Cuarto acto: La Mecánica y las magnitudes fundamentales (segunda parte)

¡Finalmente! He regresado con otro capítulo extremadamente largo de esta hermosa historia, pero no se dejen intimidar, la segunda parte de la Mecánica y las Magnitudes fundamentales es un capítulo esencial para entender quién es Minhee y cómo se maneja en su espacio y tiempo, en sí el capítulo no tiene demasiados detalles para rebuscar, de cualquier manera, les sugiero seguir leyendo con calma.

∫Minisang dx = Love + C

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A la mañana siguiente, tan pronto abrió los ojos su mente se aferró al celaje que sus últimas ideas habían concebido la noche anterior y, junto a ello, la importantísima realización que habría surgido como resultado a dicha concepción: debía, tenía que volver al claro.

Con un movimiento rápido y carente de gracia, logró incorporarse en la cama para luego buscar bajo su almohada aquella fruta, descubriendo prontamente con su mirada el escarlata que indicaba que, en efecto, todo lo que habría acontecido el día anterior no había sido un sueño.

-Todo ha sido real... Eunsang...

Murmuró para sí mismo, su voz sintiéndose un tanto ronca por haber despertado hacía solo unos minutos.

Sus labios dibujaron una boba sonrisa anhelante, al mismo tiempo acarició la manzana imaginándose la piel cálida del joven que para nada tendría que ver con la fría fruta que ahora sostenía. En ese instante sus dudas hubieron aclarado su pensamiento y un nuevo objetivo se antepondría a cualquier otra reflexión.

Por supuesto que debía hacerlo, es decir, volver al claro. Todavía, más importante que eso debía intentar encontrar a Eunsang a como diera lugar pero, no era tan sencillo. Aunque pudiese visualizar su objetivo con claridad la simple acción debía ser concebida a partir de una planificación detallada porque, si bien podía constatar que había vivido en carne propia la existencia del claro, y que entre sus manos reposaba la evidencia legítima de los hechos, no tendría ni pista de cómo volver a aquel lugar.

-Si tan solo hubiese prestado más atención...

Sentado en la cama con las cobijas enredadas entre las piernas, se toparía entonces con el inmenso vacío de información que para nada ayudaba a organizar las ideas revueltas en su cabeza. En el caso fortuito de que recordase algún detalle del camino que había tomado para con el volver al castillo desde el claro, suponía que este no le sería de utilidad, pues, para nadie era una sorpresa que todos los lugares en el bosque fueran, si acaso no iguales, pero sí muy semejantes, más aún en ese preciso bosque al que no por nada se referían como: traidor.

El adjetivo en sí le calzaba como anillo al dedo y, sin que nadie le preguntase, conocía a la perfección incontables anécdotas de personas que no habían salido de allí con vida, así como las de otros que se habrían perdido por siempre entre su espesura.

La exuberante masa boscosa tenía mala fama por ingrata, todavía, él había sido privilegiado al haber salido de allí con vida, lo que le hacía pensar, que quizá... no era tan descabellada la idea de volver, es decir, si Eunsang se había mostrado tan cómodo en el claro, inclusive que le hubiese dicho de forma despreocupada que retornaría a su hogar, entonces, sin importar su mala fama él tampoco tendría razones para seguir siendo intimidado por eso, por un simple bosque.

-Si logre llegar ahí una vez, puedo hacerlo de nuevo.

Se alentó con esas palabras aunque por dentro las ansias le consumieran, muy poco podía recordar de las cosas que habría visto en su largo trayecto de regreso al castillo. Deambular por un bosque no era sencillo, y él como explorador moriría de hambre si esa llegase a ser su profesión.

Si bien todavía era muy temprano como para darle tantas vueltas al asunto y aún anduviese medio adormilado, se valdría de sus ansias para elevar a la enésima potencia su ingenio.

De esta manera, pensó mientras los minutos pasaban, sus ideas corriendo raudas por entre las calles de su mente, lastimosamente acabando en puntos sin retorno al volverse incoherentes, imposibles. Finalmente, se daría cuenta que su ingenio le jugaría en contra al crearle más preguntas que respuestas lógicas.

-No puedo hacer nada de eso, ¡tiene que haber una forma más fácil!

Pero como Príncipe, en el fondo sabría la verdad, que para todo cuanto mereciera la pena luchar jamás tendría una solución rápida, mucho menos sencilla.

A falta de ideas que pudieran solventar su dilema, su humor decaería al punto de reprocharse injustamente por el descuido de sus actos; sin embargo, sabía que al enojarse consigo mismo no obtendría mejores soluciones, pero algo tendría que poder hacer para llegar hasta allí sin ayuda, porque bajo ninguna circunstancia se atrevería a mencionar la existencia del claro a cualquiera de sus hermanos, es decir, sabría Dios las consecuencias que eso traería, los interrogatorios que le harían.

No. Tenía que valerse por sí mismo y sortear entre sus ideas hasta dar con el plan maestro que le permitiera aventurarse prontamente en el bosque, más, por los momentos debía conformarse con lo que tenía y tratar de empezar el día con buena cara.

Decidido a cumplir con sus metas, guardó la manzana lejos del sol y la humedad, donde ninguna criada pudiera encontrarla. No fuera a ser que alguien entrase a limpiar su habitación y decidiera llevarse la manzana consigo, peor aún, tirarla en algún sitio. Teniendo eso bajo control, dispuso del lavabo para asearse, y posteriormente se vistió con prendas similares a las del día anterior, si acaso un poco más recatadas; no quería llamar la atención con los moretones que habría ganado tras la caída del día anterior. A pesar de que no dolieran, los hematomas parecían florecer en el jardín de su piel dándole un aspecto quizá más descuidado de lo usual, algo que sin dudas no era de su agrado.

Pero, dado que había soluciones, se las apañó para lucir impecable, antes de salir de su habitación, dispuesto a hacer el recorrido de siempre por los pasillos del castillo en dirección al comedor, saludando cordialmente a quien se topase por su camino.

Finalmente, al llegar a su destino se extrañaría de encontrar el recinto vacío. Prontamente el desconcierto se dibujaría en sus facciones ante su descubrimiento; no obstante, decidiría ir en busca de sus hermanos antes de quedarse de brazos cruzados. De esa manera, buscó rápidamente entre las habitaciones cercanas hallando el mismo silencio y ni un vestigio de los susodichos.

-Disculpe, señorita. ¿Sería tan amable de indicarme la hora?

Dijo al referirse a una de las criadas que de casualidad vendría caminando en su dirección.

-Buenos días, Príncipe Minhee. Han de ser pasadas las once, ¿desea usted que se le sirva el desayuno?

Al recibir la respuesta de la muchacha caería en cuenta de lo tarde que era, lo mucho que habría dormido y también remediaría en el porqué de la ausencia de sus hermanos. A esa hora los chiquillos estarían recibiendo sus lecciones semanales de historia, y sus mayores probablemente estarían ocupados atendiendo asuntos propios.

-No, gracias. Puede continuar su labor.

Resolvió decir a la muchacha, quien con una sonrisa hizo una reverencia antes de seguir su camino.

-Con su permiso. Estamos para servirle, Príncipe Minhee.

Estando nuevamente solo se dispuso a dar otra caminata por la fortaleza mientras pensaba en sus opciones. No le apetecía desayunar solo, mucho menos a esas horas, lo que fuera a ingerir en ese momento del día ya tendría que contar como almuerzo no como desayuno. Soltando una pesada exhalación se fue por entre los pasillos serpenteando casi con flojera hasta recargarse en el marco de una ventana. Desde allí su vista no era tan privilegiada dado que se encontraba en el primer piso de la fortaleza, todavía el verde bosque le evocaría sentimientos gratos, eso... hasta notar un muy importante detalle.

Su rostro entero se hubo contorsionado en una mueca de disgusto cuando, al asomarse por otra ventana distinguió el mismo pormenor que desentonaba en su magnífico panorama. De un momento a otro la realidad le haría comprender de qué trataba el asunto, por tanto, encolerizado por su hallazgo, retomó su caminata esta vez teniendo un único destino en mente, el lugar donde sabría encontraría a la causa de su agitación.

Con cada paso que daba advertía la presión acumulada en su interior, como si se tratase del vapor de una locomotora que precipitadamente fuese a salir expedido cual humo de sus orejas. Estaría entonces tan iracundo que entre zancadas sentía el piso moverse bajo sus pies. Tras girar en una última esquina consiguió llegar a su destino, pero al acercarse se topó con dos fornidos guardias reales custodiando la puerta, los cuales al verle se apartaron de su lugar para darle acceso. No se molestó en agradecer el gesto, mucho menos se tomó el tiempo para intentar reconocer a los hombres; sin embargo, esto le habría servido para darse cuenta que la persona que buscaba no estaba tras esa puerta.

-¡Exijo saber por qué hay guardias a la entrada del bosque!

Gritó desquitando su ira al empujar con fuerza la susodicha puerta, su mirada inmediatamente buscando la de Serim, aun así, no se encontraría al mencionado sino a otro de sus hermanos reposando tranquilamente en la silla tras el escritorio del mencionado.

-Buenos días para ti también, Minhee.

Saludó sarcásticamente un sereno Wonjin, quien haciendo caso omiso a su entrada teatral, dio vuelta a la página del libro que sujetaba con la zurda.

Avergonzado por su actitud, hizo una leve reverencia a su mayor en señal de disculpa antes de hablar. La puerta a sus espaldas cerrándose por acción de uno de los escoltas reales.

-L-lo siento, buenos días, Wonjin. Yo... ¿Dónde está Serim?

-Partió al amanecer junto con Allen, ambos tenían asuntos importantes que atender en el pueblo, ¿por qué la pregunta, hermanito?

El desdén de su opuesto y el tonillo que habría usado al hablarle harían que le hirviera la sangre, con todo y eso, se mantendría al margen siendo que su adverso no era la persona a quien iba dirigido su descontento.

-Necesito hablar con él.

-Acerca de...

Cuestionó el de gruesos labios, esbozando una sonrisa ladina antes de arrojar el libro abierto sobre el escritorio. La acciones de su adverso insinuando que su presencia era una mejor fuente de entretenimiento.

-Hay guardias a la entrada del bosque y en cada esquina del castillo, lo he visto yo mismo. Exijo saber el porqué.

Cual nube en el cielo el silencio ensombrecería el momento, siendo entonces que su hermano volvería a adquirir la misma actitud desinteresada hasta resolver darle un vago intento de respuesta que no fue para nada de su agrado.

-Verás, hermanito... tras los eventos que acontecieron el día de ayer, nosotros, es decir, Serim, Allen, Taeyoung y mi persona... resolvimos por decisión unánime redoblar la seguridad en el castillo.

Tal como habría ocurrido el día anterior a la hora del desayuno, su mente delirante le hizo pensar en cuanto improperio guardase en su léxico; las ganas de soltarlos a su hermano mayor elevándose por los cielos tanto así como para alimentar a la bestia que ahora sabía, guardaba en su interior, y a la cual indistintamente del porqué, igual debía temer. Por esa razón, resolvió hacer un pacto con su sabiduría al contenerse. Aun así, se preguntaría cuál sería el afán de sus mayores para con él tocarle los nervios tantas veces en una misma semana.

La espesa bruma que nublaba su mirada le advertiría nuevamente la rabia que contenía. Un movimiento en falso y cometería otro error, y tal fallo se lo podía permitir con Serim, pero no con Wonjin.

-A razón de qué pondrían guardias por lo de ayer, no tiene sen...

-Por supuesto que tiene sentido.

Le interrumpió su mayor al tiempo que empujaba su silla, las soportes de la misma chirriando al rozarse forzosamente contra el piso, como resultado a tan irritante sonido terminaría tensando su mandíbula, sus dientes si acaso imitando el escándalo de la silla. Acto seguido, Wonjin tomó el libro olvidado sobre el escritorio para colocarlo en el lugar donde correspondía.

Temeroso por lo que fuese capaz de hacer sintiéndose tan iracundo, se mordió la lengua casi hasta rompérsela, esperando entonces a por otra respuesta que probablemente no valdría la pena escuchar.

-Verás, Minhee... no es que ninguno de nosotros desconfíe de ti, pero... estando en nuestra posición esta decisión fue la mejor. Deberías estar agradecido, a tu edad ya solía tener a dos guardias y a los consejeros reales tras de mí por orden de nuestro padre. Serim, por otro lado... es más condescendiente y prefiere que tú y los mellizos disfruten de su libertad el tiempo que pueda ofrecerles. Quizá cuando seas mayor seas capaz de comprender...

-Lo único que entiendo es que ustedes abusan de su autoridad.

Cortando el discurso diplomático de su hermano dijo aquello antes de dar la vuelta sobre sus talones, saliendo de la habitación tan lejos de Wonjin y de sus absurdas excusas como le fuera posible.

"¡Qué estúpido de mi parte el pensar que mis acciones no tendrían repercusiones!"

Pensó caminando sin rumbo fijo y falto de opciones. Finalmente, remedió ir al único lugar donde sabía encontraría un poco de tranquilidad, y con suerte alguna solución para su problema.

Aunque se sintiese cansado tras haberle dado la vuelta entera al castillo, la caminata le sirvió para diluir su arrebato en las tranquilas aguas de la paciencia. Claro que, la espina que habría dejado Wonjin en su corazón seguiría fastidiándole de a rato, si acaso lo peor aún no había pasado, es decir, seguía teniendo que resolver cierto inconveniente. De cualquier manera, cuando menos ya no estaría tan enojado como para no pensar con claridad. Sería entonces el momento de afrontar la situación teniendo el pecho y la cabeza en alto, pues, ningún obstáculo le impediría lograr su objetivo.

Tampoco daría mayor importancia a la escenilla que habría hecho delante de Wonjin, después de todo, su enojo tenía un por qué y, a criterio propiom no habría sido mero acto de malcriadez. Si acaso fueran a reclamarle más tarde, se valdría de sus derechos para defender una vez más su palabra.

Así fue como, siendo seducido por su nueva convicción, se abrió paso entre las habitaciones del castillo hasta dar con las puertas francesas que, comunicándose con la habitación de los mellizos le llevaban a la pintoresca sala de estudios donde encontró a los mismos.

-¡Mini!

Exclamó el menor de los chiquillos al verle.

-Príncipe Seongmin, no se distraiga por favor. Buenos días, Príncipe Minhee. A que debemos su honrada visita el día de hoy.

El llamado de atención del maestro no tardó demasiado en llegar, haciendo que el infante volviera su atención al pizarrón.

-Por favor, maestro. Continúe con su lección, el día de hoy solo seré un oyente.

-Con su permiso, Príncipe Minhee. Ahora... ¿alguno de ustedes podría decirme en qué año se aliaron las tierras del Norte con nuestro reino?...

-¡Yo, yo, maestro!

Responderían los dos al unísono tras alzar la mano.

Dejando de lado a los mellizos, dispuso del salón a su antojo al arrojarse sobre una de las mesas de estudio al fondo de la habitación.

Aquella habitación que empleaban como aula de clases desde que tenía uso de razón habría sido su lugar de escape. Dotada con decenas de libros y modelos a escala, en conjunto con el tutor que ahora enseñaba a los infantes, le habrían servido para aprender acerca del mundo que había más allá de los muros de la fortaleza, más allá del bosque, inclusive más allá de los límites del reino. Durante su niñez asistir a sus tutorías había sido de las mejores experiencias que tenía para contar, puesto que estudiar era de las cosas que se le daban con mayor facilidad.

En aquel entonces, de vez en cuando imaginó que también hubiese sido agradable ir a una escuela o instituto común en vez de recibir clases privadas, es decir, sus únicos amigos siempre habrían sido sus hermanos, los hijos de los nobles y un puñado selecto de primos esparcidos por tierras lejanas. Todavía, aquel anhelo, aquel –"si tan solo..."- no era suficiente para sacudirle las ganas de aprender.

Con el tiempo, también habría aprendido que el ambiente de aquella habitación favorecía a su concentración, condición que atribuía a la costumbre que se hubo creado de niño al pasar tanto tiempo allí estudiando. Y para qué otra cosa necesitaría concentrarse, sino para resolver su problema, más bien, para idear finalmente el plan maestro que le llevase de vuelta al claro... con Eunsang.

Una cosa era cierta, si anteriormente habría pensado en el proceso como una hazaña, ahora definitivamente sus hermanos le habrían agregado un grado mayor de dificultad al asunto. A decir verdad, era una locura lo que pretendía hacer, es decir, pasar por sobre la autoridad de sus hermanos de esa manera, era cuando mucho un acto que en otras circunstancias jamás se atrevería a realizar, pero... debía intentarlo. No se podía quedar de brazos cruzados, no cuando su corazón advertía que tal deseo era más que un simple capricho (entiéndase, el volver a encontrarse con Eunsang a la sombra del reverdecer era su deber).

"Esto será prácticamente imposible."

Pensó tras apoyar el mentón sobre la mesa, en la cual habría pasado largo rato trazando líneas imaginarias de las posibles rutas que podría seguir para acceder al bosque.

A pesar de no concluir nada significativo, prontamente descubrió un aspecto de vital importancia. Él no podía simplemente entrar al bosque desde cualquier acceso, debía ingresar por el mismo lugar que había salido el día anterior, de lo contrario corría el riesgo de perderse en las vaya usted a saber cuántas hectáreas de área boscosa. Tampoco se habría fijado en la cantidad de guarias que custodiaban el lugar, tendría que ver con sus propios ojos para saber qué le sería factible y...

-¡Mini, Mini!

De pronto diría adiós a su concentración y a la idea se quiera concluir algo medianamente decente. Cerró los ojos y dejó ir la tensión del cuerpo en una pesada exhalación para luego atender a la llegada del par de revoltosos que se arrojaron a su persona entre risillas, ni cuenta se había dado de cuando la lección de esos dos había terminado.

-Hyeongjun, Seongmin. Les he dicho que no se arrojen encima de mi cuando estoy distraído.

Haciendo caso omiso a su reproche Seongmin tomó asiento en la silla a su derecha, quedando Hyeongjun a su izquierda.

-Te estábamos llamando pero no respondías. Últimamente no prestas atención.

-Es porque está pensando mucho, Minnie.

Explicó Hyeongjun a su semejante con aires de superioridad. Como respuesta, Seongmin frunciría la boca antes de hablar.

-Entonces debe dejar de hacerlo, Taeyoung dice que pensar demasiado es malo.

De esa manera el debate continuó, siendo que ambos chiquillos no acabarían hasta saber quién tenía la razón.

-Eso es mentira, pensar no es malo.

-Y por qué Taeyoung nos mentiría.

-Pues, porque...

-¡Niños!

Alzó la voz llamando la atención de los infantes, quienes con ojos expectantes, suponía, esperaban a que dijera algo que aclarara sus dudas sobre el tema; sin embargo, poco le importó la discusión de los menores. Con tal de dar por concluida tan absurda cuestión tenía más que suficiente.

-¿Han terminado la lección de hoy?

-¡Sí!

Respondieron al unísono, olvidando por completo el tema anterior.

-Muy bien. Entonces, por qué mejor no van a buscar a Taeyoung para ir a almorzar. Yo les alcanzaré más tarde.

La distracción era su mayor recurso si se trataba de los mellizos, así que por nada del mundo perdería la oportunidad de usarla; no obstante, los pequeños tendrían algo más en mente. Y así, sin darse cuenta ya se encontraría bajo las garras de ambos.

Ignoraba el hecho de haber cedido una vez más a la manipulación de sus hermanos menores, ya su orgullo estaría suficientemente herido como para echar otra piedra al costal. A los efectos de ello, terminó por aceptar su destino dejándose arrastrar entre los pasillos por aquel enérgico dúo.

-Mini, ¿crees que mañana podamos ir a jugar al jardín?

-Supongo que sí, Hyeongjun. Habrá que preguntarle a Wonjin o a Serim.

Dijo tras soltar un suspiro de resignación, sus manos sujetando las de sus menores al caminar escaleras abajo hacia el conservatorio, aquel lugar que desde hacía algunas estaciones se habría tornado foráneo a su cuerpo, aquel lugar que a pesar de estar lejos le sentía cerca, tanto así como para susurrarle al oído las trabajosas palabras de un arrepentimiento.

Aquel lugar donde sabía, se encontraría a su hermano mayor Taeyoung, a punto de culminar con sus lecciones de canto de la semana.

El conservatorio solía ser el lugar favorito de su madre en el castillo y, no era para menos, el recinto había sido diseñado y decorado a partir de sus ideas, con las ganas que solo una mujer posee en el alma, por tanto, resultaba imperdonable el entrar a ese lugar sin admitir su magnificencia.

Ubicado en el ala oeste de la fortaleza allí donde solo se podía respirar tranquilidad, era entonces, el lugar perfecto para dejar la mente y el alma a merced de una de las poquitísimas fuerzas que por acción antropogénica resolvían mover al mundo: la música.

Abierto a la inmensidad, así había considerado el conservatorio desde siempre, a razón de su techo tan alto y del tragaluz justo al centro. Sería entonces la iluminación natural la que difuminase los límites del micro-universo encapsulado allí, en ese preciso lugar, entre esas paredes que trazaban una perfecta circunferencia.

La decoración sería otra historia, un diseño clásico similar al del resto de la fortaleza que fluía con métrica propia; si fueran a preguntarle por una palabra que la describiera, diría sin titubeos que era simple y llanamente, elegante. De resto, sobre los pisos pulidos de mármol se repartirían variedad de instrumentos, un violonchelo y un contrabajo, los timbales, y el opulento piano de cola siendo, como siempre, la pieza central. Los instrumentos más pequeños irían sobre las mesadas. Los atriles dispuestos en fila, cada uno con su respectivo banquillo.

Por último, estantes que acomodarían métodos y libros con las piezas de los músicos más reconocidos alrededor del mundo, o al menos eso le habrían dicho, tampoco es como si fuese a recordar el nombre de todos, si acaso sabría reconocer alguna que otra obra de Paganini, pero nada más.

En fin, con tanto de donde escoger considerada una blasfemia el hecho de no tener pero ni el ápice de conocimiento de cómo sostener o tocar alguno de esos instrumentos, más, esa era la realidad. Ningún instrumento le llamaba suficiente la atención como para pasarse el rato tratando de dominarlo; todavía, el violín sería la única excepción pero no para tocarlo, sino para escucharlo.

A diferencia de sus prodigiosos hermanos mayores, desde su punto de vista no necesitaba de un objeto para hacer música, él consideraba a su cuerpo como su instrumento. No sería como Jungmo, quien parecía haber nacido para tocar la guitarra, o como Wonjin y Serim, aquellos dos considerando desde siempre dejar su alma en el piano, y pare de contar. No, como siempre, él sería diferente y, a razón de ello su afición al canto sería lo único que realmente le atase de alguna forma al conservatorio, pero ya había pasado un tiempo desde que sus ganas de cantar habrían menguado.

A sus quince primaveras, ya había adoptado el mal hábito de los ancianos de reprocharse ciertas decisiones del pasado, pero aquel era un problema de su propia autoría que nadie más debía juzgar, siquiera comentar. Sin embargo, todavía estaba esa cosa, esa señorita que merodeaba a sus espaldas pretendiendo traerle a la fuerza de vuelta a ese lugar, al conservatorio, para sacar sus ganas de tan nefasta sepultura, aun así, sus intentos serían en vano porque el temor le haría permanecer a la sombra donde la susodicha no pudiera para con el alterar su vida. Al final, era esa otra pausa inducida dentro de una más grande, y él, cual lápida en la tierra seguía clavándose a ella.

"Algún día volveré a cantar. Cantar... extraño cantar."

No es como si hubiese renunciado por completo al canto. Le cantaría a los mellizos cada que estos se lo pidieran, pero de mejorar, de proyectarse más allá... esas eran palabras mayores que por alguna extraña razón le causaban cierto repelús. No es como si alguien fuese a preguntarle, de todas formas, tampoco tendría cómo responder a ello, pero era casi inexplicable lo que sentía cuando pensaba en el futuro (entiéndase por futuro, el canto) y ciertos aspectos que guardaban cierta relación con ello, es decir, sus hermanos. Todavía, era curioso cómo podía, de cierta forma, contradecirse a sí mismo. Si pensaba en Eunsang, entendía que proyectar al muchacho en su vida era parte del futuro que tanto le aterraba; no obstante, Eunsang no era el canto. Eunsang no era sus hermanos. Eunsang era sólo eso... Eunsang. Por lo tanto, aquel futuro que quería junto al muchacho no le generaba presión.

-Ha mejorado mucho en los últimos meses, Príncipe Taeyoung. Sus notas son mucho más estables ahora.

Escuchó decir al maestro de canto, el hombre siendo tan alto y delgado como el asta de una bandera, siempre tan sonriente y dispuesto ayudar, justo como en ese momento que recogía las partituras de su hermano sin este siquiera necesitarlo.

-No lo habría logrado sin su ayuda, maes... ¡oh, pero qué grata sorpresa! Miren nada más, son mis pequeños ángeles.

-¡Taeyounggie!

En ese momento soltó las manos de los mellizos permitiendo así que los niños se arrojaran a un alegre Taeyoung. Su moreno hermano siendo el más consentidor de los nueve, siempre estaría a la búsqueda de mimar con actos y palabras a cualquiera llevando una sonrisa en el rostro.

Recordaba las numerosas veces en las que estando incluso más pequeño que los mellizos Taeyoung le hubo hecho compañía en sus horas de estudio, las tardes de verano en las que jugó con él en el jardín, e incluso los momentos en los que el mayor habría hurtado golosinas de la alacena para compartirlas con él. Sin dudas, su hermano mayor era un sol, y de no ser un astro, entones tendría la piel bronceada de haber pasado tanto tiempo bajo sus rayos. De todos sus hermanos, azúcar morena que desde el cielo habría descendido para dar forma al jubiloso Taeyoung, el que siempre en sus expresiones ocultaría una pizca de picardía en el precioso ámbar de sus ojos rasgados.

-Príncipe Minhee, hace tiempo no le veía por aquí, ¿ya decidió cuándo retomar sus lecciones de canto?

Saliendo de su estupor, desvió la mirada al hombre que desde su posición, sentado tras el piano, le miraba con atención. A falta de respuestas para satisfacer esa pregunta, llevó una mano tras su nuca masajeando la misma al sentirse un tanto ansioso, incómodo.

De nuevo la odiosa señorita pincharía sus costados a razón de hacerle sentir la culpa que, a criterio propio no le correspondía.

-A-aún lo estoy pensando, maestro Kim.

-Tómese su tiempo, Príncipe Minhee. Para crear música no se debe obligar al cuerpo, de lo contrario el alma estará indispuesta y lo que se haga... no tendrá sentido alguno.

Sin tener nada que agregar, asentió para luego hacer una leve reverencia imitando el gesto de despedida del maestro.

-Nos veremos el próximo martes, Príncipe Taeyoung, Príncipe Minhee, Príncipes Hyeongjun y Seongmin... con su permiso.

-Gracias por sus servicios, maestro Kim.

-Estamos para servirle, su alteza.

Finalmente el hombre se marchó de la habitación con partituras y libros en mano, el sonido de sus pasos alejándose al ir subiendo la larga escalera.

-Taeyounggie, ¿nos acompañarás en el almuerzo?

De pronto, el menor de todos los presentes rompió el silencio con aquella inocente pregunta. Acto seguido, Seongmin tomó asiento en el banquillo del piano, sus piernas siendo todavía tan cortas que sus pies no alcanzarían siquiera a rozar el suelo. Por su parte, se limitaría a oír la plática entre sus hermanos mientras, de forma desinteresada se paseaba por la habitación, ignorando de nueva cuenta la molesta sensación que ahora se alojaba dolorosamente en su garganta.

-Por supuesto, mi pequeño.

-¿Y después jugarás con nosotros?

Esta vez sería Hyeongjun el que preguntase obteniendo una respuesta inmediata por parte de su mayor.

-Antes de los juegos vienen los compromisos, y me parece que ustedes, chiquillos... han olvidado lo que Serim les dijo en la cena de ayer.

Ante tal declaración regresaría la mirada a su moreno hermano. Tan ensimismado habría estado en sus cosas que había olvidado ese contratiempo, definitivamente aquel no sería un buen día para iniciar con su plan; sin embargo, tendría que apañárselas para hacer tiempo porque un retraso podía suponer luego en mayores desventajas. De cualquier forma, podría seguir buscando soluciones en su mente el tiempo que durase en manos de las costureras.

-Entonces... ¿podremos jugar después de eso?

-Todo a su tiempo, Hyeongjun. Por los momentos, lo primero. Vayamos a almorzar. Minhee, ¿nos acompañas?

Preguntó el mayor de los cuatro en la habitación sacándole de su trance.

-S-sí, vayamos.

Con una sonrisa Taeyoung asintió con la cabeza guiando a los infantes hacia las escaleras. Por su parte, sus pies tardarían en responderle y ya para cuando sus hermanos estuviesen a mitad de la subida saldría corriendo para alcanzarles.

De camino al comedor siguió pensando sobre todo cuanto pudiese estar relacionado al claro, o a Eunsang. No es que buscase obsesionarse con aquella idea de un recuentro, pero todo cuanto pudiese restarle a su estado de ansiedad y le hiciera olvidarse nuevamente del conservatorio y del canto, sería gratamente bienvenido en su mente.

Como música de fondo tendría las voces de sus hermanos y tal melodía no acabaría ni siquiera cuando ya sentados a la mesa se les unió un quejumbroso Wonjin. Sus guardias escoltándole hasta la mesa para luego retirarse a la entrada del recinto, junto al guardia de Taeyoung y las numerosas criadas.

-Recuérdame por qué tengo que hacer el trabajo de Serim en su ausencia.

Dijo Wonjin al caer sin gracia alguna sobre su silla, las criadas atendiendo rápido a su llegada para llenar su copa y servirle la comida.

-Porque es tu deber y porque nadie más puede. Serim te delegó ese cargo por una razón, hermano.

Respondió Taeyoung una de sus características risillas implícita en su habla. Los mellizos por otro lado, demasiado distraídos en sí mismos como para prestar atención a los pesares del recién llegado.

-Lo sigo creyendo un abuso, también tengo objetivos en la vida, deberes por completar. La corte no lo presiona solamente a él por ser el Rey, es decir...

Sin poder evitarlo un resoplido se le escapó antes de poder siquiera ocultar su sonrisa tras la copa que sostenía cerca de su boca.

-¿Acaso dije algo que te causara gracia, Minhee?

Al instante sintió todas las miradas de los presentes sobre sí, su risa olvidada y la tensión haciéndole tragar grueso.

-Yo...

La mirada expectante de su hermano mayor haría a todo su cuerpo sucumbir a la presión; todavía, se creyó tentado a dejar sus modales de lado, pues, la espina clavada en su corazón le recordaba la conversación que habría tenido con su opuesto hacía tan solo un par de horas, provocando así que, inexplicablemente, su juicio quedaría expuesto al maléfico estímulo.

-De hecho sí. Me causa gracia el hecho de que oses quejarte de las cosas, más bien, actitudes que... claramente imitas al hacerle a otros.

Sin pensarlo las palabras salieron de su boca, encendiendo rápidamente una peligrosa llama en la mirada de su hermano. Pero esta vez no tendría que salir corriendo, esta vez no habría una confrontación a razón de la intervención divina que tuvo Taeyoung para con ellos impedir que se desarrollase una nueva disputa.

-¡Qué calor hace hoy!, ¿no?... ha de ser por eso que estamos tan susceptibles.

-Sí, el calor.

Masculló Wonjin volviendo su mirada al plato, la risilla nerviosa de Taeyoung todavía haciendo eco en el recinto.

-Sí... ¡Minhee!, ¿ya tienes en mente algún color que quieras usar para tu traje?

Aunque Taeyoung estuviese obrando como alguna especie de ser alado, la tensión a la mesa seguiría siendo palpable, lo sabía pues los infantes permanecerían en completo silencio; el ruido que sus cubiertos harían al chocar contra la vajilla siendo el único sonido proveniente de ellos.

Claro que, si lo pensaba nunca se habría buscado más problemas con Wonjin de los que ya tenía porque su hermano, a pesar de tener mayor aguante que Serim (para ciertas cosillas), daba lugar a los castigos más severos. Entonces, si ya se sentía bajo advertencia porqué razón en la vida habría querido él echar más leña al fuego.

-No... aún no me decido por un color. Pensé que... podrías escogerlo tú.

Habló en voz baja, esperando que su respuesta fuese suficiente para contribuir a la calma que Taeyoung pretendía reconstruir.

-¡Oh! Claro que puedo, sabes que mientras esté en mis manos no te arrepentirás de mi decisión. Haría cualquier cosa por mis hermanos...

-Entonces... ¿Jugarías con nosotros en el jardín?

De pronto Wonjin estalló en risas ante la astucia de su hermano menor, Seongmin, quien siendo optimista había aprovechado la situación para conseguir lo que quería.

-Alguien intenta pasarse de listo contigo, Taeyoung. Ya no puedes retractarte de tus palabras.

-Tal parece que no, mis chiquillos cada día están más avispados. Está bien, jugaremos en el jardín.

Así, aunque sus hermanos siguieran hablando y riendo, a pesar de haber cambiado el ambiente para mejor, en su mente se repetiría cual eco las palabras dichas por Taeyoung.

"Haría cualquier cosa por mis hermanos..."

Tras el almuerzo se habrían dado un momento para reposar, poco después las costureras llegarían instalándose en una de las habitaciones de huéspedes con sus miles de instrumentos de costura, metros y metros de la más finas telas, bordados, tira cintas y encajes confeccionados por las más cuidadosas manos en todo el reino.

A la espera de su turno vería desde su lugar como los mellizos harían de las suyas, incapaces de quedarse quietos por mucho tiempo. Les llamaría la atención de vez en cuando al apiadarse de la cándida alma de las muchachas que sin objeción, aguantaban las travesuras de los chiquillos.

-Príncipe Seongmin, por favor. Si se sigue moviéndose podría lastimarse con algún alfiler.

-¿Cuándo va a terminar, señorita María?

-Paciencia, alteza. Un trabajo bien hecho lleva tiempo.

Explicó la muchacha al niño, su voz tan serena haciendo juego con la gentileza de sus manos, las mismas que ágilmente cortaban y basteaban retazos de tela sobre el cuerpo del infante.

Acostado a la anchura del mueble bajo el ventanal se mantuvo la mayor parte del tiempo en silencio contemplando la escena delante de sus ojos, la cual le supo a nostalgia. Desde hacía rato había olvidado la idea de seguir pensando en su plan, es decir, con tantas distracciones a su alrededor aunque no precisaran demasiado de su participación, igualmente, consumían su atención.

A razón de ello, recordaría el papel que la muchacha, María, desde siempre habría tenido en su vida. Eran tantos los recuerdos gratos en su mente que involucraban a una María más joven, imágenes de aquella jovencita de dieciocho años revoleteaban por su cabeza. Aquellas tardes a fin de mes en las que vendría a confeccionar los elaborados atuendos de su ahora difunta madre; el trabajo de la muchacha siendo siempre impecable, no por nada era la costurera más reconocida en el reino. No obstante, ahora el castillo, su hogar, solo se llenaría con la airosa presencia de la muchacha contadas veces del año.

Por supuesto que, al crecer María se había transformado en una mujer más agraciada, de auténtica inocencia y con una tremenda convicción. María era símbolo de admiración a sus ojos por el simple hecho de su sola existencia como mujer, una de las pocas con la que guardaba algún tipo de relación. Amaba en secreto la feminidad de la muchacha, así como también las maravillas que resultaban de su labor tan delicada... aquella cualidad casi tan perfecta como la solía pertenecer a su madre.

Víctima de la melancolía se arrimó hacia la ventana para ver hacia el cielo, una costumbre que había adoptado desde los once años, cuando en aquel entonces siendo tan ingenuo como los mellizos, había creído en las palabras de su hermano mayor Allen. Aquel testimonio agridulce a su paladar, ese que rezaba el que sus padres les cuidarían desde el cielo. Una parte de sí al crecer había preferido desmentir tales palabras; todavía, su corazón escogería creer en ellas, pues, era el único consuelo que le quedaba mientras estuviese allí en la tierra.

-Una detalle más y... ¡listo! Ya hemos acabado, Príncipe Seongmin.

Exclamó la muchacha al tiempo que sus manos hacían cosquillas a los costados del nombrado. Seongmin, entonces, soltó una ligera risotada contra las palmas de sus manos tratando de esconder el rubor en sus mejillas.

Al ver aquello esbozó una sonrisa, su corazón sacudiéndose alegre contra su pecho al nutrirse a expensas de la alegría de su pequeño hermano.

Jamás comprendería porqué sus padres habían tenido que partir tan pronto, y es que sólo en momentos así comprendería la importancia que tendría para con ellos la presencia de la contraparte del hombre en sus vidas. Aunque su corazón todavía llorase la pérdida de su madre, al menos se sabría bendecido al haber tenido más tiempo junto a ella, mucho más del que los mellizos pudieran recordar. Era injusto pensar que sus adorados niños tendría que crecer por siempre sin el cariño que sólo una figura materna podía aportar; no obstante, sus hermanos mayores y él harían lo imposible para llenar aquel vació, más, nunca sería suficiente.

Aunque María o cualquier otra mujer existieran para con ellos significar algo, de cualquier forma, resultaría siempre insuficiente porque en la tierra no se concebía el reemplazo de una madre, pero María advertía un refugio, es decir, la única alternativa segura para vincularse a la feminidad dentro de la fortaleza ni siquiera las criadas que con tanto cariño y paciencia les atendieron desde su nacimiento tendría un lugar tan predilecto en el corazón de sus hermanos y él como lo tenía María.

-Príncipe Hyeongjun, usted es el siguiente.

Ante el llamado, el mayor de los mellizos saltó de su asiento yendo de forma obediente hasta el banquillo donde prontamente se subió, tal como lo había hecho Seongmin. Acto seguido, María se pondría manos a la obra en compañía de su asistente, Emilia. La modista que desde hacía unos años se había ganado un lugar en la familia de los servidores reales. Todavía, la chica no haría justicia a la belleza de su jefa, sus rasgos faciales siendo más afilados, y su trabajo de vez en cuando descuidando.

-Ha crecido mucho, Príncipe Hyeongjun, tal como su hermano. No me cabe la menor duda que ambos serán unos jóvenes muy apuestos, es algo de familia.

Ante el cumplido reparó en el sonrojo que hubo florecido en los pómulos del menor, lugar que pronto hubo sido premiado con una tersa caricia de las primorosas manos de la muchacha.

Interrumpiendo tan afectuosa escena, un guardia real abrió la puerta de la habitación dando paso su moreno hermano.

-Buenas tardes, espero no estar interrumpiendo nada. Solo quise venir a ver con mis propios ojos las bellezas con las que mis hermanos se vestirán esta vez.

Habló Taeyoung al pasearse por la habitación, sus manos curiosas siempre tocando todo lo que tuvieran a su alcance.

-Buenas tardes tenga usted, príncipe Taeyoung. Siempre es un honor tenerle presente. Ya he acabado con el traje del Príncipe Seongmin, en minutos acabaré con el de su alteza Hyeongjun y después iré con el del Príncipe Minhee.

Explicó la muchacha hablando mientras con una tijera cortaba retazos de tela con la precisión de una máquina.

-¡Perfecto! He llegado justo a tiempo. Para el traje de Minhee tenía pensado algo diferente, algo más... similar a mí.

De pronto la sonrisa que habría llevado en los labios desde hacía rato se transformó en una mueca de desagrado.

No le malinterpreten, no es que su hermano tuviese mal gusto, al contrario, Taeyoung siempre luciría listo para atender al teatro, pero era exactamente eso lo que le haría empezar a dudar de si dejar a su adverso escoger su atuendo habría sido realmente una buena opción. Después de todo, su estilo era más sobrio, si acaso recatado, todo lo opuesto a la fanfarria que pasaba por la mente de su hermano. Todavía, si quería tener votos a su favor tendría que aceptar usar lo que resultase de la imaginación de su opuesto, es decir, no podía echar a perder sus planes, más bien... la única idea que se le había ocurrido hasta el momento que, a pesar de no ser de su complacencia, pensaba era lo más rápido y conveniente para volver al claro.

-Minhee, ¿te sentirías a gusto con algo de color dorado?

Suponiendo que su expresión de espanto no hablase por sí sola, no tenía idea de cómo responder esa pregunta. De cualquier manera, su hermano ni siquiera le vería a la cara, muy distraído al revisar entre las telas, alguna que satisficiera sus excentricidades.

-No creo que el dorado sea el mejor color para el Príncipe Minhee, alteza. No le haría justicia a su tono de piel, además, tampoco combinaría con el resto de los atuendos.

-En eso tienes razón, María. ¡Ay, qué sería de mí sin tu ayuda! Mejor nos apegamos a los colores de siempre, y que el traje de Minhee sea azul rey.

-Excelente decisión, alteza.

Un largo suspiro de alivio le haría soltar la tensión generada a causa de sus preocupaciones.

"Otra razón más por la cual agradecer la existencia de María en nuestra vidas."

Pensó antes de soltar una risilla que pasó desapercibida ante los presentes.

Una hora más transcurrió entre pláticas y mediciones, las muchachas trabajando animadamente para complacer las peticiones de Taeyoung. Los mellizos, por otro lado, irían paulatinamente volviéndose más obstinados al ver como el sol descendía sobre las colinas; su perfecto plan de juegos arruinado bajo el mismo estímulo de la persona que se los habría prometido.

Sin siquiera haber sido llamado en toda la tarde para su primera prueba, resolvió que su presencia en la habitación, más que un estorbo, era innecesaria. Con todo y eso no tenía siquiera ganas de huir, su letargo siendo tan intenso que de ser por convicción propia se habría quedado allí durmiendo hasta el amanecer. Claro que, en todo el rato habría fantaseado con la idea de volver a encontrarse con Eunsang, siendo que lo único que veía desde la ventana era el bosque; la imagen de aquel joven anteponiéndose a la realidad haciéndole anhelar con cada segundo su tacto y su tono gentil de voz.

En cuanto a su plan, más bien, su idea, poco habría concluido al no poder ir a explorar sus posibilidades. Sin embargo, siguió aferrándose al prospecto que guardaban las palabras dichas por Taeyoung en el comedor.

"Haría cualquier cosa por mis hermanos."

Suponiendo que su mayor no fuese un soplón, su plan podría partir de aquella primicia, es decir, sabía que arriesgaba mucho al comentarle cualquier cosa al moreno, pero para ganar en la vida había que arriesgar. Todavía, sabía que su hermano no sería tan fácil de amansar para lograr su objetivo debido a las múltiples amenazas que este contemplaba; por ello, debía ser cauteloso con sus palabras para no dar información de más, para no levantar sospechas y crear confusiones.

Entonces, allí radicaba la importancia de agradar a su opuesto y hacerle compañía toda la tarde, no es que fuese un interesado. No, para nada. Pero la situación ameritaba una buena actitud de su parte porque Taeyoung por muy consentidor que fuese no daría el brazo a torcer tan fácilmente.

-Minhee, ya puedes venir.

Finalmente, tras horas de espera se levantó del sofá sintiendo las extremidades quejumbrosas ante su largo estado de inactividad.

Para cuando hubo llegado al banquillo, María ya estaría haciendo su magia en él. Los retazos de tela azul rey fueron colocados sobre su cuerpo y entre alfileres se sostendrían para dar una imagen vaga del resultado que daría.

-Últimamente me he percatado que este material se ha vuelto muy popular en los atuendos de la nobleza del Norte. Pienso que iría muy bien con el atuendo de Minhee.

Escuchó decir a su hermano al acercar una pequeña muestra de encaje entre sus manos.

-¡Oh, por supuesto! El encaje de algodón le daría un aspecto diferente y resaltaría por sobre el azul.

-Quizá también unas cintas del mismo color en los puños de la camisa.

-Puede revisar los colores que he traído para usted, alteza. Emilia, por favor indícale al Príncipe Taeyoung donde encontrar las cintas.

En silencio observaría lo que acontecía a su alrededor sin objetar nada, de todas formas las decisiones que para el momento habrían tomado no merecían la pena ser cambiadas.

En lo que María continuaba con su labor, Taeyoung revisaría hasta la última cinta de cabo a rabo hasta dar con la del color que fuese de su agrado.

-¡Esta es la indicada!

Exclamó el moreno, trayendo a prisa el rollo de cinta.

-Jamás dudé de sus gustos, alteza. Es una muy buena elección, además, también es mi color favorito.

-¡Qué grata coincidencia!

-Así es. Verá usted... cuando era niña, mi madre solía recogerme el cabello todo el tiempo con una cinta de este color, pero poco duraban en mi cabeza. Al final de la tarde siempre las vería enredadas entre los arbustos del jardín en el que jugaba.

Si bien la charla vendría pareciéndole algo aburrida, la anécdota que María contó sobre su infancia le hizo ser partícipe de algún tipo de epifanía.

"... al final de la tarde las vería enredadas entre los arbustos..."

Si acaso sus hermanos le habrían puesto un obstáculo, la vida le estaría ofreciendo maneras de compensarlo. Para no parecer que había perdido la cabeza, se mordió los labios al tratar de contener la dicha que exudaba su nueva y flamante idea, cortesía de María.

-Pienso que deberíamos incluir los mismos elementos en el atuendo de Serim. Este año mi hermano debe lucirse como ningún otro en el baile de invierno.

-Por supuesto, su alteza. Aunque para mí... el Rey Serim luciría esplendido hasta con harapos.

Dijo la muchacha delante de él, más no prestó atención al tono risueño en su voz, mucho menos a lo que su hermano le respondió.

-Ay, María... dulce María... en otra vida quizá... ¡Seongmin!

Exclamó el moreno al pillar al menor de los mellizos corriendo en la habitación, sacándole así de su ensoñación. En ese momento, al volver a la realidad se dio cuenta del desastre que habrían hecho los infantes, más, poco le importó porque en su mente continuarían desarrollándose el sinfín de posibilidades, de ideas. Las mismas exaltando tanto sus sentidos a tal punto que llegaron a noquear su raciocinio.

No fue sino hasta el final de la velada, después de que su moreno hermano se hubo ido a la delantera llevándose consigo a unos niños cabizbajos, cuando finalmente se tomó el atrevimiento de dar el primer paso más cerca de lograr su meta.

Desde ese momento se consideró todo un estratega sin siquiera haber llevado a cabo una minúscula parte de su plan, solo por el simple hecho de medir el riesgo que pudieran tener sus acciones para con él echar a perder su obra maestra.

-Disculpe, señorita María. Sería usted tan amable de obsequiarme una de sus cintas.

-Por supuesto que sí, Príncipe Minhee. Puede tomar las que guste.

Ante la afirmativa de la muchacha, no repararía siquiera en el color de la cinta en la cual habría puesto sus manos, su alegría siendo tanta que tras coger la cinta dio una reverencia, seguida de unas palabras de agradecimiento antes de echar la carrera en dirección a su habitación.

Con el corazón en la garganta y una larga cinta purpura enredada en la zurda, se acercó a la cómoda donde hacía horas habría dejado aquel pedacito de cielo. El escarlata brillando a la luz del atardecer tan pronto le hubo descubierto.

Como si fuese a cometer algún acto indebido, miró por sobre sus hombros para cerciorarse de no ser observado. Acto seguido, sonriendo, tomó la manzana entre sus manos y la acercó a su rostro a la altura de sus labios sin llegar a rozarlos, tan solo olisqueando la fruta por un instante, su olor ahora adormeciendo sus sentidos con el aroma a esperanza que hacía de su futuro algo más apetecible.

Posteriormente, regresó la fruta a su lugar, esta vez con parte de la cinta envolviendo el escarlata de la misma.

Con una preocupación menos en su cabeza, a la hora de la cena advertiría su buen humor congeniando con las estrellas a lo alto del cielo. Inclusive llegaría a unirse a la conversación de sus hermanos, quienes le recibieron con gratitud intercambiando palabras sobre las experiencias que habrían vivido ese día en medio del cumplimiento de sus deberes.

Para cuando la cena hubo terminado y un agotado Serim anunció a todos su retirada, esperó entonces el momento indicado para llamar la atención de su moreno hermano.

-¡Taeyoung!

Llamó en un susurro gritado, cuidando de no despertar alguna sospecha del resto de los mayores, los cuales ya irían al final del pasillo.

-¿Ocurre algo, Minhee?

Al obtener la atención de su hermano, de forma cautelosa hizo el amago de guiarle lejos de los guardias y de las miradas de otros curiosos, así hasta llevarle consigo a uno de los almacenes del castillo. Aquel lugar sería el cómplice perfecto para resguardar la naturaleza de sus actos encubiertos.

-No. Es decir, nada malo. Solo quería... pedirte un favor.

A pesar de la escasa iluminación de la habitación pudo vislumbrar el asombro reflejado en las facciones de su opuesto. No obstante, el resto del lenguaje corporal de su hermano le indicaría que estaría a salvo de burlas, por tanto, resolvió continuar con su plan a pesar de estar ciertamente alterado.

-Por supuesto, lo que desees.

Respondió su hermano al esbozar una sonrisa, que prontamente le contagió.

-Verás, yo... necesito tu ayuda para distraer a los guardias del jardín.

-¿Disculpa?

De pronto se sentiría más nervioso y toda cuánto hubiese podido imaginar que conseguiría con su plan terminó por colgar casi a la altura de sus pies. Si bien su hermano no parecía del todo molesto, su expresión tampoco le daría indicios de que el otro estuviese contento.

-Yo... necesito volver al bosque, Taeyoung.

Como último recurso y siendo fiel a sus principios, incapaz de mentirle u ocultarle información a su hermano, remedió hablar de corazón.

De cualquier manera, no tendría que especificar demasiado, es decir, si escogía bien sus palabras tal como había anticipado lograría concretar su plan.

-¿Al bosque?, ¿por qué querrías volverías allí, Minhee?, mejor aún, ¿¡por qué razón o motivo te ayudaría yo a volver allí!?

-No puedo decirte, es... complicado, pero necesito volver. Por favor, hermano. Haré lo que me pidas, incluso...

-No, Minhee. Esto va más allá de un simple favor, se trata de tu seguridad y como tu hermano mayor debo velar por la misma.

Sintiéndose desamparado, bajaría la mirada al tiempo que un nudo se forzaría dolorosamente en su garganta. El discurso que habría pensado minutos antes para tratar de convencer al mayor, igualmente olvidado. Sin embargo, para cuando se hubo empezado a resignar a su desdichada realidad un rayo de luz se colaría por entre los espesos nubarrones.

-Ay, Minhee... no sé cuánto iré a arrepentirme de esto, pero...

Al escuchar a su hermano hablar de nuevo, poco le importó el haberse mostrado tan patético ante su mayor. El prospecto de que su adverso se hubiese apiadado de su alma siendo todo por lo cual sería capaz de dejar atrás su orgullo.

-Escucha con atención... a las once treinta de la mañana se realiza un cambio de guardia. Tienes cinco minutos para entrar al bosque antes de que alguien pueda verte. Yo mismo me aseguraré de ello.

Sin remediar en la impulsividad o la fuerza de sus actos, envolvió el cuerpo del moreno entre sus brazos, mientras, los agradecimientos brotaron uno tras otro de sus labios cual balbuceo.

Al poco tiempo fue correspondido por su hermano, quien tras unos segundos hubo puesto distancia entre ambos para tomar de nuevo la palabra.

-Espero, hermano... que esto resulte para tu persona, una plena demostración de mi afecto por ti y, que además, comprendas lo mucho que me concierne lo que consideras importante.

En la especie de monólogo corto que sostuvo su hermano delante de su persona, encontró implícito un tácito acuerdo de reciprocidad. Si bien, él no era la persona más idónea para consagrar un trato de esa magnitud, se arriesgaría a quedar en deuda el resto de su vida con tal de que pudiera acontecer lo que su corazón a gritos le pedía. 

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Vaya, ¿será que volveremos a ver a Eunsang? 

Admito que no había actualizado porque me he puesto en estos días a jugar Pokemon y me olvidé de todo, también que anoche tenía todas las intenciones de actualizar pero Wattpad no colaboró conmigo, bueno.

Como siempre, muchas gracias a mis lectores por todo el apoyo que me dan, es muy probable que suba otro capítulo la próxima semana como regalo de navidad.

De resto, no olviden cuidarse y mantenerse hidratados. Nos vemos a la próxima (/●◔∀◐●)/


♥ Ingenierodepeluche


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