Capítulo 13

—¿Y lo hizo, señor trovador? ¿Buscó una bruja? ¿Se casó con él?

—Una pregunta detrás de otra, renacuajo.

—¿Buscó la princesa a una bruja?

—Ahora iba a resolver todas esas dudas, muchacho. Calla y déjame seguir con la historia:

Esa noche Ileana se fue a la cama llena de desazón y de dudas. Le contó a Doina lo ocurrido, y para sorpresa de la princesa ésta le confirmó que lo dicho por Bogdan era cierto. Incluso le contó que una de sus primas se casó con un borracho, pero que le hizo firmar un contrato matrimonial mágico por el cual se comprometía a dejar la bebida por cada gota de alcohol de más que ingiriese, perdería la vista. Si no dejaba de beber quedaría ciego en unos meses. Y no volvió a beber nunca más.

De manera que este tipo de conjuros eran reales, y al parecer funcionaban. Ileana se planteó por primera vez aceptar el trato que Bogdan le había ofrecido mientras el sueño se apoderaba de ella...

«¿Estaré volviéndome loca acaso?» Pensó mientras contemplaba el amanecer desde la ventana. Se había despertado al alba con una extraña y angustiante opresión en el pecho y las palabras de Bogdan dando vueltas en su atribulada mente: «Un contrato mágico», le había dicho. Y ella lo había tratado de loco.

Los minutos pasaron raudos, y pronto el carruaje de la familia estaba estacionado en la entrada del castillo mientras los criados cargaban los enseres de Raluca y Julen.

Vio a éste a lo lejos cargando como un criado más los sacos de provisiones y se le llenaron los ojos de lágrimas: ¿Por qué tenía que irse? ¿Y por qué con ella...?

Tal vez si aceptaba el acuerdo con Bogdan podría estar cerca de él… Podría hacerlo entrar en razón, podría desacreditar a Raluca y desenmascararla, y entonces Julen… «No, aquello no estaba bien», pensó. «Pero lo que hacía aquella víbora de Raluca tampoco lo estaba», se dijo a sí misma.

Mientras tanto, en la puerta del castillo Raluca daba las últimas instrucciones a Bogdan:

—Mi príncipe, ¿ya os ha dado la respuesta que necesitamos?

—Sí —dijo tendiéndole éste un manuscrito sellado a la bruja—. Entrega esto a mi padre a tu llegada a palacio.

—¿Ha dicho que sí?

—Todavía no, pero lo hará.

—¡Bogdan! No puedo entregarle una falsa misiva al rey… Sabes lo que eso significa para mí. Y si yo caigo tú caerás conmigo, lo sabes, ¿verdad?

—Deja de amenazarme bruja, y compórtate. Está todo planeado: le entregarás esta misiva a mi padre. Es más, escuchará de tu propia boca que la boda tendrá que celebrarse cuanto antes.

—¿Y por qué motivo?

—Eso ya te lo dejo a ti. Eres una bruja, ¿no? Invéntate algo creíble.

—No me gusta nada esto, Bogdan... ¿Y si te rechaza qué harás? ¿Traerla a rastras?

—No me va a rechazar.

«El ego ha matado a más reyes que la peste», pensó la bruja.

—Estamos listos para partir, Raluca —dijo Julen interrumpiendo la tensa conversación.

—Oh, gracias Julen. Enseguida voy, deja que me despida del príncipe.

—Por supuesto, bella Raluca. —dijo alejándose de ellos.

En ese momento Raluca se abalanzó al cuello de Bogdan en un falso abrazo que pilló totalmente desprevenido a éste, y con un susurro dijo cerca de su oído: 

—No sé qué estás tramando, pero como me traiciones no volverás a ver la luz del sol.

Se separó inmediatamente del príncipe, dio media vuelta y se encaminó hacia el carruaje. Una vez se hubo acomodado dentro del mismo, éste emprendió la marcha y ella volteó para ver a Bogdan, que aún seguía paralizado en el mismo lugar donde lo había dejado sopesando en su mente el peligro que estaba corriendo por esa princesa. Y eso sin contar con el peligro que ya de por sí suponía Raluca, por todo lo que podía perder. Tal vez Ileana tenía razón y se estaba volviendo loco...

Mientras tanto Ileana llena de dolor y consternación observaba desde la ventana de su dormitorio cómo partía el carruaje… Vio cómo Julen se alejaba de allí para no volver. Sus piernas quisieron correr detrás de él, seguirle y confesarle que lo amaba, que por él renunciaría a su herencia familiar, a sus títulos y hasta al trono. Tan sólo quería que se quedará allí con ella. Pero aunque lo hubiera hecho nada le aseguraba que él quisiera quedarse: ¿Por qué si no, se iba a ir? Tal vez él no le tenía en tanta estima como ella creía… 

—Princesa —llamó Doina entrando en su alcoba—, ya han partido.

—Lo sé… lo he visto, Doina —dijo con la voz rota por el llanto.

Doina salvó la distancia que las separaba para abrazarla y reconfortarse mutuamente. Ambas se fundieron en un abrazo repleto de dolor y comprensión, hasta que la doncella se separo de la princesa:

—Busca a la bruja que utilizó tu prima y hazla venir.

—¡Pero Ileana! ¡¿No pensarás casarte con Bogdan?! —objetó su amiga.

—No lo sé. Sólo quiero hablar con ella. ¿La traerás?

—Por supuesto, princesa —Accedió Doina a la petición, no demasiado satisfecha con su respuesta.

—Muchas gracias, Doina.

Se volvieron a fundir en otro largo abrazo. La princesa se secó las lágrimas, se dió un baño y se arregló como lo hacía todos los días. Aunque por dentro sintiera el corazón roto nadie debía saberlo.

Doina bajó al pueblo esa misma mañana. Después de hacer las compras pertinentes para las necesidades de palacio se disculpó ante el cochero diciéndole que ella iría al castillo más tarde, excusándose en que tenía que visitar a su prima. Éste no puso objeción y partió sin ella.

Cuando se hubo asegurado de que él estaba lo bastante lejos como para poder distinguir el camino que ella iba a tomar, cruzó la calle empedrada y siguió un estrecho camino de tierra, uno que llevaba a las afueras de la villa. Caminó con premura volviendo la mirada atrás cada ciertos pasos. Nadie debía verla, nadie podía seguirla, pues se disponía a encontrarse con la mujer más peligrosa de todo el pueblo. Y lo más importante: no debían relacionarla con la princesa.

Llegó a una caseta de aspecto coqueto y humilde. Llamó a la puerta mirando en todas direcciones para asegurarse de que se hallaba sola. Una mujer alta y rubia abrió la puerta, asustándola por su repentina aparición mientras ella estaba distraída inspeccionando los alrededores.

—¿Qué viene a buscar la doncella de confianza de la princesa aquí, al hogar de una humilde bruja?

—¡Shhh…! Si tenéis la amabilidad de dejarme pasar, lo sabréis —le dijo la visitante con voz apenas audible.

—Adelante.

Doina entró en aquel acogedor hogar. La chimenea estaba encendida, un enorme y viejo perro dormía en el suelo frente al fuego. El salón era austero pero muy hogareño, nunca hubiera pensado que el hogar de una bruja fuese tan “normal”.

—¿Qué esperabas, una escoba voladora? —le dijo la bruja con sorna como si le hubiese leído el pensamiento.

—Eh... no, perdón. Vengo por expreso deseo de la princesa: ésta quiere tener una audiencia con usted.

—¿Y para qué quiere verme la princesa?

—Esa es una información que no puedo daros.

—¿No puedes... o no quieres, Doina?

—¿Cómo sabe mi nombre? —preguntó algo nerviosa la criada.

—¡Oh! Sé muchas cosas: sé que tu prima acudió a mí en busca de un hechizo, que por ello tú me has encontrado, y sé también que la princesa necesita algo de mí. Así pues, Doina, te diré como van a ser las cosas...

Primero: Le dirás a la princesa que tendremos una audiencia, pero no tendrá lugar en palacio, pues hay demasiados oídos indiscretos allí.

Segundo: El encuentro ha de producirse en noche cerrada. No salgo cuando brilla el sol.

Tercero: Si lo que requiere de mí es un hechizo antes ha de obsequiarme con una prenda suya, algo que guarde con amor y que sólo le pertenezca a ella.

Y por último, si ese príncipe extranjero está involucrado habrá de venir antes para crear un hechizo protector para ambos.

—¿Un hechizo protector? ¿Pero qué decís?

—Ay, Doina... No tienes porqué entender lo que digo. Tú limítate a hacerle llegar estas palabras a tu princesa. Y rápido. Si está decidida a hacer uso de mis servicios la espero a ella sola —dijo enfatizando esto último— a medianoche en la Cueva del Cuervo —dijo mientras guiaba a Doina hasta la salida y le abría la puerta.

—Ve Doina, marcha rauda —dijo. Y cerró la puerta tras de sí.

Doina se quedó mirando durante unos segundos más la puerta cerrada y salió corriendo en dirección al castillo.

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