Primer acto: Movimiento Rectilíneo Uniforme
Según dicen, Newton se percató de la existencia de la gravedad tras ser golpeado por una manzana que cayó sobre su cabeza. Sin embargo, esta historia no se trata de él sino de Minhee, y de cómo este muchacho se irá enterando que hay más de una forma en la que el universo mueve las cosas.
Bienvenidos todos, pónganse cómodos y disfruten de la lectura. Si no leyeron las aclaratorias, les invito a hacerlo para que no anden confundidos. El resto de las notas del capítulo las incluiré al final, sin nada más que decir...
∫Minisang dx = Love + C
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El ilustre Sir Isaac Newton en su obra titulada 'Principios Matemáticos de la Filosofía Natural', enumeró los principios de la física clásica, alegando lo siguiente:
- Lex I
"Corpus omne perseverare un statu suo quiescendi vel movendi uniformiter in directum, nisi quatenus ilud a viribus impressis cogitur statum suum mutare."
Lo cual se traduce como: Ley I "Todo cuerpo continúa en su estado de reposo o movimiento uniforme en línea recta, no muy lejos de las fuerzas impresas a cambiar su posición."
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Aquel día transcurría como cualquier otro, sin mayores contratiempos o sucesos que mereciera la pena relatar.
El sol brillaba, los pájaros cantaban, el río corría no muy lejos de allí, y mientras, la brisa arrastraría con lentitud las escasas nubes en el cielo así como las conversaciones que sostendrías los animales y plantas en el bosque que les servía de jardín. Desde lo alto, recargado en el marco de una ventana, nuestro protagonista intentaría disfrutar de su vista privilegiada, de aquel paisaje de un día de ensueño en el que la inexpresividad de su rostro no era más, sino el silencio de algún compás en la canción.
Y es que... para Kang Minhee, su vida como Príncipe simplemente carecía de chiste.
A sus quince primaveras recién cumplidas, Minhee se sabía en lo cierto al apostar por tal realidad. Pues, al pasar los días dentro de un castillo la existencia misma no hacía sino brotar para solidificarse en la invariabilidad, imitando sin descanso a la sabia bruta del árbol que alguna vez habría dado origen a todo lo que era y sería.
No existían siquiera suficientes festividades al año que contrarrestaran el efecto que el resto de las jornadas regulares tendrían para con él llevarle a ese letargo, no es como si a otro fuese a importarle, pero para él la vida era un estado perpetuo, una pausa. Y si no era una pausa, era entonces el moverse tan despacio que no alcanzaba siquiera a apreciar el cambio en su entorno.
A pesar de tener ocho hermanos de peculiares personalidades y, sumando el hecho de que dos de ellos fuesen revoltosos mellizos, cuya actividad preferida era el treparse a su espacio personal al menos doce de las veinticuatro horas que conforman el día, con todo y eso... la vida era tal como en un principio la describía: aburrida. No obstante, entendía bien aquello que decía que las cosas se mantendrían igual a menos que él decidiera dar un paso a delante y cambiar. Sin embargo, y para su desdicha, su inteligencia de vez en cuando le abandonaría haciéndole escoger las decisiones que bajo ninguna circunstancia, contribuirían a generar tal cambio.
A razón de eso, se veía reducido a un manojo de suspiros allí tendido a la anchura del mueble bajo su cuerpo, creyendo derretirse en el marco de la ventana que soportaba la carga de sus abatimientos.
Hacía rato había empezado a lamentar el no haber aceptado la oferta de sus hermanos mayores de ir junto a ellos de visita al pueblo, prefiriendo quedarse en casa al cuido de los mellizos.
En un principio la idea de abandonar sus comodidades se le antojó innecesaria, no obstante, con el transcurrir de las horas el prospecto de abandonar la fortaleza a la que llamaban hogar, resultaba mucho más atractiva que seguir haciendo el papel de 'damisela'. Tristemente, ya no podía echar el tiempo atrás para revertir las consecuencias de sus acciones, aquel día seguiría siendo como cualquier otro e indistintamente de cuán bulliciosos fuesen sus hermanos menores y de lo que pudieran ofrecerle sus mayores, él permanecería sumido en el desmayo que le causaba la fastidiosa continuidad; y quizá con suerte, eso sólo sería hasta el día siguiente. Hasta entonces... no haría más que suspirar.
-¡Minhee, Minhee!
Escuchó a lo lejos el escándalo del menor de todos, que a juzgar por el aumento progresivo de su voz, estaba seguro de que el pequeño vendría corriendo por los pasillos a su encuentro.
Y no se equivocó, pues, segundos más tarde se topó con un agitado Seongmin que entre jadeos recuperaba el aliento, balbuceando su nombre una y otra vez.
-Seongmin, sabes que no puedes correr dentro del castillo.
Le reprochó al de cabellos azabaches. La paciencia siendo, quizá, su mayor virtud, por lo que no le molestó el hecho de que al niño de once años le tomase más de un minuto calmarse antes de poder hablar con claridad.
-Lo siento, Mini. P-pero, vine a invitarte a jugar, con nosotros, quiero decir... con Hyeongjun y conmigo.
Explicó el infante, corrigiéndose a sí mismo con una sonrisa tan grande y repleta de ilusión, que hasta sus ojos se hubieron menguado ante la inmensidad de su sentir.
-¿A jugar? Por el entusiasmo que cargas encima no suena a que ustedes dos me estén invitando a formar parte de un simple juego.
Sopesó por un momento, a sabiendas que el menor y su mellizo adoraban hacer travesuras a la servidumbre del castillo, inclusive a sus familiares.
-¡No, no! Es un juego, de verdad. Lo prometo, Mini.
Exclamó el menor apresurado, defendiendo su palabra.
Movería entonces la cabeza en señal de negación. Algo dentro sí le decía que no debía caer en la tramposa ternura del chiquillo. No le malinterpreten, Seongmin era un niño de bien, sin embargo sus diabluras difuminaban ocasionalmente tal honradez.
Largó una pesada exhalación deliberando aun lo que sería correcto, al mismo tiempo buscaría en uno de los bolsillos de sus pantalones hasta dar con un fino pañuelo de algodón, que posteriormente usó para limpiar el sudor acumulado en la frente y mejillas ruborizadas del menor. No le extrañaría para nada que el chiquillo estuviese tan acelerado y sudoroso, aunque estuviesen a punto de entrar en otoño el calor de las tardes seguiría siendo abrazador.
-Ya nunca juegas con nosotros...
Concluyó tristemente el más pequeño al no obtener respuesta alguna de su parte, dejándose cuidar por su tacto gentil.
En su mente se repetía la contestación negativa que sabía debía darle a su hermano, todavía, su blando corazón se resignaría a complacer la petición, luego de toparse con la dulzura que guardaba la mirada atenta del niño; sus entrañas torciéndose incómodamente presas del conjuro manipulador que eran las palabras del menor.
Sabía que al acabar con las esperanzas del infante el remordimiento de consciencia no tardaría en llegar, y de sólo pensar en ello, ya le hacía sentirse acongojado. Pero era cierto, ya no compartía tanto tiempo con los mellizos. Habrían pasado si acaso tres estaciones desde que sus gustos comenzaron a diferir, lo que en palabras de su hermano mayor, Serim, significaba que por su parte habría alcanzado cierto 'nivel de madurez'. Concluyendo así, en la brecha que nunca antes había puesto significado a los cuatro años que les llevaba en edad a sus menores.
-Nada de caras largas. Está bien. Jugaré con ustedes con una condición.
Alegó finalmente, harto de la tristeza que ensombrecía el aura del niño.
Y como si de un encantamiento se tratase, sus palabras trajeron al instante vida al rostro del infante.
-¡Sí, sí!, ¡Lo que sea!
Esbozó una sonrisa al oír eso, y tras guardar el pañuelo nuevamente en su bolsillo habló, expresando sus deseos al angelito que no paró de brincar en su lugar, sosteniéndose del marco de la ventana donde en un principio él habría pasado el rato lamentándose.
-Ambos deberán asearse después, sin peros. No vaya a ser que Serim llegue y los encuentre a los dos desaliñados.
Sentenció sin titubeos, su tono siempre advirtiendo el regaño que le esperaba a los mellizos de ser encontrados todos malogrados por el mayor. Porque, si algo le habrían enseñado desde sus primeros años de vida había sido el guardar su apariencia. Algunos, incluso, admitirían que de entre todos sus hermanos, el que tenía mayor distinción no era otro sino él, siempre mostrando una presencia impecable. Por lo tanto, no perdía el tiempo cuando de enseñar modales y buenos hábitos a terceros se trataba.
-¡Trato hecho!
Exclamó el menor, no dando tiempo a su cabeza de procesar la validez de aquel pacto, cuando un par de manitas ya se encontraban tirando con insistencia de su brazo para llevarle consigo hasta el amplio vestíbulo del castillo.
A mitad de la carrera que llevaba con el menor de los mellizos se percató del estado deplorable en que se encontraba su condición física.
"¿Será hora de retomar los ejercicios?"
Recapacitaría, percibiendo aquello como una alarma natural en su cuerpo, esa que le exigía aprovechar los esplendorosos días para ejercitar más que los pulmones, y así quizá, reducir su sedentarismo.
Y se preguntaría entonces, si la vida le habría mandado a Seongmin para dar finalmente el primer paso al cambio. Quién sabe, de todas formas, él no lo averiguaría.
Por el contrario, cuando hubieron llegado al vestíbulo su atención se desviaría dejando en segundo plano su inquietud. Siendo que, el recinto al que ahora entraban terminaría por robarle toda su atención al recibirles con grandeza, empapándoles con su esplendor.
Los rayos del sol que nacían a la lejanía, por entre la cordillera, a esa hora todavía alcanzarían a traspasar los inmensos vitrales pintando todo a su paso en los diversos colores que identificaban las tierras del reino. A sus espaldas las enormes puertas de madera se mantendrían cerradas y de resto la decoración neoclásica vestiría cada sinuosidad, siendo todo un deleite visual. No obstante, una nota discordante rompía la armoniosa escena: su hermano Hyeongjun, quien se encontraba al centro de la habitación, brincaba y corría agitando en su mano una varilla, la cual en un extremo sujetaba una cinta de color púrpura. Con fervor el niño intentaría replicar alguna rutina de baile, o al menos eso le pareció hasta que el menor de los tres llamó su atención.
-¡Junnie, Mini dijo que jugaría con nosotros!
Soltó el de cabellos azabaches a su semejante, sonriendo. El sonrojo en sus mejillas ahora tan evidente como el de su mellizo.
Sin decir palabra alguna el nombrado corrió a su encuentro no sin antes detenerse a buscar otra de las varillas que más temprano que tarde el niño le ofrecería, no teniendo más alternativa sino aceptar y sujetar el objeto entre sus manos.
-Seongminnie y yo estamos jugando a ser bailarines, como las niñas del teatro. Lo recuerdas, ¿verdad? Las niñas que bailaban en el teatro, ese al que nos llevó Serim el mes pasado.
Explicó el niño en extraordinaria calma, diferenciándose radicalmente de su idéntico en ese sentido. Y es que a pesar de estar ambos colmados con la misma energía, Hyeongjun se diferenciaría mucho de su semejante tanto en personalidad, como en el aspecto físico: sus ojos más grandes, su rostro más pequeño, los labios más acentuados, el cabello tirando a un color castaño, y pare de contar. A causa de esto les nombrarían como mellizos y no gemelos.
Sin embargo, era incluso chistoso, el hecho de que ambos por físicamente fueran tan distintos, siendo que los dos habrían compartido el vientre de su madre al mismo tiempo. Era un caso particular de la naturaleza, siendo que ambos habrían nacido sólo con una hora de diferencia, siendo Hyeongjun (desde siempre) el mayor y más compuesto de ambos. No obstante, Seongmin siempre le alentaría a hacer alguna diablura como la que esperó escuchar al llegar al lugar.
Pero lejos estuvo de tal cosa, pues, tras oír la explicación del chiquillo no haría sino sorprenderse dado que sus sospechas terminaron siendo equivocadas; ya más tarde se recriminaría el hecho de haber cuestionado la buena voluntad de sus hermanos. De momento se enfocaría en hacer feliz a los dos niños, quienes mantendrían una alegre conversación acerca de los pasos que debían incluir en la rutina para recrear el acto que querían, en completa autenticidad.
Desde su lugar les vería, interrumpiendo de vez en cuando la plática entre ambos, frenando cualquier eventualidad o idea fuera de lugar. Después de todo, estando con esos dos debía ser la voz de la razón, esa que les mantuviera alejado de la idea de llevar a cabo peligrosos movimientos. Porque bajo ninguna circunstancia, estando él al mando, alguno de sus hermanos saldría lastimado.
De vez en cuando vería por el rabillo del ojo alguna que otra criada ir de un extremo a otro completando labores domésticas de su correspondencia. Estas siempre sonreirían al pillar a los mellizos en acción, y no las culpaba, porque aquellas criaturas a pesar de pasarse de la raya (con frecuencia) eran una fuente inagotable de alegría para todo el reino.
Y así, mientras el intercambio de ideas daba forma a la rutina, Hyeongjun haría algún movimiento con la gracia de un ángel, a lo que Seongmin intentaría copiarle algo más tosco, si acaso torpe, pero indudablemente adorable. Por su parte, ahora sentado en el suelo frente a los mellizos movería la varilla en sus manos, distrayéndose de a ratos, perdiéndose en los colores que esta tenía y que sinceramente no le causaban ningún tipo de emoción.
Entonces, justo en ese instante tuvo una importante realización.
Allí inmerso en el resplandor de la estancia, en el estimulo positivo que los niños le proveían... no fue capaz de sentir nada, o más bien, reflexionó en el hecho de sentir como si cada fuerza ajena a él se contrarrestase en su interior.
Tal acontecimiento le parecía complicado de explicar, incluso para sí mismo siendo que él era quien lo estaba viviendo. Todavía, no sería lo suficiente para preocuparse, sin embargo, se le antojaba curioso el hecho de que todo lo que comúnmente le habría complacido, de una manera u otra, ahora concebía sin esfuerzo alguno su apatía.
"¿Tendrá esto que ver con la madurez?"
Pensaría, ignorando las carcajadas que los mellizos daban en medio de su descuidada danza; completamente ajeno a lo que le rodeaba, internalizaba entonces la posibilidad de que eso fuese consecuencia de su crecimiento.
Recordaría entonces, vagamente las vergonzosas conversaciones que Serim habría tenido con él hacía uno o dos años atrás. Aquellas donde el mayor le explicaría que su anatomía ganaría esbeltez, que ciertas partes privadas de su cuerpo empezaría a crecer, que el vello comenzaría a brotarle por todas partes, que incluso llegaría a sentirse tentando a tocarse estando a solas. El sólo pensar en ello le producía cierta incomodidad, y a pesar de que su hermano mayor le hubiese manifestado que era algo natural e inevitable, resolvió que su 'desarrollo hormonal' no guardaba relación alguna con lo que le pasaba de momento.
Sin embargo, no estaba en posición de descartar ninguna posibilidad. Serim también le habría revelado que la desventura que comprendía la etapa del desarrollo era ligeramente distinta para cada quien, y vaya que tenía razón, porque él mismo había vivido el cambio de sus mayores. Por ejemplo: el cómo Wonjin había dejado de interesarse en coleccionar baratijas, para sumergirse en el mundo de la economía, siendo que esto más tarde le llevaría a convertirse en el tesorero de la familia.
Claro que, el Wonjin de ahora tenía ciertas similitudes en cuanto a la personalidad del niño con el que una vez jugó; sin embargo, su cuerpo habría respondido voluntariamente al llamado de la naturaleza dejando atrás los rasgos infantiles para dar lugar a un par de labios mullidos que hacían juego con una perfilada mandíbula, y a su vez constituían el foco de atracción de la divinamente proporcionada figura de un muchacho de diecinueve años.
El resto de sus hermanos mayores serían también buenos modelos para hablar sobre ese tema. Y quizá ahora que lo pensaba mejor, aquello que sentía podría llegar a ser su sello de distinción. Quizá lo que le esperaba en el futuro en cuanto a su psiquis, sería tornarse en una persona más despreocupada y tranquila. La primicia no le molestaba demasiado, es decir, no tenía nada de malo ser así. Por otro lado, la posibilidad de perderle el gusto a todo se le antojaba inquietante y para nada agradable.
-¡Minhee!
Un grito le despertó de su ensoñación y confundido alzó la mirada viendo a los niños que acusatoriamente parecían escudriñar dentro de su ser, buscándole un porqué a su distracción.
-¡Dijiste que jugarías con nosotros!
Exclamaron sus hermanos al unísono, a lo que una risilla espontánea se escapó de sus labios. Siempre sería divertido ver cómo aquellos dos coincidían de vez en cuando al hacer o hablar.
-Yah, nada de escándalo. Los gritos no son necesarios dentro del castillo.
Les recordaría, a lo que ambos dibujarían una mueca de inconformidad. A continuación y, para borrar esas arrugas en sus caritas, agregaría.
-Pero, una promesa es una promesa. Así que empecemos.
De esa manera permitiría que sus menores le instruyeran en la complicada rutina que se habrían inventado en cuestión de minutos, que para nada se parecía a la que habrían realizado las bailarinas del teatro.
"Al menos tomaron en cuenta mi consejo de abandonar las piruetas."
Pensaría al tiempo que Hyeongjun corregía la postura de sus piernas, dejándole en una embarazosa posición. Acto seguido el infante, metido en su papel de instructor, dictaría que retomaran la rutina desde arriba.
Así los minutos pasaron entre las instrucciones de unos apasionados mellizos que lograron dar con la sincronización de sus pasos, hasta completar una alegre danza que sin lugar a dudas habría conseguido animar un poco su adormecido corazón.
Nuevamente la idea de dar un paso adelante y generar el cambio que deseaba, cruzaba veloz por su cabeza. Haciendo así que estuviese dispuesto a seguir disfrutando del momento, ignorando la inseguridad que pellizcaba peligrosamente alentándole a caer al vacío, que sin darse cuenta crecía a la sombra del espejismo que tarde o temprano desapareció así como el sol tras las montañas.
Justo entonces volvería a la realidad y el Minhee de siempre se espabilaría.
-¡Dios mío, qué tarde es!
Exclamó al darse cuenta que ya no era el sol el quien les proporcionaba claridad, sino los candelabros sobre sus cabezas.
-Es hora de que ambos cumplan con su parte del trato.
Hablaría dando por culminada la sesión de baile. Acto seguido, tomaría una de las manos de cada niño entre las suyas, y adelantándose a sus protestas les llevaría consigo por entre los pasajes del castillo.
-No se vale, nos estábamos divirtiendo mucho.
Rezongó Seongmin, moviendo la varilla que aún sujetaba en la mano.
Sonreiría entonces ante el mohín que cargaban ambos infantes.
Sabía que así como él, sus hermanos menores también tendrían que crecer, pero creía fielmente en que al ocurrir eso ninguno de ellos dejaría atrás inocente resplandor.
De camino al baño llamaría la atención de una de las servidoras, y junto con ella se encargaría de preparar la tina y desvestir a los semejantes. Ya para cuando por fin hubo convencido a ambos chiquillos de entrar en la bañera el agua no estaría muy caliente, cuando menos ninguno podría alguna queja, al contrario, jugarían entre ellos volviendo a reír tal como habrían hecho al bailar en el vestíbulo.
-Mini, ¿cantarías un poquito para nosotros?
Cuestionaría el mayor de los mellizos, Hyeongjun, usando su encanto al atacarle con una mirada de sus hermosos ojos rasgados.
-Sí, sí. Canta para nosotros, Mini. Por favor.
Secundaría Seongmin, jugueteando con la espuma que se hallaba a su alrededor.
Largó un suspiro ante la insistencia y sin una razón real para declinar aquella petición, terminó por aclarar su garganta antes de complacerles canturreando una de las baladas preferidas de su propio repertorio.
En lo personal, sabría que todos sus hermanos habían sido bendecidos con alguna habilidad y, particularmente le gustaba pensar que la suya era cantar. De acuerdo con Hyeongjun y su hermano mayor, Woobin, su voz era melodiosa. Con todo y que este último tenía una voz más enérgica que la suya, todavía, le gustaban los elogios que recibía. Además, le agradaba el ser testigo del poder que sostenía su voz. Pues, sus menores siempre caerían bajo su encanto, simplemente sonriendo y escuchándole mientras él hacía lo suyo.
Aprovecharía entonces la distracción de ambos para lavarles el cabello, contagiándose con la paz que el semblante de cada uno le transmitía.
Ya al terminar la canción y, teniendo a ambos niños relucientes, proseguiría a envolverles en paños y después con ayuda de las servidoras les vestirles en atuendos casi idénticos, sonriendo. Complacido de saber que no sólo les habría bañado en agua, sino con el cariño fraternal que tenía para darles. Todo justo a tiempo para oír el regreso de sus hermanos del resto de sus hermanos.
-¡Regresaron!
Repitieron una y otra vez los chiquillos al unísono.
Satisfecho con su labor, no les negaría el ir de inmediato a recibirles, por lo que caminó (más bien corrió) de regreso al vestíbulo con ellos. Una vez allí los niños al ver sus mayores, no tardaron en lanzarse de brazos abiertos a su primer objetivo: un sonriente Serim.
-¡Vaya, qué grata sorpresa!, a quién debo este milagro de que ustedes estén recién bañados.
Cuestionó el joven, a lo que los infantes solo rieron apuntándole.
-Bueno, muchas gracias Minhee por tomarte la molestia.
Añadiría el mayor, regalándole una sonrisa mientras hacía lo posible para mantener en brazos a los inquietos mellizos.
-No es nada.
Respondió, soltando una (desganada) risilla, desistiendo al tratar de hacerse el amable tras ver que los menores opacaban nuevamente la atención del muchacho.
Justo en ese momento vería a Wonjin aparecer por el umbral de la puerta, detrás de él la servidumbre llevando consigo más de las cajas con provisiones que el mencionado balanceaba entre sus brazos.
-Habrá que dejarte solo con ellos más seguido, parece que sólo te hacen caso a ti.
Bromeó Taeyoung, quien pasaría a su lado con bolsas cuyo contenido no alcanzó a detallar.
Se encogería de hombros ante tal declaración, manteniendo la misma sonrisa de siempre, resolviendo que era mejor si ayudaba a sus hermanos a mover el resto de las cosas que habían comprado en el pueblo. No fueran a tomarle estos por odioso, peor aún, por flojo.
No obstante, la realidad era que al estar todos juntos, tendería entonces a retraerse sin razón aparente. En compañía de los mellizos las cosas eran sutilmente distintas, quizá porque con ellos compartiría más cercanía en cuanto a la edad, claro que, con Taeyoung también congeniaría de a ratos (siendo este sólo tres años mayor que él), pero este último siempre habría preferido estar al lado de Wonjin. De vez en cuando Allen también platicaría con él, incluso cantarían juntos en el conservatorio del castillo, sin embargo, era más habitual el que este estuviese ocupado, llevando a cabo el rol de asistente de Serim en todo lo que conllevaba a las 'labores reales'. Por último, estaban Woobin y Jungmo que al cumplir la mayoría de edad habían decidido tomar el cargo de embajadores, por lo que solo les vería cuando estos regresaban de alguno de sus largos viajes, lo cual era muy ocasional, y lamentablemente tampoco le causaba ningún tipo de exaltación.
En general, y sin que nadie le preguntase, podía admitir que en tiempos pasados habría gozado de una mejor relación con sus hermanos. Pero a nadie podían culpar por lo debilitados que habían quedado sus lazos, es decir, tras la pérdida de sus padres hacía cuatro años atrás cada uno habría afrontado aquel dolor de manera distinta, encerrándose hasta encontrarle una salida a todo el sufrimiento y frustración que cada uno cargaba por igual en su corazón.
Sus almas haciendo a sus cuerpos más pesados de lo normal, cargaban con un malestar que jamás les dejaría. Aunque les hubiesen preparado para tal tragedia ninguno hubiera reaccionado como debía; aun así, demostraría su admiración a sus mayores, porque ni en sueños habría podido llevar a cabo la mitad de las proezas que ellos hubieron hecho para sacar adelante a la familia y al reino.
El que a la temprana edad de veintitrés años su hermano mayor hubiera tomado el puesto de su padre, sería quizá el acontecimiento más trascendental en sus vidas dadas las circunstancias en las que habría ocurrido.
Todavía recordaba vívidamente el juramento de honor que Serim había dado, ese en el que hubo profesado su compromiso a la corona, prometiendo a su pueblo gobernar con humildad. Igualmente, recordaba después haber sido el único en encontrarle de rodillas sumido a la fragilidad de la que nunca antes había sido testigo, rogando a Dios por sabiduría para guiarles a todos con bien.
Eran entonces memorias de su pasado que difícilmente le abandonarían. Y como cada vez que se dejaba ir por el hilo de sus pensamientos, su cuerpo actuaría de manera automática llevándole hasta el carruaje donde más cajas aguardaban a ser llevadas dentro del hogar, sin prestar atención tomaría la caja más cercana, no importándole su contenido mucho menos lo pesada que estaba. Ni siquiera se percataría cuando el punto de inflexión que hubo dado la curva de su felicidad en su cara, se tornó en una mueca amarga. Y es que, dentro de sí no contaba con las herramientas para volver a encerrar las bestias que eran las memorias de aquél fatídico día.
Ese día en el que Serim se hubo coronado en el altar de Dios, llevando sobre su cabeza la joya que ni en fantasías alguno de ellos querría tomar, pues, el ser Rey conllevaba a una gigantesca responsabilidad. En el mismísimo instante que con centro en mano el mencionado hubo tomado asiento en el trono de su difunto padre. Allí, estando a su derecha y precediendo al resto de sus hermanos, vestidos todos en sus más finas prendas con lágrimas adorando sus ojos y el corazón roto... se dio cuenta de lo mucho que cambiaría la vida y de lo negado que estaría a vivirla a partir de ese momento.
Tomando en cuenta eso, sin dudas podía relatar tiempos más felices, inclusive más simples. Pero tal como Serim le habría dicho alguna vez al encontrarle llorando en completo desconsuelo "No todo está perdido, nos tenemos a nosotros."
Justo con eso, entonces, estaría seguro de que Dios habría escuchado las silenciosas plegarías de su hermano mayor, porque aquél era un mensaje que sólo la sabiduría divina de su igual podía ofrecer, pues, no importaba lo que pasara o lo mucho que se debilitase el vínculo con sus familiares, ellos siempre estarían allí el uno para el otro.
-¿Minhee?...
Sacudiría su cabeza con rapidez al escuchar su nombre, justo a tiempo para que el alma le volviera al cuerpo, espantando así la sombría presencia que eran sus recuerdos.
-Disculpa, me distraje pensando.
Se excusó frente a su hermano Allen, que con una sonrisa amable movía sus manos en un gesto que pretendía restar importancia a la situación.
-Nada de qué preocuparse, sólo quería saber si estabas bien. Llevas rato allí de pie con esa caja en las manos.
Explicaría el de pómulos prominentes y estatura ligeramente inferior a la suya.
Sólo entonces se daría cuenta de la veracidad de las palabras ajenas; por lo que, apenado, movería la cabeza señal de negación, provocando que largos mechones de su cabello oscuro le cubrieran los ojos.
-Estoy bien, sólo... me distraje.
Recalcó en voz baja al empezar a caminar, no queriendo quedarse para lo que sabría sería el comienzo de un interrogatorio. No era por despreciar las buenas intenciones de su hermano, sencillamente prefería guardarse para sí sus propios problemas. Así había sido siempre, y no es como si alguien le hubiese dicho tampoco que eso fuese un verdadero inconveniente.
De pronto mientras caminaba caería en cuenta de lo pesada que era la caja que llevaba en brazos, de modo qué, se apresuraría llevándola hasta el almacén de la cocina. Una allí la colocaría junto a las demás en suelo, no sin antes fruncir el ceño ante la extraña sensación que tal acción le produjo en el pecho. Como si una parte de su cuerpo se hubiese desprendido de él, quedándose allí junto a la caja.
Intrigado por el evento, estaría a punto de abrir la susodicha para explorar en su contenido, más, unas voces que se aproximaban le harían abandonar rápidamente tal misión.
-En vista de que se han portado tan bien, les mostraré antes el obsequio que les he traído desde el pueblo.
Habló un alegre Serim, quien de un momento a otro entró en el almacén con un entusiasmado Seongmin en brazos, seguido de un atento Hyeongjun que caminaba a su lado.
-¿Un obsequio?
Preguntarían los mellizos haciendo caso omiso a su presencia.
-Sí, un ob... ¡Oh! Minhee, no sabía que seguías aquí. Allen me dijo que tú bajaste la caja roja del carruaje.
Comentaría el mayor de todos, y tras oírle giraría sobre sus talones reconociendo la caja que había traído, percatándose por primera vez de su color.
-Ah, sí... allí está.
Señaló, haciéndose a un lado para dejar pasar a sus hermanos. Acto seguido el mayor de los tres abriría la caja descubriendo en su interior jugosas frutas rojas, aquel escarlata idéntico al de la caja que las contenía.
-¡Manzanas!
Chilló Seongmin estirando los brazos para alcanzar uno de los frutos, siendo atendido por un Serim que prontamente dejó una de las manzanas en sus manitas y otra en las de Hyeongjun, riendo complacido de poder hacer felices a ambos niños.
-La temporada de cosecha ya ha empezado, y estas fueron las más hermosas que conseguimos en el mercado. Eso sí, no se las vayan a comer todas, ¿de acuerdo?
Aunque su hermano hablara no podría concentrarse en lo que este decía, mucho menos en lo que los pequeños le respondían. Pues, desde el instante en que sus ojos se hubieron posado sobre el rojo de aquellas enormes manzanas, su corazón daría un vuelco, provocándole la sensación más desagradable que jamás experimentó.
No entendería el porqué de las circunstancias, si él nunca antes había encontrado las manzanas desagradables, todavía, no serían su fruta favorita.
"¿Será realmente por las manzanas?"
Reflexionaría. Llevándose una mano al pecho para luego dar un profundo respiro, tratando de mantener la compostura y no ser víctima de tan extraña angustia que empezaría a expandirse en su interior. No entendería por qué aquello le resultaría tan molesto, es decir, el sólo estar cerca de ese fruto, si quiera de posar sus ojos sobre el mismo.
-Minhee, ¿gustas una?
Le ofrecería su hermano mayor, tendiéndole una de las manzanas.
-N-no, no.
Rechazó de inmediato el ofrecimiento, al tiempo que su cuerpo se retraía como si el fruto fuese alguna abominación.
La mueca de inconformidad que se formaría en el rostro de su mayor no pasaría desapercibida por ninguno de los presentes, incluyéndole. Por lo que, tras hacer una reverencia en señal de disculpa al joven, se marcharía sin decir más. Pero no importó lo rápido que corrió fuera del almacén o de la cocina, aquella conmoción seguiría haciendo estragos a su corazón.
"¡Qué es esta inquietud que no me deja en paz!"
Se preguntaría en medio de la carrera, pensando que quizá estaría por volverse loco presa de un pánico que nunca antes habría vivido.
Ignoraría entonces el llamado de sus hermanos a sus espaldas, los cuales, intrigados por su estado intentarían ir detrás de él. Por fortuna fue más rápido, dándole tiempo suficiente para encerrarse de un portazo en el baño más cercano. Sólo después de hacer eso sería capaz de volver a respirar con mediana regularidad.
Estando de espaldas a la puerta se deslizaría lentamente hasta acabar sentado en el frío azulejo. A continuación, se llevaría ambas manos al pecho, apreciando el veloz latir de su corazón, como si todo su cuerpo pudiese moverse en cada pulsación. La sensación siendo tan brusca y desagradable que de pronto sus ojos se hubieron cerraron para tratar de enfocarse y calmarse, esperando, entonces, que aquello fuese suficiente para apaciguar el fuerte mareo que ahora padecía.
Los minutos pasarían tan lentos que si hubiese querido, habría estado en la facultad de contar cada uno de sus latidos.
Una vez más, no entendería nada de lo que le ocurría, y al mismo tiempo algo en su interior le diría que todo era una señal. Algún tipo de mensaje que el universo intentaba comunicarle a través de su núcleo, pero era inútil, pues era incapaz de descifrar tal acertijo.
Desconocería la cantidad de tiempo que habría pasado allí encerrado, aunque a juzgar por la insistencia de Serim y Wonjin, quienes hubieron tocado a la puerta un par de veces para que saliera, quizá no habrían sido sólo minutos sino horas. De cualquier forma, cuando se sintió lo suficientemente estable para volver a caminar, sólo en ese momento se colocaría de pie dando el primer paso fuera del baño, llevándose una sorpresa al encontrar a un preocupado Allen esperándole en el pasillo.
-Te tomó un rato salir de allí, ¿estás mejor?...
Cuestionaría su adverso en genuino estado de consternación.
-Sí, sí... estoy mejor.
Mentiría él, agradeciendo el hecho de que su hermano no le presionara para hablar más sobre lo ocurrido.
Simplemente se dejaría guiar en una plática sencilla hasta el comedor donde cinco pares de ojos le escanearon de pies a cabeza.
-Minhee. Nos tuviste a todos muy preocupados.
Increpó Serim, quien sentando a la cabeza de la mesa parecería haber estado esperando por él, tal como el resto de sus iguales.
Sin disculparse se limitaría a tomar asiento, manteniendo la mirada gacha.
-Al menos tuviste la decencia de llegar a tiempo para la cena.
Agregó con amargura el muchacho, quien con una seña indicó a las criadas comenzar a servirles la comida.
Demás estaría decir que su estómago soltó un gruñido de protesta cuando hubo dado el primer bocado de comida en su plato. Sin embargo, su malestar pasaría desapercibido en la mesa donde sus hermanos mantendrían animadamente una conversación sobre el día que habían tenido.
Escucharía su nombre un par de veces salir de la boca de sus menores, más, no le daría importancia, demasiado distraído en sus pensamientos como para formar parte de la plática.
Tras la comida ninguno de sus hermanos volvería a comentar sobre su estado, lo que le dio la oportunidad de escurrirse rápidamente hasta su habitación, justo después de dar las buenas noches a todos.
Pero esa misma noche, luego de asearse y prepararse para dormir su corazón volvería otra vez a colmarle de ansiedad. Entonces, con la cabeza en la almohada y las mantas hasta la altura del mentón daría mil vueltas en la cama, antes de caer rendido víctima del cansancio que la angustia le había ocasionado; siendo su último pensamiento lúcido la imagen que aquella tentadora fruta le habría dejado impresa en la mente.
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"Todo cuerpo se mantiene en un estado de reposo o movimiento rectilíneo uniforme, a menos que se vea forzado a cambiar dicho estado por la acción de fuerzas externas aplicadas en él."
Tiene más sentido ahora, ¿no?
¡Bueno!, hasta aquí el primer capítulo. Espero les haya gustado porque esto es solo una parte introductoria a la vida de todos, como para poner en contexto la situación. Este fic se irá desarrollando lentamente, aunque no planeo alargarlo mucho.
Si tienen alguna queja o duda, lo que sea, me encantaría leerla en los comentarios.
Gracias por leer, nos vemos a la próxima ヽ/❀o ل͜ o\ノ
♥ Ingenierodepeluche
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