Tercer acto: El Centro de Gravedad


Finalmente, concluí que lo mejor para esta historia es que actualice una vez cada dos semanas. Espero también que con el tiempo esto gane un poco más de popularidad. Bueno, para este capítulo pido que pongan atención a los detalles porque todo lo que puse es de suma importancia para el resto de la historia, yo diría que a partir de aquí es que empieza a desarrollarse la trama principal, pero no daré spoilers.  Sin más que decir...

∫Minisang dx = Love + C

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¡Qué jugarreta le estaría haciendo el universo en ese momento!

Es decir, por qué ahora, por qué no antes. Qué habría más allá de su entendiendo que pudiera para con él oponerse tan imperativamente a la naturaleza de aquel fruto.

De seguro su psiquis estaría viéndose en aprietos a causa de algún trastorno, y si no fuera eso, al menos terminaría chiflado de solo reparar en la decena de posibilidades por las cuales un soso árbol le tendría a punto de un desmayo. Si acaso no sería el árbol en sí, sino sus frutos, los cuales podía divisar incluso desde su posición; el escarlata de esas enormes manzanas cegando su visión.

Todavía y, ajustándose al famoso refrán, la curiosidad sería la causa de su pronta muerte, porque siquiera hubo meditado con claridad sus opciones, ya una parte de sí habría tomado la delantera habiéndose armado de valor para aproximarse al árbol con cautela, cuidando de su espalda y de sus pisadas tras observar detenidamente todo el perímetro, no queriendo que alguna otra persona, animal o cosa le diera la sorpresa que pusiera fin a su vida. Y es que su corazón latía al ritmo del temor, de la angustia, ¿o sería de impaciencia?... el caso es que estaba preocupado por el arrebato que tenía de momento en su cuerpo, pero si había llegado hasta allí cuando menos buscaría alguna respuesta antes de morir.

"¡Todo esto no puede ser una simple coincidencia!"

Exclamó para sus adentros, aprovechando su repentina intrepidez para dar otro paso más cerca del objeto de su decadencia, advirtiendo entonces, la ternura del colchoncillo de hierbas que recién amansaba sus adoloridos pies. Qué descuidado de su parte el haber salido sin calzado, aunque ya después tendría tiempo de reprocharse tal negligencia, en esos momentos lo más importante para él era satisfacer las incógnitas en su mente, y es que a esas alturas del partido no iba a dejar que nada ni nadie, le detuviera.

De esa manera al ir reduciendo la distancia, su quejumbroso corazón se iría retrayendo cada vez más en su pecho, como si intentase huirle a eso, a lo inexplicable. Lo innombrable que su mente emplearía para incitarle a indagar en la procedencia de sus males, y que también, generaría el movimiento involuntario en el resto de su cuerpo.

No es que como si a alguien llegara a importante, pero eran demasiadas las cosas que le pasaban de refilón: Los pensamientos cual flecha veloz dando en el blanco, en la diana que era su consciencia. Tantas cosas había en su mente que de un momento a otro se sorprendería al descubrirse bajo la sombra del macizo, su ardiente piel agradeciendo la frescura de la brisa que soplaba y que al estar bajo el sol difícilmente llegaría a distinguir.

Entonces, en el momento que hizo de frente al árbol estando tan cerca que con sólo alzar el brazo le tocaría con la mano, fue cuando se hubo percatado de algo.

Ese detalle que, de estar relatando a otros su historia le habría causado gracia a más de uno. Y es que, no reparó con anterioridad cuánto habría humanizado a la planta, es decir, todo el rato había estado fantaseando con confrontar al árbol, como si este fuese a intimidarse y acto seguido fuese a propinarle un montón de verdades. Como si el árbol fuese otro, un hombre, un muchacho con el cual hubiera tenido una acalorado encontronazo. Sin embargo, él árbol no era él, no era siquiera quién... era sólo un qué. Y qué respuesta le daría a él un qué, si los árboles no hablaban. Todavía no serían objetos inanimados, pero en efecto ni estaba loco ni trastornado porque él sabía muy bien que los árboles no hablaban.

Se consideraba ignorante al hecho de que estos pudieran comunicarse por medio de algún lenguaje y, aunque pudieran, no sería ni la sombra de lo que conocía porque, acatando a sus enseñanzas, los lenguajes eran facultad del ser humano, un conjunto de signos y fonemas que daban pie a la comunicación de su misma especie. Entonces, qué habría de comunicarle un árbol si este carecía de boca, en todo caso, si tuvieran manos responderían con señas pero no era la cuestión, siquiera las plantas tendrían cerebro para razonar en lo que decían o quisieran expresar.

-¡Qué estupidez!

Diría a la nada frustrado por tal realización, arrugando el ceño cuando su propio alboroto le hubo causado una punzada en su ya adolorida cabeza. Giraría entonces sobre sus talones empezando una marcha presurosa en torno al macizo en busca de una pista, algún grabado que hubiesen dejado allí (vaya usted a saber quién), que fuese contestación a su incertidumbre y sólo hubiese coexistido en aquel árbol para con él ser encontrado. Pero no habría tal cosa, la corteza tan sólo tendría alguno que otro rasguño que un animal había dejado allí mucho antes de su llegada.

Siendo presa del pánico y del desconcierto que se acrecentaba en su núcleo, con ambas manos resolvería alborotar su cabello, queriendo arrancárselo, pero deteniéndose en el acto. Sería entonces el momento en el que por impulso recurriría a la violencia alzando el puño en dirección al árbol, pretendiendo sacarse a fuerza bruta la frustración que sentía; sin embargo, antes de poder siquiera llevar tal acción acabo, la naturaleza le daría su bien merecida reprimenda haciendo que una jugosa manzana se soltase de una rama cayendo limpiamente sobre su cabeza.

La altura de la caída siendo tal, que la manzana en algún punto habría dejado su naturaleza frutal, pasando a ser un proyectil con la fuerza suficiente que, gracias al impacto le hubo hecho cerrar los ojos de golpe. Un aullido de dolor saldría desde el fondo de su garganta, al mismo tiempo, llevaría ambas manos a la zona afectada e inexplicablemente, la penumbra de sus ojos se tornaría blanca mientras su cuerpo se tambaleaba hasta caer en un estado de semi-inconsciencia, de espaldas a la tierra. La mitad inferior de su cuerpo quedando bajo la sombra de su desconsuelo.

-¡Oh, mi Dios!

Escuchó decir a alguien, la voz sintiéndose lejana aunque quizá era sólo efecto colateral de su desplome. Al menos ya no estaría tan ofuscado como antes, el evento anterior siendo lo justo para que las emociones rebasadas se equilibrasen dentro de su ser; todavía, se negaría a abrir los ojos percibiendo aún el punzante dolor proveniente de la parte más alta de su cabeza, justo allí donde le había golpeado la manzana. Debido a esto, no le prestaría mayor importancia a la voz, decidiendo así, continuar al filo de su desdichada mortalidad. No obstante, a pesar de tener sus ojos cerrados continuaría filtrándose la claridad por entre sus párpados.

Para entonces, tampoco haría el mínimo intento por levantarse, pensando que sería mejor aprovechar cuanto durase ese momento de paz, ese tiempo fuera que le había inducido el universo; sin embargo, reparó en el sonido de un algo que parecía aproximarse a su cuerpo con rapidez. Escuchó el crujir de la ramas y luego unas par de fuertes zancadas en el suelo no muy lejos de él, de pronto recordaría la voz que anteriormente habría escuchado, pero teniendo temor de que fuese un extraño a punto de causarle algún daño permaneció estático, apreciando luego como aquella figura se posicionaba a un costado de su cuerpo bloqueando así los rayos del sol.

-Oh, mi Dios... tenga piedad sobre mí, no me diga que he pecado a causa de mi torpeza.

Escuchó decir al extraño en el mismo tono que habría usado hacía quizá pocos segundos, si acaso añadiendo un timbre más notorio de preocupación a su voz.

La curiosidad entonces sería demasiada, y finalmente atinaría por abrir lentamente sus ojos dando el tiempo correspondiente a su mirada para enfocar las imágenes de su entorno. El mundo todavía dando vueltas hasta que las imágenes percibidas por su retina le proporcionasen una visión que su cerebro se encargaría de no olvidar jamás.

Anonadado hubiese sido el término más adecuado para explicar su actual estado, y es que sólo con dar una mirada al rostro de aquel muchacho le bastó para quedar sin habla. No supo hacer más sino pestañear varias veces para corroborar la veracidad de la existencia del otro en ese preciso momento y lugar, cuestionándose la propia, pensando que quizá con aquel golpe su mente habría ido a para a otro plano donde los seres humanos eran si quiera similares a como describían a los ángeles.

-¡Gracias a Dios, sí estás vivo!... Oiga, ¿puede oírme?, ¿se encuentra usted bien?...

De pronto la voz de aquel ser, aquella persona, empezaría a llamar su atención de nueva cuenta devolviéndole una vez más los pies a la tierra. Seguiría escuchando la consternación del desconocido en cada una de las preguntas, pero más que apresurarse a contestarle seguiría bajo el hechizo que los ojos opuestos le habrían tendido. Para cuando se hubo dado cuenta, ya se habría incorporado sobre sus antebrazos, el dolor en su cabeza hacía rato olvidado y, estando únicamente a las órdenes de su corazón con la diestra descubriría la tersa piel del otro bajo sus polvorientos dedos, advirtiendo así la sensación tan real que hasta le hubo sacado un jadeo involuntario de los labios.

-E-eres... ¡eres real!

Atinó a decir, parpadeando con rapidez, su mano aun delineando superficialmente el perfil de aquel extraño.

-¿Lo soy?... pues, ¡claro que lo que soy!

Clamaría el otro, y como era de esperarse el mismo le lanzaría una mirada de confusión, más, no se apartaría dejándose hacer por su mano, la cual terminó cediendo a su nueva voluntad de servir a su cuerpo para acomodarse sobre la tierra, notando entonces lo sucia que había dejado la piel antes prístina de aquel extraño.

-A-ah, yo. Sí. Disculpe usted, es que... ¡el golpe! Sí, algo me ha golpeado muy fuerte.

Se apresuró a decir, apenado de su conducta tan inapropiada. Él no era quién para invadir el espacio personal de un desconocido, todavía, habría corrido con la suerte de que este fuese amable y no le hubiese dado un manotazo. Podía sentir el calor alojado en sus mejillas, y sabiendo el rubor de las mismas, esperó que la tierra en su cara sirviese de distracción a su adverso, que el otro no se llegara percatarse del revuelo que le había causado en el cuerpo.

Escucharía entonces una risilla tan sutil que de no haber sido por la cercanía que compartía con el extraño se la habría perdido. Y vaya que agradeció haber sido partícipe de aquel milagro, porque la alegre curva que hubo acentuado los pómulos y labios rosados de su adverso, era quizá lo más bello que alguna vez hubiese tenido la dicha de ver.

-Sí, lo sé. Ha sido mi culpa, no me he fijado de que hubiese alguien bajo la copa del árbol, de haber sido así habría tenido más cuidado. Mis disculpas.

Explicó el desconocido, disculpándose luego por sus actos, pero no le importó tal cosa, es decir, aunque no le hubiese ofrecido una disculpa le habría perdonado de todas formas porque más allá del hecho de carecer de rencor, la gentileza de aquel tono, de aquellas palabras... lo hubo sido todo para con él derretir su corazón.

-N-no hay cuidado, no es necesario que muestre su aflicción. Estoy bien, sí. Me encuentro bien.

Repitió, obsequiándole una genuina sonrisa al otro, adelantándose así a la chispa de tristeza que a asomándose por las comisuras de aquellos belfos amenazaba con transforma tan bello gesto en una mueca de tristeza.

Más tarde y, a pesar de sus intentos su opuesto no parecería quedar muy convencido. Acto seguido, intentaría hablar una vez más para corroborar su estado, sin embargo, el otro le haría atragantarse con sus propias palabras cuando de manera sorpresiva hubo enmarcado su cara entre sus palmas.

-¿Seguro se encuentra bien? Es decir, no es por ser un entrometido, pero justo después de golpe se cayó de espaldas y, ahora que lo pienso... es curioso, pareciera como si usted hubiese estado... llorando...

Comentó el otro sin más, apuntando a lo que ya había olvidado, y que para el momento no tendría relevancia.

Pero entonces, aquel extraño tendría que darse cuenta del porqué de su tan profundo silencio, es decir, no habría manera de que el otro no pudiese sentir lo que ahora acontecía entre ellos. Todavía, sería inexplicable, porque tal exaltación de sus sentidos no tenía razón. Lo más cercano a describir lo que sentía, era que jamás en sus quince años de vida habría sentido exactamente eso... el estar en plena facultad de indicar, que en efecto, se sentía vivo.

El resplandor que hubo advertido en la mirada ajena dejaba en pena a las estrellas. Sin ánimos de declarar falsedades, cada minúsculo detalle de aquel rostro de piel blanquecina sería desde ese momento y por siempre para su persona, el vivo retrato de la perfección.

Segundos más tarde de tan importantísimo y personal testimonio, reparando rápidamente en lo que su adverso le habría dicho, se encontraría otra vez avergonzado consigo mismo por no ser más que un libro abierto. Aún sus ojos seguirían insinuando al extraño (y a quien le viera), el malestar que le habría ofuscado, habiendo quedado sus orbes lo suficientemente hinchados a consecuencia del llanto que hasta allí le habría llevado.

Pero eso no significaría nada (o quizá muy poco) porque todo cuanto hubiese acontecido antes de ellos era irrelevante y no merecía la pena hablarse en ese momento. No obstante, tampoco era como si tuviese muchas cosas para compartir con el extraño, resolvería entonces, que por el bien de sus entrañas guardaría silencio al menos hasta recuperar el habla.

De pronto ya no le sostendrían las manos adversas y junto con ellas, se iría de forma inexplicable la sensación de llenura. Aún le haría cosquillas el celaje que el tacto del otro le hubo dejado en su rostro, el calorcillo que irradiaron las manos ajenas extendiéndose por su cuello hasta alojarse en su pecho, dándole a su corazón una razón más alegre por la cual estremecerse. El desconocido, entonces, parecerían estar al corriente de algo que él no pero no se atrevería a preguntar por el qué, no haría siquiera el amago de moverse, temeroso de hacer un movimiento en falso que culminase el primero de tantos enigmas que en dos días consecutivos acabaría por ser el único en no causarle alguna molestia.

-Mi nombre... puede referirse a mi persona como Eunsang.

Musitó el que a partir de ese momento dejaría de ser un completo extraño.

"Eunsang..."

Remarcó en su cabeza aquel nombre, grabándolo con tinta indeleble en su memoria como si aquellas dos sílabas fueran el trozo de información más importante de todos.

-Eunsang.

Repitió ahora en voz alta, adorando la caricia que daría su lengua al paladar tras pronunciar la palabra, el nombre del muchacho.

-Así es y, disculpe el atrevimiento, pero... ¿me diría usted el suyo?

Cuestionó el recién nombrado mostrando una sonrisilla tímida, si acaso apenada, como quien es descubierto soñando despierto. En ese instante se le antojarían adorables los pequeños pliegues que se formarían en las mejillas del otro cada sonreía, haciendo juego con un par de hermosos hoyuelos.

Y quizá no era su opuesto el que soñaba despierto sino él, cosa que, cuando se hubo dado cuenta de ello, sacudió la cabeza con gentileza despertando a sus ofuscados sentidos. Aún no entendía por qué estando en compañía de aquel joven se sentía... así. Estaba como ido, como tonto, como desconcentrado, y aunque el muchacho le hubiese dicho su nombre, ahora que lo pensaba con un poco más de lógica no podría bajar la guardia, pues, su opuesto seguía siendo un desconocido, peor aún, alguien que merodeaba solo por el bosque. Tendría que ser prudente al hablar, porque el otro no parecía saber quién era y allí radicaba su ventaja; no obstante, su corazón le llevaría la contraria al afirmar que podía confiar en aquel desconocido. Así que dando un voto de fidelidad a su núcleo y a sabiendas que su nombre era poco común, contestó.

-Mi nombre... puede llamarme Minhee.

Tan pronto sus palabras se hubieron arrojado a la inmensidad cerró sus ojos en espera de alguna exclamación, de la respuesta que le indicase que su adverso, efectivamente, conocería su nombre, su identidad. Pero tal respuesta nunca llegó, por el contrario, el otro le ofreció un par de palabras que nunca antes habría escuchado en boca de algún extraño.

-¡Qué hermoso nombre! Sin dudas le sienta de maravilla. Minhee... sí, se escucha magnífico.

Quedó pasmado cuando el otro le contestó, pero antes de sentir alivio al ver que su adverso no tenía ni pista de quién era en realidad terminaría por quedar, más bien, confundido.

-E-espera... tú... quiero decir, ¿usted no sabe quién soy?

Titubeó un poco al hablar, no estando seguro de si aquello sería mera actuación, arrugando la cara en una mueca de disgusto.

-¿Eh?, no. Discúlpeme si he llegado a ofenderlo, pero... es la primera vez le veo, inclusive, es la primera vez que escucho ese nombre.

La honestidad que arrastraban esas palabras le dieron de lleno en el rostro, enjuagando así su desconcierto, dando paso a una mueca de incredibilidad. La misma mueca que no pasaría desapercibida por su adverso, el cual ladeando la cabeza en una gesto bastante infantil (cabe destacar), le miraba interesado como esperando una explicación de su parte. Tal explicación nunca llegó a darla, pues, todavía sentiría cierto recelo por guardar su identidad.

-Disculpe de nuevo el atrevimiento, pero he quedado con la duda... ¿debería saber quién es usted?

Tan pronto escuchó la pregunta salió de su estupor, decidiendo tomar aquella oportunidad para negar y ocultar cuanto pudiera de su persona.

-¡No, en lo absoluto! Es sólo que por un momento me pareció que usted se me hacía familiar.

Mintió y sonrió, esperando que eso fuera suficiente para despistar al otro.

-Ya veo... la verdad, creo que ha llegado a pasarme. Es decir, a veces sueño con personas que nunca antes he visto y tiempo después me he topado con ellas por alguna vereda. A decir verdad, es un acontecimiento sin precedentes, igualmente increíble, ¿no lo cree así?

Mientas Eunsang más hablaba no podía evitar sentirse aludido por su aura, la serenidad y alegría que emanaba de este siendo tanta que su pobre corazón acongojado rogaría por un segundo, por una pausa. Pero una parte de él no querría tal cosa, queriendo sacarle cuanto provecho pudiera a la compañía de ese joven, que todavía, se le antojaba como una visión de alguna fábula, de alguna novela.

-Sí, es algo increíble.

Respondió sin más que acotar, no reparando demasiado en lo que su adverso hubiese dicho.

El otro parecería meditar sus palabras antes de volver a abrir la boca, entonces, aprovechando el nuevo silencio, se tomaría el atrevimiento de examinar más de cerca la persona que tenía en frente; la vestimenta del otro similar a la suya, nada realmente pomposo más bien cómodo, si acaso incluso desgastada.

Con echar otro vistazo, estaría seguro de que aquel joven sería casi de su misma estatura y contextura, es decir, sólo lo justo para no parecer demasiado delgado. Su rostro, por otro lado, permanecía como una incógnita ligada a la naturaleza de la genética de sus progenitores.

Y es que, sin que a nadie llegase a importarle, no concebía que tanta belleza pudiera estar enmarcada en esa naricilla curveada, en esos pómulos como manzanas, en ese mentón bien colocado, ojos si acaso ambos con el tamaño perfecto hermosamente rasgados y, para cerrar con broche de oro: un puntillo que agregaría medio tono a la nota tan sublime que entonaba la canción de su rostro, un precioso lunar alojado en el lado derecho del mentón.

Si Eunsang no era una persona de buenas intenciones, al menos la belleza de su exterior haría justicia reparando en sus errores. Es decir, quizá el otro fuese como el fruto prohibido que hubo expulsado a Adán y a Eva del paraíso. No obstante, distaba de la posibilidad de que eso fuese así, ya que mientras más tiempo pasaba con Eunsang, más se advertía la humildad de su ser.

-¿Qué hace usted por aquí?, ¡oh, eso ha sido muy descortés de mi parte! Discúlpeme, quiero decir... es inusual encontrar a alguien caminando solo por el bosque, mucho más estando... así.

La pregunta le sacó fuera de su zona de confort, todavía, cuando el otro hubo apuntado hacia su estado, repararía entonces en lo desaliñado que habría de verse tras la caída que se había dado. Como reflejo sus brazos buscarían envolver su cuerpo flexionando sus piernas contra su pecho, resguardándose de forma pudorosa ante la mirada de un indiscreto Eunsang.

-¡Oh! N-no, no. No se avergüence, por favor. No pretendía ofenderle, sólo quise expresar mi desconcierto.

Se excusaría el otro, quién sonrojado peinaría sus oscuros cabellos hacia atrás ahora viéndole casi con timidez. A continuación, advertiría entonces la curiosidad y la intención del otro al seguir preguntando, no tanto por el aspecto de sus ropas sino de su rostro, dado que desde un inicio habría quedado inconclusa la conversación cuando su adverso hubo apuntado el hecho de que habría estado llorando. No obstante, agradeció que el muchacho mantuviera la compostura y no presionara más de lo debido; de cualquier forma, ellos no eran amigos, siquiera conocidos como para andar exigiéndose explicaciones el uno al otro.

Gracias a ese gesto se sintió nuevamente en confianza, de a poco soltando el escudo que se habría hecho con los brazos sobre el cuerpo. Aunque más tarde frunciría el ceño no estando muy seguro de cómo continuar la conversación con su adverso, pues, todavía no encontraba pertinente relatar a un extraño la causa por la cual habría ido a parar a ese lugar ni siquiera porque ese extraño fuese Eunsang.

-Tú... quiero decir, usted también se encuentra sin compañía.

Apuntó intentando no sonar demasiado despectivo, más, su opuesto lejos de estar ofendido sólo le obsequiaría otra de esas adorables risillas.

-Tiene razón en decir eso. Aunque, desconozco sus intenciones, pero a diferencia de usted la razón por la que me encuentro aquí es para buscar manzanas, las que se dan en este claro son las mejores del bosque. Ve usted, también, que las más dulces siempre crecen a lo alto.

Habló el muchacho, mientras con una de sus manos intentaba alcanzar algo tras su espalda, siendo ese algo una de las frutas de las cuales hablaba, la cual, por mucho sería la manzana más apetitosa que hubiese visto jamás.

-He de suponer que para esto también aplica ese antiguo refrán... "A pan duro, diente agudo".

A continuación, luego de acabar con su monólogo su contrario le ofrecería la manzana dejándola entre sus manos. Y así, reflexionando en las humildes palabras de Eunsang, tardaría un poco en darse cuenta de que, contradictoriamente, la fruta esta vez no tendría efecto alguno en su cuerpo.

Extrañado por su estado asintomático, se limitaría a examinar la manzana, repasando en su precioso color rojo, en el lustre y dureza de su piel, en el peso de la misma que esta vez no le hundiría. Todavía, no se le antojaría en lo absoluto dado que las manzanas eran por mucho su fruta menos preferida.

"Por qué ahora, por qué no antes..."

Se preguntaría de nuevo al ir braceando hacia la inmensidad de laguna mental, ciñéndose a la serenidad de las aguas calmas que serían ahora su pensamiento. Hacía rato, de haber ocurrido algo como eso, probablemente hubiera estallado pegando el grito en el cielo ante la escasez de respuestas lógicas que obtenía del universo; sin embargo, ya no vería la necesidad de montar un espectáculo. La tranquilidad, la pausa que ahora gozaba de forma más consciente siendo mucho más apreciada en su interior que cualquier otra contestación.

-Gracias... aunque, debo confesarle que no soy fanático de las manzanas.

Atinó a decir cuando pensó que ya habría pasado demasiado tiempo sin decir nada.

-¡Cómo puede ser eso posible! Bueno, cada quien tiene sus gustos, pero para mí las manzanas son una divinidad.

Exclamaría su adverso en tono de pregunta, ciertamente indignado por su declaración antes de seguir hablando. Entonces, por primera vez en mucho tiempo se permitiría soltar una risotada.

-Para serle sincero, me parece una fruta carente de gracia. Son muy duras para mi gusto, y a veces cuando las muerdes hacen doler las encías.

Explicó tras poner fin a su risa, esta vez apartando la mirada de la fruta prefiriendo poner su atención en las expresiones de su opuesto.

-Ya veo, igualmente... usted debería darle una oportunidad a esta manzana. Como usted sabrá, he probado manzanas de todo tipo y... las de este árbol tienen un encanto único.

Vería al otro encogerse de hombros con otra de sus auténticas sonrisas adornándole el rostro. El entonces amante de las manzanas le acariciaría con la mirada, adormeciéndole los sentidos con el paso gentil de sus palabras.

Y allí, a punto de decir algo que probablemente le dejaría como un tonto frente al otro, nuevamente su opuesto le haría por segunda vez consecutiva en el día, atragantarse con sus palabras al anunciar su pronta despedida.

-Bueno, Minhee. Ha sido un verdadero placer el haber hablado con usted la tarde de hoy, pero me temo que debo partir de regreso a mi hogar. Quizá, también sea lo mejor para usted.

Odió la veracidad de lo que había dicho Eunsang, más, razón tenía. Es decir, no tenía idea qué horas serían, aún habría suficiente claridad para que fuera temprano; no obstante, no podría confiarse de ello, mucho menos cuando su adverso parecía estar tan seguro de lo que estaba diciendo. Si dejaba que le alcanzase la noche en el bosque, allí sí estaría en graves problemas.

Entonces, por primera vez en largo rato volvería a pensar en sus hermanos, en lo mal que se había comportado y en lo preocupados que habrían de estar tras verle desaparecer sin dejar mayor rastro que pudieran usar para encontrarle.

Pero, ¿querría él regresar a su hogar?, la respuesta era muy simple: sí y no.

No había mucho que profundizar en cuanto a las razones que hacían de tal respuesta una contradicción, tan solo quedaba afrontar la temible realidad y esperar lo mejor.

Terminó por asentir, moviendo su cabeza con desgano cosa que no pasó desapercibida ante el ojo crítico de su acompañante.

-Oye, Minhee...

Escuchó decir a Eunsang, quien a diestra y siniestra parecía haber dejado de lado las formalidades. Sus palabras al mismo tiempo sonando discretas como si aún estuviese deliberando si lo que diría a continuación sería realmente lo correcto. Le vio vacilar un poco, sintiendo también la impaciencia del otro a través de su lenguaje corporal, el movimiento que harían las manos ajenas al jugar con las demás manzanas que habría recolectado. Pero no le importó, es decir, no importaba cuánto pudiera tardar su opuesto en hablar, o si este se fuera sin decir nada, porque después de todos los altercados (y desbarajustes que pudieran pasarle muy de vez en cuando) la paciencia seguiría siendo, por mucho, su mayor virtud.

De cualquier forma, el universo le premió esta vez, porque al muchacho a su lado no le llevó más tiempo resolver, volviendo a verle con una sonrisa antes de hablar.

-Cuando la noche se percibe profunda y ninguna estrella parezca brillar, es porque el amanecer estará a punto de llegar.

En un principio no supo interpretar lo que Eunsang le habría manifestado, siendo que el comentario parecía fuera de contexto; sin embargo, tras un par de segundos lo entendería, el porqué de las palabras que había escogido y la entonación que le había dado a las mismas.

Para cuando entendió todo, Eunsang ya estaría de pie ofreciéndole su mano. Sin decir más, no dudaría en aceptar su ayuda para así colocarse de pie, de manera inmediata el tacto ajeno le haría cosquillas bajo la piel. No obstante, ignoró el pormenor al estar de frente al otro, dándose cuenta que, tal como había pensado ambos tenía casi la misma estatura.

Aquel detalle le hubo facilitado el conectar su mirada con la ajena, acto que le hizo perderse a sí mismo, pero no en un mal sentido, más bien, como haber caído en otra laguna, así se sentiría. Repararía luego en no saber cómo agradecerle, o más bien, disculparse con el otro por las molestias que pudiera haberle ocasionado. Todavía, de manera inexplicable creería que las palabras para ese momento estarían de más, que todo cuanto pudieron haber hablado, Eunsang lo habría resumido a la sabiduría de lo último que había dicho. Por esa razón, se dejó perder en la profundidad de aquellos orbes pardos, disfrutando del tiempo que su adverso le ofrecía al darse esa silenciosa, pero grata despedida. Porque aquello dentro de todo se sentía como una, es decir, no estaba seguro de si volvería a ver al muchacho alguna otra vez, tampoco le pediría volver a encontrarse, siendo bastante obvio el acuerdo tácito que ambos habían hecho para respetar la privacidad e identidad del otro, aun así, no dejaba de antojársele tristona la situación.

Pero no diría nada al respecto, sus sentimiento quedarían bajo llave y él simplemente guardaría en su memoria el peso de la mano ajena sobre la propia, similar al de la manzana que aún cargaba.

Jamás olvidaría a Eunsang ni a su belleza, aquel pedacito de cielo que era y sería el joven, aguardaría por siempre en su memoria así como sus palabras y enseñanzas. No hacía mucho que le habría visto partir de la sombra del manzano, llevando las manzanas que había recogido en una bolsa improvisada que habría hecho al doblar su camisa al frente de su cuerpo, sujetando los bordes para que todo se mantuviera en su lugar. Su sonrisa, entonces, tan amplia que hasta sus ojos se reiría con él, su lunar también. No hacía mucho que le habría visto caminar hasta perderse entre la exuberancia del bosque y, todavía... se sentiría como una eternidad.

Volviendo a estar solo y sin atreverse a mover sus pies, se daría la oportunidad de reencontrarse con el árbol, ese que curiosamente ya no le causaría ningún malestar. Pasaría su diestra por sobre la corteza a modo de disculpa repasando los relieves antes de apartarse, dando así el primer paso fuera del claro, de la tranquilidad, de la pausa que había necesitado para pensar.

De vez en cuando giraría la cabeza para ver de nuevo al árbol, queriendo tener la certeza de que lo que había vivido no era producto de una alucinación, que así como el claro y el árbol, Eunsang no habría sido tampoco producto de su imaginación. Y su alma estaría, si acaso en calma al ver que a pesar de haber cogido distancia el claro no desaparecía como lo haría un espejismo; por el contrario, imitaría la partida de Eunsang, yéndose de a poco, borrándose a lo lejos en la espesura del bosque.

Por su parte, ya estaría habituado a dejar que sus pies tomaran el liderazgo, a esas alturas sabía que sin reparar mucho en el lugar donde estaba tendría mejor sentido de la orientación si solo caminaba. Para entonces, y mientras continuaba su caminata, vería cómo de a poco la luz parecía dejar de escurrirse por entre la copa de los árboles, la claridad siendo tan escasa que tendría que empezar a poner atención a los caminos que tomaba y por dónde daría sus pisadas; después de todo, no podía darse el lujo de volver a rodar colina abajo.

Siguiendo con la caminata sus pensamientos no variarían demasiado. Cosas como lo ocurrido antes de su viaje inesperado, detalles del claro y las palabras de Eunsang, se repetirían constantemente en su cabeza, la cual a pesar del tremendo golpe que le habría dado la manzana; todavía, no le permitiría olvidar nada de lo que habría vivido ni siquiera aquellos detalles que más tarde no serían sino simplezas.

Siendo sincero, no le importaba el acordarse de boberías y que su mente se las repitiera una y otra vez. Lo único que quería era volver a su hogar.

"Mi hogar..."

Pensó, sintiendo foráneas tales palabras porque después de haber estado en el claro, tras haber experimentado esa nueva invariabilidad, esa nueva pausa que verdaderamente habría hecho una diferencia empezaría a preguntarse qué tendría de diferente el claro con el castillo, si la fortaleza habría sido su hogar desde un principio.

La pregunta le calaría hasta el tuétano de los huesos, siendo quizá lo único que todavía mantendría vivo dentro de sí aquel sentimiento de desasosiego. Sin contar la desdicha que cargaba ahora en el corazón, sabiendo que quizá no tendría oportunidad alguna de a encontrarse con Eunsang.

-Eunsang...

Diría en voz alta a sabiendas que nadie más le escucharía. Sonreiría con cierta amargura, y entonces, vería la manzana la cual habría intentado dejar en el claro, pues, no se le antojaba correcto llevar consigo algún objeto que le hiciera atarse a Eunsang, suficiente tenía con sus recuerdos. Y es que, tras la muerte de sus padres había tomado tal iniciativa, se habría despojado de los objetos que les recordaban más a ellos, posesiones que sus progenitores hubieran usado o le hubiese obsequiado porque más que una dicha u honor, aquellas cosas sólo le ahogaban en una profunda añoranza que jamás se acabaría, porque la verdad, es que sus padres nunca volverían. Todavía, se habría llevado la manzana consigo porque al menos Eunsang estaba vivo.

Aunque fuese mínima la probabilidad de volver a verle en vida, igual existía. Además, de cierta forma le costaba admitirlo, pero la fruta ahora parecía ser cuando menos lo único que le hacía mantener la calma siendo que esta era el trocito que le conectaba a su anhelada pausa.

"Todo el día de hoy ha sido inexplicable..."

Remedió, deteniendo sus pasos y dando una profunda exhalación.

Sus pies estaban cansados, magullados de pisar entre tierra y guijarros, la ropa sucia se adhería a su cuerpo sudoroso, y ni hablar del dolorcillo de cabeza que tendría rato fastidiándole; sin embargo, aunque tuviese razones para estar frustrado o molesto, no se le antojaba tal cosa para el momento.

Sin ánimos de pelear consigo mismo y, resignándose a la posibilidad de que quizá no lograría regresar a su hogar antes del anochecer, se daría unos minutos para descansar. Acto seguido, por pura maña llevaría la manzana en su mano a la altura de sus labios, olisqueando la fruta. A criterio propio, su aroma no sería el más grato, aun así, le llenaría de dulzura, de algo relativo a la esperanza y... entonces, al abrir nuevamente los ojos sería testigo de otro milagro.

No muy lejos de él una luz iluminaría por entre los arbustos, y sabiendo perfectamente la procedencia de la misma retomaría su marcha, apresurando el paso hasta salir aparatosamente por entre los arbustos y lejos del bosque, encontrándose de frente a la fortaleza, a su hogar.

Sonreiría apretando de forma inconsciente la manzana en su mano, sintiéndose invicto y tan eufórico como para vociferar sus gratitudes al cielo.

"¡Lo logré!"

Pensó, su celebración quedando en el olvido al oír un llamado con su nombre.

-¡Príncipe Minhee, Príncipe Minhee!

A partir de ese punto, todo pasaría con rapidez y antes de poder si quiera contestar, ya estaría siendo escoltado por uno de los guardias reales a la entrada de su hogar.

-¡Gracias a Dios que ha regresado usted con bien!, sus hermanos, los príncipes... ¡el Rey!, todos hemos estado buscándole sin descanso desde que se fue.

Explicaría el hombre, atropellando las palabras a causa de su entusiasmo.

La sonrisa dibujada en sus labios, entonces, haciéndose más grande al sentir su corazón crecer dos tallas por las palabras de aquel hombre; por el simple hecho de saberse importante, de saberse querido.

A pesar de estar cansado le seguiría el paso al guardia, que sin importar el peso de su armadura no se quedaría sin aliento después de correr hasta la puerta. Una vez allí, al abrir la misma llamaría a su hermano mayor, el fervor acentuado en su tono de voz.

-¡Rey Serim, Rey Serim!, ¡El Príncipe Minhee ha regresado!

Las milésimas de segundo que tardó su hermano en aparecer fueron tiempo suficiente para que el corazón le hubiese dado un vuelco de alegría en el pecho.

-¡Minhee, hermano!... ¡benditos los ojos que te ven!


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.

.

Lo más importante en cuanto a este capítulo, es que tengan presente lo siguiente: Newton descubrió la gravedad cuando una manzana cayó sobre su cabeza, entonces, ¿qué fue lo que descubrió Minhee? 

Este capítulo hasta los momentos es uno de mis favoritos. Tuve tiempo hace un par de días para redactar bastante, pero cada día que pasa esta idea se vuelve más compleja. Estoy viendo que terminar esto me va a llevar más de lo planeado y aunque no me encanta eso igual me tomaré mi tiempo, todo sea por hacerlo bien. 

Recuerden que los comentarios son amor. Nos vemos a la próxima, tomen agua, hagan ejercicio y cuídense. 

▼o・ェ・o▼

♥ Ingenierodepeluche 

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