🌟 5. Más "invitados" sorpresa.
La dama se sobresaltó ante el gutural sonido que oyó tras ella procedente del bosque. No sabía de qué se trataba exactamente, pero seguro que no era nada bueno.
Delante suyo, el hombre que la había ayudado dió señales de haberlo oído también, alarmándose.
Tenía que hacer algo. Por las energías que notaba, se trataba de entes de magia negra, seres provenientes de la oscuridad, a los cuales su gente acostumbraba a combatir. Pero se sentían más físicos, menos etéreos, más presentes que un simple demonio.
Se levantó decidida a generar un hechizo que sacara a la luz el tipo de monstruos que los acechaban. Era un hechizo sencillo que había realizado muchas veces y que le serviría para adecuar su próximo ataque, ya que normalmente los objetivos que ella cazaba eran mucho mayores y complejos, por lo que ahora también le costaba ceñirse a la distinta naturaleza de estos.
De pronto el hombre salió de su estupor y se levantó, y se plantó delante suyo ofreciéndole el fardo que hasta hacía poco guardaba celosamente con él.
-Cuídalo con tu vida.- le exigió obligándola a tomarlo.
-Pe-pero... - empezó ella a protestar, contradecida, mientras intentaba agarrar bien la cosa esa, que pesaba más de lo que se esperaba.
Al abrazar el bulto contra si misma, la sorprendió adivinarlo cálido, por lo que confirmó que sí se trataba de un ser vivo. Entonces tuvo la tentación de abrir las ropas del fardo para ver de qué se trataba, pero aunque fuera una gran oportunidad para descubrir qué era lo que cubrían, sabía que ahora no era el momento.
-No hay tiempo para discusiones. Prepárate.- la avisó el hombre dejando caer al suelo el resto de cosas que llevaba, capa incluida, y poniéndose en guardia mientras la obligaba a ponerse tras él, sacó de su cinto un enorme puñal que más bien parecía un machete acabado en una extremada punta. Su otra mano tocaba su pecho sobre su propio corazón en un gesto de auto-protección, como si la mano asemejara que llevaba un escudo invisible. -Te han seguido...- le notificó con el ceño fruncido, recordándole el peligro al que estaban expuestos.
¿Entonces esa amenaza era su culpa...?
-¿Qué son...?- aprovechó para preguntar al tener su atención.
-Huargos. Huargos de fuego.- contestó él sin bajar la guardia.
Ella asintió y se retiró tras él un poco más, aunque creía esa precaución inútil. Los huargos eran un tipo de lobos endemoniados que podían alcanzarlos de sobras a esa distancia, y si no lo habían hecho ya se debía a que eran lo suficientemente retorcidos como para querer jugar primero un poco con ellos.
-Lo siento, no era mi intención...- dijo ella con gravedad.
-Lo supongo, pero ahora mantente a salvo, tú y lo que te he dado, tanto tiempo como puedas. No te apartes de mi si puede ser.- la voz del hombre intentaba sonar segura, pero no lo consiguió, no a sus oídos.
La dama observó la situación. A pesar que el hombre se veía bien entrenado, ella no creía que pudiera con las tres bestias, no sin una ayuda.
Ella entonces intentó pensar en algún conjuro útil contra ese enemigo, pero sólo recordaba hechizos de alto nivel para contrarrestar fuerzas únicamente energéticas. Hacía ya mucho tiempo desde sus clases primarias, y nunca tuvo que utilizar esas enseñanzas.
Los huargos por fin entraron en el claro. Caminaban pausadamente, sabiéndose los amos de la situación. Sus bocas se hacían agua anticipándose a la idea de hincarles el diente. Sus ojos refulgían como fuego. Y sus gruñidos guturales no dejaban de oírse, poniéndola más nerviosa de lo que ya estaba.
Entonces un huargo hizo su primer ataque, encontrando el acero del hombre en su camino con sus dientes. El choque del metal contra el hueso diamantino de la bestia sonó chirriante hasta que por fin el animal maldito se retiró al encontrar igualadas las fuerzas. Aun así, el hombre ya panteaba por el esfuerzo.
Un segundo ataque resonó en el claro, otra vez con el mismo resultado. Y un tercero, pero esta vez el hombre sesgó la boca del huargo al recuperar el enorme puñal y darle uso como una espada.
El huargo se quejó y, acto seguido, con la mirada inyectada de furia tomó aire.
-¡Cuidado!- le gritó el hombre a la dama apartándola de un empujón y llevándolos al suelo.
Y menos mal. Acto seguido el huargo soltó una bocanada de fuego. La ráfaga fue lo suficientemente extensa como para pasar por encima de ellos. Después, una vez extinguida la llama, el hombre la obligó a levantarse otra vez. Observó que en ningún momento ella soltó lo que acarreaba. Pero después de mirarla aprobatoriamente por eso, la amonestó.
-No te quedes en el suelo: si lo haces serás una presa demasiado fácil.
La dama asintió. Pero otro pensamiento ocupaba ya su mente. Ahora ya sabía qué hacer para contrarrestar parte de la ofensiva de su enemigo.
Sin temor, dirigió una palma hacia unos de los monstruos y dijo el hechizo adecuado. Al instante una ráfaga azul-agua emanó de ella contra la bestia, dejándola toda mojada. El animal rebufó y se sacudió tal cual un perro, pero en vez de echarse atrás, refulgió sus ojos y lanzó fuego, momento en que la dama apenas esquivó.
"Creo que esto ha sido una mala idea...", pensó ella tras refugiarse de otro posible ataque tras un tronco caído. "Debería poder apagar su fuego cuando sale, lanzando mi ataque directo a su boca, pero no sé cuando harán eso y tardo demasiado en pronunciar el hechizo, por lo que es inútil siquiera intentarlo."
Además, esas bestias no usaban su poder de fuego para combatirlos. Les bastaba con su fuerza bruta, y lo sabían.
Por eso sufrieron varios ataques más, turnados por parte de cada huargo como en un tétrico juego, los cuales el hombre conseguía repeler a duras penas, mientras ella montaba escudos de agua cada vez que un huargo le daba por escupir fuego y incinerar sus alrededores.
Sí, él era un hombre fuerte y un buen luchador, pero no lo suficiente. Aun así, ante la admiración de ella él volvía a levantarse una y otra vez, como movido por una determinación inquebrantable...
Pero si no se le ocurría algo pronto, iban a morir ahí. ¿Y para qué entonces ella había abandonado el templo?? ¿Era acaso su destino morir aquí y ahora, a causa de una estúpida profecía? ...¿Qué fin podría justificar su sacrificio...?
De pronto, un grito de batalla interrumpió la escena y la figura de un guerrero, de alta estatura y cuerpo contundente y ágil, entró en el campo de batalla arrasando con todo huargo que encontraba.
Su largo mandoble, espada que el guerrero era capaz de usar con una sóla mano, danzaba en el aire con maestría y acoplándose al escudo que portaba en la otra mano a la perfección. Sus ataques, todos certeros, atravesaban y cortaban los cuerpos de las bestias a gran velocidad, sin darles tiempo a reaccionar, impidiendo incluso que los más listos o suertudos consiguieran escapar.
Pronto, el claro era un montón de cuerpos cercenados y sangre putrefacta que, como por arte de magia, se consumirían como ascuas al cabo de un rato debido al fuego interno de los propios huargos.
El guerrero, en medio de todo ello, se mantenía de pié aun tenso, recuperando la respiración mientras seguía vigilando los alrededores por alguna otra amenaza.
Ahora que estaba estático, podía verlo bien. No mostraba su cara, sinó que un yelmo cubría su cabeza. Vestía, sin distintivos, partes mínimas de protección metálicas, atadas con correas entre si, bajo una vieja y abundante capa que más que una limpieza lo que necesitaba era que la quemaran dando fin a su uso. Por lo demás, no podía divisar ningún otro rasgo de su salvador, excepto que era esbelto a pesar de tener una altura estándar, pero poco importaba ahora.
¡Les había salvado la vida! Sólo por eso ya se merecía su admiración. Y aunque sólo fuera un poco, seguro sería atractivo por lo que estaba viendo.
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