Volver al hogar

Ibrahim yacía recostado en su cama, intentando dar continuidad a David Copperfield, de Charles Dickens, sin embargo no podía concentrarse. La victoria de la Fraternitatem Solem le había sido anunciada, pero hasta ese entonces, solo la gente de su Clan se había acercado a visitarlo, por lo que se encontraba preocupado por la suerte de sus amigos, en especial de Gonzalo.

Iba a lanzar el libro, cuando la puerta de su habitación se abrió sin previo aviso. Gonzalo se asomó a través del umbral, esbozando una hermosa sonrisa, que fue correspondida por el Primogénito de Sidus.

El Segundo Custos de Ignis Fatuus corrió hacia su novio, luego de cerrar la puerta tras de sí, besándolo con pasión.

Lo tomó del rostro, quería contemplar cada milímetro de su piel, y lo volvió a besar. No solo estaba vivo, sino que se encontraba en perfectas condiciones.

—La Fraternitatem tendrá su héroe, Ibrahim, pero tú eres el mío.

—Y, pese a ello, me olvidaste en esta habitación.

—¡Lo siento! De verdad...

—Me imagino que Amina no está del todo bien.

Ibrahim se echó a un lado para que Gonzalo se repantigándose a su lado. Este pasó su brazo por debajo del cuello del Primogénito y se recostaron en las almohadas. 

—Lo mismo de siempre, pero ya se ha recuperado. Por lo menos estaba consciente cuando venía para acá..., y me imagino que seguirá así, al menos que Ignacio la haya matado —comentó risueño, observando a Ibrahim para luego darle un beso en la frente.

—No creo que Ignacio la mate... ¿Irás a la fiesta de mañana?

—Solo si asistes como mi pareja. —Se miraron—. Lo digo en serio.

—Quiere decir que si me niego, ¿no irás?

—Eso sería despreciar a Aidan —confesó, pasando el brazo que tenía libre por detrás de su cabeza, se acomodó mejor en la cama, subió una pierna y vio el techo—. El chamo me cae como que demasiado bien para dejarlo embarcado... Creo que igual iré —aseguró con una sonrisa.

—De todas maneras pienso ir contigo.

—¿En serio?

—En serio.

—Pues buscaré mi mejor ropa. ¡Te sentirás orgulloso de mí! —contestó, dándole un nuevo beso—. ¿Y qué lees?

David Copperfield.

—¡Oh! Amo que ames los clásicos ingleses.

—Y yo te amo a ti. — Se afincó en su codo acercando sus labios a los del Custos, para volver a besarse suave y apasionadamente.

Al separarse, Gonzalo lo miró fijamente, teniendo la sensación de que aquella escena no terminaría allí.

—¿Pasa algo? —preguntó con ternura. Todo lo que le ocurriera a Ibrahim le preocupaba.

El chico Sidus se acomodó para verlo de frente, puso una se sus manos en el pecho del Custos y bajó la mirada.

—Cielo, sabes que puedes decirme lo que quieras. ¡Lo que sea! No me puedo enfadar contigo.

—No creo que lo que te tengo que decir te enfade, Zalo —contestó, fijando su mirada en la suya—. Pero quizás no quieras responder.

A Gonzalo se le dificultó hablar; podía prever el curso que tomaría la conversación, así que tratando de disimular lo complicado que se le estaba haciendo tragar, se acomodó una vez más en la cama y tomó con ternura la mano de Ibrahim que seguía apoyada en su pecho.

  A pesar del dulce gesto, Ibrahim no conseguía el valor para preguntar.

—Sé de qué quieres hablar, pero no diré nada al menos que tus labios pronuncien palabra alguna —aseguró Gonzalo.

—Bien. —Ibrahim hizo una pausa para recobrar el valor—. Amina... Gonzalo, ¿Amina es una Ardere?

El Custos palideció, irguiéndose con su novio para conversar mejor.

—Ibra... Se supone que no deberías enterarte.

—¿Es una Ardere? —insistió con un tenue brillo de emoción en su rostro—. Sabes lo que eso significaría para Aidan, ¿verdad?

—Ibrahim, te contaré todo, pero no puedes hablar de esto con Aidan.

—¿Por qué?

—Porque, técnicamente, Amina no lleva ese Sello por pertenecer a Ardere... Lo lleva porque fue maldecida por Evengeline.

—¿Maldecida? —dudó—. Pero, ¿cómo es posible?

La intensa mirada de Gonzalo se fijó en las oscuras iris de Ibrahim. Lo que le contaría podía cambiar el curso de la historia de la Hermandad, en especial por el hecho de que uno de los dos Primogénitos debía morir.

Ignacio terminó de ayudar a Amina a subirse a su cama.

—Puedo sola —dijo con amabilidad.

—Lo sé, pero siento que si te suelto soy yo quien me caeré.

—¿Por qué lo dices? —preguntó con curiosidad.

—¿En serio eso fue todo? ¿Solo se te ocurrió decirle a Hortencia Botero: "¿Puedo quedarme con la tablet? Por fa..."? ¡Ja! Eso pareció como que te gusta estar en prisión solo por ¡una tablet! —respondió entre el asombro y la indignación.

—Por los libros que me descargaron —corrigió con una dulce sonrisa—. Me gustan esos libros.

—Te los puedo descargar, ¿sabes?

Amina hizo un puchero.

—¡Vale, vale! Mañana llegarás con la bendita tablet esa —contestó, levantando las manos en señal de darse por vencido.

La joven sonrió, dejándose arropar por su Custos.

Los rayos solares atravesaron la cristalina ventana del dormitorio de Dominick. El calor proveniente de los mismos, hizo que el joven abriera los ojos para contemplar las tinieblas de su habitación retroceder, mientras salían a la luz la tenue sombra de los muebles.

Sentándose en la cama, dejó que la sábana cayera sobre sus piernas, dejando el torso desnudo. Parpadeó, así sus pupilas se adaptaran a la presencia de la luz.

Medio perdido en la nada, intentó dar un vistazo a lo que lo rodeaba, cuando sus pensamientos volvieron a traicionarlo. 

«Espero que puedas ver que te estás convirtiendo en eso que tanto aborreces». La voz de Itzel retumbó en su mente.

Se frotó con fuerza el rostro y el cabello un par de veces, pero aquellas palabras seguían allí, torturandolo. 

—¡Maldita sea, Itzel! —Masculló, arrojando una de las almohadas hacia el frente—. ¿Hasta cuándo jugarás a ser la consciencia de todos?

Tomó el celular, ubicando el número telefónico de su abuela. Lo vio por unos segundos, dudando si debía o no llamar.

La Primogénita de Lumen tenía razón en relación a su comportamiento, y aunque le molestó escucharla decir lo que su mente y corazón le estaba gritando desde mucho tiempo atrás, y él había intentado callar, debía dar un paso al frente o terminar sucumbiendo en la miseria.

No tenía que dedicar muchas horas de meditación para aceptar que estaba llevando todo al extremo. Nunca fue una persona optimista, pero ahora rayaba en la oscuridad más profunda, y todo porque no era capaz de aceptar que no siempre se puede conseguir en la vida lo que se desea.

A pesar de todas las vicisitudes, siempre había tenido sus momentos de felicidad. La muerte de su madre lo dejó huérfano de afecto, pero la vida le dio el amor magnánimo de su abuela. El rechazo de Amina le regaló amigos, y el desprecio de su padre lo llevó a los brazos de una nueva familia. No todo había sido absolutamente malo, ni bueno. Cada caída traía un nuevo resurgir, y él se estaba hundiendo en el rencor.

Sin pensar más, deslizó su dedo por encima del número de su abuela y esperó paciente a que contestara. 

—¡Mi niño! —La tierna voz de Marcela, se escuchó al otro lado del auricular, y su corazón tembló de emoción. 

—¡Bendición, abuela! —respondió emocionado, intentando controlar la voz—. ¿Cómo está usted?

—¡Dios te bendiga, mi niño hermoso! —Las lágrimas de la anciana se sintieron a través del teléfono—. Aquí, bien, extrañándote mucho, mi pequeño Dom.

Sus palabras terminaron por quebrar la fortaleza de Dominick, quien sin poder controlarse se echó a llorar. Subió sus rodillas, para apoyar sus brazos, mientras con una mano intentaba contener las lágrimas que, rebeldes, no dejaban de salir.

—Quiero verla, abuela. —Alcanzó a decir, antes de que un fuerte gemido lo ahogara.

—¡Ven a casa, hijo! ¡Ven a visitarnos!

—¿A visitarnos? —preguntó, reponiéndose del susto—. ¿Papá quiere verme?

—Octavio ha cambiado mucho, mi niño... Sabes cómo es él... Pero, a pesar de todo, siempre te ha querido.

—Tengo miedo, abuela —confesó—. Tengo miedo a que vuelva a rechazarme.

—¡Mi pequeño! —lo consoló—. Si quieres ser grande debes enfrentar tus miedos. ¡Octavio es tu papá! Nunca dejes de intentarlo con él.

—Abue... —Las palabras no eran necesarias entre dos corazones que se entendían. Entonces, los rayos del sol iluminaron las tinieblas de Dominick y comprendió que era el momento de dar el paso que temía dar. No había tiempo para inmadureces. Él, quien había crecido como líder ante un Clan legendario, no podía darse el lujo de perder la batalla más importante de su vida, reconciliarse con su padre—. ¡Lo haré! Mañana iré a casa, antes de que nos presentemos en la Coetum, y hablaré con él. Intentaré solucionar todo con papá.

Del otro lado del auricular, Marcela sonrió, llevándose una mano al corazón. Cerró sus ojos encontrando alivio, pues ella, más que nadie, había rezado para que Dominick volviera al hogar. 

El día había pasado sin ningún contratiempo. Aidan se detuvo frente al ventanal de su cuarto, observando el suave oleaje que se exhibía ante un sol que comenzaba a morir.

Subió las mangas de su suéter azul claro, con total calma, mientras pensaba en todo lo que había acontecido desde el día anterior.

Todavía le costaba asimilar que se había vuelto el personaje más importante de la Fraternitatem Solem, que por el esfuerzo de Ibrahim y la astucia de Ignacio, pudo volar, y sostener en sus manos la Espada del Sol y la Muerte, con la cual desterró de este mundo a la Imperatrix.

Pero, de todos esos detalles, la recuperación de Eugenia y el austero rescate de Amina fueron sus mayores alegrías. Ni siquiera el triunfo ante los non desiderabilias era un hecho relevante para él.

Hacer las paces con su amiga, poder hablar con ella después de tantos malentendidos y decisiones, erróneamente tomadas, era un alivio para su corazón, pero esa noche quería concluir un triste capítulo de su vida. 

Estaba decidido a decir la verdad, confesar que el Aidan, cuya tristeza había sido borrada, se había ido y que él no solo amaba a la Primogénita de Ignis Fatuus con toda la intensidad del Aidan ingenuo, con los sentimientos del Aidan sin tristeza y del Aidan que se había convertido en una leyenda para la Hermandad.

Sonrió emocionado, sacudiéndose la rubia cabellera con una mano. Se sentía confiado y esa noche sería su noche.

Ignacio apareció en la sala de la casa acomodándose la camisa de tonos lila. Gonzalo le sonrió, impaciente.

—No pareces emocionado por la fiesta, ¿eh?

—Lo único que quiero ahora es que llegué mi prima —le aseguró a su hermano menor.

—Eso o Ibrahim —enfatizó, justo cuando sintieron que un automóvil se estacionaba frente a la casa.

Se miraron. Ignacio corrió hacia la puerta, entretanto Gonzalo saltaba el sofá. Abrieron para salir a la calle, deteniéndose ante la presencia del Prima de Aurum, Elías Zambrano.

—Veo que están preparados para la fiesta de esta noche —saludó, con una sonrisa.

—Sí. Solo nos falta nuestra prima —respondió Ignacio, sin dejar de ver al auto. 

No podían esperar ni un segundo más, pero antes de que alguno de los dos diera un paso hacia el carro, la puerta trasera se abrió y Amina apareció con su cálida sonrisa. Su ingenuidad hizo que las comisuras de Ignacio se elevaran inconscientemente y Gonzalo saliera corriendo en pos de su prima.

Arrojándose a su cuerpo, Gonzalo la estrechó con fuerza. Amina se asustó, pues la tablet se deslizó de sus manos unos milímetros, pero pronto se recobró, sonriendo, aún más, y entregándose al abrazo fraterno.

Elías bajó su rostro para disimular la felicidad que aquella pequeña familia le transmitía. Se querían, y ese cariño genuino frotaba en el aire. 

Ignacio, decidido a esperar, observaba a las personas que más amaba en la Tierra abrazadas con ternura, extasiandose por tener de vuelta a la dulce niña cuya inocencia había sido arrebatada por la Umbra Solar.

—Bien, me tengo que ir —comentó Elías.

En un gesto de agradecimiento, Ignacio le tendió la mano.

—¿Alguna indicación? —le preguntó, mostrando mucha madurez.

—Mañana, a las catorce horas, debe presentarse en la Coetum. La Fraternitatem Solem se reunirá en sesión.

—¿Volverán a tocar su caso? —quiso saber, algo optimista.

—Fijarán una fecha para que cumpla su sentencia —confesó con un dejo de tristeza, en cuanto la joven entraba a su hogar con Gonzalo—. De verdad, lo siento mucho.

—No se preocupe, Sr. Zambrano. No es su culpa. Esa fue la decisión que mi prima tomó —contestó, sonriendo compungido—. ¡Nos vemos dentro de un rato! —Levantó su mano, entrando a casa para reunirse con su familia.

—¡Guao! —exclamó la joven Primogénita al encontrarse en la sala de su casa. Miró el techo, los muebles. Cerró sus ojos aspirando el suave aroma de su hogar—. Pensé que nunca más volvería.

—Los milagros ocurren... —dijo Ignacio.

—Pero, ¿a qué precio? —le respondió.

—Eso no importa —intervino Gonzalo—. Lo importante es que estás aquí y, aunque el vestido que llevas es muy hermoso, Iñaki y yo no nos molestaríamos en esperar a que te cambies, pues una rumba(1) nos espera —invitó con una enorme sonrisa.

Amina los miró seriamente a los dos.

—No pienso ir —informó, mientras Gonzalo miraba a un inmutable Ignacio—. Solo quiero estar en casa, disfrutar de mi hogar. —Dio una vuelta con los brazos extendidos, sin soltar la tablet, haciendo que el borde de su vestido se levantara como una campana—. ¡Disfrutar de la tranquilidad de mi hogar!

—Bien... En la nevera hay helado, y también otras cosas que te gustan —dijo Ignacio.

—¡Iñaki!—le llamó la atención Gonzalo.

—Si no quiere ir, no la pienso arrastrar. —Lo miró, haciendo una mueca de conformismo con los labios—. ¿Nos vamos?

Su hermano asintió, y después de darle un beso a su prima salieron hacia la casa de playa de Aurum.

Cuando la puerta se cerró tras ellos, Amina bajó sus brazos, llevando sus manos al corazón. Tenía miedo a morir. El Sello oscuro de Ardere le pinchó, produciendo un agudo dolor que pronto pasó. 

***

(1) Rumba: Fiesta. 

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