Capítulo 4
(Narra Eric)
Al día siguiente la mujer de confianza de Bogdan marchó velozmente en busca de su príncipe.
—¿A Bazna?
—No, pequeñajo. A las afueras de Sirnea, donde dicho príncipe había acampado ocultándose en medio del frondoso bosque. Tan sólo dos tiendas formaban todo su campamento.
—¿Dos tiendas? ¿Por qué estaba acampado en Sirnea? ¿Por qué no había ido hasta el castillo? —preguntó el niño. Pero yo le ignoré y proseguí:
Raluca se apresuró a entrar en la tienda más grande.
—¿Bogdan?
—Raluca, no te esperaba tan pronto —dijo el príncipe con voz gélida—. ¿Ya está fijada la fecha del enlace?
—Aún no, querido. La princesa quiere verte.
—¿Para qué? Ya me verá el día de la boda, con eso es suficiente.
—Me temo que no, querido. El rey está de acuerdo con su hija, si no acudes no aceptarán el acuerdo.
—¡Maldita sea! ¡Dijiste que sería sencillo, Raluca! Dijiste que no tendría que soportar a esa estúpida princesa más que en el día de la boda, y que tras consumar nuestro matrimonio y quedar ella encinta jamás volvería a verla... ¡Y ahora tengo que ir hasta ese castillo inmundo y hacer creer a esos imbéciles que tengo interés en la estúpida princesa!
—¡Escúchame bien, Bogdan! ¿Quieres reinar? ¿Quieres el poder? ¡Pues no hay poder sin sacrificios!
—¡Yo ya he hecho mi sacrificio! Te he entregado mi alma, ¡¿qué más quieres?! ¡Eres una bruja, haz tu magia y consígueme lo acordado o mandaré que te quemen en la hoguera!
—¡Maldito príncipe caprichoso...! ¡Si yo ardo en la hoguera tú arderás conmigo, no lo olvides! Y ahora aséate y vístete con tus mejores galas, porque mañana mismo iremos a conocer a tu futura esposa.
—Eso no…
—La esposa que te dará acceso no sólo al trono de Bazna, sino también a todo lo que desde aquí alcanza tu vista —dijo apartando la tela de la entrada a la tienda, dejando ver el frondoso bosque lleno de vida y el pueblo junto al enorme castillo que se divisaba desde allí.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Bogdan al contemplar aquella tierra que pronto sería suya. Su hermano Dwain ya no tendría ninguna oportunidad de aspirar al trono una vez volviera a su hogar ya como prometido de la princesa de Sirnea.
El rey Clift, su progenitor, siempre había anhelado ser el señor de aquel lejano y próspero reino; pero justo por este hecho, por la lejanía entre ambos reinos, nunca pudo conquistarlo, pues siempre tuvo que hacer frente a las revoluciones que continuamente se producían en sus propias tierras. Y así habían transcurrido los años... más de dos décadas luchando sin cesar inmersos en guerras civiles contra los rebeldes. Conflictos que gracias al príncipe Bogdan y a su sangrienta orden de luchadores, “Los Oscuros” (como así los habían apodado los habitantes de Bazna), habían logrado aplacar.
Desde hacía más de un año se respiraba una extraña paz en el reino que hasta la fecha no había sido alterada. Era el momento idóneo para obsequiarle a su padre aquello que tanto anhelaba y así obtener ventaja respecto a su hermano Dwain en su pugna por el poder, quien por ley heredaría el trono al estar en disposición de brindar una reina y un heredero a Bazna que Bogdan no podía ofrecer.
Mientras el ambicioso príncipe se perdía en sus pensamientos de grandeza, Raluca salió de la tienda de su señor y se encaminó hacia donde yacía descansando uno de los hombres de la guardia personal de su príncipe:
—Tú —dijo señalando al pobre desgraciado—. Acércate.
—Señora Raluca, ¿en qué puedo servirle?
—Date la vuelta —le ordenó ella.
Raluca extrajo de su bolsa un papel y una pluma, y apoyándose en la espalda del escudero escribió con cuidada caligrafía:
«Estimado rey Roward:
He hablado con mi príncipe y está de acuerdo con vos. Hoy mismo partiremos hacia Sirnea. Siendo así, nuestra llegada tendrá lugar mañana sobre el medio día.
Atentamente,
Lady Raluca.»
Tras terminar de redactar el mensaje dobló el papelito con decisión y mandó traer el sello real. Una vez cerrada y sellada la misiva se la entregó al escudero que había utilizado como soporte para escribir y le dijo:
—Haz llegar cuanto antes este mensaje al rey de Sirnea. Pero escúchame bien —dijo con tono grave—: Nadie debe saber que estamos acampados aquí.
—No, señora. Pero, ¿y si requieren mi procedencia?
—Les dirás que acabas de luchar al lado de nuestro príncipe en el vecino reino de Tiepan. Cuéntales que cuando veníamos hacia aquí comprobamos que están en guerra con el reino de Esturio y el príncipe Bogdan decidió acudir en auxilio de nuestros aliados de Tiepan.
¡Pero márchate de una vez, date prisa! ¡Y no entregues el mensaje a nadie salvo al rey!
(Narra Eric)
Nunca antes había visto a alguien así... Recuerdo que su presencia me causó miedo: El príncipe Bogdan era un hombre alto, de brazos fuertes, espalda ancha y piernas gruesas, todo en él probaba que era un guerrero. El rubio y claro cabello caía sobre su frente, sus profundos ojos verdes le dotaban de un atractivo brutal, y aun así se trataba de un atractivo atemorizante. Le vi entrar en el castillo de la mano de su doncella, y supe al instante que ella era mucho más que eso para él.
Llegaron pasada la hora de comer. Ella vestía un hermoso y caro vestido de seda en tono violeta dotado de un generoso escote (tal parecía que el recato no era una cualidad en esa mujer…). Doina los vio llegar y corrió a los aposentos de su señora.
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