Capítulo 1 Parte 2
Después de horas de cabalgar por inhóspitos parajes, la impetuosa Ileana llegó a su hogar… Atravesó los jardines que la separaban de sus aposentos, contemplando con asombro que había una vela prendida en su alcoba. Con gran maestría alzó su falda sin mostrar nada más que sus pantorrillas y escaló hasta el balcón de su habitación… En cuanto cruzó el umbral se quedó estupefacta:
—¿Qué estáis haciendo aquí, Julen?
—¡Pues esperarte! Oh, Ileana… ¿Cómo puedes ser tan inconsciente? La cena está a punto de comenzar, y tu padre no va creer por segunda vez que continúas estando enferma...
—¿Enferma?
—Sí, mi señora —añadió la doncella Doina saliendo de prepararme el baño— El señor Julen inventó ese pretexto para disculparla de su falta este mediodía, pero ya no podemos seguir utilizándolo para esta noche.
—¿Tú has hecho eso? —pregunté con escepticismo.
—Sí —respondió él muy serio.
—¿Y qué pasó, mi dulce amigo, con eso de obedecer ciegamente a tu rey?
—Mi señora, no quería ser castigado...
—¡Oh! Ya vuelvo a ser tu señora...
Su irritación se manifestó en su rostro, cosa que me divirtió sobremanera. Y con el ceño fruncido, exclamó:
—Espero que esté lista lo antes posible para la cena, mi lady. De no ser así aceptaré gustoso el castigo que su padre me aplique cuando le cuente lo sucedido.
Y acto seguido el caballerizo salió de la habitación cerrando la puerta con fuerza.
¡Ay, mi querido Julen...! Si todos los hombres fueran como él ya estaría casada y con un par de críos correteando por el jardín... Pero no, él era único: mi gran amigo y apoyo en aquel castigo; y no recibiría más castigos por mi culpa si podía evitarlo. Dejé de contemplar la puerta por la cual se había marchado y miré a Doina:
—Supongo que no sería de buena amiga dejar que mi padre lo castigase de nuevo, ¿no?
—No mi señora, no sería de buena amiga.
—Está bien, acudiré a esa estúpida cena. Pero escúchame bien, Doina: quiero que me dejes horrenda.
—Señora eso es imposible, usted es bella.
—¡Pues afeame! Hazme fea y repugnante, tanto que ese odioso príncipe salga espantado al ver mi rostro.
—¡Pero qué cosas dice, señorita Ileana! —dijo riendo a carcajadas— Intentaré no arreglarla demasiado; y tal vez con un poco de hollín pueda marcarle unas ojeras y desmejorarla un poco... pero me temo, mi lady, que su hermosura prevalecerá a pesar de ello.
—No si yo puedo evitarlo.
—No sé cómo, señora.
—Ponme varias capas de prendas bajo el vestido, y no utilizaré corsé, así me verá gorda. Tampoco me bañaré...
—¡Pero señora! Viene de cabalgar… —exclamó Doina horrorizada.
—Sí. Y justo por eso no voy a tomar un baño... quiero despedir un nauseabundo hedor que lo repela. Me pondrás hollín allí donde podamos afear mi rostro y... —me giré y busqué entre las plantas de mi balcón— ¡Aquí está! —dije partiendo unas hojas de albahaca, frotándola sobre mis dientes, dejando así trozos de la planta entre ellos— ¿Qué tal? —pregunté sonriendo.
—¡Asqueroso! Mi señora, si con todo esto ese hombre aún no sale huyendo no sé de qué manera lo va a alejar...
—Yo sí, Doina: Voy a perder todos los modales en la mesa y a comer como una plebeya. ¡Después de esta noche huirá de aquí despavorido para no regresar jamás!
Ambas reímos y nos pusimos manos a la obra.
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