Capítulo 15
La princesa entró a hurtadillas en el castillo por la puerta trasera de la cocina ya bien entrada la madrugada. Apenas quedarían un par de horas para el amanecer, y allí dormida, sentada en una silla en la cocina y a oscuras se encontró con Doina, que la había estado esperando desde que salió por miedo a que alguien la pudiera descubrir.
—Doina, despierta —le susurró suavemente la princesa para no sobresaltarla.
—¿Sí? —dijo ésta abriendo los ojos— Princesa, ¿estáis bien?
—Sí. Doina, necesito que vayas a los aposentos de Bogdan y le digas que venga a mi alcoba lo antes posible. El hechizo ha de realizarse esta misma noche.
—¿Esta noche? ¿Ahora?
—No, Doina. La próxima noche, ahora ya va a amanecer. Por favor, dile que venga cuanto antes y que lo haga solo.
—Sí, mi señora.
Pasadas tres horas Bogdan llamaba a la puerta de los aposentos de Ileana...
—Adelante —contestó ésta.
—¡Ileana, qué sorpresa que me invitéis a vuestros aposentos a primera hora del día! Supongo que esto significa que finalmente os habéis dado cuenta de que no estoy tan loco como creíais.
—Pasa y siéntate. Tu locura es algo que aún no tengo del todo descartado.
—¿Y bien? —dijo éste dejándose caer en el mullido sillón.
—He hecho averiguaciones y es cierto aquello que me contaste sobre los tratados mágicos.
—Lo sé.
—Si sigues interesado, acepto tu propuesta. He hablado con la persona pertinente para llevarlo a cabo y te espera al anochecer en la Cueva del Cuervo.
—¿Y si ya no quiero participar de ese contrato mágico?
—Perderás a tu reina, y por consiguiente la oportunidad de acceder al trono que ahora regenta tu padre.
—Uhm... Aprendes rápido, princesa. Muy bien, allí estaré.
—Una cosa más —dijo Ileana antes de que él saliera de su habitación.
—¿Sí…?
—Has de llevar contigo una bolsa con cincuenta monedas de oro y una moneda de plata.
—Pero qué pícara eres Ileana... requieres el hechizo para tu conveniencia y soy yo quien ha de correr con los gastos…
—¡No es así! He intentado pagarle, pero no ha aceptado mi dinero. Me dijo que tenías que ser tú quien lo costease. ¡No soy ninguna aprovechada!
—Muy bien princesa, así será —dijo el príncipe saliendo de la alcoba de Ileana.
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Aquello a Bogdan le daba muy mala espina: Cuando la bruja le reclamaba el dinero a él siendo así que quien demandaba el hechizo era la otra parte suponía una mala señal. Seguramente habría percibido la presencia mágica de Raluca en él.
El príncipe se mesó el cabello y suspiró. ¿Dónde se estaba metiendo? Ni siquiera en ninguna de las tantas guerras libradas había sentido tanta incertidumbre en su interior como sentía en este momento...
El día pasó volando para ambos herederos, pero en especial para Bogdan, que estaba cada vez más nervioso. Era imposible tratar con él sin recibir un grito o un insulto por su parte, estaba demasiado irascible. Y en ese estado subió a su caballo y galopó hacia la Cueva del Cuervo. Llegó justo cuando los últimos rayos de sol despuntaban en el cielo, siendo testigo de cómo Eloise salía a su encuentro.
—Bienvenido, príncipe extranjero. Pasad y poneos cómodo.
—¿Cuál es tu nombre, bruja?
—Mi nombre es Eloise, y aunque sea bruja no hace falta que lo digáis en cada oración. Sería extraño que yo os llámase a vos “hombre”, ¿no?
—Eso es algo que decidiré yo.
—Muy bien, “hombre”... dame la palma de tu mano.
—¿Para qué?
—Voy a purificarte, llevas ligada a ti una fuerte influencia oscura. Seguramente ya sabes a quién me refiero. Antes de nada voy a asegurarme que esa presencia no percibia nada de lo que aquí suceda.
—¿Y cómo harás eso? ¿Es posible que ella no pueda saberlo?
—Con magia. Y por supuesto, ella no sabrá ni detectará nada.
—De acuerdo —accedió el príncipe tendiéndole la mano.
La bruja comenzó entonces el ritual de purificación pronunciando cantos en una lengua desconocida y dando vueltas alrededor de Bogdan, que se encontraba en el centro de un círculo formado por runas dibujadas en el suelo y rodeado de velas. El ritual duró cerca de dos horas, y cuando al fin terminó la hechicera se desplomó exhausta en el suelo. Bogdan corrió a socorrerla.
—Bruja, ¿estás bien?
—¡Estoy bien, “hombre”! ¡Deja de llamarme bruja!
—¿Por qué te has desvanecido?
—Es sólo cansancio, la magia negra de Raluca es muy poderosa. Ten mucho cuidado con ella Bogdan, te quitará aquello que anhelas.
—Si se entera de esto me quitará hasta la vida.
—Probablemente sí. Dame un poco de agua.
Bogdan le acercó el cuenco con agua y Eloise bebió, recuperando las fuerzas de inmediato. Bogdan miró el cuenco: «¿Qué portaba esa agua?»
—Bien —dijo eloise levantándose—, ahora que estás completamente limpio acércame la moneda de plata. Porque trajiste lo que requerí, ¿verdad?
—Sí. Aquí tienes —dijo sacando la bolsa llena de monedas.
—Ah, no, aún no quiero el dinero, sólo necesito la moneda de plata. Esta moneda será tu amuleto: la llevarás siempre y cuando creas que necesitas protegerte. Aunque será mejor que no la lleves en presencia de Raluca ni que la pongas en un lugar que quieras proteger de ella, pues notarás que desprende calor cuando hay magia negra a tu alrededor, y estando con Raluca la moneda podría quemarte y ésta descubrirte.
—Está bien.
—Toma —dijo tendiéndole un manuscrito—. Este es el contrato matrimonial que he redactado junto a la princesa, si estás de acuerdo con las condiciones comenzaremos en cuanto ella llegue.
—¿Y si quiero cambiar algo?
—Entonces no habrá trato.
Bogdan comenzó a leer no muy satisfecho con la respuesta recibida.
Mientras, en el castillo, una Ileana más inquieta de lo normal cenaba en el gran salón junto a su padre:
—¿Y bien, hija? ¿Cuánto más vas a hacer esperar al príncipe Bogdan por una respuesta? Lleva semanas aquí aguardando por tu decisión.
—Lo sé, padre. Pronto, antes de lo que imaginas.
—¿Cuál será tu respuesta? Ya que soy tu padre creo que debería de estar enterado antes que nadie. Necesitarás mi bendición.
—Padre, ¿cuándo he necesitado yo de vuestra bendición para hacer algo?
—¡Ileana! —Reaccionó indignado el monarca.
—Padre, voy a proponerle una serie de condiciones, y si está de acuerdo con ellas me casaré con él.
El rey estalló en carcajadas al escuchar a su hija, ésta lo miró molesta.
—¡Ay, Ileana! Sólo a ti se te ocurriría ponerle condiciones a tu futuro marido... —Volvió a reír— Aunque no te importe tener mi bendición, hija mía, si el príncipe acepta tus condiciones la tendrás para casarte con él.
—Gracias, padre —dijo Ileana sonriendo.
—De nada, hija. Y dime, ¿puedo saber alguna de las condiciones que le has impuesto?
—No, padre. Eso es algo que nadie puede saber.
—¿Ni siquiera el rey?
—Ni siquiera el rey.
—Muy bien, pichoncita —dijo el rey riendo nuevamente—, así será. Entonces ven, dale un abrazo a tu padre, que esto me huele a boda.
Ileana saltó rápidamente de su silla y se abalanzó sobre su padre. Se fundieron en un abrazo que significaba mucho más de lo dicho anteriormente: Ileana puso todo su corazón en ese abrazo, le hubiera gustado contarle lo que estaba ocurriendo, todos sus planes y el verdadero motivo por el que se casaba con Bogdan, pero sabía que su padre no la entendería (y era muy probable que no la creyera, pues posiblemente también se hallara bajo la influencia mágica de Raluca). No, era algo que debía hacer sola y de manera silenciosa. Apretó más el abrazo con su padre y dejó un beso en su mejilla.
—Me voy a la cama, padre. Que descanses.
—Muy bien hija, que tengas dulces sueños.
Ileana salió del gran comedor con paso pausado para que su padre no sospechara nada; giró a la derecha por el largo pasillo, alejándose así de su alcoba y dirigiéndose a la salida trasera del castillo, donde Doina la esperaba junto con Kila, su yegua, y una gran capa negra.
—Dese prisa, mi princesa. Ya falta poco para la media noche.
—Lo sé, Doina. Mi padre me ha entretenido —dijo mientras la doncella le colocaba la capa a la espalda y cubría su cabeza con la capucha.
—Suba rápido al caballo, no tiene tiempo que perder.
La princesa montó y miró con inseguridad a Doina.
—Ileana, no me mires así, todo irá bien. Recuerda: si al amanecer no has vuelto saldré a buscarte.
—Gracias, Doina. Ojalá pudieras venir conmigo.
—¡Uy, no! La magia me asusta demasiado, no le sería de ayuda. ¡Pero márchese ya o llegará tarde! —dijo espoleando a Kila, que tras relinchar salió a todo galope.
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