🔑 12. El juramento.
—Qué fastidio...— gruñó Vic observando a los tres maleantes tirados por el suelo, dos inconscientes y uno retorciéndose de dolor.
—¿Qué pasa?— preguntó la sacerdotisa.
Vic no contestó de inmediato. En vez de eso empezó a rondar nerviosa, pensando en algo que la carcomía.
—Mierda...— se plantó al final con los brazos en jarra. —Esto nos va a desviar de la ruta, y no puedo retrasarme más.
—¿De qué hablas?— dijo el alquimista extrañado.
—¡De estos estúpidos! ¡Al menos la otra vez tuvieron la decencia de huir y ahorrarme el trabajo!— hizo un bufido la guerrera. —Pero ahora tendré que llevarlos a la comisaría más cercana, ¡y está en la dirección contraria a la que yo debo tomar! Eso nos llevaría dos días de retraso. Y ya voy justa de tiempo...
Vic hizo una pausa al darse cuenta de que los otros no le seguían el hilo. Por lo que se explicó.
—Es que mi plan era pasar un día entero en casa con mis padres y descansar, y a la mañana siguiente pasarme por el cuartel para activar mi alta en el servicio, pero por culpa de estos...— le dió una patada de rabieta al líder de los asaltantes, aun inconsciente, —... no sólo no voy a poder hacerlo sinó que encima no llegaré a tiempo al cuartel. ¡Y siempre he llegado a tiempo!
Toran y Jezz la observaron con detenimiento. Era curioso verla en ese estado, perdiendo los estribos. Parecía como si no fuera posible debido a su talante calmo, pero ahora estaban viendo la humanidad que se escondía bajo esa capa de autocontrol.
—¿Entonces porqué no los has matado?— le preguntó Toran rascándose la cabeza. Realmente eso hubiera sido más fácil. —A mi no me hubiera importado poner mi granito de arena.
—¡Porqué no puedo hacerlo!— se exasperó la guerrera. —¿Qué más quisiera yo? ¡El juramento me lo impide...!
Toran se rió un poco.
—Pero... si sólo es por un juramento, por nosotros no tenías que sufrir. No hubiéramos dicho nada. ¿Verdad que no, Jezz?
La sacerdotisa sacudió la cabeza confirmando las palabras del guardian de la llave.
—Ya, pero es que este no es el problema...— negó Vic con voz reducida a pura ansiedad, y con un hilo de voz añadió: —Este juramento es mágico.
Los otros dos la miraron sin entender. ¿Un juramento mágico? ¿Cómo que un juramento "mágico"?
—¿Qué quieres decir con que es mágico?— dijo nervioso el alquimista.
La verdad es que Toran no había oído nunca hablar de juramentos mágicos fuera de las congregaciones de magos. Sabía por historias que circulaban que no eran algo fácil de manejar. Entonces miró a Jezzabell, y por la cara que ponía esta parecía que ella tampoco lo veía claro. Incluso diría que esa idea la preocupaba.
—Es... algo nuevo.— empezó a explicarse de nuevo Vic. —Mirad: como siempre ha habido problemas para controlar el uso del poder que da la ley a un guardia y a cualquier persona que trabaje dentro del sistema, la sociedad siempre ha buscado la manera de limitarlo.
»Hace poco empezó un movimiento en algunos países, como por ejemplo el mío, para fusionar las distintas especializaciones (Guerra, Alquimia y Magia) con los quehaceres de la rutina vital de nuestra sociedad en aras a una mejora funcional. En Avalonia hemos avanzado mucho al reforzar el ámbito jurídico con magia, tanto penal como civil. De eso último es de donde han surgido los juramentos mágicos.— Vic hizo una pausa y suspiró levemente. —Estos, una vez pronunciados, te resulta imposible no obecerlos.— rió algo desquiciada. Luego, tras calmarse, se explicó un poco más. —En el caso de mi juramento, este establece que no puedo actuar por encima de lo que merece el agravio, y así se evita el abuso de poder.
»Por eso, por mucho que estos tres sean un peligro potencial para cualquier ciudadano, no puedo matarlos a menos que ya hayan hecho algo por lo que merezcan la pena de muerte.
—Pero estos juramentos tienen su peligro...— avisó Jezzabell.
—Lo sé. Y lo saben, créeme, por eso los juramentos de carácter mágico están limitados sólo a estamentos gubernamentales, y bajo un riguroso examen para evitar males mayores.
—¿De qué estamos hablando exactamente...?— preguntó Toran aun algo perdido. La burocracia no era lo suyo y no entendía qué problema podían entrañar esos juramentos.
—De que no se puede hacer un juramento o declarar un compromiso a la tun-tún,— le aclaró la sacerdotisa, —porqué quedas atado a él de forma casi perpetua y, si hay algún fallo gramatical o de forma, posibilita que alguien lo pueda usar en tu contra, y entonces estás perdido.
—Sí, por eso los únicos que pueden dispensar tales tipos de juramentos son los de la Sección Mágica de Derecho.— añadió Vic.
¿O sea que ahora los mago-sacerdotes podían ser funcionarios?
—Oooh dioosess... Me está entrando dolor de cabeza.
—¿Pero lo has entendido?
—Creo que sí. Hiciste un juramento que te obliga a seguir un procedimiento concreto a partir de una causa, ¿no? Tanto si quieres como si no. No tienes manera de oponerte.
—¡Exacto! Y ahora entiendes también porqué estoy tan enfadada, ¿verdad?
Oh, sí. A él también empezaba a mosquearlo. Adiós baño termal.
—Pues si no hay otro remedio...— se encogió de hombros el alquimista sin mostrar su disgusto.
Aun así le pesaba, pues ya se había hecho ilusiones de un relajante baño caliente... entre otras cosas, pensó recordando que no iba a ser el único en bañarse.
—Sí hay un remedio. — los interrumpió Jezzabell. —Yo sé cómo arreglar esto.
—¿De veras?— dijo Toran, de pronto risueño.
—Toma un momento a... al bebé. Oye... ¿cómo se llama el bebé? Aun no nos lo has dicho. Y bueno, si es que tiene nombre.
—Axel. Barón Axel III de Median.
—Ooooh... Bonito y pomposo nombre, pequeño Axel. Pues aguántame a Axel un ratito, voy a por una cosa.
Y acto seguido se metió tras los matorrales buscando algo. Volvió con hojas grandes de hiedra y un fino palito, y algo de resina recogida de algún tronco en una de las hojas.
—¿Qué vas a hacer?— preguntó Toran.
Jezz no contestó. En vez de eso se arrodilló ante una piedra plana y de textura fina. Puso la primera hoja sobre esa superficie y con ayuda del palito dibujó algo marcándolo. Hizo otro tanto con dos hojas más y se levantó.
—Aguántame eso.— le ordenó a Vic, entregándole las hojas. —¡Y que no se te pierdan! Ahora son una fuente poderosa de poder.
Vic miró las hojas con cara de susto y empezó a apretar fuerte su agarre sobre ellas.
—¡Pero no las estrujes!
Ante el grito a la guerrera casi se le caen. Al final optó por posarlas en sus manos haciendo un cestillo y protegiéndolas con su cuerpo.
A continuación, la sacerdotisa tomó la hoja con resina y, con el palo, les puso un poco en la frente a cada uno de los bandidos. Luego regresó a por las hojas dibujadas y las estampó en la frente de estos.
—Ya está. Y ahora voy a activarlas.
Entonces Jezzabell canturreó un seguido de incoherencias y lanzó una luz que fue absorbida por las hojas, las cuales brillaron por un par de segundos.
Lo que ocurrió a continuación tomó por sorpresa a esos dos: tanto el hombre herido como los dos inconscientes se levantaron. A duras penas, pero lo hicieron.
Y empezaron a caminar.
Los tres amigos observaron al trío de infortunados cómo quien ve pasar un tétrico desfile, el cual era lento, desgarbado y tortuoso como si un titerillero muy patoso los dirigiese. Lo hacían sin estilo, como si lo que los moviera sólo supiera de la acción de caminar el que un pie debe ir delante del otro. Y con el herido no era tan raro de ver, pero los otros dos iban con los ojos cerrados y la cabeza colgando a un lado, totalmente laxos, por lo que el resultado visual de eso era extremadamente grimoso.
—Y... ¿se puede saber adonde van?— se atrevió a preguntar Vic.
—A la comisaría.
Los dos abrieron los ojos como platos hacia ella.
—¿Qué...?— les preguntó extrañada Jezz. —¿No es eso lo que queríais?
—¿Y llegarán... solos?— dudó Toran.
—¡Síiii... no sufráis!— dijo Jezz con una gran sonrisa, despejada la duda. —He usado un hechizo de localización. Ellos irán donde deben sin parar ni un solo momento: hasta entonces nada los apartará de su camino.
—Pero yo no te he dicho a donde debían ir...— le comunicó la guerrera.
—Sí lo has hecho.
—¿... Cómo?
—Has dicho "a la comisaría más cercana", y eso he escrito yo. Ellos irán a la comisaria más cercana y, una vez allí, darán todo el informe.
—¿Qué?!
—¡Traanquiilaaa...! Está todo cubierto, o sea que ya nos podemos ir.— dijo la rubia volviendo a tomar al bebé. —¡Venga, vamos!— los animó al verlos aun sumidos en la estupefacción.
—P-p-pero...
—¡Vamonos ya! No pensaréis que con todo el embrollo me haya olvidado de que os urge un baño, ¿eh, par de cerditos?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top