La laguna del pecado
Mi madre solía decir que la laguna tenía mal olor porque el fondo estaba lleno de cadáveres en descomposición, decía que la laguna te tragaba si la veías a ella en tus sueños, a ella... la mujer de larga cabellera blanca. Era una leyenda muy común en el pueblo, decían que se le aparecía a quienes habían cometido un pecado y trataban de ocultarlo, por más mínimo que fuese, desde la más inofensiva mentira hasta el más cruel acto de maldad; si la veías en tus sueños debías confesarte y pedir perdón a quienes habías dañado con tu egoísmo y falsedad.
Mi padre, por otra parte, me decía que el mal olor se debía a la contaminación. Hace algunos años el alcalde a cargo en ese entonces, había permitido que bombearan agua contaminada proveniente del río Bogotá; provocando además del mal olor, problemas de mosquitos, futuras enfermedades para los habitantes del pueblo y que las actividades turísticas llevadas a cabo en este paraíso natural se detuvieran por completo. Aún sueño corriendo por sus alrededores, viendo las personas en balsas recorriéndola de lado a lado, acariciando el agua con sus manos, los niños aprendiendo a pescar, las familias nadando y jugando en la cristalina y pura agua que ahora se había resumido a un paisaje hermoso; digno de fotografías, bello a lo lejos, mágico a simple vista, pero tan toxico, tan dañino, tan imposible de disfrutar en todo su esplendor.
Debo admitir que encontraba aquella primera historia tan absurda. El típico cuento de terror con el que pretenden asustar a los niños, llevándolos a tener un buen comportamiento para evitar que algo malo les ocurra; odiaba eso, odiaba tal forma de manipulación. Cuando era pequeña y creía en todo lo que mamá decía, sentía mucho miedo, me atemorizaba hasta dormir cuando había dicho alguna mentirilla piadosa o cuando había tomado un poco de dinero de su mesita de noche. Temía que esa aterradora mujer se apareciera en mis sueños y me llevara con ella, no quería ver su cuerpo demacrado y esquelético, ni sus uñas largas y afiladas, mucho menos sus ojos oscuros y vacíos de cualquier buen sentimiento. No quería su olor a muerte vagando por mi habitación, no quería escuchar su diabólica risa, ni oír sus fuertes palabras acusándome, mi miedo era tal que terminaba por confesar mis malos actos ante mi madre. Aunque eso no servía de mucho, la leyenda decía que para que te perdonara, además de confesar, debías ofrecerle tu alma al morir, sólo así te dejaría vivir un poco más; pero yo no entregaría mi alma, no a la mujer de pelo blanco. En fin, después de una serie de sesiones con el psicólogo volví a dormir con tranquilidad y dejé de creer en todas las historias que inventaban en el pueblo, dejé de creer en todo hasta esa noche.
Un escalofrío helado me recorrió el cuerpo como una oleada, me encontraba allí, en medio de la nada, a las afueras del pueblo, tirada cerca de la laguna. No podía recordar qué hacía allí, estaba lloviendo y yo estaba completamente cubierta de lodo; me levanté con dificultad, el frío cortaba como un cuchillo, caminé hacia la carretera y un recuerdo vino a mí. Miré a mi alrededor y comencé a buscar a mi madre por todas partes, ella debía estar conmigo, hace unas horas estábamos juntas tomando fotos. A pesar de que estaba prohibida la entrada a esa zona tan cercana a la laguna, fotografiarla era nuestro pasatiempo favorito y ningún letrero nos detendría. La busqué y la busqué sin cesar inútilmente, no estaba por ningún lado, era como... era como si se la hubiese tragado la tierra, no... la tierra no... la laguna. El miedo comenzó a invadirme, mi corazón latía cada vez más rápido y sentía que se detendría en cualquier momento, comencé a temblar no era sólo el miedo, el frío penetraba cada célula de mi cuerpo y me quemaba. Entonces dejé caer mi cuerpo en el lodo y sumergí mis manos en él, las lágrimas comenzaron a brotar como cascadas por el rabillo de mis ojos, la leyenda era cierta, la mujer de pelo blanco se había llevado a mi madre.
Me preguntaba ¿cuál de todos sus pecados la habría condenado? Yo había querido mucho a mi madre en el pasado, pero ella nos había abandonado a papá y a mí y ahora que estaba de vuelta lo único que hacíamos era tomar fotos juntas. Al principio ella iba cada semana a verme, no le dirigía la palabra a papá y él siempre estaba muy triste, y cómo no estarlo si aquella mujer lo había dejado por otro hombre. Cuando ella se fue de casa, papá y yo nos hicimos cada vez más unidos, íbamos a todas partes juntos: bibliotecas, museos, teatros, galerías... Yo me sentía muy feliz porque él dedicaba todo su tiempo a mí y sentía que no necesitaba más a mamá; pero entonces ella comenzó a ir más seguido, iba a diario y no sólo por mí, iba también a ver a mi padre y de un momento a otro su relación comenzó a funcionar de nuevo. Tal vez su reconciliación debería haberme hecho muy feliz, es decir, mi familia se unía de nuevo, pero... ellos ya no tenían tiempo para mí, mi madre sólo me llevaba a tomar fotos y papá siempre estaba ocupado en el trabajo o con ella, yo simplemente había pasado a un segundo plano.
De cualquier modo, el hecho de pensar en que mi madre había desaparecido me asustaba, tenía que pedir ayuda pero no encontraba mis cosas y estaba muy oscuro. Corrí hacia la carretera de nuevo, los pocos carros que veía pasaban derecho, incluso las personas que los conducían parecían asustadas, como si hubiesen visto un fantasma o algo así. Estiré mi brazo miles de veces esperando a que alguien parara a ayudarme pero fue inútil, tampoco veía ningún bus, a esa hora ya no había nadie afuera. Al ver que la posibilidad de que alguien se detuviera era mínima-por no decir inexistente-. Tomé un profundo respiro y me paré en medio de la carretera, quien me viera ahora tendría que detenerse, no podía haber alguien tan desalmado como para pasarme por encima o ¿sí?
Aquella horrible idea daba vueltas en mi cabeza, poniéndome los pelos de punta, de pronto una luz cegadora apuntó hacia mí, cada vez más cercana; la persona al volante comenzó a pitar y aquel ruido sólo me aturdía, cuando quise moverme no pude, era como si mis pies se hubiesen enraizado al suelo. Cerré mis ojos con fuerza ante el sentimiento aterrador de que aquella era, al igual que la de mi madre, mi última noche. No sentí nada, no dolió, mi cuerpo sólo se desplomó y escuché el auto frenando en seco; unos pasos se acercaron a mí con rapidez, cada paso retumbaba haciendo eco en mis oídos. Ellos hablaban pero yo no podía escuchar con claridad, tampoco pude ver sus rostros, sólo sé que de repente mi mente se apagó.
Amaneció un nuevo día, la tarde cayó sobre aquel hospital, la oscuridad volvió y mis ojos comenzaron a abrirse lentamente. Me hallaba sola, las luces estaban apagadas y entonces sentí un miedo inexplicable en mi interior, por primera vez vi la noche con otros ojos. A pesar de que desde mi ventana podía ver el hermoso y oscuro cielo nocturno iluminado por miles y millones de estrellas que parecían luciérnagas y por la luna que aunque siempre se veía tan solitaria, tan silenciosa, tan melancólica parecía ser mi única compañía, temí... temí por lo que había ocurrido y no recordaba, temí porque no volvería a ver a mi madre, tuve miedo al pensar en que podría extrañarla. Una parte de mí no quería que se acercara a nosotros, pero seguía siendo mi madre, seguía amándola en lo más profundo de mi corazón.
No quería dormir, sentía que la mujer de pelo blanco me perseguiría y me llevaría consigo. A pesar de mi corta edad, yo también había hecho cosas malas en mi vida y pensaba que tal vez ella no nos había llevado antes porque estaba ocupada con otras personas, pero ahora era nuestro turno. No podía dormir, no dejaría que ella me arrebatara la vida como me había arrebatado a mi madre. Clavé mi mirada en la luna, tratando de mantener mis ojos abiertos, pero estos se hacían cada vez más pesados; además me encontraba muy cansada, mi cuerpo estaba adolorido y mi cabeza palpitaba dolorosamente, sentía que estallaría en cualquier momento, tenía la extraña sensación de que mi cerebro se movía dentro de ella. Necesitaba dormir, comenzaba a sentir un olor metálico en mis fosas nasales, era olor a sangre y no venía del exterior, era como si mi nariz fuese a sangrar, y sin poder evitarlo mis ojos se cerraron y quedé profundamente dormida.
Al abrirlos seguía siendo de noche, todo estaba intacto, era la imagen exacta que había visto antes de cerrarlos por lo que pensé que no me había dormido en realidad. Por alguna extraña razón el cansancio se había ido, el dolor seguía allí pero sentía que al menos podría levantarme y asomarme a la ventana. Traté de sentarme pero mi cuerpo se había puesto, de un momento a otro, muy pesado. La ansiedad empezó a surgir en mi interior, sentía un hormigueo recorrerme y mi cuerpo parecía dormido. Fijé mi mirada en lo que parecía una bata colgada junto al baño, era blanca, de pronto comenzó a moverse y a tomar otra forma, mi respiración se hacía cada vez más agitada y mi corazón latía muy rápido y con fuerza.
Traté de moverme, pero el miedo me tenía paralizada, cerré mis ojos, tenía un mal presentimiento, estaba soñando... sabía que me encontraba en medio de una pesadilla y que la vería a ella. Rogué por despertar, aunque no era una persona religiosa le pedí al dios que me quisiese escuchar que me ayudara, ¡ayúdame a despertar señor! ¡Por favor ayúdame! ¡Comenzaré a ir a la iglesia! Las palabras se quedaban en mis pensamientos, era incapaz de hablar, abría la boca pero la voz no me salía; trataba de hacer movimientos bruscos, sentía que de esa forma podía despertar y entonces mi cuerpo al fin pareció responder. Caí al piso y al mirar bajo la cama pude observar al otro lado unos pies, me asusté y comencé a arrastrarme hacia la ventana, cuando me hallaba frente a ella, me agarré del borde e hice mi mayor esfuerzo para ponerme en pie.
No era capaz de mirar atrás, no quería ver la cara de aquella mujer. Sin pensarlo dos veces abrí la ventana, asomé mi cabeza, apoyé mis brazos en el borde y dejé caer mi cuerpo; cerré los ojos mientras caía, pude escuchar que se reía de mí y cuando abrí mis ojos estaba a punto de chocar con el suelo. De pronto me hallé de nuevo en la habitación, ya no había nadie allí, tomé un profundo respiro de alivio; me giré hacia la ventana y esta se encontraba abierta, busqué con mis ojos la puerta del baño y lo que debía encontrar junto a ella, ya no había ninguna bata en la pared, intenté gritar y la voz no me salió, entonces escuché su voz.
—No abras los ojos —Una voz fantasmal susurró a mi oído—. Tu madre se ha ido —agregó en una sombría carcajada—. Y tu turno se acerca.
Me tapé con la sábana y puse la almohada en mis oídos, no quería verla ni escucharla más y entonces ella comenzó a rozar mi piel con sus largas y afiladas uñas. Mi cuerpo temblaba y tenía ganas de llorar, sentía su respiración cada vez más cerca, el miedo me ahogaba, me costaba respirar; traté de moverme desesperadamente y de pronto mi cuerpo se movió con fuerza arrancándome bruscamente de aquella extraña pesadilla. Abrí mis ojos con sorpresa, sentí como si mi alma volviera a mi cuerpo, mi cabeza estaba hirviendo y me dolía el pecho. Levanté mi rostro y frente a mí se encontraba mi padre, su rostro estaba consternado, le miré fijamente a los ojos y él no pudo sostenerme la mirada, enseguida la desvió y la clavó en el suelo —tu madre ha desaparecido— Esas fueron sus palabras. No me sorprendía, ya lo sabía.
Pensé en hablarle de mi pesadilla, es que ahora que la había visto era mi turno, no quería volver a pasar la noche sola en ese hospital, ella volvería por mí y se llevaría consigo mi alma. Mi padre me preguntó acerca de lo que había ocurrido esa tarde, le dije que no recordaba nada y era verdad, lo único que sabía era que habíamos estado juntas tomando fotos de la laguna. Me dijo que la habían buscado por cielo y tierra sin resultado alguno, probablemente ella había sido secuestrada pero no se sabía nada con exactitud, de cierto modo yo era la única esperanza para el caso y no recordaba nada.
Mi padre se quedó un poco más de una hora conmigo, se veía cansado, su rostro estaba pálido y un par de ojeras y bolsas sobresalían debajo de sus ojos, esos ojos verdes que ahora eran violentados por el miedo y la tristeza de perder al amor de su vida. —Aún me tienes a mí —quise decirle, pero aquellas palabras le darían a entender que mamá no volvería y sólo terminaría empeorándolo todo, terminaría por romperlo por completo. Por otra parte, quise rogarle que se quedara conmigo, pero no podía ser tan egoísta, él tenía muchas cosas por las cuales preocuparse ahora; la búsqueda de mi madre, las ausencias en el trabajo y el trabajo como tal. Le pedí que me visitara a diario, él prometió hacerlo después de posar sus labios sobre mi frente en un dulce y fraternal beso que me estremeció.
—Te amo papá —Le dije cuando se dirigía a la puerta, él se giró y me regaló una sonrisa, una falsa sonrisa que lejos de mostrar felicidad estaba llena de melancolía. Un sentimiento de rabia irrumpió en mi pecho, era mi padre y ni siquiera había podido responderme algo, ni siquiera pudo decir que me quería y que estaba feliz de verme bien. Sólo se preocupaba por la mujer que lo abandono, es que ¿cómo podía amarla después de todo lo que hizo? ¿No era yo suficiente para él?... me sentí muy molesta, quería levantarme y tirarlo todo, estuve a punto de hacerlo pero la puerta de la habitación se abrió. Era David, mi mejor amigo, se captaba la preocupación en su rostro, enseguida le pedí que entrara y que cerrara la puerta.
Me preguntó si recordaba algo, le dije lo que sabía y me confesó en voz baja que él había estado con nosotras la tarde del día anterior. Y entonces lo vi, vi a David en mis recuerdos, pero no recordaba nada más que su rostro sonriente frente a la laguna, ¿qué podía haber pasado esa tarde? No obtuve información de su parte, pero sabía que ocultaba algo, probablemente él había visto cuando la mujer blanca se llevaba a mi madre y temía que si decía algo terminaría igual que ella. —¿Tú viste lo que pasó? ¿La viste a ella? —inquirí con la voz temblorosa, mi amigo arrugó la frente y dijo que él lo había visto todo y que yo también, incluso que yo había estado más cerca que él cuando todo pasó. Su actitud me hacía sentir molesta, él lo sabía todo ¿por qué no me decía y ya? ¿Por qué tanto misterio? Era posible que él sintiera que nadie le creería al igual que yo y por eso prefería mantenerse callado, con eso en mente dejé de insistirle.
Cuando David se fue, me recosté en la cama, comencé a pensar en aquel sueño que había tenido la noche anterior y en lo poco que recordaba tratando de hallar algún sentido, las horas pasaron y la noche me abrazó de nuevo con sus fríos brazos, sentía mis pies congelados y la soledad evitaba que al menos mi corazón se sintiera cálido. De nuevo me sentía asustada, por fortuna le había pedido a mi padre que me prestara su reproductor de música, ambos teníamos los mismos gustos; conecté los audífonos y cerré mis ojos, la música me llenaba de tranquilidad, poco a poco la somnolencia me fue venciendo hasta que caí en un profundo sueño.
—Soy yo —Una voz familiar susurró a mi oído, abrí mis ojos y estaba en la habitación del hospital, alguien acariciaba mi rostro y mi primera reacción fue tratar de gritar, al ver que no me salía la voz entendí que me hallaba en medio de un sueño. Tragué saliva con dificultad, no quería mirar a la persona que yacía junto a mí y que paseaba sus manos por mi rostro con total confianza. —Déjame —susurré con dificultad, su tacto se sentía diferente al de antes, sus manos eran suaves y no me lastimaba con sus uñas, luego pensé en la voz que acababa de escuchar y la imagen de mi madre invadió mis pensamientos. Giré mi rostro y allí estaba ella, mi madre, con una sonrisa en sus labios, permaneció en silencio y cuando estuve a punto de despertar pidió mi ayuda, suplicó que la encontrara pues según ella yo sabía en dónde estaba.
No le dije una palabra acerca de mis sueños a nadie, pasó una semana y me dieron de alta. La investigación no había avanzado, no encontraban ni la más mínima pista que pudiera indicar el paradero de mi madre, el único que sabía lo que había ocurrido era David, quien parecía querer llevarse el secreto a la tumba. Tomé el teléfono y lo llamé, su forma de hablar era muy distinta a como la recordaba, sonaba inseguro, su voz temblaba y contestaba con frases muy cortas. Al principio se negó a ir a verme, pero después de insistirle por unos cuantos minutos aceptó.
El timbré sonó, corrí escalera abajo para abrir la puerta, mi padre estaba sentado en el comedor hablando por teléfono, parecía preocupado, su expresión era gélida como el hielo. Lo ignoré y seguí derecho para abrirle a David. Cuando abrí la puerta mi amigo temblaba de frio en tanto el viento, en violentas ráfagas, jugaba bruscamente con su cabello. Miré el cielo, el color gris que lo teñía anunciaba que se acercaba una tormenta; froté mis manos al sentir el frío recorriéndome de pies a cabeza, abrí la puerta por completo y él, después de limpiar sus zapatos, entró en silencio.
David subió a mi cuarto enseguida como de costumbre, pero yo caminé hacia donde se encontraba papá, me dolía verlo así, nos habíamos separado mucho con todo lo que había pasado. Puse mi mano sobre su hombro derecho y lo apreté con delicadeza, el respondió a mi gesto rozándola con sus suaves dedos, le dije que todo estaría bien y él sólo alejó mi mano y se levantó. Mi rostro se nubló de ira, ¿no era yo suficiente? ¿Para qué necesitaba a mi madre? le reclamé, sus ojos se abrieron como platos al oír mis frías palabras, ¿cómo podía decir eso? ¿Cómo podía importarme tan poco? sus preguntas sólo alimentaron la rabia que hervía en mi interior, sin contenerme solté todo lo que había querido decirle. Le dije que la odiaba, sí, odiaba a esa mujer, a quien decía ser mi madre, a quien nos había abandonado, porque ella nos separaba, ella se interponía entre mi padre y yo... ¿no éramos los dos juntos contra el mundo?
Clavó sus ojos en mí, como si tuviese enfrente un monstruo, me miró con temor pero al mismo tiempo con repugnancia; los odié, por primera vez quería alejar ese par de esferas verdes de mí, ya no había brillo en ellas, no había luz, sus ojos eran fríos y vacíos como agujeros en un cielo azul. Sin decir una palabra agarró su abrigo y cruzó la puerta, cerrándola con fuerza. Mi garganta me quemaba, quería llorar pero las lágrimas no salían, era como si estuviese seca en mi interior, el miedo me invadió, los recuerdos llegaban como imágenes aleatorias que mi mente trataba de bloquear. De pronto sentí unas manos sobre mis hombros, al darme la vuelta David me miraba fijamente, me cogió del brazo y me pidió que lo acompañara.
Me arrastró hasta la laguna, el paisaje era como siempre tan hermoso, el clima había cambiado por completo, el día que había comenzado gris y lluvioso se había tornado luminoso. El cielo estaba despejado y lleno de pinceladas de tonalidades cálidas, parecía haber una fiesta de colores allí arriba y lo más maravilloso era que todos esos colores decoraban el agua con su reflejo, era un lugar mágico. Pero lo que nos llevaba a ese lugar digno de cualquier sueño, lejos de ser algo fantástico era un asunto perturbador, conocería la verdad, aquella verdad a la que le temía cada vez más.
—Sara —Mi nombre fue lo único que le escuché decir. El agua comenzó a burbujear y el cielo se oscureció, ambos giramos nuestra mirada y de repente algo comenzó a asomarse entre las turbias aguas, me aferré a él con miedo, era ella... era la mujer de pelo blanco quien caminaba ahora hacia nosotros, era el fin... David me empujó, me dijo que corriera sin mirar atrás; le hice caso, comencé a correr y correr, un grito desgarrador espantó a los pájaros que descansaban sobre las ramas de los árboles que rodeaban aquel paraíso natural. Tropecé, me había enredado con la raíz de un árbol, escuché unos pasos acercarse lentamente; levanté mi mirada y allí estaba ella a pocos centímetros de mí con su larga cabellera blanca, mi corazón latía con fuerza, podía escucharlo cual tambor de batalla.
Continuó acercándose a mí, grité con todas mis fuerzas hasta que mi voz se puso ronca; la miré fijamente, no podía ver su rostro, lo mantenía agachado y cubierto tras su nevado cabello. Tomé una bocanada de aire y clavé mis ojos en ella, si iba a morir lo haría mirándola a los ojos. Me levanté y comencé a caminar hacia ella, cuando estábamos lo suficientemente cerca para tocarnos, estiré mi brazo buscando su rostro, quería quitar el cabello que lo cubría y eso hice.
Y entonces me vi, ya no estaba en la laguna, me encontraba en mi cuarto, frente a mi espejo, tocando mi propio reflejo. Mi mirada se desvió a mis manos, estaban ensangrentadas al igual que mi ropa y mi rostro, mis ojos se llenaron de lágrimas, miré a mí alrededor y vi a David, estaba tirado en el piso en medio de un charco rojo, sus ojos estaban abiertos y sin vida, ya no parpadeaba. Miré de nuevo al espejo y lo entendí...ya no tenía que huir más, ya no tenía razones para temer, era libre otra vez... la mujer de pelo blanco no me volvería a perseguir.
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