¡Victoria! ¡Victoria!

—No sirves para nada.

La voz de Soledad se hizo presente en la mente de Saskia. Apretó sus ojos en un esfuerzo de contener sus lágrimas.

Jamás había entendido por qué su madre la trataba de aquella forma. Ella lo único que deseaba era ser querida, pero Soledad no le había dado ni una corta caricia. 

Intentó recordar un momento de dicha en su hogar, y ni siquiera cuando su padre vivía con ellas tuvo uno. Entonces, rememoró el instante en que guindando del balcón decidió escapar de aquella pesadilla.

En su corta y dura vida había sido la Hermandad su peor tragedia, pero también fue el instrumento para sentirse querida y amada. 

El cariño que Itzel y su familia le mostraba, los reproches de Ibrahim que más parecía hermano que enemigo y las atenciones de Dominick, quien quizás tuviera sus motivos ocultos, había sido motivo de alegría y fortaleza para ella. Incluso Aidan y Amina la habían defendido de su madre.

Si en un principio la Fraternitatem Solem fue una maldición para ella, ahora era su remanso de  paz, y por ellos, por los Primogénitos, sus amigos, debía continuar. 

Sobreponiéndose a su sufrimiento, subió las últimas estacas que le llevaban a la cima. Dio el saltó a la otra torre y bajó usando las escaleras.

Astrum estalló de alegría. Saskia había vencido.

—Hagamos una competencia. Quien terminé la prueba en menos tiempo será el vencedor —propuso Dominick, cuando la ficha rosada de Sidus salió.

Populo de Sidus, que desean para Ibrahim, su Primogénito: ¿reto o victoria? —preguntó Zulimar desde el estrado.

—¡Victoria! ¡Victoria!

Ibrahim accedió a la propuesta de Dominick. 

No podía tocar las escasas estacas que quedaban, así que optó por hacer un torbellino alrededor de él. Su cuerpo fue subiendo en espiral.

—¡Desgraciado! —masculló Dominick.

—Ha eso se le llama subir con estilo —respondió Aidan.

Sin embargo, su torbellino perdió potencia cerca de la cima. 

Un terror de muerte se apoderó de su psique. No sabía qué era lo que le ocurría, todo había estado bien hasta ese entonces. 

Toda la noche estuvo repasando aquellas situaciones que podían comprometerle en la prueba para tratar de superarlas, incluso sus discusiones con Gonzalo. Había pensado en todo, y su conciencia y corazón se encontraban en paz, por lo que no podía entender qué era lo que lo atormentaba de aquella manera como para temer a la muerte.

Sus reflexiones no fueron suficientes para tranquilizar su agobiada mente, por lo que la energía eólica se disipó. 

Abajo se escucharon los gritos, y un angustiado Gonzalo fue sujetado por su hermano para contenerlo. 

Aquella era la prueba de Ibrahim y él debía superarla.

Como pudo, Ibrahim se hizo de una de las estacas con su mano. Sintió pena por Maia pero no le quedaba otra opción que confiar en que Aidan le daría un buen uso a su Donum, siempre y cuando este pasara antes que la chica. 

Con la agilidad propia del entrenamiento, subió el par de metros que lo separa de la cima, dando el salto a la torre gemela. Tomó el tobogán, deslizándose hasta el suelo.

Cinco minutos le llevó concretar la prueba, pero fueron los cinco minutos más largos de su vida.

Populo de Aurum, qué desean para Dominick, su Primogénito. —Los gritos enardecidos de Aurum en cuanto Zulimar enseñó la rosa blanca opacaron su voz. Esta tuvo que hacer una pausa con la emoción convertida en un nudo en su garganta, para continuar—. ¿Reto o Victoria?

—¡Victoria! ¡Victoria! —Se escuchó como grito de guerra.

Confiado, Dominick relajó sus músculos. Debía ascender en menos de cinco minutos o quedaría por debajo de Ibrahim.

Se concentró en un par de segundos, transformando sus manos en centella y comenzó a perforar, con la fuerza de su Donum, la maciza piedra de jaspe rojo. 

Cada lanza eléctrica le permitía subir con comodidad, él era un escalador y eso es lo que estaba haciendo. Sus musculosos bíceps se notaban en el inmaculado traje de batalla, todo en él era perfecto.

Hasta que su padre apareció. Su resentimiento hacia Octavio era mucho más fuerte de lo que él había sido capaz de aceptar. No sabía desde cuando estuvo acumulando un sentimiento muy similar al odio en su corazón y eso lo estaba matando. 

¿Cuándo fue el día en que su amoroso padre se convirtió en un extraño, en su enemigo? ¿Por qué las cosas no podían ser sencillas entre ellos? ¿Por qué le había prohibido llorar?

Lo supo. Supo que la rabia comenzó a acumularse en su corazón desde el día en que decidió ocultarle la enfermedad de su madre. 

No podía hacerle frente al dolor de tener que entrar, como ladrón en la noche, en la habitación de su madre para recibir sus últimas caricias. ¿Cómo deseaba tenerla con él? Sentía que ella, Helena, estaría muy orgullosa de él, el Primogénito. Le vería como un héroe. 

En las noches de faena, ella sería su consuelo en la derrota y su alegría en el triunfo. Todo lo haría por su mamá.

Pero ella no estaba, se había ido, como todo lo que tenía en la vida: la amistad con Maia, la convivencia con Marcela, la tranquilidad de las montañas, para transformarse en un vida de luchas, vicisitudes y muchas contrariedades.

Apretó con fuerza su mandíbula, haciendo rechinar sus dientes. ¡Deseaba tanto soltarse! Mas, ¿dónde quedaría el reto que le había lanzado a los otros Primogénitos? 

Las gotas que bañaban su frente sudorosa, corrieron por su sien hasta llegar a las mejillas. Él era un guerrero, por sus venas corría una de las más selectas sangres de la Fraternitatem Solem, y no le fallaría a Aurum.

Con un grito desgarrador que estremeció a todo el campamento, reanudó su ascenso. Nada lo detendría. 

En cuanto llegó a la cima, subió sus manos, y los relámpagos destellaron en un claro cielo sabanero, imponiéndose a la majestuosidad del sol llanero. 

Los truenos anunciaban su triunfo. Saltando a la torre, salió deslizándose por el tubo aledaño al edificio.

Aurum había terminado su prueba. Cuatro minutos con cincuenta y nueve segundos le llevó hacerla. Un segundo menos que Ibrahim.

Para Eugenia, la verdadera prueba inició cuando la rosa amarilla de Ardere fue mostrada al campamento. No temía por Aidan, sino por los sentimientos que ella, como oráculo, podía despertar en él. 

Si daba un mal paso, el recuerdo podía golpear a Aidan y traerle consecuencias fatales.

Lo observó. Se veía relajado, no había en él desosiego, ni rastro de sufrimiento. Su seguridad solo le producía más pánico. 

Tenía que concentrarse, no podía dejar que sus emociones interfirieran en la prueba o revelaría más de lo que debía.

Populo de Ardere, qué desean para Aidan, su Primogénito: ¿reto o victoria? —preguntó Zulimar, elevando sobre su cabeza la rosa amarilla de Ardere.

—¡Victoria! ¡Victoria! —Los gritos en repuesta retumbaron en la caja torácica de Eugenia. 

No era tiempo de lamentos, su prueba también comenzaba en ese momento

Aidan miró sereno la torre que él había ayudado a construir. Los rubios mechones de su cabellera caían cubriendo su rostro. Los atrapó con su mano, para recogerlos en una cola. 

¡Era increíble, cuán rápido le crecían!

—Suerte —le murmuró a Maia en cuento le pasó por el lado.

Tenía muy claro lo que haría, y por dónde bajaría, lo había planificado todo después de ver a Itzel subir.

Una placa de diamante. Eso era lo que tenía preparado. 

Unificó sus manos, extrayendo las placas de diamante en bruto de la tierra, tan compacta que era imposible conseguirla así en la tierra. El esfuerzo para crearla fue tan enorme que las rodillas se le doblaron, mientras su cuerpo se tensaba por completo.

Eugenia hacia su trabajo pero no podía encontrar un resquicio de dolor en Aidan. Ni siquiera la muerte de sus seres queridos le aquejaba. 

Horrorizada, se dio cuenta de que al quitarle la tristeza lo había convertido en un ser incompleto. Gruesas gotas de sudor aparecieron en la frente de la joven, quien fruncía el ceño y apretaba los puños para no perder la concentración.

Su esfuerzo fue en vano. En cuestión de minutos, Aidan estuvo en la cima, saltó a la otra torre y descendió por el ascensor interno de la torre.

Él había ganado. En un minuto, cuarenta y cinco segundos había subido y bajado de las Torres de la Muerte.

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