🔥20. Una sorpresa tras otra.
—¡Meredith! —Vic acogió en sus brazos a la menuda muchacha de rizos dorados que se había avalanzado hacia ella, levantándola del suelo por el impulso.
La diferencia de tamaño entre las dos jóvenes era tan notable como la que había entre ellas y sus madres. De pequeñas, a menudo la gente se confundía y creía que la rubia era hija de la señora Quina y que Vic lo era de la madre de Meredith, ya que ella también es alta, aunque no tanto como nuestra guerrera. Esas confusiones siempre provocaban risas en las dos chicas, que no hacían ningún esfuerzo en corregir el error hasta que una de las madres se molestaba. Eso les gustaba, porque así se sentían aún más como hermanas. Tenían la misma edad y siempre habían estado juntas hasta que Vic se fue a vivir a las afueras. Luego, al hacerse mayores volvieron a juntarse cuando Vic ingresó en el Cuerpo de Guardia, dos años atrás.
—Maldita sea, un poco más y no llegas a tiempo —le dijo la rubia al volver tocar el suelo.
—¿A tiempo para qué? —se extrañó Vic.
Meredith la miró poniéndose seria.
—Me caso —dijo con el tono de quien sabe que no será una noticia bien recibida.
Vic frunció el ceño —. Oh, vaya. ¿En serio? —intentó finjir contento ella, pero le salió forzado.
Un año antes, la otra componente de su grupo de amistad, crecida junto a ellas y casi tan alta como Vic y casi tan rubia como Meredith, también se casó, y no habían vuelto a saber de ella. Tenía mucho que ver con que Mirianne había ido a vivir a otra ciudad, pero aun así dolía.
—No me voy a ir de Ávalon, si es lo que piensas —sonrió a medias la rubita.
—... ¿Pero...? —Vic animó con dudas a continuar la explicación a su amiga.
—Los padres de Rudolph regentan una taverna al otro lado de la ciudad, por lo que deberé dejar la posada.
Vic se entristeció. La posada de los padres de Meredith había sido su centro neurálgico toda la vida, tanto de cuando era pequeña y su madre trabajaba en palacio, como ahora que era ella la que trabajaba en la ciudad. No ver a Meredith siempre que la necesitara iba a ser un mal golpe para su estabilidad, más después de todo lo que había pasado esos dos últimos meses.
—Vamos, no pongas esta cara. Puedes venir a verme siempre que quieras. Lo sabes, ¿no?
—No será lo mismo, pero bueno, no pasa nada —se esforzó en sonreír la guerrera; su amiga no se merecía que se pusiera en plan egoísta. Era normal que la vida de cada una tomara su propio rumbo, solo que parecía que el suyo fuera por un camino cada vez más distinto al de sus almas gemelas, ya que no conseguía relacionarse bien con ningún chico de los que gustaba —. ¿Y quién es el afortunado? Porque yo no recuerdo que tuvieras a nadie en el punto de mira, últimamente.
Meredith rió nerviosa, más ilusionada y asustada a la vez que no por reconocer que sus pretendientes aceptados eran mas bien escasos.
—Todo ocurrió tras marcharte. ¿Recuerdas que iba a ir a casa de mis tíos a pasar unos días? Pues fuimos a una fiesta con mi prima, y allí lo conocí a él. Fue amor a primera vista... Aún no me creo que solo tuviera ojos para mi. Confratenizamos el resto de mi estancia, y poco después de volver yo a casa, él vino hasta aquí para pedir mi mano. Dijo que unos pocos días sin verme y el corazón ya se le partía. ¿No es bonito?
Los ojos de Meredith brillaban durante toda su narración. Vic la vió tan contenta que solo pudo alegrarse por ella. Si ese chico la hacía tan feliz, ella no diría ni haría nada para estropearlo, sino al contrario. Le daría todo su apoyo y procuraría hacer todo lo necesario para seguir viéndola y mantener su amistad a la vez.
—Es precioso. Espero algún día tener tanta suerte como tú, maldita.
—¡Claro que sí! Una chica tan bonita como tú no pasa desapercibida. Seguro algún día también te encontrarás con tu chico perfecto.
Unas presencias parándose tras ellas las interrumpieron.
—¡Vic, qué gratos los ojos! ¿Cuando has llegado? —. Quien la interpelaba era el padre de Meredith, tan menudo como ella.
—Pues hace solo unos minutos. La verdad es que hemos venido directamente aquí —aclaró la guerrera, ya que normalmente solía pasar primero por el cuartel —. Mis amigos necesitan un lugar donde hospedarse.
Al nombrarlos, fue cuando su amiga recordó de que no había llegado sola.
—¡Es verdad! ¿Nos presentas a tus acompañantes?
—Sí, claro. Ella es Jezzabell, una sacerdotisa del norte, y él se llama Toran y es alquimista. Nos conocimos durante mi viaje y nos hemos hecho muy amigos.
—Pues tus amigos pueden considerarse bienvenidos. Les otorgaré la mejor habitación doble que tengamos —ofreció el posadero.
—¿Habitación doble...? —casi tartamudeó Toran.
—Sí, una con una cama doble. Y podemos añadir una cuna para su precioso bebé —contestó la madre.
—¡No! —exclamó Jezz —. Nonononono, no puede ser una sola cama. Es más, tampoco una sola habitación. Preferimos dormir separados, no importa si gastamos más.
—¿Cómo van a dormir unos padres separados? —se extrañó la posadera —... ¡Aaaah, es por el lloro del bebé! Usted prefiere poder descansar, ¿no? —dedujo ella señalando a Toran.
—No, no es eso —negó Vic, divertida.
—Yo no soy su padre —afirmó Toran, todo serio.
—No estamos casados —recalcó la sacerdotisa.
—Nunca hemos hecho... Eh... —continuó el alquimista, cortándose confundido por lo que estaba a punto de aclarar.
Una situación incómoda se instaló entre ellos, incluso enrojecieron al pensar en lo que se había insinuado.
—Oh. Vaya — la madre de Meredith parecía no saber dónde meterse —. ¿Entonces dos habitaciones? Ningún problema, voy a prepararlas —resolvió como si lo dicho anteriormente no fuera algo incómodo, actuando con normalidad, como si nada relevante hubiera pasado.
Las dos amigas observaron estupefactas a la mujer marcharse escaleras arriba.
—Siempre me maravilla ver lo diplomática que puede llegar a ser tu madre —observó Vic, tan atónita como los demás, incluida Meredith.
—Nunca aprenderé a ser como ella —añadió la rubia.
Y era cierto. Madre e hija eran tan contrarias que parecía mentira que una hubiera salido de la otra.
—Bueno, como ya está todo arreglado os dejo por el momento —dijo de pronto Vic a los demás —. Debo ir a personarme al cuartel si no quiero que me levanten una acta, ya que he dejado constancia en la puerta de mi entrada a la ciudad. Volveré en cuanto pueda, como muy tarde antes de almorzar.
—Ve sin cuidado, nos espavilaremos. Lo último que queremos es crearte problemas —la tranquilizó Toran.
—Eso, ve tranquila —añadió la sacerdotisa —. De momento no nos moveremos de aquí, al menos no yo.
Vic asintió y observó como sus amigos eran llevados al interior de las entrañas de la posada. Meredith parecía querer decir algo más, cuando un estrepito emergió de la cocina, cosa que la obligó a ir hacia allí.
—Lo siento, nos vemos luego —se disculpó antes de meterse en ella —. ¡Maldito gato! —oyó que gritaba luego su amiga, mientras el animal salía por la puerta como alma que se la lleva el diablo justo cuando nuestra guerrera ya estaba fuera.
Caminó contenta hasta su destino. Volvía a sentirse en su ambiente. Entró en el cuartel y se dirigió presta a las oficinas. Era curioso que todo el mundo la mirara mucho. Debían haberla extrañado, no así ella a ellos, pensó divertida. Entonces se plantó ante el mostrador principal y, con orgullo, plantando su mano sobre la madera y emulando al gran heroe John el Justo, dijo toda digna:
—Ya estoy aquí.
El que estaba al otro lado, Darío, la miró igual que los otros con los que se había estado cruzando. Era un viejo guardia delgaducho, con gafas y bigote, alguien más adecuado para los libros que para la espada. Pero merecía el respeto de todo el mundo por conseguir mantener siempre el orden en la caserna.
—¿Y qué narices haces tú aquí?
La pregunta descolocó un poco a Vic. Pero no por ello se rindió.
—Pues... Que he vuelto.
—Eso ya lo veo.
—¿Entonces dónde ves el problema?
—Pues que no deberías estar aquí. Estás de vacaciones, ¿no?
—Sí, pero las termino hoy.
—No.
—Que sí.
—Y yo te digo que no. Vas una semana adelantada.
—¿Cómo que... una semana adelantada? Llevo cuatro semanas fuera —enfatizó la guerrera. Oficialmente las vacaciones siempre eran de cuatro semanas por año.
—Pero te falta la quinta.
—¿Pero...? ¿Qué quinta?
—La de días acumulados por no hacer fiesta cuando te tocaba.
Vic se quedó a cuadros. ¿Cuando se había saltado una fiesta?
Ah sí, la vez aquella que... Y esa otra vez, que esos idiotas le jodieron el finde... Y aquel otro día, por la fiesta de..., y... Si se paraba a pensar, sí había tenido un año complicado con ese tema. Estar al filo de la defensa de la ley era algo superior a ella; no podía con las injusticias.
—Oh. Vaya. ¿Y ahora que hago?
—Es una suerte que no hayas ido antes a descargar tus bártulos a tu habitación, por lo que solo vete y no vuelvas hasta la semana que viene. Así de sencillo.
—¿No puedo...?
—Nop.
—Es solo una sem...
—He dicho que no. Las normas son las normas, ya lo sabes.
Vic miró a su terco compañero algo jodida. No le gustaba que los planes no se le cumplieran. No es que fuera algo malo, era solo que salirse del planning la desajustaba y le daba sensación de descontrol. Ahora debería pensar en qué hacer esos siete días de más. Por suerte, se le ocurrieron de pronto muchas cosas gracias a las novedades. Ahora tendría más tiempo para hacer de anfitriona, para gozar de la compañía de su amiga antes de que se casara, de pensar qué hacer con la espada y el cetro... ¡Ay va, eso! ¡Casi se olvida!
—Oye, Darío, encontré unas reliquias avalónicas durante mi viaje. ¿Sabes a quién debo dirigirme por este tema?
—Pregunta en palacio. Creo que este tipo de cosas las llevan los del registro tesorero, o puede ser los del sacerdocio, o los alquimistas... Ay, no lo sé.
—Vale, ya preguntaré allí. ¡Gracias!
Y de un giro volvió sobre sus pasos. Esa semana libre le iba a ir al pelo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top