🔑 6. Haciendo amigos.
Partes de cuerpo de huargo yacían por doquier alrededor del recién llegado guerrero, testimonio de la acérrima lucha que acababa de tener lugar. Este guerrero apareció como caído del cielo para ayudarlos en el momento más crucial, y ahora un silencio sepulcral lo envolvía mientras se mantenía tenso.
El guardian aun no se podía creer su suerte.
De pronto, recordó a la dama y a la valiosa prenda que había dejado en sus manos. Se volteó buscándola y la encontró unos metros tras suyo que, embobada, miraba fijamente al guerrero con aire soñador.
"¡Mujeres...!", pensó negando con la cabeza.
Volvió de nuevo su atención a la dama y se aseguró que aun tuviera en su poder, sano y a salvo, lo que él le había entregado. Y así era: ella lo mantenía con cuidado contra su... generoso pecho, no pudo evitar fijarse. Eso le dió un poco de envidia. "...Quien fuera cachorro otra vez."
—¿Me devolvéis al niño?— le preguntó acercándose a ella.
—¿...Qué niño?— preguntó ella distraída, saliendo de su estado hipnótico hacia el guerrero.
—Este.— dijo el hombre señalando el fardo que ella seguía sosteniendo contra su exhuberante físico.
La mujer miró incrédula el fardo y luego apartó un poco los pliegues de tela, descubriendo a un dormido rostro angelical.
—¡Ooooh! ¡Pero qué ricura de bebé!! ¡Cuchi cuchi cuchi!— exclamó, y abriendo más la tela se llevó otra sorpresa. —Alto ahí: ¿porqué tiene el pelo verde?— dijo levantándolo.
Con el movimiento, o por no sentir el calor de otro cuerpo pegado a él, o por su voz chillona, el bebé se despertó y, al ver que no reconocía el rostro que lo miraba, empezó a berrear.
—¡Dámelo!— dijo el hombre arrebatándoselo. —...Lo has hecho llorar, loca.— la acusó meciendo el pequeño fardo.
—¡¿Qué??!
Al acto los dos se enfrascaron en una discusión absurda. Y el ruido de fondo que hacían llamó por fin la atención del guerrero.
Este observó primero al hombre. De estatura media, piel trigueña, cabello castaño claro y algo alborotado, portaba un bebé mientras intentaba que dejara de llorar. La mujer lo perseguía, dificultando su labor con sus alaridos y protestas por llamarla loca, mientras el hombre la recriminaba por haber hecho conjuros cuando tenía una responsabilidad. Los cabellos leonados de ella estaban recogidos en un medio-deshecho moño, sus claras ropas estaban sucias y sus ojos dorados de gato echaban chispas.
Por lo que estaba oyendo, esos dos no eran pareja y tampoco hacía mucho que se conocían, pero a pesar de eso parecían tenerse suficiente confianza. Pero oírlos discutir junto a la llorera del bebé estaba mermando su paciencia a marchas forzadas.
—...¡Vosotros!— los interrumpió fastidiado. —¡¿Quienes sois?!
La increíble figura del guerrero se les acercó a marchas forzadas y se cernió sobre ellos de forma acusatoria, momento en que los otros dos se fijaron en su presencia.
Bajo el casco, algunos cabellos rojos como la sangre más oscura asomaban rebeldes sobreponiéndose a la tela de la capa que lo abrigaba. Vestía, bajo las placas que portaba, una coraza de piel completa de color granatoso, a la cual la sangre de algunas de las bestias había manchado igual que otros tipos mugre a lo largo del tiempo. Sumado a su embergadura, todo el conjunto lo hacía ver como alguien aterrador, pero a la vez apuesto a los ojos de la dama blanca, la cual lo miraba otra vez con una gran impresión. Los ojos color vino del guerrero la escrutaron fijamente, aun con un interrogante en ellos, desprendiendo una energía de intensidad tajante y arrolladora.
Pero no le sirvió de nada. Y dado que la estupefacción tenía presos a esos dos, cerrando sus bocas, el guerrero decidió hacer sus propias conjeturas.
—Si no me vais a contestar, habré de creer que vos, señora, sois una bruja, y usted, señor, un ladrón de bebés.— dijo amenazante con la voz algo deformada por el casco, que le cubría toda la cara; aunque esta se adivinaba joven, yendo en contra de la imagen que daba.
Los otros dos reaccionaron, por fin, airados.
—¿Cómo??— exclamó el hombre, saliendo automáticamente de su asombro con enfado. —¡Esto es un ultraje!
—¡Y yo no soy ninguna bruja! ¿¿Porqué me ofendéis así? ¡Ni siquiera sabéis qué soy...!— se alzó la dama con toda la dignidad de la que era capaz. —¡Soy una sacerdotisa! ¡No me faltéis al respeto!— dijo la mujer iracunda, ahora pateando el suelo ya sin decoro, perdiendo los estribos.
El guerrero frunció su ceño aun más.
—¡Sois gente extraña y actuáis extraño...! ¿No es pues sospechoso que andéis por estos lares como gente sin hogar y en extrañas circunstancias??— dijo.
El guardián dió un bufido ante tales afirmaciones.
—Acabamos de ser atacados por bestias de la oscuridad. ¿Acaso eso no evidencía que somos gente de bien?— se defendió, harto de sus acusaciones.
El guerrero relajó sus hombros tras meditar su razonamiento.
—Debo reconocer que tenéis razón...— dijo dudando ahora de si mismo. —Mis disculpas, ruego que me perdonéis, pero es que vuestra actitud después de acabar con la amenaza me ha confundido.
—Bueno, es comprensible.— se jactó el guardián. —La falta de experiencia en visualizar la situación es evidente, a pesar de que seas un buen luchador a tu edad.
El guerrero lo miró extrañado.
—... ¿Qué?
—No disimules, ya te has ganado mi respeto salvándonos. Que seas un niño no es para avergonzarse.
El guerrero frunció el ceño ante tales palabras.
—¡¿Te mofas de mi?!— gruñó montando en cólera.
—Oh, vamos. Ni siquiera tienes una voz acorde con la de un caballero. ¿Qué edad tienes... jovencito?
El guerrero lo miró nervioso y en silencio por unos pocos segundos, antes de contestar tras un quedo bufido.
—... ¡No es de tu incumbencia!
La dama se adelantó hacia ellos.
—Oye, déjalo en paz... Bien que nos ha ayudado.— le dijo al guardián, para después dirigirse al guerrero. —Aunque debo decir que no es justo que después de eso sospechaseis de nosotros: no somos peligrosos si es lo que pensáis. Somos gente de paz.— dijo adelantándose un poco más y posando su delicada mano con cuidado sobre el brazo del guerrero. —Vos tampoco parecéis una mala persona... ¿Porqué no empezamos de nuevo y nos presentamos cómo es debido? Yo soy Jezzabell, sacerdotisa de primer rango de la Confirmación de la Luna. Sé que nunca habéis oído hablar de ella, ya que mi tierra está muy lejos de aquí, pero mi congregación es una más de todas las que están bajo el poder de la Naturaleza.
—¿Y vos, quién sois?— preguntó de nuevo el guerrero mirando al hombre. —Quiero saber porqué portáis un bebé... ¿Sois acaso el padre de la criatura, u otra clase de pariente?
—Yo soy Toran. Soy el guardaespaldas de este bebé, el cual corre serio peligro. Los dos provenimos del reino de Sogar, dónde acaba de haber una guerra.
El guerrero los escrutó unos instantes más en silencio, hasta que soltó un suspiro.
—Está bien. Yo soy Vic, soldado de la Guardia Real de este reino. Estoy en viaje de Realización, el cual ya estoy terminando y por lo que ya regreso a casa.
—Caramba... ¿En viaje de Realización? Pues tienes mucho mérito, para ser tan joven.— insistió otra vez con el tema de su edad Toran.
—No soy tan joven...— refunfuñó de nuevo Vic.
—Oh, vamos... ni siquiera has completado el cambio de voz.
—Te he dicho que no...
—Y dime, Vic... ¿Ya tienes novia?— dijo de pronto Jezzabell, colgándose de su brazo, toda melosa.
—¿...Qué? - la miró con confusión el guerrero, mientras Toran rodaba los ojos por la actitud de la mujer.
—Ya sabes,... ¿te espera alguien en la capital?
—¿A qué viene esto...?
—¡Jajajaja...! Que inocente... Sí, tiene pinta de ser muy joven.— le confirmó al guardián.
—¡No soy tan joven!— gritó harto el guerrero, y deshaciéndose del agarre de la chica se dispuso a sacarse el yelmo.
Ante la estupefacción de Toran y Jezzabell, el perfil de un fino mentón absolutamente imberbe, adornado de unos carnosos y rojos bellos labios, asomó en el proceso del levantamiento del casco, seguido del resto de rasgos que no eran en absoluto los de un hombre ni tampoco de un chico, enmarcados por el susodicho cabello rojo oscuro que se escapaba de su atado.
—¡Una mujer!— exclamó Toran sorprendido.
La figura se sacó una larga trenza de detrás de su espalda, bajo su capa, a la vez que Jezzabell se alejó de un salto del lado del guerrero, ahora guerrera, en cuanto fue capaz de reaccionar tras la sorpresa.
—¡Já! ¡Lo sabía!— celebró Toran. —Sabía que había algo raro en ti. Mis años de experiencia me lo decían. Aunque... debo reconocer que eres muy alta y fuerte para ser mujer, y eres muy buena en la lucha... ¿Estás acaso en algún cuerpo especial?
Vic miró raro a Jezzabell antes de contestar.
—La guardia real. Tengo intención de postular para la guardia personal del rey.
—Ffiiuuu... apuntas alto.
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