecer la figura de su madre. Eira, con su cálida sonrisa, avanzaba hacia ella.

"Edel, estoy aquí para protegerte. Todo estará bien, mi pequeña" dijo la figura con una voz suave y tranquilizadora.

"¡Mamá!" gritó Edel, corriendo hacia ella, ignorando el peligro. Pero justo antes de alcanzarla, algo invisible se movió con rapidez y la golpeó nuevamente, esta vez en el costado, haciéndola caer al suelo.

"¿Qué está pasando?" jadeó Edel, levantándose con dificultad. Un segundo golpe, más rápido que el anterior, la hizo tambalearse. Los ataques seguían llegando desde direcciones impredecibles, cada vez más fuertes. Sin poder identificar a su agresor, Edel era incapaz de defenderse. Sus garras apenas rozaban el aire vacío.

Finalmente, un golpe directo en la espalda la lanzó contra el suelo helado. Allí quedó inmóvil, respirando con dificultad mientras la nieve comenzaba a cubrir su cuerpo.

El pensamiento del final

"¿Es este mi fin?" pensó Edel, sintiendo cómo su energía la abandonaba. Su cuerpo temblaba, pero no solo por el frío; era el miedo, la desesperanza de no poder cumplir las promesas que había hecho.

"Lo siento... No pude mantener mi promesa. No pude volver..."

Mientras la nieve cubría su cuerpo, un recuerdo regresó con fuerza, como un rayo de luz en la oscuridad.

(Flashback)

Una noche tranquila en Lunavillage... La luz de la luna se filtraba a través de las nubes, iluminando la pequeña habitación donde Edel y Eira se preparaban para dormir. La pequeña Edel, aún emocionada por la charla que habían tenido durante el día, miraba a su madre con una sonrisa.

—Me alegra que siempre estés conmigo, mamá —dijo Edel mientras se acomodaba junto a ella.

Eira, acariciándole suavemente la cabeza, le respondió con un tono maternal y lleno de sabiduría.

—Edel, no siempre podremos estar físicamente con nuestros seres queridos. Habrá momentos en los que nos separemos, pero eso no significa que no estemos juntos en espíritu.

Edel frunció el ceño, confundida.

—¿Qué quieres decir?

Eira sonrió, mirando hacia la luna.

—El amor verdadero, Edel, nunca desaparece. Siempre estará contigo, incluso si no puedes verlo. Y un día, encontrarás a alguien que esté contigo físicamente, alguien que te defienda con toda su fuerza, como tu padre lo hace por mí, como yo lo hago por ti.

La pequeña Edel cerró los ojos, sus pensamientos llenos de sueños de valentía y amor.

—Prometo que nunca me olvidaré de ti, mamá.

Eira le dio un beso en la frente, susurrando:

—Y yo siempre estaré contigo, mi pequeña flor de nieve.

(Fin del Flashback)

Aquel recuerdo de su madre trajo un calor inesperado al corazón de Edel, un calor que contrastaba con el frío que la rodeaba. 

"Mi madre siempre estará conmigo," pensó, y su mente se enfocó en otro momento, esta vez más reciente. Vio la imagen de Jhonny lanzándose al combate contra Simian, usando su increíble poder de fuego para protegerla.

"Jhonny arriesgó su vida por mí," pensó. "Y mi padre, Cyril, nunca se rindió, incluso en las peores condiciones. Ellos están aquí para mí, en el presente. No puedo aferrarme al pasado para siempre."

La nieve seguía cubriendo su cuerpo, pero Edel, con una determinación renovada, comenzó a moverse. Su fuerza interna ardía con una intensidad que ni siquiera el viento helado podía apagar. Se levantó lentamente, sus ojos brillando con una luz decidida.

"No puedo quedarme aquí. No puedo rendirme. Tengo que seguir adelante."

Edel se levantó con una determinación fría como el hielo mismo. El viento ululaba a su alrededor, pero esta vez, no lo ignoró ni lo temió. Cerró los ojos, dejó que su respiración se acompasara con los latidos de la tormenta y se centró en lo que verdaderamente importaba.

"La tormenta no es mi enemiga," pensó. "Es mi aliada. Soy parte de ella, y ella es parte de mí."

Dejó que su mente se despejara, ignorando las ilusiones que la habían atormentado. La voz de su madre era solo un eco manipulado, y ya no podía controlarla. En su lugar, dirigió toda su atención a lo que se escondía entre la nieve y el viento. "Voy a encontrarte."

De pronto, la tormenta comenzó a responder. Atraída por el poder creciente de Edel, el viento helado giró a su alrededor en un remolino cada vez más intenso. La nieve danzaba como si estuviera viva, formando una barrera giratoria que seguía el compás de su voluntad. Entonces, entre las ráfagas, algo quedó expuesto.

Allí estaba. Una criatura grotesca, alta y encorvada, con extremidades largas y raquíticas que terminaban en garras afiladas como cuchillas. Su piel era pálida y translúcida, como si el frío la hubiera carcomido, y sus ojos brillaban con un fuego azul enfermizo que contrastaba con la tormenta. Grandes astas curvas coronaban su cabeza, y su mandíbula se extendía grotescamente, dejando al descubierto dientes afilados. Alrededor de su cuerpo se desprendía un halo oscuro, una energía antinatural que lo hacía aún más temible.

El Wendigo rugió, un sonido que era una mezcla de viento huracanado y un grito de agonía, mientras intentaba avanzar hacia Edel. Pero ahora ella estaba lista.

Con los ojos entrecerrados y un aire de resolución, Edel extendió sus garras y comenzó a enfocar toda la energía de la tormenta en su interior. Podía sentir el hielo y la nieve respondiendo, moldeándose a su voluntad. De las ráfagas de viento y los copos de nieve emergió una figura majestuosa: un gigantesco dragón de hielo y nieve, brillante y puro como un cristal recién formado.

El dragón rugió, un sonido profundo que resonó por todo el valle helado. Sus ojos brillaban con una intensidad azul, reflejo del alma de Edel.

Edel alzó una garra, y el dragón, como si fuera una extensión de sí misma, se lanzó contra el Wendigo con una velocidad abrumadora. La criatura intentó defenderse, pero no pudo escapar. La tormenta misma se arremolinó en torno al dragón, aumentando su fuerza mientras lo envolvía en un torbellino imparable.

El impacto fue devastador. Un estallido ensordecedor resonó por todo el monte, como una avalancha que se desmoronaba sobre sí misma. La nieve se levantó en una gigantesca explosión de energía helada, ocultando todo a la vista. Cuando la tormenta finalmente se calmó, el Wendigo había desaparecido.

Edel respiró con dificultad, su pecho subiendo y bajando mientras miraba el lugar donde la criatura había estado. No quedaba nada, ni siquiera su oscura energía. Podía sentirlo: el Wendigo no había huido. Se había desvanecido completamente, eliminado de la existencia.

Con un suspiro, Edel dejó caer las garras al suelo, sintiendo una extraña mezcla de cansancio y paz. 

"Lo logré," pensó, mirando el cielo despejado por primera vez desde que había llegado.

Por primera vez, Edel pudo respirar tranquila. La tormenta había cesado, tanto afuera como dentro de ella.

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