🔑 8. Viajando en compañía.
El día siguiente amaneció con una humedad tal que se les había calado en los huesos, debido a no haber podido hacer una hoguera más grande y duradera a causa de la falta de tiempo.
Toran se estiró para desentumecer su cuerpo. A su lado, la soldado de la larga trenza caoba hacía lo mismo, crujiendo sus huesos sin ningún miramiento, ajena a lo que la rodeaba y concentrada en lo suyo. Ahora que se fijaba, juraría que era tan alta como él.
Mientras, la sacerdotisa se encargaba del pequeño, con el cual había dormido. Ya no estaba enfadado con ella, sobretodo después de ver la maña que se traía con el bebé, por lo que dejó en la chica esa responsabilidad. Se la veía feliz con eso.
De pronto, la guerrera se puso a dar saltitos para entrar en calor. Era extraño que no pudiera dejar de verla hacer eso, sobretodo porqué lo que lo fascinaba no era la mujer en sí, como le pasaba con la sacerdotisa. Era ver esa "máquina de guerra" en movimiento, haciendo su puesta a punto con un sólo y claro objetivo: la lucha. Ahora mismo le gustaría tener sus mismas capacidades... Sólo de pensar en cómo se deshizo de los huargos de fuego le hacía desear ser más poderoso, para poder proteger mejor al pequeño.
Tras un desayuno rápido, recogieron sus cosas, borraron todo rastro de su presencia en el claro y emprendieron la marcha.
Toran ahora no sabía qué hacer. En algún momento debería dejar tan agradable compañía y seguir su camino, pero de pronto se resistía a hacerlo. Recordando lo que le había propuesto Vic, Toran meditó un segundo lo que se le ofrecía. Debía reconocer que era una tentación, ya que Vic parecía muy segura de su afirmación, pero él conocía bien a su enemigo, y no era moco de pavo. Aun así... tener un lugar donde esconderse y dejar de huir sería un respiro: un niño merecía crecer con cierta estabilidad. Pero la muerte le había seguido tan de cerca esos últimos meses que ya no soñaba con ningún tipo de paz en su vida. Aunque... Vic parecía tan convencida de esa posibilidad que había conseguido hacerle dudar de su resolución.
Toran decidió romper al fin la silenciosa caminata.
—Vic, ¿cómo se llama tu país?
—Avalonia.— la muchacha lo miró de soslayo. —...Supuse que ya lo sabrías.
—Oh... Avalonia, claro está.— dijo él observando a su alrededor como si reconociera el lugar, aunque para nada era el caso. —Perdona, pero llevo tanto tiempo huyendo que ya no sé por donde ando.— continuó a modo de disculpa. —Realmente Avalonia es muy conocida en el marco de la historia. Ahora entiendo a qué te referías con lo de vuestro poder. Pero me temo que hace falta más que eso para afrontar lo que nos persigue al pequeño y a mi.
—Eh, que los tiempos han cambiado, pero para mejor. —rió un poco la guerrera, pero enseguida se puso de nuevo seria al ver su poco éxito como humorista. —Te digo en verdad lo del poderío que se maneja en este reino. No hay en la actualidad lugar más seguro e inexpugnable. Trabajamos muy seriamente en eso, especialmente desde la última guerra.
Oh, sí. La última guerra avalónica. Fue realmente trágica, recordó Toran de sus aprendizaje. El Reino Dorado, tal como era conocido por ese entonces, se jactaba de ser el mejor reino y de tener la mayor riqueza del mundo entero, hasta el punto de provocar la avaricia del Imperio Dorkum, cuna de los Alquimistas Grises, los cuales no profesaban ninguna fe a los postulados mágico-religiosos; sólo respetaban el conocimiento, sin ningún límite ni moral haciéndole tope. La consecuencia de esto fue que casi arrollan con toda la civilización dorada gracias a su nivel armamentístico extremo, sólo por conseguir el único conocimiento que se les escapaba siempre: el origen de la magia. Era comprensible pues que Avalonia, tras sobrevivir a esa guerra por puro milagro (y nunca mejor dicho, pues fue un verdadero milagro lo que les salvó), se empeñara en mejorar sus defensas.
—¿Entonces? ¿Qué dices? ¿Vas a venir y pedir el asilo político?— le inquirió Vic, cortando sus pensamientos.
—No te prometo nada, pero... me lo pensaré.— dió una sonrisa algo forzada Toran.
—¿Entonces estamos en Avalonia...?— se incorporó a la conversación Jezzabell, alcanzándolos.
Los dos la miraron, Vic con simpatía, él con algo de fastidio. Esta mujercita tenía la poco saludable tendencia de meter su bonita nariz por todas partes sin ser invitada, aunque a veces fuera de agradecer, pensó raramente Toran.
—¿Tú tampoco sabías donde te encontrabas?— se quedó perpleja la soldado. Eso parecía increíble para ella.
—Llegué de sopetón a esta zona, siguiendo un sueño y una profecía.— dijo riendo Jezzabell, como si eso fuera lo más normal del mundo.
Toran y Vic miraron a la sacerdotisa sorprendidos, con los ojos como platos.
—¿Qué pasa con estas caras...?— los amonestó ella medio en broma. —Ya sabéis, ¡salto dimensional...! ¡Jaja!— dijo golpeando el codo de la guerrera.
Los otros dos se miraron entre ellos aun alucinados por lo que les decía tan frescamente.
El primero en abrir la boca fue Toran:
—¿Viniste hasta aquí en un salto dimensional sin saber a donde ibas...?— preguntó.
—¿...Y por un sueño y una profecía?— acabó exclamando Vic.
—Ajá.— asintió la rubio-ceniza sonriendo, aun igual de pancha.
Los dos la volvieron a mirar como si estuviera loca.
—No me miréis así... ¡tampoco hay para tanto!— dijo con una avergonzada sonrisa. —Además, ¿qué tiene de extraño que alguien como yo haga esto...? ¡Soy una sacerdotisa!
Vaya. En eso tenía razón. Los sueños proféticos eran habituales en la vida de algunos mago-sacerdotes. ¿Y ese era el caso de Jezzabell...? Pues qué locura les había caído encima.
Entonces Toran se paró a pensar... ¿Con qué soñó esta sacerdotisa que la hizo llegar hasta... él? Porqué si lo analizaba fríamente, este era el caso. Ella en realidad fue directa a encontrarlo.
Un sudor frío le recorrió la espalda. ¿Podía ser que ella supiera...?
—Sí.— lo sorprendió diciendo Jezzabell mientras lo observaba, mirándolo a los ojos, de pronto con el semblante sereno y decidido.
—...¿Qué?
—Lo que estás pensando. Que sí.
Toran tragó, de pronto muy asustado.
Ante suyo, Jezzabell se irguió con solemnidad.
—Sé tu secreto, osea que no tienes porqué esconderlo más.
No podía ser. No podía estar refiriéndose a... Eso tenía que ser un farol, porqué... Maldita sea, no. Ella era una sacerdotisa, sí, y podía hacer eso, sólo que no la creía capaz: se la veía tan atolondrada hasta hacía un momento...
—También creo que ella debe saberlo.— dijo la sacerdotisa señalando a la guerrera, cortando sus maldiciones.
—Un momento. ¿De qué demonios estáis hablando...?— dijo la susodicha, más perdida que un pez en un desierto.
—¿P-porqué...?? Ella no tiene nada que ver con...— empezó a protestar Toran.
—Ella es uno de los elementos de mi sueño.
Toran abrió mucho los ojos. Era verdad, ella había mencionado ya varias veces ese sueño, probablemente profético.
—Dime de qué hablas exactamente.— le exigió. Ya no tenía cabida darle más vueltas. —Dime qué es lo que soñaste.
Jezzabell tomó aire.
—Tres símbolos aparecieron en él, los tres siendo sellados por el Destino para proteger los siete colores del arcoiris. Uno era el de la Magia, algo relacionado directamente conmigo. Otro era el de la Guerra. Creo que este está muy ligado a Vic, después de lo que nos ha contado. Y el otro...
En el acto Toran comprendió cual era el siguiente.
—El de la alquimia.— contestó él mismo.
Jezzabell paró de caminar.
—¿Cómo lo sabes?
—Porqué yo...— Toran tardó un segundo de más en darse cuenta de que acababa de meter la pata al decir eso.
Lentamente, Jezzabell se le acercó con esos ojos dorados que tenía fijos en él, ahora duros como el metal que emulaban.
—Lo sabía.— dijo ella casi sin aire.
Por primera vez, la actitud de la joven mujer lo intimidó, ya que parecía poder leerlo como un libro abierto.
—¿El... el qué?— preguntó indeciso. No estaba seguro de querer oír la respuesta.
—Sabía que tú...— la sacerdotisa acercó su mano a él, como queriendo tocarlo pero sin llegar a hacerlo. —Tú eres el alquimista. Y tú también eres el guardián de la Llave... Eres... las dos cosas.
Tras eso se hizo un silencio que se podía cortar con un cuchillo de tan espeso era.
—¿Qué?— dijo Vic tratando aun de entender, desconcertada.
—Nuestro amigo es más de lo que aparenta. ¿Verdad Toran?
Toran las miró a las dos. No podía negar que sentía que eran de confianza, de que eran especiales, cada una a su manera... ¿Pero no era un error involucrarlas en la magnitud de sus problemas...?
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