Capítulo 8
“Aquella proposición no me sorprendió, pues ya esperaba algo así, sin embargo su falta de tacto y su sinceridad me erizaron la piel... Con él no valía sólo con ser astuta, con él debería de ir un paso por delante si no quería salir perjudicada.”
Ileana de Sirnea.
Tras el encuentro mantenido con Bogdan la princesa se aisló de todos durante una semana: Se ausentó en las comidas y reuniones reales, incluso evitaba salir de su habitación.
Necesitaba reflexionar y analizar muy bien la delicada situación que el príncipe de Bazna le había planteado, pues no podía dar un paso en falso: Su propio futuro y el de todo el reino de Sirnea dependían de ella. Sabía que tenía que tomar la mejor decisión, pero ésta no llegaba a su mente...
Y mientras tanto en palacio, Raluca trazaba un segundo plan:
(Narra Raluca)
—¡Raluca! ¡Raluca! —gritaba Bogdan desde su alcoba.
—Buenos días mi príncipe, ¿cómo te encuentras? —dijo ésta entrando en los aposentos.
—¿Ha dado ya alguna respuesta esa princesita?
—No, Bogdan —respondió ella cerrando la puerta tras de sí—. La princesa sigue recluida en sus aposentos, mucho me temo que la intimidaste. ¿Se puede saber qué diablos le dijiste?
—¡Nada! No le dije nada. Deja de preguntarme siempre lo mismo, bruja —replicó él molesto.
—Pues ese “nada” la ha afectado bastante, no me extrañaría que hubieras echado todo a perder y que te rechace.
—¡De eso nada! Si me rechaza será sólo culpa tuya. Prometiste que me proporcionarías el trono, y más de medio año después aún no es mío. Permíteme que empiece a desconfiar de tu palabra... —alegó soberbio Bogdan.
—¡Ten mucho cuidado Bogdan! Dicen que no es bueno hacer enfadar a una bruja.
—Ten cuidado tú, bruja. ¡A quien no es bueno hacer enfadar es a mí! —le amenazó el príncipe, zanjando de esta forma la discusión.
Raluca hizo una reverencia burlona y salió del cuarto hecha una furia.
«¡Maldito príncipe consentido y egocéntrico!», pensó.
Seguramente habría intentado aprovechar la ocasión al quedarse a solas con la princesa y ésta por su inocencia se escandalizó. Como siempre tendría que arreglar lo que Bogdan estropeaba...
Se dirigió a las caballerizas, donde se encontró justo con el jovencito con el que pretendía hablar.
Julen apilaba fardos de heno para dar de comer a los caballos cuando una suave voz a su espalda lo distrajo de su cometido:
—Disculpe —dijo Raluca—, ¿sería usted tan amable de ensillar un caballo? El rey me ha dicho que Julen me acompañaría a conocer los alrededores, ¿me podría usted decir dónde puedo encontrarlo?
—Yo soy Julen, señora. A su servicio.
—¡Oh! ¡Pero qué apuesto es usted!
—¿Disculpe?
—Le ruego que me perdone. Es que el rey me contó que usted conocía el reino como la palma de su mano, e imaginé a un hombre más entrado en años.
—Me he criado en el castillo señora, mi padre es el consejero real. Conozco bien estas tierras.
—No lo dudo. Y dígame, ¿me acompañaría a dar un paseo?
—Por supuesto, señora. Si mi rey me ha recomendado para esa tarea será un placer para mí acompañarla.
—Muchas gracias Julen. ¿Puedo llamarle Julen?
—Sí, señora.
—Pues entonces llámame Raluca, no me llames señora.
—Lo siento señora, pero sería una falta de respeto por mi parte dirigirme a usted por su gracia.
—¿Aunque yo te lo pida?
—Sí, aún así, señora.
—Bueno pues llámame señorita al menos...
—Está bien, señorita Raluca.
Raluca rió coqueta y deslizó uno de sus dedos de manera distraída por el brazo de Julen. Aquel simple roce parecía un gesto totalmente casual, pero no lo era en absoluto: La hechicera dominaba el arte de la seducción como nadie. Y con Julen había desplegado todo su poder.
Sus espías le habían informado que Julen y la princesa eran muy amigos, se habían criado juntos. De niños eran inseparables, y suponía que una unión así no habría desaparecido. Si quería conseguir su propósito más le valía tener a ese muchacho comiendo de su mano.
Raluca bajaba a las caballerizas cada día, buscaba a Julen y lo seguía en sus quehaceres hasta que éste accedía a dar un paseo con ella. Día tras día le preguntaba a Julen por la ausencia de la princesa, y día tras día obtenía la misma respuesta: ninguna.
Julen guardaba muy bien los secretos de la princesa, y apostaba su mano izquierda a que ese joven estaba enamorado de su amiga de la infancia desde hacía años. ¿Y sí… entre ellos hubiera algo más que una simple amistad?
Rápidamente inspeccionó en el baúl que traía siempre consigo. Rebuscó entre los diferentes frascos que contenían líquidos, cada uno de un color distinto, hasta que halló el que buscaba. Extrajo del baúl un frasquito color avellana, destapó el corcho que lo mantenía sellado y aspiró su aroma: Esencia de rosa roja. Lo cerró y dejó a un lado y volvió a rebuscar. Hizo lo mismo con tres frascos más, y tras esto corrió hacia el tocador. Procedió a mezclar unas gotas de cada frasco en un pequeño vial y vertió la combinación obtenida dentro de un colgante en forma de lágrima. Se preparó y engalanó más que en ocasiones anteriores y bajó apresurada al encuentro de Julen.
(Narra Eric)
—¿Había preparado una poción? ¿Era realmente una bruja? ¡Señor trovador, dígame!
—Puede que se tratara de una poción o tal vez simplemente de un perfume, nadie lo sabía todavía. Pero tampoco nadie se fiaba de ella. Doina la vio salir de su alcoba, y como ya era costumbre en esos días la siguió. Aquella mujer no le gustaba, sabía que tramaba algo. Y tantos paseos con Julen…
—¿Y la princesa?
—La princesa seguía pensando en aquella propuesta de Bogdan. Era realmente atractiva, y sería una forma de escapar de los intentos por casarla del rey... pero también era peligroso, pues debería darle un heredero a ese hombre, por lo que tendría que haber intimidad entre ellos al menos una vez.
«¿Y si ese hombre no cumplía su palabra? ¿Y si una vez casados le exigía un matrimonio común...?». Esto era algo a lo que Ileana no estaba dispuesta a arriesgarse. De manera que volvió a tumbarse en su lecho y cerró los ojos, repitiendo así el mismo ritual que llevaba realizando desde hacía días, con la esperanza de que le fuera revelada la respuesta a tan complejo dilema.
No podía aceptar aquel trato: nada aseguraba su integridad, y no se fiaba de Bogdan. Determinó que lo mejor era rechazar su propuesta de buena fe; no quería causar una guerra entre ambos reinos, pero tampoco iba a dejarse intimidar por nadie. Así que esa noche saldría y se enfrentaría a ese hombre, a su padre y a cualquiera que se interpusiera entre ella y sus deseos.
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