Segundo acto: La variación
¡Buenos días/tardes! Esta vez tardé más de lo planeado en actualizar, pero aquí les traigo el segundo capítulo de esta historia. Pienso que el capítulo anterior les habrá servido para aclimatarse un poco, ahora lo que sigue es empezar a desarrollar la historia como tal, entrar en el misterio(?) Y... no quiero decir mucho más, el resto lo colocaré en las notas finales, así que...
∫Minisang dx = Love + C
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A lo largo de su corta vida habría pasado un par de noches en vela, ya fuera por el gusto de quedarse a jugar hasta tarde con sus hermanos, o por el miedo irracional que alguna historia de terror le hubiese causado. Sí, habría pasado varias noches despierto contemplando los astros desde su ventana, moviéndose de aquí para allá en la cama cuando contadas veces algo le molestaba; sin embargo, no habría punto de comparación entre eso y la pésima vivencia que le había tocado tener la noche anterior.
"Qué dicha la mía."
Pensó, reparando en la posibilidad de que a lo largo de la noche sus huesos se hubieron convertido en esponjas, pues, era la única la manera sensata que tenía de explicar el agotamiento que sentía.
Tan pronto su reloj biológico le hubo indicado el inicio de la mañana, hizo a un lado las cobijas que le arropaban, se incorporó en la cama y, acto seguido comenzó a frotar sus ojos contra las palmas de sus manos, esperando de esa forma retirar el cansancio y la pesadez de sus párpados. Para su desgracia, aquello no funcionó y al ver que no sería capaz de conciliar el sueño gracias a la claridad que se colaba por la ventana, simplemente se levantó y arrastrando los pies se encerró en el baño privado de su habitación.
No tenía cabeza para hilar un pensamiento coherente con otro, se sentía tan exhausto que hasta sus reflejos fallaron al intentar atrapar el cepillo de dientes cuando este se escapó de sus manos. Largó un suspiro y se mordió la lengua para no maldecir, doblando así su larga figura para alcanzar el utensilio, el cual lavó antes de llevárselo a la boca. Cepilló sus dientes con fastidio, aborreciendo la imagen que el enorme espejo del baño le devolvió. No le gustaban los oscuros arcos bajo sus ojos pardos, mucho menos le gustaba el hecho de que su cuerpo no hiciera el mínimo intento por esconder su fatiga. Es decir, qué más evidentes podían hacerse los hechos, entiéndase por ello: el privarse unas cuantas horas de sueño.
Tendría que hacer algo para componerse un poco, porque si lo recordaba, la noche antes de irse a la cama ya habría montado un espectáculo y no estaba en posición para seguir llamando la atención de sus hermanos mayores, peor aún, que estos tuvieran la intensión de ayudarle cuando claramente ni él podía explicar lo que le pasaba, o más bien, lo que le había pasado.
Sin darse tiempo a seguir ahondando en ello, al terminar de cepillar sus dientes se lavó el rostro con abundante agua, procurando que tanto el agotamiento como sus obscuros pensamientos dieran un paseo bien largo por el drenaje, lejos de él. Luego, tras ocupar una toalla para secarse y vaciar la vejiga, dio por terminado su ritual mañanero, saliendo del baño un poco más espabilado.
"Quizá en la tarde consiga dormir un poco."
Dijo para sus adentros, considerando que si el viento soplaba a su favor, más tarde ese mismo día conseguiría la merecida siesta que acabaría por reponer su nivel de energía.
Se dejó llevar por ese pensamiento, concluyendo, entonces, que cambiarse el pijama por algo de ropa ligera sería un acierto; algo de vestido que el calor a pleno medio día no le hiciera arrepentirse de su decisión. Optaría entonces por usar pantalones holgados de color terroso, los cuales resaltaban la longitud de sus piernas, además de una camisa blanca que a juzgar por la talla, estaba seguro no era suya sino de alguno de sus hermanos. Todoeso sin agregar calzado, porque aunque a ningún otro de sus hermanos le gustasen sus excentricidades, él siempre habría preferido andar descalzo sintiendo elfrío del mármol en la planta de sus pies.
Mientras ataba los cordones que la sujetaban ambos extremos de la prenda, hizo la nota mental de advertirle a las criadas el tener más cuidado al repartir la ropa ya después de lavarla. No obstante, a pesar de no ser suyas, las prendas en cuestión hacían juego con la esbeltez de su cuerpo en pleno desarrollo, sujetándose con elegancia sobre los prominentes ángulos que hacían sus clavículas y caderas. Se dio un momento para admirarse en el espejo de cuerpo completo, que junto a la cómoda donde guardaba su ropa y su cama, formaban parte de los pocos muebles opulentos que llenaban el lugar.
Nunca había sido fanático del materialismo, le gustaban las cosas simples pero bien hechas si se trataba de su persona, mucho más si era referente a la decoración, y eso, era justo lo que siempre había tenido al conseguir su propia habitación. Todavía recordaba aquel tiempo cuando su espacio personal habría sido el mismo que el de los mellizos, la decoración tan colorida de las paredes, juguetes en cada esquina, sus camas una al lado de la otra.
Aquel lugar por mucho tiempo habría sido su habitación de ensueño, más, ya tras haber crecido la idea de seguir durmiendo en un cuarto atiborrado de cosas dejó de resultarle agradable.
En el presente se sentiría mejor no sólo por el minimalismo de su espacio personal, sino también de la nueva imagen que el espejo ahora le obsequiaba. Su expresión mucho más vivaz, hacía de su reflejo una visión mucho más grata.
-No creo que sea imperativo el cepillar mi cabello el día de hoy.
Dijo en voz alta tras decidir que no tendría caso invertir más tiempo en su apariencia, prefiriendo lucir el largo de su hermoso cabello negro.
En días festivos, reuniones y eventos especiales del reino tendría un ejército de estilistas y criadas ajustando sus ropas al talle de su cuerpo, cubriendo su rostro y cabello con cosméticos de la mejor calidad, pero él siempre habría de preferir un estilo mucho más recatado y simple, justo como el de sus muebles. Por lo que, en días normales se pasearía justamente como cualquier otro mortal lo haría. Se diferenciaba (también) en eso de sus hermanos, siendo que estos andaría todo día de forma impecable así no salieran del castillo, así no recibieran visitas, así no los viera más nadie.
Detalles como esos se incluían a la interminable lista de preocupaciones que habría en su cabeza, siendo que los mismos, sobre todo, se afincaban de manera dolorosa en su pensamiento, haciéndole dudar de su pertenencia a ese lugar, es decir, quizá no era un Príncipe después de todo porque, aunque era cierto que sus hermanos eran personas humildes de corazón todavía disfrutaban en demasía de los lujos que traía consigo la corona. Tan sólo esperaba (rogaba) que algún día pudiera disfrutar su título en vez de resignarse al mismo.
Finalmente, cuando se sintió listo dio un suspiro y abandonó su cuarto, no sin antes echar un vistazo a ambos lados por el largo pasillo. Tras cerciorarse de que no hubiese nadie siguió su camino.
Por los momentos no tenía muchas ganas de encontrarse con alguno de sus hermanos. Pues, no quería verse en la necesidad de tener que entablar una conversación, y que de alguna manera se colara el tema de lo que aconteció la noche anterior, o que le preguntasen cómo había dormido. En pocas palabras, no le apetecía hablar.
"De todas formas... aún es muy temprano como para que alguien más esté despierto."
Sosteniendo aquel pensamiento resolvió tomarse las cosas con calma, entonces, al ir pasando a través de uno de los corredores que conectaba los extremos norte-este del castillo, se asomaría a la anchura de la ventana más cercana, contemplando por largo rato el lento y majestuoso ascenso del astro rey en el cielo.
Pocas veces se levantaría temprano al amanecer porque, era un fiel creyente de los beneficios que podía traer el cumplir con un estricto horario de sueño; sin embargo, al ser testigo de semejante milagro natural se atrevería a opinar que madrugar también tenía su gracia, inclusive que la vida le estaba compensando con ello, su tan desdichada noche.
Con la diestra acarició el marco de piedra de la ventana antes de inclinar el torso para reposar los antebrazos donde anteriormente habría pasado su mano. En esa posición se dio un par de minutos más para divagar, recorriendo con la mirada la entrada del bosque y las pequeñas edificaciones del pueblo que se asomaban no muy lejos por entre las copas de los árboles.
Reparando en esa minúscula parte de la inmensidad que era su reino no podía dejar de pensar en lo pequeño que era, es decir, en comparación al castillo, al bosque, al pueblo y pare de contar... él no era sino otra persona más. Todavía, era una persona que sin quererlo era mucho más importante, si acaso, más especial que el resto, todo por el simple hecho de haber nacido como el hijo legítimo de un Rey. Él... entonces, era y siempre sería un Príncipe. Pero si lo era, si de verdad era fruto de Magnificencias, si por su cuerpo circulaba sangre del más fino linaje real... entonces, ¿por qué?, ¿por qué no era capaz de sentirse como tal?
Otra vez las dudas saltarían a su cabeza, tal como lo habrían hecho hacía tan sólo minutos atrás estando en su habitación. De pronto, también volvería a sentirse como a la tarde del día anterior. Aquel momento donde viendo a sus hermanos jugar y estando rodeado de excelsa belleza, no coexistió junto a la idea de evocar alegría en su interior. Quizá para el tiempo que ahora vivía carecía del refuerzo positivo que eran sus hermanos menores, aun así, teniendo el mundo a sus pies tras el renacer, sabiéndose dichoso y henchido de amor... se sentía sino vacío, al menos, incompleto.
En el instante que satisfizo su desconcierto con aquella conclusión también reparó en la tensión acumulada en su cuerpo, en sus manos hechas puños y la mueca en la que sus labios se habían torcido, manifestando así su tristeza.
Pero... no quería sentirse así. No consideraba que tal emoción fuera de su pertenencia, es decir, por qué él si todo lo tenía. Si con abrir la boca o mover los dedos tendría cuanto bien material se le ocurriera, inclusive no estaba sólo. Si lo querría podía ir tras cualquiera de sus hermanos y estos le recibirían, ¿verdad?... aquello no era no era remotamente parecido al vacío que había dejado la partida de sus padres, entonces, ¿qué le ocurría?
Enfadado por las cavilaciones de su pensamiento y teniendo más preguntas de las que pensó siquiera llegar a tener en su vida, se apartó de la ventana retomando su caminata. No llevaría más de dos horas despierto y ya su mente le habría hecho cuestionarse su persona más de una vez. No podía seguir así. Buscaría la manera de evadir ese tormento, quizá sólo tendría que esperar y este se iría solo. Y de ser así no volvería a preocuparse, porque después de todo, la paciencia era su mejor virtud.
Con ese atisbo de esperanza intentó eludir el resto de su enfado, resumiendo sus fuertes zancadas a un trote más gentil. De esa manera, dejó a sus pies al mando y más pronto que tarde, estos le guiaron escaleras abajo y por entre los interminables pasillos hasta la puerta de un lugar al que hacía rato no visitaba.
Vaciló un poco antes de decidirse a abrir la puerta ahorrándose la molestia de tocar antes de entrar; de todas formas, sabía que la mayoría de sus hermanos no gustaba de si quiera estar cerca de esa habitación y cómo no, si la biblioteca de sus padres a pesar de no ser un lugar sombrío cargaba con muchos recuerdos que aunque no espantasen, igual lastimaban. Después de echar un vistazo dentro, cerró la puerta tras de sí.
Estando allí de pie repasó cada superficie con lentitud reparando en la pulcritud del lugar, estado que atribuía al arduo trabajo de las criadas que siempre mantendrían impecable las estanterías y los muebles, más todas las obras de arte y demás objetos valiosos que seguirían tal y como su padre los habría situado hacía ya cuatro años atrás desde su partida. Aquella habitación olía a nostalgia, lo que curiosamente hacía picar su garganta y nariz.
Decidido, se las apañó para que sus ojos no lloviznaran sobre su rostro. Acto seguido, se adentró entre los muebles de roble, delineando la silueta de los mismos con sus dedos, y mientras, empezaría a reflexionar en la posibilidad de que sus pies le hubiesen traído hasta allí en busca de las respuestas que deseaba encontrar. No obstante, su reflexión no tuvo tiempo de adquirir forma, el inconfundible sonido de un libro al cerrarse llamando su atención al instante, provocando que diera un brinco en su lugar.
-Buenos días, Minhee. Qué curioso verte por aquí.
Escuchó la voz de Serim no muy lejos de allí, a lo que con prisa buscó la figura de su hermano sólo para cerciorarse de que de verdad fuera este y no alguna alucinación producto del cansancio.
Para su suerte (o desdicha), el evento habría sido real, no estaba dormido, mucho menos alucinando, ya que Serim apareció frente a sus ojos tras darle la vuelta a uno de los libreros. Envuelto en la vestimenta de siempre, de esas prendas que cualquiera estaría de acuerdo en decir, eran dignas de un Príncipe, y que todavía no le hacían justicia a su bien formada anatomía, ciñéndose ligeramente a la musculatura de su adverso.
-¿Qué ocurre? Parece que has visto a un fantasma, ¿No esperabas encontrarme por aquí?
Preguntó su hermano, alzando la vista del libro que tenía entre sus manos, esta vez poniéndole genuina atención a su presencia.
-Y-yo... no. La verdad no esperaba siquiera que alguien estuviese despierto.
Se sinceró, hablando en voz baja y manteniendo cierta distancia, sus manos reposando en el espaldar del sofá donde alguna vez se habría sentado junto a su padre.
-Qué cosas dices, ya son pasadas las seis. Como bien sabrás, la mayoría de nosotros despertamos antes de las cinco.
Contestó el más alto al pasar a su lado, para luego colocarse detrás del escritorio de su progenitor. La imagen provocándole cierta impresión de inferioridad.
-Lo olvidé.
Respondió más incómodo que antes, a lo que el otro le respondió con una risa seca, puntual.
-Está bien. No es un asunto de mayor relevancia, es decir, no me molesta en lo absoluto que los mellizos y tú duerman un poco más.
Tras decir aquello hubo una pausa quizá demasiado larga de la cual quiso escapar con prontitud. Y no es que le incomodase (tanto) estar en presencia de su hermano, simplemente seguía sin ánimos de sostener una plática. Por lo que, aprovechó el que su adverso estuviese distraído acomodando los libros que había sacado, y una vez le hubo dado la espalda, intentó pegar una carrera sigilosa hasta la puerta, más, sus intentos de escapar se vieron arruinados al escuchar nuevamente la voz de su hermano, la cual le dejó estático en su lugar.
"¡Demonios!"
Exclamó para sí, sabiendo que el mayor no le permitiría retirarse con facilidad.
-Y dime, ¿qué te trajo por aquí? No sueles frecuentar este lugar.
Miró a todos lados mientras se frotaba los brazos con las manos.
-Sólo... quise pasar a ver.
Respondió, no pudiendo dar una mejor explicación porque ni él mismo sabía lo que le habría traído hasta allí.
La respuesta no pareció complacer a su hermano, quien soltó una especie de resoplido siguiendo en lo suyo.
-Y tú... ¿qué haces aquí?
Se atrevió a preguntar, ciertamente interesado en la respuesta que le daría el mayor. Por su parte, este sólo alzó la mirada para verle, casi atravesándole con la misma como si gozara de alguna habilidad para leer entre líneas. Y pareció lograrlo, porque tras unos segundos esbozó una sonrisa llena de satisfacción antes de hablar.
-Mini, no quiero sonar prepotente, pero yo soy el Rey, por lo tanto este lugar me pertenece. Diría incluso, que es como una segunda habitación para mí. Además, Nuestro padre dejó muchas cosas entre estos libros que me son de gran utilidad para aprender sobre lo que debo y no debo hacer, pero eso ya tú lo sabes... lo que me hace volver a la pregunta inicial. Cuál fue el propósito real por el cual viniste a este lugar.
El tono de voz de su hermano aparte de calmado, lo percibió invasivo, el mote que habría usado para referirse hacia él muy impráctico dado el contexto de la situación. No le gustaba que otros le llamasen de esa forma a excepción de los mellizos.
Y es que a Serim no le venía muy bien la ternura, no cuando era conocido por ser todo un estratega que no se valía de conseguir las cosas por mero capricho. Al contrario, estaría a la búsqueda de cosas tanto materiales, como bienes intangibles que le fueran de auténtica utilidad, obteniendo las mismas de manera limpia, gozando en el proceso de poder develar los misterios y acertijos a través de las migajas que todos dejaban. Si alguien se lo llegaba a preguntar, diría que dicha habilidad del mayor era más bien un don, otro de los tantos que su hermano poseía.
Pero un don también podía ser malo, ¿no es así?
Tal era el caso del don de su contrario, y es que en medio de su afán por conseguir respuestas, Serim te evocaría al menos una sensación desagradable en el cuerpo.
-No lo sé...
Atinó a decir, extraviando su mirada en cualquier punto no muy lejano a sus pies.
La respuesta como tal, pareció ser suficiente para demostrar a su hermano que se encontraba falto de un verdadero propósito, por lo que este, adoptando una actitud más blanda se acercó hasta él, colocando una mano sobre su hombro.
-¿Tendrá que ver con lo que pasó anoche?
Cuestionó haciéndole alzar la mirada de inmediato.
Sin esfuerzo podía notar la preocupación dilatada en las pupilas del mayor, todavía aquello no era suficiente para que su alma se sintiera en confianza para así exteriorizar sus emociones. Porque aunque los objetivos de Serim para con él, no fuesen maléficos, igual su hermano se sabía equivocado al presionarle de esa manera para que abriera la boca.
-No. No sé de qué hablas.
Mintió, y como todo mal mentiroso apartó la mirada, dando un paso hacia atrás. El peso de la mano de su hermano siendo tanto que sintió como si su cuerpo se hundiera en el suelo.
No alcanzó a ver la reacción de su adverso, y tampoco le importó demasiado. Pues, ya desde el inicio venía con la resolución de no querer tener ningún tipo de conversación.
-Minhee.
Su nombre, una pausa y un suspiro.
-Si sabes que puedes confiar en mí, ¿no?
La respuesta a esa interrogante era obvia, es decir, por supuesto que sabía que podía confiar en su hermano, este nunca le habría dado motivos para pensar lo contrario, pero... ¿querría hacerlo ahora?
La respuesta era simple: No.
-Lo sé. Sin embargo, lo que ocurrió anoche no tiene nada que ver.
Un poco más confiado con aquella media mentira, volvió la mirada al rostro de su hermano. Los ojos expectantes, junto a su boca y ceño fruncido no denotaban molestia, sino confusión.
Hubo una pausa más larga, en la cual tuvo que distraerse moviendo sus manos sobre el espaldar del mueble al cual se había adherido desde el inicio de la conversación. Ya no tenía nada más para decir, pero sabía que Serim le ofrecía esesilencio con la intensión de no rendirse para conseguir lo que quería y, almismo tiempo como una segunda oportunidad. Pero no quería tal cosa, él sencillamenteno hablaría de sus problemas con su hermano, porque así no es como queríallevar las cosas.
-Bien, como gustes. De cualquier forma... estaré dispuesto a escucharte cuando quieras.
Escuchó esa respuesta y no pudo evitar arrugar la cara ante la prepotencia que tales palabras encerraban. El mayor de verdad esperaba tener siempre la razón y esa no era la excepción, porque a pesar de decirle que no, este volvería dejando implícito que tarde o temprano se vendría arrastrando para contarle sus pesares, pero no. No sería así, no esta vez.
-Si la charla acabó, con tu permiso procederé a retirarme.
Se excusó de la forma más educada que pudo, empezando a caminar hacia la puerta.
-De hecho. Me parece que es un buen momento para tomar el desayuno, juntos. Hace tiempo no compartimos un momento así, es mejor no desaprovechar la oportunidad.
No se percató de la fuerza con la que había tensando su mandíbula hasta recibir aquella respuesta. Sus dientes chirriaron casi dolorosamente antes de poder dibujar una sonrisa forzada en sus labios.
La actitud de su hermano empezaba a fastidiarle. Sin embargo, sabía que ir en contra de sus deseos no le traería sino problemas, y ya tenía suficientes de esos como para lidiar con un nuevo dolor de cabeza. Es decir, y después de todo, Serim era el rey.
Por esa misma razón, no opuso mayor resistencia y le siguió fuera de la habitación. Todavía, con cada paso que daba la tensión se volvía cada vez más tangible entre ellos, si acaso sintiéndose como miles de kilómetros que les distanciaban el uno del otro cuando realmente estaría codo a codo. Ninguno se atrevería a hablar otra vez, cada uno inmerso en su propia reflexión sobre lo acontecido; a pesar de esto, de reojo podía leer la intención de su adverso de volver a insistir con el tema que anteriormente habría dado por terminado.
De cualquier forma, cuando hubieron llegado al comedor tanto la situación como el aura de ambos se aligeró ante la presencia de otros tres que ya sentados a la mesa mantenían una animada conversación.
-Buenos días. ¡Qué bueno verlos tan llenos de energía a estas horas!
Habló Serim, llamando la atención de los mencionados que sin hacerle esperar le devolvieron el saludo.
-Buenos días.
Agregó antes de ubicarse en su lugar a la mesa, al lado de un alegre Taeyoung.
-Buenos días, Minhee.
Respondieron los tres al unísono, retomando luego la plática que no llegó a entender. Tampoco es como si le hubiese puesto mucho interés, y es que si ya venía con un humor bastante malo por la noche que había tenido, sin dudas la conversación con Serim en la biblioteca había terminado de irritarle.
Las criadas atendieron rápido a su llegada y a la de su hermano, colocando frente a él un plato hondo con avena humeante en su interior. Tan pronto el aroma de la miel que endulzaba la preparación llegó a su nariz, su estómago dio un vuelco de interés, recordando entonces, que la noche anterior habría comido tan poco que no le sorprendió el hambre que manifestó.
Pero ni el hambre ni cualquier otra fuerza ajena a su ser le restarían a su nivel de etiqueta. Así que sin prisas se dispuso a disfrutar de su desayuno, degustando en cada cucharada lo que las primorosas manos de las criadas habían preparado para ellos esa mañana.
Terminando con el tazón de avena, se dispuso tomar una tostada, la cual untó con mermelada de fresas, su preferida. De sólo pensar en su sabor la boca se le hacía agua, pero antes de siquiera dar el primer bocado, escuchó algo que llamó su atención.
-... quizá sólo estaba cansado. Y cómo no estarlo, si pasó toda la tarde cuidando de los mellizos.
Tan ensimismado había estado en saciar su necesidad que ni cuenta se había dado de cuando la conversación hubo cambiado para hablar de él, del asunto, del espectáculo que había llevado lugar la noche anterior y del cual no veía la insistencia en traer a colación otra vez.
Disgustado por el comportamiento de sus hermanos a la mesa, su apetito se hubo lanzado por la ventana, dejándole con un amargo sabor en la boca y una mueca de enfado que deformó toda su cara. Ya bastante pesada había sido la conversación con Serim, ahora que hablaran de eso en sus narices se le hacía de mal gusto, por lo que, olvidando su preciada tostada en el plato prosiguió a hacer un reclamo.
-Disculpen, pero considero de muy mala educación que estén hablando de mí de esa manera estando presente, peor aún, sabiendo que puedo oírles.
Increpó, siendo sus palabras dirigidas especialmente al que sentado a la cabeza de la mesa le veía todavía con una sonrisa.
-Bueno, si gustas puedes integrarte a la conversación. Tal vez, incluso, facilitarnos una respuesta a lo que dio lugar a tu perturbada actitud.
Ante la respuesta de su hermano mayor, soltó un leve sonido de indignación. No entendía por qué a tan tempranas horas de la mañana tenía su opuesto que hacerle pasar por lo mismo, más aún, osar a arruinar su apetito.
Se tuvo que morder la lengua para no salir con una mala respuesta, siempre recordando que las rabietas no eran parte de sus destacados modales.
-No veo necesidad alguna de explicar algo que ya fue, y no tiene relevancia.
Respondió, sintiendo la mirada de todos los presentes sobre sí. Aunque no hubiese usado ninguna palabrota, la audacia que habría tenido al pronunciar cada sílaba de manera cortante era suficiente para tomar aquello como ofensa.
-Cuida tú tono de voz, Minhee. Recuerda con quién estás hablando.
Advirtió su hermano luego de haber limpiado su boca con la servilleta de su regazo.
-Mini. Digo, Minhee... Serim, quiero decir... nosotros sólo queremos ayudar.
Dijo un nervioso Wonjin, quién al notar las miradas amenazantes lanzadas entre ambos resolvió que intervenir sería lo mejor.
-Así es Mini, no tienes que tomar esto como algo malo, sólo... estamos preocupados. Queremos saber qué ocurrió para prestarte nuestra ayuda en caso de que vuelva a pasar.
Agregó Taeyoung , que sentado a su izquierda le ofrecía una sonrisa titubeante pero legítima.
Sabía que el resto de sus mayores no eran el problema en esa ocasión, Serim era quien injustamente le desafiaba y más que sentirse amenazado por ello, estaba tentado a seguirle el juego sólo por no darle gusto de creerse superior. Porque en situaciones como esa lo justo era que alguien también le pusiera en su lugar, y es que aunque fuese Rey habrían nacido del mismo vientre, por sus venas correría la misma sangre, ambos, haciendo a un lado los títulos eran por sobre todo humanos, y él estaba en todo su derecho a molestarse, reclamar y defender su privacidad.
Tras una breve pausa, abrió la boca para empezar hablar, más, las palabras se amontonaron todas en la garganta al ser interrumpido por un par de chiquillos, que entre risas entraron trayendo luz al sombrío ambiente del recinto.
-¡Buenos días!
Exclamaron los mellizos al mismo tiempo.
Quizá era sólo idea suya el que esa mañana todos decidieran despertarse temprano, o tal vez entre una molestia y otra habría perdido la noción del tiempo. Fuera cualquiera de las dos, ahora tendría que vivir con la desagradable sensación que le había ocasionado el tragarse sus palabras, y es que, en presencia de los menores no intentaría si quiera alzar la voz. Sus niños, siendo más importantes que cualquier discusión.
-Buenos días, mis pequeños. ¿Cómo durmieron?
Escuchó decir a Serim, siendo el primero en romper el conjuro que hasta el momento les unía. Seguidamente, el resto de sus mayores actuaron con rapidez, dando por terminada la disputa y, recogiendo cualquier rastro de la misma para no levantar sospechas en los menores.
Por su parte, una vez los mellizos se acercaron a él atinó a responder con rapidez, intentando que no se notase demasiado la amargura en su voz. Para su suerte, su esfuerzo dio frutos ya que ninguno de los recién llegados le tuvo cuidado a su oscuro semblante, prefiriendo bañarse ambos en la atención de sus mayores y las criadas que con una sonrisa les servían la comida.
Ya transcurrido un lapso de tiempo considerable hacía rato que habría terminado con su desayuno, no tomando en cuenta que el altercado a su persona arruinase su apetito, deseaba irse de allí cuando antes. No le importaba qué horas fueran, sólo quería acabar con eso y quizá irse a recuperar el sueño; no obstante, se mantuvo a la mesa acompañando a sus hermanos como mero gesto de cortesía, pensando que retirarse antes de tiempo sería una grosería. Tampoco es como si quería darle más razones a Serim para que este siguiera refiriéndose a él de manera despectiva, de todas formas ni él ni el resto de sus hermanos se merecían otro de sus desprecios.
Por esa razón, se limitó a guardar una actitud compuesta y reservada, no pudiendo evitar las sonrisas que los mellizos le robarían al decir alguna tontería. En ese entonces empezaría a creer que había tomado la decisión correcta, pues, como siempre los infantes avivarían el lugar, y por qué no, su interior. Eso, hasta que a Hyeongjun se le ocurrió hacer una inofensiva pregunta.
-Mini, ¿volverías a jugar con nosotros hoy día?
Palabras tan sencillas que junto a la extraña pronunciación del chiquillo no harían más que derretir su corazón, todavía estaría a nada de declinar la propuesta cuando un entrometido Serim se adelantó a responder por él.
-No creo que Minhee esté dispuesto a jugar con ustedes, Hyeongjun. No parece estar de mil amores la mañana de hoy.
La intrepidez de su hermano logró alterar su sistema en tiempo récord. Si bien no tuvo siquiera que asimilar por completo esas palabras para saber que eso había sido algún tipo de humillación. El que Serim, en efecto, no hubiera dado por culminada la discusión anterior, por el contrario, estuviese más que dispuesto a seguir adelante con ella valiéndose de su poder para actuar a su antojo, no importándole siquiera el ejemplo y respeto que debía guardar con sus menores, eso... le enfureció.
-¿Disculpa?
Cuestionó en un tono que delataba su resentimiento.
Resolvió entonces, que aquello había sido suficiente. Cogiendo impulso se levantó de su silla, golpeando la mesa con las palmas abiertas antes de vociferar lo siguiente.
-No te atrevas a responder por mí otra vez.
Gritó dirigiéndose al que sentado a la cabeza de la mesa, no hizo más que mirarle con los ojos abiertos como platos, sorprendido por su arrebato. Acto seguido, le imitó, levantándose de su silla.
-No te atrevas tú a alzarme la voz, Kang Minhee.
La advertencia implícita en sus palabras.
-Haré lo que me apetezca, dado que tú no pareces querer respetar mi persona ni mi privacidad.
Masculló entre dientes, la ira haciendo su cabeza más ligera y a su cuerpo más caliente. Estaría experimentando la furia que nunca antes se hubiese imaginado guardar en su pacífico ser.
Y se sentía quemar no sólo por la energía que dentro de sí escalaba con rapidez, sino también por el fuego que ardía en los ojos de su adverso.
-Abre la boca una vez más y abstente a las consecuencias, Minhee.
Sentenció el mayor, habiendo hecho énfasis en cada sílaba de cada palabra dentro de la oración. Pero más que sentirse amenazado por ello, tal respuesta le supo a reto. Así que, esbozando una sonrisa burlona arremetería la mesa esta vez con las manos hechas puños, ocasionando que tanto el resto de los presentes como la vajilla, pegaran un brinco debido al susto.
-Tú no eres mi padre.
Escupió amargamente, copiando el tono de voz que anteriormente habría usado su mayor con él.
Acto seguido, se apartó caminando en largas y rápidas zancadas lejos de la mesa, y del recinto. No tardó nada en escuchar las protestas del resto de sus mayores hacia Serim, los gritos que llevaban su nombre, inclusive el llanto de los mellizos; siendo este último lo único que logró remover su ahora vehemente corazón, más, no se detuvo. Siguió su camino ignorando ahora la voz de un cabreado Serim llamándole una y otra vez. El sonido siendo cada vez más irritante para sus tímpanos.
Finalmente, cuando hubo llegado a la puerta del castillo y colocando su mano sobre la cerradura estaría a punto de abrirla, cuando una voz detrás de él le hizo detenerse.
-Minhee, no te atrevas a salir por esa puerta.
Diría Serim, como otra de sus necias advertencias.
-¡Minhee, detente! Esto no tiene que acabar así, podemos solucionarlo.
Habló un apresurado Allen que llegaba agitado tras dar la carrera detrás ellos, sus hermanos llegando pocos segundos después.
Aun así, no se molestó siquiera en darse la vuelta. Abrió la puerta y salió por la misma, dejando a sus pies por segunda vez consecutiva en el día guiarle hasta donde estos quisieran. Se ahorraría los improperios que quería lanzarle a su hermano, pues, de solo pensarlo sabía que estos envenenarían incluso su alma de ser dichos en voz alta. Ya bastante habría tenido que aguantar en sólo un par de horas, no quería ni tenía cabeza para afrontar las consecuencias de actos que nunca antes había llevado acabo.
-¡Mini, Mini! ¡No te vayas!
Oyó el desespero plasmado en los gritos de sus adorados niños.
Y es que de sólo pensar en la cara de horror de los mellizos, del llanto que les habría provocado tan acalorada discusión, no hacía sino retorcer sus entrañas a causa de la culpa. A sus espaldas podía escuchar todavía el llamado de Wonjin, y sólo entonces se hubo dado cuenta de cuán rápido corría lejos del castillo, de ellos, de sus temores y responsabilidades.
Poco después se adentró en el bosque y sólo entonces hubo dejado de escuchar su nombre, pero no podía detenerse. Aunque le faltase el aire y sus piernas cada vez más tensas le rogaran por un descanso, era incapaz de hacerlo porque sentía que al instante de acabar, todo por lo cual huía le alcanzaría. Sin embargo, una rama que no alcanzó a ver en su camino le hizo tropezar resultando en una aparatosa caída.
Con las manos intentó frenar parte del impacto, rodando colina abajo hasta acabar finalmente de cara contra el suelo. Soltó un quejido y un par de maldiciones, esperando un poco para tomar fuerza y así poder incorporarse, percatándose, entonces, de que los daños de la caída habrían sido menores. Estaría malogrado y con la ropa sucia, todavía con raspones pero al menos en una sola pieza.
"Qué suerte tengo, pude haber muerto."
Consideró tras hacer una mueca de dolor, que posteriormente acabaría en una pesada exhalación.
Sus pies esta vez habrían dado la talla al alejarle de sus problemas, aunque, quizá habría sido demasiado. No tenía idea de dónde estaba y apreciando el lugar por donde habría caído, no se veía lo suficientemente seguro como para considerarlo un camino de retorno.
Pero, querría él volver a su hogar en ese momento.
Sopesó por un momento sus opciones y aunque el remordimiento de consciencia le gritase que debía volver, no se sentía en plena facultad de afrontar sus errores.
Fue entonces tras esa resolución que un lastimero sollozo escapó de sus labios, las lágrimas que nublaban sus ojos enjuagando luego la tierra de sus sucias mejillas. Desconsolado y a sabiendas que nadie podría escucharle, sacó de su pecho cada gramo de ira que transformado en tristeza pedía disculpas a la nada por sus actos impulsivos y egoístas. Esperando así, el que sus hermanos desde allí fueran capaces de atender a sus lamentos.
No reparó en el tiempo que hubo llorado, tampoco es como si hubiese acabado con ello, pero en medio de su drama un sonido despertó su atención. Sorbiendo sus mocos y limpiando sus lágrimas con la cara interna de su camisa se levantó de su lugar, sintiendo más curiosidad que temor por lo que hubiese ocasionado aquel ruido, pensando que quizá era alguno de sus hermanos que habría ido a por él.
No obstante, más temprano que tarde la poca esperanza de ser encontrado le hubo abandonado tras darse cuenta que el ruido provenía de una pequeña ardilla, que luego de verle huyó rápidamente trepándose a la copa de un árbol. Decepcionado y advirtiendo la nueva tormenta que de sus ojos nacería, se dispuso a regresar sobre sus pasos y tratar de buscar una salida, pero entonces, una poderosa punzada en el pecho le haría detenerse. Confundido, observó en todas direcciones pensando que algo, o más bien alguien, le habría ocasionado algún daño.
Sus manos, las cuales habría llevado a su pecho, presionaban en el lugar con fuerza, intentando menguar la sensación tan abrumadora en la cual ahora se habría convertido su dolencia. De pronto, un recuerdo vendría a su mente.
Aquella sensación de intranquilidad la conocía muy bien, porque justo la noche anterior le habría pasado algo muy semejante. Pero aunque fueran similares, lo que percibía de momento era mucho más intenso. De nuevo esa sensación de estar recibiendo algún mensaje le haría querer correr en busca de pistas, de respuestas.
Ni cuenta se dio cuando empezó a arrastrar los pies, adentrándose cada vez más al bosque, sólo se hubo detenido cuando a la entrada de un claro distinguió un frondoso y enorme manzano.
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Cómo se habrán dado cuenta, la historia integra muchos elementos clásicos y modernos. Además, la vida que llevan estos príncipes es bastante humilde dentro de todo, y es que la verdad no me encanta escribir sobre el esteriotipo de que la realeza sea tan dependiente y prepotente con la servidumbre.
Por otro lado, ya deben haberse dado cuenta que las manzanas cumplen un papel importante en la historia, pero no diré nada al respecto para no dar spoilers, ustedes sólo presten atención a las pistas.
Cuídense, nos leemos después (。ò ∀ ó。)
♥ Ingenierodepeluche
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