XVI

La luna estaba en todo su esplendor en el cielo de Mantra, no había pasado ni una hora desde que se posó ante el Reino Central y la misma Ciudad Imperial, los habitantes poco a poco se regocijaban con la pequeña brisa que soplaba entre las calles de la ciudad. Las luces de las casas y de los establecimientos se comenzaban a apagar para que las personas se fueran a dormir; todas las lámparas se apagaban salvo las que se encuentran en los bares. Aquellos lugares de mala fe que daba refugio a quienes tenían como compañera la misma noche.

Una de las tantas cantinas que permanecía abierta a dichas horas era El Sol Negro, la cual es muy famosa tanto por sus cervezas como por ser el lugar preferido de los militares que estaban de servicio en el grupo de los Danes, pues eran tratados como parte de la realeza por las camareras y el cantinero que ahí laboraban; y no es para más, pues nunca está mal tener a los hombres más hábiles y con agrandes contactos de tu propio lado. Por desgracia, no eran las únicas personas que se encontraban en aquel lugar, pues también era muy sabido que varios hombres peligrosos se encontraban en aquel lugar, bandidos, asesinos y personas de las cuales nadie quisiera toparse en su camino. Nadie entendía como ellos lograban entrar en esa taberna sin provocar el actuar de los soldados; la respuesta era fácil: dinero y tráfico de influencias.

El momento era perfecto, nadie sospecharía de nada en aquel lugar pues, si no era muy habitual, si sucedía, como en cualquier otra cantina, sucedían peleas entre varias personas donde siempre terminaban interviniendo los militares para llevar a los involucrados a las celdas de la prisión (mejor dicho, calabozo) donde solo pasarían la noche los revoltosos que terminaban atrapados por los Danes.

Fue en aquella noche, después de terminar con su recorrido por los callejones de la ciudad, cuando Dimitri y Argos entraron en El Sol Negro para empezar con el alocado plan para poder entrar en el castillo. Cuando entraron en el establecimiento, sonó una pequeña campana anunciando la llegada de nuevos clientes; una camarera con vestido de mucama en color negro se posó frente a ellos para recibirlos con una gran sonrisa.

–Hola chicos –decía dulcemente la mesera–. Sean bienvenidos a El Sol Negro. Tomen asiento en una de las mesas disponibles y en un rato los atenderé. ¿Está bien? –soltó un pequeño guiño cuando termino la pregunta.

Los dos caminaron al fondo de la cantina, donde estaba desocupada una mesa con dos sillas disponibles, tomando asiento agarraron los menús con los platillos y bebidas que se sirven en el establecimiento. Mirando todo a su alrededor, Dimitri logro dar con un grupo de soldados tomando y bebiendo como si no hubiera un mañana; charlando de sus aventuras, comiendo como animales, riendo a todo pulmón y manoseando a las camareras que se acercaban a su grupo, claro que ellas buscaban la forma de no pasar por ese lugar para no ser tocadas indebidamente, pero a veces es difícil hacerlo. La forma en la cual pudo identificarlo es que portaban sus distintivos uniformes, pues los portaban con orgullo, y con la intención de imponer respeto, o miedo, en cualquier lugar al cual vayan.

Pasaron unos cuantos minutos después de haber tomado asiento cuando la misma mesera que los recibió fue a tomar sus órdenes, Argos pidió solo un vaso con aguamiel, mientras que su compañero, quien aún conservaba su mirada clavada en el grupo de soldados, solicito solo un tarro de cerveza. Cuando la camarera se retiró, Argos interrumpió la concentración de Dimitri, para conocer lo que estaba pensando, pues su expresión no era fácil de descifrar.

–Dimitri... sé que sonara raro preguntar a estas alturas, pero ¿cómo lograras que nos metan a los calabozos sin que nuestra vida esté en peligro? –la voz de Argos sonaba baja, pero clara, para no alertar a los militares.

–Yo iniciare todos, solo sígueme la corriente –se limitó a responder.

Las bebidas que pidieron llegaron bastante frías; el aguamiel raspó la garganta de Argos al primer sorbo, una sensación que después se volvió placentera. Dimitri no tomó de momento su tarro, a lo cual su compañero le sugirió tomar un sorbo de aquella cerveza para no estar bebiendo solo. Tomando el recipiente por su haza, se levantó y le dijo a su amigo.

–Recuerda... solo sígueme la corriente.

–Dimitri, ¿A dónde carajos vas? –solo golpeó suavemente la mesa con su puño.

–Descuidad, –logró escuchar lo que dijo su compañero– se lo que hago –se dio media vuelta para ver a su amigo y dirigirle una sonrisa en la cual mostraba los dientes. A leguas se notaba que era fingida.

Dando otra media vuelta, chocó el tarro contra uno de los militares que estaba observando desde hace tiempo; ese pequeño hecho provocó que en todo el lugar se generara un silencio abrazador. Gran parte de líquido se derramo sobre el molesto hombre que no tardo en pararse y estar frente a su supuesto oponente. El militar tuvo que agachar su cara para mirar fijamente a Dimitri, quien fingía estar en un gran estado de alcoholismo.

–Oye... tu –decía el militar con un tono autoritario, pero con los efectos del alcohol–... espero que te disculpes apropiadamente por lo que me hiciste –con el puño derecho empujó el hombro del otrora asesino.

–Sera mejor que sigas esperando –comentó burlonamente para después tomar un sorbo de lo que quedaba de su bebida.

–¡Estúpido borracho¡ –gritó el Dan mientras levantó su puño para golpear a Dimitri.

Por su parte, el aventurero recordaba algo que aprendió en su juventud cuando peleaba en los bares por dinero: "aquel que golpea primero, golpea dos veces". Esquivó hábilmente aquel puñetazo para después propinar un certero golpe al estómago de su contrincante que provocó que el soldado callera de rodillas. Ese impacto logró sacarle el aire a ese imponente hombre, tanto así que, tumbado en el suelo, jadeó fuertemente para recuperar su aliento. Segundos más tarde, escuchó unos pasos detrás de él, alguien lanzó una injuria a su persona y, cuando Dimitri se volteó para ver quien lo había insultado, miró como un puño se acercaba a él. Apretó la mandíbula y cerró los ojos para recibir de lleno el golpe... pero solo sintió una ligera brisa en su mejilla. Argos logró detener a tiempo el puño del militar que quería dañar a su amigo, pues comprendió que ese era el momento para que él entrara en acción.

Con una gran agilidad, el soldado que Argos tenía sujeto por la mano, se soltó de su contrincante, hizo una pequeña señal con su cabeza para llamar al resto de sus compañeros que seguían sentados en su mesa, mirando como estaban perdiendo el tiempo, según ellos, con dos malditos borrachos. Estando rodeados por todos los Danes presentes en aquel bar, dio comienzo la pelea.

Los soldados lanzaron los primeros golpes a diestra y siniestra, con la esperanza de conectar alguno para dejar incapacitados a sus dos contrincantes. Por su parte, Argos y Dimitri se concentraron en esquivar y desviar los puñetazos que les lanzaban. La lucha no se movía para otros lugares de la cantina; asimismo, nadie se metía para separar a los dos bandos para no verse involucrado en problemas, ya sea con los militares o con los aventureros; eso sí, estaban atentos a todo lo que ocurriera en la lucha.

Media hora transcurrió y ninguno de los dos grupos parecía ceder ante el cansancio. Peor cuando los aventureros creyeron que era hora de continuar con sui plan, dejaron de pelear y esperaron el siguiente golpe para terminar tumbados en el suelo para fingir estar inconscientes. Cuando el duelo acabó, los soldados levantaron a su compañero que seguía tendido en el suelo durante todo el combate. Uno de los soldados dio la orden de arrestar y mandar a los calabozos ese par de pordioseros, refiriéndose a Argos y Dimitri. En la mente de los dos hombres "derrotados" estaban contentos de que todo saliera como tenían planeado, lograron que los llevaran adentro del castillo imperial sin que sospecharan algo. El resto de su plan seguía en las manos del destino.



Serena se alistaba para estar de nuevo escoltando a la princesa Adita como hace ya un poco más de un año; se colocaba un uniforme limpio, se puso su armadura y emprendió marcha a la habitación de su protegida. Pasaba por los campos de entrenamiento de los soldados aspirantes a ser Danes y notaba como, para ser ya de noche, había un pelotos practicando ataque con espada, se llenó de orgullo al notar el entusiasmo de aquellos jóvenes por dar todo para pertenecer a dicho grupo selecto. Lástima que no todos quedaran.

Paso a paso se acercaba a su destino. Estaba ya en frente de la puerta, sacó la llave de la habitación, pues teniendo la idea de que pudiera escapar, tomaron medidas más drásticas; introdujo la llave y al escuchar el sonido de la cerradura abriéndose, deslizó la puerta adentro del cuarto y ahí se encontraba la princesa, desprotegida, acurrucada sobre las sabanas, bañada por los tenues rayos de luz lunar que traspasaban el techo de cristal.

Estando ya dentro de la habitación, se acercó a la cama y tomó asiento a un lado de Adita, quien desde que Serena abrió la puerta se encontraba acostada dándole la espalda a la puerta. Con delicadeza tomo el hombro de Adita y comprobaba por medio de pequeñas sacudidas si se encontraba dormida o despierta. Con los primeros tres movimientos la princesa empezó a levantarse de la cama; estando ya sentada frotó sus manos en su cara para tallar sus ojos y limpiar la suciedad de sus ojos, arreglo un poco su cabello pasando sus dedos entre sus mechones. Cuando pudo ver con gran claridad, volteo a su derecha y visualizó a su guardiana. Sin darse tiempo a preguntarse por qué estaba ahí, se estremeció, contrajo su cuerpo llevando sus rodillas a su pecho, oculto parte de su cara dejando ver a su custodia y abrazó fuertemente sus piernas. El miedo se apodero de ella a tal punto que temblaba por cada pensamiento negativo que tenía, los cuales para ese momento eran decenas al segundo, la mayoría por los malos recuerdo que conservaba de su niñez y parte de su juventud.

Cuando despertó a la princesa, Serena se levantó de la cama y se dirigió al ropero para recoger las primeras prendas que observo, las agarro y aventó a la cama cayendo frente a la asustada chica, quien solo siguió con la mirada como una blusa y unos pantalones caían sobre el lugar donde antes estaba acostada. Adita tomó débilmente las ropas y miraba como la soldado empezaba a salir de su cuarto. Antes de cruzar por la puerta, volteó para ver de reojo a su cautiva y le dijo de forma seca y cortante.

–Vístete rápido, no tenemos mucho tiempo –salió cerrando la puerta detrás de sí.

Estupefacta, Luna miraba como la puerta se cerraba dejándola momentáneamente sola. Cuando escucho que la cerradura se cerró empezó a quitarse las prendas que llevaba puestas desde su captura y se colocó la ropa que Serena le dejó. Tomando un pequeño tiempo cuando se estaba subiendo la blusa, levanto la mirada y contemplo con gran añoro como la luna se posaba sobre su cuarto; de su boca salió un enorme suspiro que refleja su derrota mental ante la situación en la cual se encontraba.

Cuando termino de cambiarse, se dirigió a la puerta y la golpeo un par de veces para avisar a su celadora que estaba lista, solo miró como la puerta se movía abriéndose sin que nadie estuviera del otro lado, dio unos cuantos pasos afuera y por la espalda la tomaron y con un trapo impregnado de un líquido la durmieron para que no diera problemas durante su traslado a su peor pesadilla: el atroz laboratorio de alquimia.



Los pasillos subterráneos dan a dos partes lúgubres del castillo, uno de ellos es el mausoleo donde descansan los restos osificados de todos los miembros de la gran familia imperial desde generaciones milenarias; solo se excluían a los miembros desertores y aquellos que la familia imperial desea borrar de sus anales. Aquel lugar estaba decorado con fino mármol que recubría el pasillo y los pilares que sostenían el techo y estaban siendo ocupadas por antorchas que alumbraban el techo, el cual estaba bañado en una fina capa de oro, tan pulido que daba un efecto espejo. Las tumbas están en forma de cajones que son colocadas uno sobre otro; los cuerpos se colocan acostados boca arriba vistiendo sus mejores prendas, cerrando la sepultura con cemento colocando en la parte exterior el último recuadro que se hizo del gobernante. Era fascinante mirar como tu cuerpo se refleja sobre el techo mientras recorres el camposanto mirando el variopinto escenario con las imágenes de personas viejas y jóvenes, hombres y mujeres, quienes fueron parte de la familia más poderosa de todo Mantra.

El otro corredor está dirigido al lugar donde los Danes encerraban a aquellos criminales que el Imperio considera de alta peligrosidad; bandidos que las mismas prisiones de los diferentes reinos, excepto el Reino del Sur, no pueden controlar; o simplemente encerrar personas que no le caen bien al supremo gobierno, revoltosos, rebeldes, anti simpatizantes, y quienes los Danes les gustaba ver tras las rejas. Es ente último supuesto se encuentran los aventureros que minutos antes causaron un escándalo en el bar El Sol Negro, fueron aventados como perros en celdas diferentes, uno en frente del otro.

Aquel lugar era completamente diferente al cementerio, estaba terregoso, el piso estaba hecho de tierra, los cuartos de la cárcel eran pura roca, como si solo se hubieran escarbado los huecos para crear los lugares donde se hospedarían los delincuentes. Apenas se iluminaba aquel lugar por unas cuantas antorchas separadas por varios metros una de otra. Uno de los soldados, el que fue derribado por Dimitri, le tiró un escupitajo en el cuello a su agresor cuando termino de rodar por haber sido echado duramente a su celda.

Escuchando como el sonido las pisadas se escuchaba cada vez más lejano, al igual que intentaba definir qué era lo que murmullaban los soldados mientras se retiraban de las celdas. La vista que Dimitri obtuvo al levantarse y sacudirse un poco el polvo de su cuerpo no fue algo agradable, pues ante sus ojos estaba un cadáver en proceso de putrefacción.

–Al menos eso explica el horrible olor de este lugar –se decía a sí mismo.

Por su parte, Argos no pudo evitar hacer algo de teatro cuando lo pusieron en su celda, pues cuando lo llevaban a su destino, forcejeaba con dos soldados que lo tenían a rastras para poder encerrarlo. Cuando lo tumbaron en el suelo de su cuarto, este se levantó estrepitosamente y corrió hacía el militar para encararlo, pero antes de poder tomar al Dan que estaba del otro lado de las rejas, este cerró la puerta de un golpe, impactando de lleno en el rostro del de pelo rubio, quien se tocó la cara quejándose de dolor por el impacto recibido.

–Eres un idiota –le comentaba Dimitri cuando ya estuvo de pie–, no era necesario hacer tanto teatro. Pero qué más da, ya estamos en este lugar.

–Bueno, ¿qué sigue ahora? –Argos se estiraba para poder bostezar.

–Por el momento esperar.

Pasaron unos minutos para que Dimitri pudiera actuar para poder salir de la celda y sacar a su amigo de su prisión, pues estaba escuchando pacientemente a que no se escuchara ningún sonido; cuando el silencio era absoluto, comenzó su liberación.

Dimitri se posó frente a la puerta, mirando fijamente la cerradura que lo mantenía encerrado; colocando la palma de su mano derecha frente a la clavija, comenzó a invocar una esfera de fuego que poco a poco fue colocando en el metal, el cual fue tornándose de un color rojo que después paso a ser naranja y por último en un blanco brilloso. Después de un minuto sosteniendo el fuego sobre la cerradura, esta termino derritiéndose y la puerta se abrió por inercia. Salió de su celda y procedió a realizar lo mismo con la cerradura de Argos; estando los dos liberados, el que poseía aun la mano con llamas miro fijamente a su compañero.

–Ya es hora, saca mis armas de... donde quiera que las tengas –extendió su mano dirigiéndose a Argos apagando las llamas en el momento, preparándose para recibir sus objetos.

Extendiendo sus brazos, Argos comenzó a emitir una luz bastante brillante en sus manos, segundos después aparecieron, casi por arte de magia, el arco, las flechas, la bolsa con piedras mágicas y las dagas de Dimitri. Tomando sus preciadas armas, escondió entre sus mangas y se colgó en su cinturón la bolsa con piedras mágicas y se posiciono para usar sus flechas en aquel estrecho lugar. Sin mirar lo que hacía, agarró un pucho de piedras mágicas y se las entregó a su compañero.

–Tenlas, de seguro las tendrás que usar en algún momento.

Argos agarro lo que su amigo le entregaba, y teniendo las piedras en su poder, activó su armadura junto a la espada y escudo que siempre porta; era la primera vez que alguien lo miraba haciendo eso. Una luz dorada lo cubrió de pies a cabeza y cuando este brillo de apago, Argos ya tenía colocada su indumentaria. Dimitri quedó boquiabierto, pues no entendía como lo hizo, pero no era momento de preguntas, estaban en una situación altamente peligrosa, y el tiempo no apremia.

–Hagámoslo –fue lo único que dijo Argos.

Un par de militares se encontraban platicando tranquilamente en la entrada al calabozo, despreocupados de lo que pudiese suceder adentro, pues no había gran peligro de que alguien saliera de su celda, ya que les quitaban hasta el dinero para que se quedaran sin nada. Uno de los soldados le entregaba unas cuantas monedas al que estaba a su lado, una apuesta perdida tal vez. Se escuchó un ruido dentro de la prisión subterránea, no le dieron importancia, pues a veces pequeños terrones de tierra se desprenden del techo provocando que al golpear contra el suelo generan un ruido imperceptible para un oído no entrenado. Los dos soldados recobraron la posición de firmes y de un momento a otro, comenzaron a escupir sangre. Bajando sus miradas, se encontraron que tenían, saliendo de su pecho, una flecha cada quien con la punta y parte de su astil bañada en aquel líquido carmesí.

Cuando los dos guardias del calabozo estuvieron tumbados en el suelo, inertes, estaban entre la entrada a la cárcel y el pasillo de las catacumbas reales. Mirando a su derecha, notaron el camino de escaleras cuesta arriba; sin pensarlo mucho, subieron por aquel pasadizo y con cada escalón que subían, notaban como una luz blanca se asomaba al final del camino. Una sombra con forma humana se asomó por la salida del túnel, sin esperar a reconocerla, lanzó otras dos flechas, que terminaron en las piernas del desafortunado soldado que estaba revisando aquel lugar. Cuando este terminó de arrodillarse, se encajó aún más las puntas de los proyectiles que le lanzaron. Para evitar que el militar lanzara un alarido de dolor, Dimitri llegó a él usando velocidad máxima, colocándose detrás del militar le tapó la boca con una mano mientras que con la otra le colocó una de sus dagas en la manzana de Adán.

–¿Dónde se encuentra la princesa? –su voz no era la que sus compañeros están acostumbrados, era más sombría, como si de un momento a otro fuera a derramar sangre ajena. La presión con la que apretaba la daga sobre el cuello de su prisionero era lo suficiente como para hacer que unas cuantas gotas de sangre recorriera su garganta.

Cuando Argos logro llegar al final de las escaleras, miró tirado el arco de Dimitri, luego de alzar la mirada, observaba con los ojos bien abiertos a un Dimitri que no reconocía, a aquel que perteneció a la legendaria Tercia de Sangre. Por otra parte, un soldado estaba asustado entre los brazos de su amigo, con sangre recorriendo su cuello, lágrimas en los ojos y con el pecho hinchándose de una forma estrepitosa.

–Te soltare para que puedas contestarme, pero si haces alguna estupidez, dejare que veas tu corazón por única y última vez en tu vida, ¿de acuerdo? –el asustado militar solo acertó en asentir con la cabeza.

Con lentitud, el asesino le quitó la mano de su boca sin retirar el cuchillo de la posición en donde se encontraba. Tomando unas bocanadas de aíre y ajustando su garganta suavemente, abrió la boca y comenzó a hablar entre temblores.

–Sé que la tienen en su habitación, pero no se la ubicación exacta, es lo único que puedo decir, es la verdad –el miedo que tenía era palpable.

–Te creo, gracias por la información –una sonrisa maliciosa se formó en su cara, una sonrisa que hasta a Argos le generó temor, horror, pánico. Alzó el cuchillo y de un movimiento rápido, encajó todo el filo en el cuello y de un movimiento corto la parte interna matando al pobre sujeto en un instante. Su compañero no hizo más que apartar la mirada para no ver el sanguinario espectáculo. Jalando fuertemente de los cabellos del cadáver, arranco la cabeza del cuerpo y arrojo ambas partes por las escaleras, mirando cómo iban cayendo por los escalones.

–¿Ahora qué? –preguntaba Argos mientras entregándole el arco a su compañero.

–Tú ve al cuarto de Luna, yo iré en busca de otro lugar donde la puedan tener –tomó su arma y la colocó en su espalda.

–De acuerdo.



El camino hacia la habitación de Luna era todo un misterio para Argos, pues dado a que el soldado que interrogó Dimitri no dio información precisa sobre donde se encuentra dicho cuarto, tenía que buscar a ciegas, pero no se rendiría hasta recuperar a su querida amiga. Entro por una ventana que se encontraba iluminada por una antorcha, pensaba en si debía tomarla o no para alumbrar su camino, pero decidió no hacerlo para no delatar su posición.

Caminando por los pasillos, se topaba con unas cuantas patrullas de soldados que custodiaban los pasillos del castillo, pero no se precipitó a tacarlos para no generar un alboroto innecesario y que la misión no se complicara a niveles insospechados. Fue abriendo una por una las habitaciones que se encontraba en su camino, sin resultados positivos. La desesperación recorría su cuerpo por no encontrar a Luna; pero estaba seguro, con cada cuarto revisado, que estaba más cerca de encontrar a su compañera.

Ante unas puertas dobles, las empujó con toda su humanidad y se topó una habitación sin ventanas, una pobre cama, un ropero, librero y unas prendas sucias tiradas cerca de la cama; cuando las miró mejor, supo que esas eran las ropas que Luna traía puestas cuando fue capturada. Su frustración se desbordo que golpeo la pared con tal fuerza que le hizo grietas y algunos pedazos de concreto cayeron al suelo. Cuando miró el área donde soltó el golpe, notaba como unas franjas de luz se filtraban por unos cuantos huecos. Cunado su mirada se enfocó en toda la pared se dispuso a golpear la parte del muro que parecía como si se hubiera construido recientemente; con cada puñetazo era más evidente que la pared de desmoronaba, después de varios minutos de estar golpeando, el muro cedió y termino por caerse, ante él se encontraba un hermoso paisaje nocturno, montañas, valles y un precioso cielo estrellado despejado acompañado con una luna llena.

En la parte baja del castillo, por la parte trasera del castillo, notaba extrañado un cuarto aislado donde se mostraban unas luces de colores variopintos, poco a poco la intensidad de aquella iluminación se hizo más fuerte y para terminar ese espectáculo, una explosión logró que se formara un enorme agujero se formara en el techo de aquella habitación.

Sorprendido, se disponía a salir del cuarto de Luna, pero al momento de voltearse, miró que ante la puerta se encontraba la capitana de los Danes, Serena, quien ya contaba con su espada desenfundada para combatir. Por desgracia, Argos solo portaba su escudo en la mano, pero su arma principal se encontraba aun guardada en su vaina, cuando apenas posó su mano en el mango de su espada, la militar se lanzó al ataque, el cual fue detenido por el aventurero. Con el choque de los metales, chispas salieron de aquel fuerte impacto. Para desgracia de Serena, sus siguientes espadazos fueron esquivados ágilmente por Argos, quien estaba usando clarividencia solo para adivinar los movimientos de su rival.

Cuando logro sacar su espada, logro que las hojas de sus armas chocaran para así empujarla y tenerla frente en frente, de lo que no se percató Serena es que sus posiciones habían cambiado por los esquives de Argos, era ella quien estaba ante la pared y el ante la puerta.

–No permitiré que se lleven a la princesa –agarraba la espada con ambas manos cuando estaba diciendo eso.

Argos no dijo nada, solo jugueteo con su arma para distraer a Serena. Cuando ella decidió atacar, dio un enorme salto pasando su arma por atrás de su cabeza y mientras caía dirigía su golpe al pecho de Argos, por parte del rubio, cuando tuvo a su enemigo a una distancia prudente, solo movió hábilmente su espada y, con un ataque fugas, corto en dos el acero que se estaba dirigiendo a él.

Cuando Serena notó la condición de su arma, solo apretó las manos al mango con parte de la hoja y retrocedía con cada paso que Argos daba hacia ella. Cuando se encontraba al filo del boquete de la pared, apuntó lo que quedaba de la espada al pecho del aventurero, pero eso no fue suficiente para la embestida con el escudo que la empujó al suelo, casi 10 metros de altura, Argos pensaba que solo caería de espaldas, incapacitándola para seguir peleando, por desgracia el filo que quedaba en el mango cayo junto con ella, y por desgracia termino encajándose en el pecho provocando la muerte de Serena.

Con un aspecto serio, miro al suelo para asegurarse de lo que había hecho, pero solo se quedó un momento contemplando aquella escena, pues se dirigió rápidamente al cuarto de donde se avistaba una columna de humo.



Cuando Dimitri se alejó de su compañero, se escondía entre los arbustos que adornaban los prados dentro del castillo imperial; estaba al tanto de que no lo encontrasen los Danes que custodiaban los interiores del perímetro, por lo cual revisaba varias veces antes de dar un paso. Era algo a lo cual ya estaba acostumbrado, pasar entre las personas sin ser detectado, una especialidad de él, de los ladrones, de los asesinos. Usando sigilo, le era fácil esconderse en los rincones más oscuros con una agilidad envidiable, pues cuando percibía el peligro, solo tenía que ubicar un lugar oscuro y lejos de la vista del enemigo para esconderse sin ningún problema.

Cuando logro estar ante la entrada principal del castillo, se colocó sobre la copa de los árboles de alrededor para no ser detectado por los guardias que se acercaban, uno proveniente de la puerta que daba al exterior y el otro de la entrada principal del castillo, un simple salto y ya estaba escondido entre las hojas y ramas para que él se pudiera esconder. Con el silencio de su alrededor, logro entender, desde su posición, lo que estaban hablando. Cuando los dos soldados se toparon, comenzaron a hablar.

–¿Has escuchado la nueva noticia? –le peguntaba más con la intención de iniciar la conversación que conocer si sabía lo que estaba ocurriendo–. La princesa ha regresado después del tiempo que estaba ausente. Todos están alterados para que no ocurra lo de hace tiempo.

–Pero ¿cómo le haremos para que no se escape de nuevo?

–Eso es fácil, solo pondrán más personal en el castillo y solo dejarán una forma de salir en su habitación, pero con dos soldados cuidando cada movimiento.

–Suena como si lo cargaran a nuestra paga –su comentario llevaba ironía.

–Eso no lo dudes –termino con una fuerte risa.

–Pero lo que no entiendo es por qué ella es tan importante para el Emperador.

–Hasta donde yo sé –se encogía de hombros mientras hablaba– se la llevan al laboratorio de alquimia en este momento, pero no sé porque lo hagan.

<<¿Al laboratorio de alquimia?>> Se preguntó Dimitri en voz baja cuando escuchó eso.

–Bueno... es momento de seguir cuidando el castillo, no vemos.

–Hasta luego.

Los dos soldados se dieron media vuelta y cada quien se retiró por donde vino; el que estaba de camino a la puerta que daba a las afueras del castillo creyó percibir un sonido desde su espalda, volteó asustado y no miro nada y a nadie, ni siquiera a su compañero, siendo que se despidió de él no hace más de unos segundos. Pensando que habrá dado vuelta para otra parte, se volteó para seguir su camino, pero cuando estaba a punto de continuar con su trayecto, fue tumbado al suelo, teniendo la boca tapada, un cuchillo con el filo contra el cuello y solo miro unos ojos furiosos detrás de un trapo que tapaba el resto de la cara que tenía frente a sus ojos.

–Te voy a quitar la mano de la boca, pero te voy a matar donde empieces a gritar, ¿de acuerdo? –el asustado soldado, que nunca ha tenido una experiencia real en el combate, salvo unas cuantas batallas que prefirió estar a salvo, pero que por varios favores de sus superiores logro entrar al grupo de élite, solo atinó a asentir débilmente para contestar al aventurero–. Muy bien. Ahora dime, dónde se encuentra el laboratorio de alquimia.

Con una mano apunto hacia el catillo y con voz baja dijo que dicho lugar se encontraba detrás del complejo, que es un cuarto pegado al muro que protege la fortaleza. Cuando obtuvo la información, degolló a su prisionero para no dejar testigos de su paso por aquel lugar, cuando el cuerpo ya no tenía vida, lo arrastro hasta una carroza que estaba estacionada por aquella zona, donde yacía el cadáver del otro soldado con quien hablo el desafortunado que miró a Dimitri a los ojos.

Con la mente fija en llegar lo más rápido al lugar indicado, se escondió entre los arbustos de nuevo y emprendió una carrera silenciosa hasta su destino. Haciendo que las hojas se movieran por el rápido movimiento, acortaba el camino con su habilidad de velocidad, pues no sabía si contaba o no con tiempo a su favor, pero mientras más pronto llegara al laboratorio, sería mejor para él, para Luna y para Argos. No quería arriesgarlos y exponerlos a un destino caótico. No quería que pasara lo mismo que con sus amigos en el desierto. No quería que alguien que estimaba fuera matado de nuevo.

Había llegado hasta aquel cuarto donde se emanaban varias luces de diferentes colores. Miro a todos los lados para asegurarse de no toparse con algún soldado mientras intentaba acercarse hasta la puerta de aquel lugar, con la zona despejada e posibles amenazas, caminó directo hasta la perilla, encajó una daga en el bombín de la puerta para forzar su apertura, pero con movimientos rápidos pues no estaba dispuesto a delatar su posición al enemigo. Cuando notó que la puerta cedió, guardo su arma y metió su mano a la bosa con las piedras para estar preparado a cualquier ataque y estar dispuesto a responder con mayor potencia.

Estando ya metido en el laboratorio, su vista fue obstruida por diversos vasos donde los alquimistas viertes los líquidos resultado de sus experimentos, varios instrumentos usados en sus investigaciones y otros objetos de los cuales desconoce su utilización. Cerrando con la misma ligereza con la que la abrió, se fue escabullendo entre las diversas mesas que había en el lugar, agachado para no ser visto por quien se encontrara en aquel lugar.

Alzando la vista, miro algo que lo enfureció a niveles desconocidos. Cuando enfocó su visión, observó cómo tenían amarrada a Luna en una mesa, estando rodeada de cuatro hombres con sotanas cafés con los brazos extendidos como si estuvieran invocando a una entidad sobrenatural. Enojado y con la sangre hirviendo, agarró el primer cristal que tocó con sus dedos, lo apretó con todas sus fuerzas, se levantó de un golpe y comenzó a convocar a un círculo mágico. Los cuatro sujetos que rodeaban a la princesa se sobresaltaron cuando notaron la presencia del intruso; Luna, quien estaba forcejeando para intentar liberarse de sus ataduras, no logro percibir la presencia de Dimitri hasta que miró como los alquimistas voltearon abruptamente a su compañero, cuando sus ojos vieron a su compañero de aventuras, su boca esbozó una sonrisa, que fue acompañada con unas cuantas lágrimas, pero llenas de alegría de saber que se encontraba con bien, en su mente pensaba que había estado practicando mucho para conseguir dominar mágica con el truco que le enseñó.

Ante Dimitri, el círculo que invocó pase de un brillante color rojo carmesí a una tonalidad oscura con vivos morados y negros colocando sus manos frente a su pecho, una cerrada en puño donde sostenía la piedra y otra abierta para canalizar su magia. Este círculo pasó de ser solo uno frente a él, a ser seis, el principal, que había invocado al principio que cambió de color frente a él, y otros cinco que aparecieron rodeando al primero. Frente a cada uno de los círculos de invocación aparecieron una bola de fuego de color negro, los cuales salieron disparados hasta la pared donde estaban varios frascos con diferentes pócimas que fueron incinerados en una explosión que tumbo a los viejos que rodeaban a luna sobre aquella mesa.

Levantándose del suelo, sacudiéndose los pedazos de cristal y quitándose las sotanas que estaban cubiertas de los distintos brebajes que estaban en los frascos; cuando voltearon a la mesa para mirar cómo se encontraba la princesa después de la explosión se asustaron de ver que Adita ya no se encontraba atada en donde estaba, al mirar a quien había lanzado aquel ataque, fue donde encontraron al objeto de su experimento. Atónitos, no encontraban explicación de cómo aquel sujeto logro moverse con gran velocidad para llegar hasta Adita, soltarla y llevarla de nuevo a su posición sin recibir daño alguno por la explosión.

Temerosos de que aquel sujeto, que salió de la nada, les hiciera daño, cada uno tomó una piedra amarilla y ellos también invocaron círculos mágicos, dos de ellos, los del centro, fueron rojos, mientras que los otros de color azul, para invocar magia de hielo. Con disparos de ráfagas, apuntaron hacia Dimitri quien, sacando solo una daga, ataco cada uno de los proyectiles que le lanzaron, evitando que lo dañaran a él y a Luna. Ella no podía creer la velocidad con la cual logro acertar cada uno de los disparos sin recibir un solo impacto; los alquimistas solo fruncieron el ceño por no hacer logrado ningún impacto.

–¿Quién eres? –pregunto uno de los viejos.

Dimitri no contestó.

Alzando la mirada, los alquimistas miraron como sus ojos eran tan negros como la noche, no encontraban el iris en ellos. Las venas de su cuello se tornaban de un color rojizo, lo cual les preocupaba, ya que sabían que aquello solo podía deberse a una sola cosa: los cristales negros. Por desgracia, al estar cegado por la ira, Dimitri no se percató de que había tomado esa piedra, pensando que estaba agarrando una piedra amarilla. Por desgracia era muy tarde para poder retractarse de su decisión, pues aquel poder le estaba gustando, pero no era él quien estaba pensando en eso, sino los efectos del poder de aquella piedra mágica que provocaban esos pensamientos en Dimitri.

Extendiendo el brazo libre hacia los alquimistas, preparó otro ataque para poder acabar con ellos, esperando lo peor, tomaron una postura defensiva para recibir el impacto del disparo de Dimitri. Con solo una bola de fuego negro, provocó otra explosión que logró generar un gran boquete en el techo de aquel lugar. Las mesas y algunos restos de pared ardían en llamas por el impacto. Con más dificultad que antes, los ancianos pasaron a levantarse para ver, so es que podían, intentar defenderse de su agresor. Cuando pudieron fijar su mirada a donde estaba Dimitri, solo miraron a la princesa quien, al igual que ellos, no entendía a donde había ido el asesino. Temerosos de donde pudiera encontrarse su adversario, se reunieron en círculo dándose las espaldas y vigilando cada rincón de donde pudiera estar. Fue inútil, por cada segundo que pasaba, cada uno fue cayendo muerto a manos de Dimitri. Cuando quedo el último, quien fue el único que le dirigió la palabra, lo levanto tomándolo por el cuello y le regalo una macabra sonrisa, que fue lo que le advirtió cuál era su destino. Con daga en mano, atravesó su estómago y jaló hacia arriba hasta ver como las vísceras del pobre sujeto caían al suelo, y la vida se le iba con cada segundo transcurrido.

Luna se tapó los ojos con ambas manos, pues no creía que Dimitri fuera capaz de semejante atrocidad. Soltó un gemido que llamó la atención de su compañero, quien, con la misma sonrisa, se acercaba lentamente a ella, preparando el mismo destino que los otros cuatro sujetos. Para suerte de ella, Argos apareció de repente, golpeando a Dimitri confundiéndolo con un enemigo que buscaba hacerle daño. Por el humo que había en el lugar, no logro distinguir que aquella persona era su amigo.

Tumbado en el suelo, Dimitri se incorporó de nuevo en un solo movimiento, la guardia arriba y sus dagas apuntando a Argos, quien ya tenía preparado su escudo para defenderse de los embates de su compañero. Con una gran velocidad, se dirigió para dañar directamente el cuello de su oponente, pero aquella barrera le impedía conectar contra su objetivo; cada vez más furioso por no acertar, lanzaba golpes más y más fuertes, llegando al punto de fracturarse las manos de la potencia que llevaban sus golpes. Aprovechando la oportunidad de que ya no podía atacar más, Argos decidió darle un puñetazo certero en el estómago a Dimitri, quien solo se inclinó al frente por la fuerza del impacto; para dejarlo noqueado, le conectó un derechazo seco que lo mandó al suelo, sin la fuerza o voluntad de seguir peleando.

Al notar que ya no se movía, Argos lo cargo en su hombro derecho, mientras Luna, que seguía impactada por lo sucedido, camino lentamente para recoger las dagas y la bolsa con piedras de su amigo. Un pequeño intercambio de sonrisas fue lo único que ocuparon para decir que todo estaba bien con cella, que no le habían hecho algo malo. De repente, se detono el alboroto en las afueras del laboratorio, ¿soldados? ¿Alquimistas? ¿Ambos? No lo sabían, pero tampoco iban a quedarse para averiguarlo.

–Dime, ¿hay alguna forma de salir de aquí? –Argos se sentía presionado por el poco tiempo para actuar. Envidiaba aquella habilidad de Dimitri para hacer planes de una forma fácil, pero no podían contar con él en ese momento.

–Sí, lo hay. Vente, vámonos.

–Antes de eso, toma –le entregó un par de guantes como los de Dimitri– servirán como un sustituto para tu bastón. Ahora sí, larguémonos de aquí.

Ya preparados, Luna tomo una piedra azul y, con un chorro de agua, logró apagar las llamas que aún seguían latentes sobre aquella abertura provocada por el ataque de Dimitri; decidieron hacerlo así, pues si salían por la puerta principal podían tener la mala suerte de toparse con varios enemigos. Teniendo ya un espacio para pasar, salieron del laboratorio y Luna guio a su compañero a la parte trasera del recinto, entre el muro del castillo y la pared posterior del laboratorio, se encontraba, tapado entre tierra y hierba, la puerta al pasadizo por el cual Luna salió hace tiempo. Tomando la delantera, la princesa entró primero para dirigir al grupo por las escaleras que daban al fondo del desnivel. Argos cerró detrás de si la puerta de aquel lugar, dejando totalmente a oscuras el sitio; cuando sus ojos no pudieron distinguir la profundidad del lugar, Luna usó una piedra de fuego y generó una bola de llamas que irradio de luz su alrededor dando la posibilidad de seguir el camino sin problema alguno, tomo una antorcha que se encontraba en la pared y la encendió para no gastar más magia.

Pasadas unas horas, y sin tener problema alguno, caminaron por todo el lugar. Cuando tuvieron la certeza de que no corrían peligro, descansaron un poco, así Argos pudo dejar a Dimitri en el suelo para observar cómo se encontraba.

–Voy a sanarlo para que...

–¡No lo hagas! –gritó Argos, deteniéndola en seco– si lo curas y no le quitamos el poder de la piedra, nos pondrás en peligro.

Argos miró atentamente la condición física de Dimitri.

–Veamos si esto funciona –colocó su mano en el pecho de su compañero e hizo una ligera presión.

De repente, una luz blanca emanaba del lugar donde Argos apoyaba la palma de su mano en Dimitri. Paulatinamente el color de las venas se fue quitando, mientras la piel se tornaba de aquel color meridional que lo caracterizaba. Cuando por fin su compañero se notaba mejor, como si aquello que le afligía se hubiera esfumado, Luna se dispuso a sanar a Dimitri, con el apoyo de una piedra blanca y otra verde, tomó una de las manos de su amigo y comenzó a sanarlo; segundos más tarde el asesino dio un salto exaltado, buscando con sus manos alguna herida que pudiera tener, asegurándose que no había nada de qué preocuparse.

–¿Qué acaba de pasar? ¿Dónde estamos? -confundido por el lugar en que estaba.

–¿No te acuerdas de nada? -preguntó Argos.

Dimitri negó con la cabeza

–Lo bueno es que ya estás bien –dijo Luna mientras se lanzaba a Dimitri abrazándolo–, me preocupaste mucho –se notaban algunos sollozos mientras hablaba. Dimitri le devolvió el abrazo, pero solo momentáneamente.

–¿Cómo saldremos de aquí? –Preguntó Dimitri.

–Tengo una idea –levanto la cara Luna–. Argos, necesitare que uses fortaleza con nosotros.

Desplegada la habilidad de Argos, Luna dejo invocó un círculo mágico y, de la nada, el techo de la caverna empezó a temblar para tiempo después derrumbarse sobre los tres aventureros. Una nube de polvo se levantó y al momento de despejarse se miró el cielo aun con estrellas en él.

Escalando por el montículo de tierra formado por el derrumbe, lograron subir a la superficie, donde voltearon en dirección al castillo, con la sorpresa de que, aun a la distancia en la que estaban, la cual era bastante alejada, pero aún se lograba mirar la inmensidad del castillo, la columna de humo se podía ver tapando algunas de las columnas de lugar más custodiado de todo el imperio.

El bosque en donde se encontraban solo se encontraba iluminado por la luna y las estrellas, el silencio sol ose miraba interrumpido por el sonido de algunos insectos y aves nocturnas que merodeaban aquel lugar, inquietados por el enorme ruido producto del ataque de Luna. Solo les quedaba una cosa que solucionar: como pasarían aquella noche sin exponerse mucho.

–¿Qué hacemos ahora? –Argos tenía la intención de poder caminar hasta encontrar un lugar seguro.

–Yo digo que podemos quedarnos a dormir en la copa de los árboles –sugirió Dimitri–. Nos preocupamos de encontrar un refugio mañana en la mañana.

–¿Seguro?

–Claro.

Los tres treparon al árbol más grande y frondoso para esconderse entre las hojas y evitar que alguien los viera. Se apresuraron para pasar la noche y esperar al día siguiente.



Esperando tumbada en un camino de tierra, Luna fingía estar desmallada a la espera de que un incrédulo conductor o comerciante se parara con la intención de ayudarla; al asecho de todo lo que pasara, Argos se escondió detrás de los arbustos y Dimitri en la sima de un árbol para sorprender a sus incautas víctimas.

Un carruaje con una persona conduciendo los caballos estaba apareciendo a lo lejos del lugar donde estaban esperando los aventureros para interceptarlo; estando cerca de Luna, el conductor se bajó y se dispuso a mirar si podía ayudar a la mujer que se encontraba tirada en el suelo. Cuando se hincó para mirarla más de cerca, Argos salió con su espada desenvainada, mientras Dimitri saltó y cayó sobre uno de los caballos apuntando con su arco y flecha al ya asustado hombre.

–Descuide –dijo Luna con calma–, solo queremos sus caballos.

–Tómenlos, solo no me hagan daño. Por favor –casi estaba llorando aquel pobre tipo, que solo levantó las manos esperando que no le atacaran.

Con los animales ya listos para ser cabalgados, Luna se subió junto a Dimitri, mientras Argos se fue en el caballo que quedaba libre. Sin más tiempo que perder, cabalgaron hasta perderse de la vista del asustado hombre.

–¿Cuál será nuestro destino? Dimitri –gritó Argos, pues el aire impedía que escucharan bien.

–El reino del Sur. Es nuestra única opción.

Con el sol en todo loalto, su destino sería la oportunidad de que, si el imperio los estuvierabuscando, no pudieran encontrarlos fácilmente.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top