🔑 10. Cambio de aires.

Toran suspiró al hacer esa pausa en su relato. Los recuerdos de semanas atrás aun vivían con fuerza en su memoria, doliéndole por igual que cuando todo ocurrió.

Haber tenido que abandonar a la fuerza a su maestro aun lo carcomía, pues tenía la seguridad de que el alquimista mayor no pudo a salir con vida del castillo, igual que todos. Y le dolía a pesar de saber que no había tenido otro remedio, que esa era la única salida.

—Durante mi huida, fui testigo de cómo de despiadado era nuestro enemigo.— retomó el hilo Toran ante la aun expectante mirada de sus nuevas compañeras de viaje. —Al no encontrar el bebé en el castillo, ese ejército salido de la nada empezó a buscarlo por toda la región, arrasando por donde pasaba, y cuando no encontraban lo que buscaban, exterminaban toda vida que los hubiera visto; no sé si como castigo o por otra razón más retorcida. La cuestión es que... no creo que dejaran a nadie con vida.

Un espeso silencio los envolvió tras esa última y terrible frase.

Pareció que a todos les faltaba el aire, de tanta tensión como había emanado de sus palabras, aunque el ambiente también estaba invadido de una triste comunión.

—Por lo que estás diciendo... ¿el niño y tú sois los únicos lugareños supervivientes...? - rompió ese silencio Jezzabell con preocupación.

—Sí...

—Pero... no lo entiendo.— dijo Vic. —Una masacre así debería haber llegado a oídos de otros países, tarde o temprano. ¿Porqué no se sabe, entonces?

- Mi país esta lejos de las rutas habituales de comercio de esta zona. Está al otro lado de la Cordillera de Fuego.

—Uff, eso es muy al sur. —soltó Vic, visiblemente preocupada. —Realmente está casi al otro lado del continente. Pero tú, para ir de allí hasta aquí en sólo dos meses... tienes que haber atravesado la cordillera...! Sólo de esa forma es posible que lo hicieras en ese tiempo!

—Sí, eso fue lo que hice: no tuve otro remedio. Era mi única salida, ya que esa era la última ruta que creerían que tomaría.

—¿Y cómo lo hiciste?? A partir de cierta altitud, ¡es peligroso! ¡Esas montañas son literalmente todo fuego! ¡No llaman a la cordillera con ese nombre por que sí!

Toran sonrió tranquilo ante su alborotada actitud.

—Como alquimista, tengo los conocimientos suficientes de las minas de allí, ya que solía visitarlas con frecuencia. Fue a través de ellas que escapé, después de salir del castillo por un largo túnel secreto que lo conectaba a ellas. Tardé tres días en llegar al otro lado.

»Después, por un tiempo creí estar a salvo. Hasta que vi por primera vez a los huargos. Me fue por los pelos. Por suerte, cuando nos encontraron se hallaban al otro lado de una gran cascada que formaba un ancho y hondo río en esa parte. Eso me dió tiempo de escabullirme y camuflar mi rastro. Y así es como me he mantenido desde entonces, sin parar de correr, evitándolos y esquivándolos a todas horas, sirviéndome de la alquimia para ello.

»Hasta que me encontrasteis.— dijo mirándolas a ambas con una ligera entonación acusativa, más bien dirigida hacia Jezz.

—Era el destino que nos encontraramos, Toran.— se defendió la sacerdotisa.

—Jezz tiene razón, Toran.— la corroboró Vic, aunque a Jezzabell la sorprendió visiblemente que la guerrera se tomara esa libertad de recortar así su nombre. Pero ella continuó hablando como si nada. —Con los huargos pisándote los talones, era cuestión de tiempo que al final cumplieran su cometido. Tarde o temprano hubieran encontrado la ocasión para atraparte.

Toran finalmente suspiró, reconociendo su situación.

—Supongo que tenéis razón...

Dicho esto, los tres se volvieron de nuevo hacia el camino. Mientras hablaban habían aminorado el paso, por lo volvieron a coger un ritmo de nuevo algo más vigoroso.

Estaban bajando a un valle más grande, por lo que la temperatura estaba mejorando y, al ser mediodía, incluso hacía calor.

Por eso Vic no llevaba puesto el yelmo. Ahora colgaba de su mochila bajo la capa, la cual traía retirada hacia la espalda y bajo su escudo, también colgado de sus hombros junto con la enorme espada. Así su pinta no era tan amenazante. Incluso diría que por fin veía la persona que en verdad era: una mujer joven, fuerte y bonita.

Los rayos de sol se filtraban a través de la ligera hojarasca invernal del bosque de robles y alcornoques y se reflejaba en el cabello profundamente caoba de la muchacha, y también sobre su piel dorada por la intemperie, aunque algo le decía a Toran que aquel tono trigueño era natural en ella, ya que la palma de sus manos mantenía ese color. Todo su aspecto, menos su altura, le recordaba a su gente, haciéndolo añorar de nuevo su casa, su familia... pero a la vez dándole un sentimiento de haber recuperado algo. ¿Sería así toda la gente de Avalonia?, se encontró preguntándose.

—¿Qué es este olor?— interrumpió sus pensamientos Jezzabell. Iba de nuevo detrás de ellos, a sólo un par de metros de distancia. —Hace un rato que lo huelo... ¡y está resultando insoportable!

—¿De qué hablas?— preguntó Vic.

—¿Vosotros no lo oléis...? Cada vez es más fuerte.

—No.— contestó él.

—Yo sí lo huelo.— insistió la sacerdotida. —Es como si me pasara un rebaño de vacas por al lado en pleno verano. ¿Seguro que no lo oléis?? ¡Es exagerado! Y viene de delante nuestro.

Los dos negaron con la cabeza, y extrañados pararon en seco, con lo que Jezz casi chocó con ellos.

De pronto se puso una mano en la nariz, tapándola con fuerza.

—¡Maldita sea!— exclamó apartándose de ellos.

—¿Qué te pasa...?— dijo Vic extrañada por su actitud.

—¿Te ocurre algo...?— le preguntó Toran.

Jezzabell siguió en esa postura, ahora señalándolos.

—¡Sois vosotros!— los acusó. —¡Sois vosotros los que apestáis!

Los dos se quedaron petrificados, y luego se olieron a si mismos con una risa nerviosa.

—Aivá, pues es verdad.— dijo Vic sonrojándose un poco.

—¿En serio?— dijo oliéndose aun Toran. Luego se acercó un poco a Vic para olerla a ella. —Pues yo no huelo nada.

Vic se acercó un poco de lado a Toran.

—¿A ver?— e inmediatamente se retiró. —¡Por dios! ¿Como no puedes oler eso!?

—¿Huelo mal?

—¡Sí!! - gritaron las dos mujeres al unísono.

—Aah, seguro que no consigo oler por llevar tanto tiempo trabajando en un laboratorio... Se me debe haber atrofiado el sentido del olfato para superar algunos olores químicos...

—Pero es raro... Hasta ahora no hemos notado este olor, y mira que canta...— comentó Vic.

—Debe ser por el calor.— le contestó Jezz. —Habéis empezado a transpirar y encima os habéis quitado capas de ropa para ventilaros. Todo este olor sólo estaba encapsulado esperando la oportunidad para escapar.

—Oops, debe ser eso, sí.— reconoció Toran.

—Claro, tantos días fuera de casa...— comentó Vic. —Como un mes.

—Debemos encontrar un río ya.— dijo Jezz toda mandona. —¡Esto es insufrible! Hay que bañaros.

—Será bañarnos. ¿O acaso te quieres librar?— dijo seco Toran. Si se pensaba que sólo ellos necesitaban un baño, andaba lista.

—Yo no necesito ningún baño.

—¿Cómo que no?

—Como que no. Yo salí de casa hace apenas dos días...

—Dos días sin cambiarte de ropa y sin parar de moverte.

—¡Pero es que... el agua de los ríos es muy fría...!— se quejó Jezz.

—Yo sé de un lugar mejor que un río, y da la casualidad de que está cerca de aquí.— dijo Vic, y caturreando con alegría añadió: —¡sé donde hay aguas termales...!

—¡Ooh, pero que dices!— se alegró Jezz de inmediato. —¡Realmente es algo mucho mejor!

—Emergen de unas cuevas cerca de aquí, a un par de horas de camino, creo. Vamos. No nos va a desviar mucho del...

—¡ALTO AHÍ!— los paró una voz ajena.

Delante de ellos habían aparecido tres tipos que les obstaculizaban el paso. No eran guardias ni soldados. La forma de llevar sus vestimentas los delataban como asaltadores de caminos, por como se cubrían los rasgos y otros distintivos. Además, llevaban armas y las blandían contra ellos, amenazantes.

—Oh, vaya.— la voz de Vic sonó con fastidio. —¿Otra vez vosotros...?

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