Veneno
Gonzalo acostó en la cama a Maia, la misma temblaba de pies a cabeza.
—No será mejor que la bañemos —propuso Leti—. Necesito quitarle toda esa sangre de encima.
—No, no hagamos nada hasta que Montero no venga, tía. No sabemos lo qué le pasa.
El timbre se escuchó en toda la casa. Leticia salió corriendo a abrir la puerta. Montero no solo se apersonó al lugar, sino que llevó parte de su cuerpo médico.
En cuanto Gonzalo le vio entrar en la habitación se apartó de su prima. El personal comenzó a instalar las máquinas conectándolas al cuerpo de la joven. El doctor abrió sus ojos descubriendo una espesa capa sobre las iris.
—¿Qué fue lo que pasó?
—No lo sé a ciencia cierta, pero le aseguro que lo que la atacó, físicamente, no estaba allí.
—Necesito hacerle algunos estudios —le dijo a Leticia—. Probablemente ha sido envenenada.
—¿Puede un veneno ser tan potente como para que alguien levite?
—Puede serlo, siempre y cuando el veneno esté mezclado con la sangre de alguien con mucho poder. De alguien que tenga un Donum capaz de hacer tales cosa.
Apretando los puños de su mano, Gonzalo retrocedió hasta chocar con la puerta del baño. No solo la sangre de Teodoro estaba mezclada con ese veneno, sino también la suya.
—Él muy maldito —se dijo, hincando sus uñas en su piel—, aún conserva parte de mí.
El único lugar seguro en donde Aidan podía ser atendido sin preguntas indiscretas era el hospital de Ignis Fatuus, el cual se había convertido en el sitio de asistencia médica de toda la Hermandad.
Una joven médico le señaló la camilla, a donde subió con ayuda de Andrés. Observó con sumo cuidado sus dedos, la dermis estaba rota, así que procedió a retirar la sangre, dándose cuenta de que algunos tendones se encontraban fuera de de su lugar.
—Llamaré al traumatólogo.
—¿Hay fractura? —preguntó Andrés, sin dejar de mirar a Aidan.
—No —Sonrió con amabilidad—. Solo es una distensión —dijo disculpándose para atender una llamada de urgencia.
—Aidan —susurró.
—Lo sé papá —contestó cabizbajo. Ni siquiera a través de los mechones de su cabello era capaz de verlo.
—A veces me preguntó si aún tienes un poco de cordura.
—¡Papá! —Subió su mirada—. Sé que fue una imprudencia. Nunca debí intentar penetrar ese campo de protección, pero debe entender que fue —se detuvo. A través de las ventanas panorámicas de consultorio pudo ver al personal médico correr por el pasillo. La doctora que le atendía, colgó la llamada.
—¿Ocurre algo? —preguntó Andrés al percatarse del extraño movimiento en el pasillo.
Aidan bajó de la camilla, acercándose a la ventana. Se detuvo al lado de Andrés cuando la doctora salió del cubículo, luego de rogarles que esperaran allí.
El celular de Aidan repicó. Soportando el dolor de la distensión, sacó su teléfono del bolsillo de su chaqueta; en la pantalla salía reflejado el nombre de Gonzalo. No tardó en atenderle, ante el gesto de reproche de su padre.
—¡Hey, Zalo!
—¡Aodh! ¿Cómo estás? Necesito un enorme favor tuyo.
—¡Claro lo que quieras! ¿Cómo sigue Ami... Maia?
—La están atendiendo en estos momentos. Precisamente es un favor para ella, ¿podría pasar buscando los apuntes de las clases?
—La verdad es que te los prestaría, pero no estoy en la escuela.
—¿Y eso? ¿Paso algo?
—No. Solo me están atendiendo porque creo que exageré con lo del gimnasio.
—Espera un momento —Se hizo un silencio del otro lado del auricular—. Puedes ser sincero conmigo. ¿Estás bien?
—Sí, algunos tendones fuera de su lugar, eso es todo.
—¡De pana qué estás loco! ¿Cómo pudiste golpear el escudo? Jamás ibas a poder entrar.
—Lo sé. Solo quise intentarlo. Fue muy tonto de mi parte.
—La verdad es que lo siento. La intención de Amina era de protegerlos. Dentro de casa están locos con eso del escudo. La verdad es que mientras más poder parece tener más se le va a complicar las cosas en nuestro Clan.
—¿Qué quieres?
—Aidan, mi tío acaba de llegar. Nos vemos en la tarde... Bueno, espero poder asistir al entierro de los chicos.
—Sí, yo también. ¡Nos vemos!
Colgó, escuchando gritos en el pasillo.
—¡Déjenme salir!— una voz masculina gritaba. Se podía escuchar el forcejeo, fuera lo que fuera que estaba ocurriendo parecía una situación de emergencia.
—¿Papá? —suplicó Aidan, pero Andrés colocó sus manos en su hombro y pecho, evitando que se moviera—. Por favor, puede ser una emergencia.
—No estás en condiciones de luchar.
—Tengo un Sello —respondió con dulzura—, siempre puedo hacer que destelle.
—Eso no evitará... —intentó persuadirlo, dándose cuenta de que no lo lograría—. ¡Bien! Pero iré contigo.
Abrió la puerta, saliendo detrás de Aidan, quien le dedicó una sonrisa cómplice.
El pasillo era un completo caos. Al final del mismo se podían ver enfermeros luchando con un joven de espesos cabellos negros que peleaba por desprenderse de los mismos con gran maestría. Las mujeres gritaban, pero ni siquiera los bien entrenados guardianes de Astrum podían contener al joven.
Con mucha agilidad, Aidan fue quitándose a todos de encima, haciéndose un camino hacia el perturbado. Se trataba de Ignacio, quien le lanzó un puñetazo. Aidan se agachó, llevando su brazo izquierdo al cuello del chico, mientras le tiraba contra la pared. Ignacio fue a golpear su costilla, mas Aidan le gritó: —¡Calma, Iñaki! Soy yo.
Bajando la guardia, Ignacio lo observó como si se tratara de un salvador. Los enfermeros y los miembros de Astrum vieron que era su oportunidad para echar mano del chico, pero Aidan, luego de soltarlo, les miró, exigiendo que no se acercaran a ellos.
—Estaremos bien a solas —comentó, sin apartar la vista de Ignacio.
Este le agradeció el gesto, entretanto Andrés se disculpaba y le pedía a todos hacer espacio para que los dejaran hablar.
—¿Con qué esto es lo que un Primogénito puede conseguir?
—No sé si es precisamente lo que podemos conseguir, además de tener una cita gratuita para que nos atiendan. —Se sentó.
—Siento mucho que hayas tenido que presenciar todo este show —confesó sentándose a su lado—. La verdad es que quiero salir de este maldito infierno.
—Pero no lo harás hasta que tu Donum no se haya restablecido. Y, aunque tienes la fuerza de veinte hombre, por lo visto no eres capaz de encender una vela aún. —Sonrió.
—¡Bromea con eso y te incendiaré el trasero!
Aidan sonrió maliciosamente. Fue inevitable para Ignacio observar las manos del Primogénito de Ardere.
—¿A qué vino todo el teatro que acabas de montar?
—Creo que tú puedes decírmelo mejor.
—¿Eh?
Aidan no había entendido la pregunta, así que le miró con curiosidad. Con un gesto, Ignacio señaló sus manos lastimadas.
—Puede que esté herido, que mi Sello se haya vuelto mierda y no tenga un Donum para defenderme, pero aún así tengo un vínculo con Zalo y Amina, puedo sentirlos. Pude sentir el malestar de mi hermano y la terrible aflicción que estaba socavando el alma de mi prima —Aidan bajó su rostro, intentando esconder sus manos entre sus piernas, su mente rememoraba lo que había ocurrido esa mañana—. Me enfada aún más que el idiota ese no conteste el teléfono y que mi familia quiera verme la cara de estúpido diciendome que Amina está bien —Aidan tomó valor para observarlo, Ignacio se señaló la frente—. Es como si me arrancaran los nervios: los dientes, los oídos, la cabeza, todo ¡maldita sea! Todo mi cuerpo va a explotar. Me sentí desfallecer, y eso es porque Amina intentó algo que no debía intentar.
—No entiendo de qué hablas.
—A veces es necesario dejar el pasado dónde está. Ya suficiente ha sido la bendición que hemos recibido del Solem como para despertar Sellos que has permanecido enterrados por siglos.
—¿De qué Sello hablas?
Ignacio se señaló el cuello, pero Aidan no pudo ver nada en él.
—¿No puedes verlo?
El chico negó. Ignacio sonrió decepcionado.
—Quizá sea porque el poder del Sello de Ignis Fatuus se ha debilitado... Me imagino que tienes una idea de cuál es nuestro origen.
—¡Cómo no saberla! Es un placer para la Fraternitatem Solem repetir constantemente que todos los castigos que están escritos en la ley provienen de las metidas de patas de los Ignis Fatuus, y entre ellos, su extraña relación con el extinto Clan Mane.
—¡Exacto! De allí provienen nuestros escudos. La diferencia entre mi invocación y la de Amina es que ella hace que ese Sello sea oficial.
—¿Qué quieres decir?
—Que puede revivirlo, y eso solo va a traer más complicaciones para ella. Sin embargo, al parecer mi primita no está pensando mucho durante estos días —Tomó una pausa—. ¡Malditos bribones! —exclamó en contra de la Hermandad—. ¿Con qué se regocijan de las desgracias de mi Clan? Por lo menos no llenamos nuestras manos de sangre.
—En eso tienes toda la razón. Me imagino que deseas saber qué pasó está mañana —Ignacio asintió—. Efectivamente, Amina fue atacada, mas no permitió que ninguno nos acercáramos a ella. Incluso, golpeó a Dominick.
—¿Lo golpeó? —preguntó extrañado—. Ella jamás atentaría contra él.
—Sí. Te mentiría si te digo que no fue aterrador. Luego, quiso protegernos, hasta que Gonzalo pudo sacarla del caos donde estuvo sumergida. En estos momentos están atendiéndola, pero siento que está fuera de peligro —Ignacio lo observó poco seguro—. De no ser así, Gonzalo no habría hablado conmigo tan relajadamente.
—Quizás tengas razón. Y fue allí donde te dislocaste los tendones.
—Solo quería romper el campo de protección.
Ignacio rio en tono burlón. ¡Esa sí que era una soberana estupidez!
—Luego, finges que no te importa.
—¿Perdón?
—¡Nada! Primogénito de Ardere —Se puso de pie, frente a él. Aidan observó sus zapatillas, su verde ropa de hospital, hasta fijarse en sus ojos. Sabía que el tono de su voz era formal, lo que diría no era una simple charla de conocidos—. Una vez más quiero agradecerte y suplicarte por mi Primogénita. Su vida está en tus manos, y después de Gonzalo, solo en ti puedo confiar. —Se arrodilló.
—¡Ignacio! —Aidan se levantó rápidamente, buscando una forma de levantarlo.
—Se lo pido más como siervo que como compañero de armas.
—No debes pedírmelo de ninguna de las dos maneras —le respondió Aidan sujetándolo por los hombros, mientras Ignacio le miraba suplicante—. No te veo menos que yo. Para mí eres un amigo, y en atención a tu amistad velaré por la vida de Maia —Ignacio se puso de pie—. Pero, tú debes recobrar tu salud, pues yo también cuento contigo. Hoy todo hubiese sido diferente si hubieras estado allí.
—¿Me consideras tu amigo?
—Desde hace tiempo te he visto como mi amigo. No debes pedirme nada, sabes que haré cualquier cosa, incluso dar mi vida por tu Clan. Ardere se los debe, es nuestra deuda de honor.
Ignacio sonrió agradecido, entretanto Aidan le devolvía el gesto.
Israel llegó a casa, pero ni siquiera a él le dejaron entrar en la habitación de Amina.
El doctor Montero examinó los ojos de la joven, agregando un par de gotas que hicieron que la blanca nata se tornara de un color parduzco. Maia apretó los puños, el ardor era tan intenso que quería arrancarse los ojos para no seguir sintiendo aquella horrible sensación, mas no estaba en su naturaleza quejarse, así que prefería romper las sábanas a emitir algún sonido.
El doctor se dio cuenta de que la joven estaba sufriendo, sin embargo no podía hacer nada para mitigar su dolor. Tenía la fuerte sospecha de que Maia había sido envenenada pero desconocía tanto el veneno como las consecuencia que le traería.
—-¿Tienes alguna idea de cómo te lastimaste?
—Quizá fueron las letras —confesó con la frente sudorosa, mientras jadeaba, intentando disimular su dolor.
—¿Unas letras?
Tomó sus manos, dándole vuelta. A simple vista las palmas de Maia no mostraban ninguna señal de maltrato, pero una revisión más minuciosa reveló cortadas, en apariencia, poco profundas en su piel, en donde se encontraban incrustadas diminutas espinas. Inmediatamente, Montero intuyó que sería complicado extraerlas con una pinza, por la cercanía de unas con las otras, además de que podía fracturarlas ocasionando un daño mayor.
Mandó a traer un par de vasijas que llenaron con un líquido viscoso con un profundo olor a yodo. El aroma, aunque un poco fuerte para Maia, le hizo pensar que verterían alguna solución en sus manos que le ayudaría a cicatrizar. El doctor le indicó que extraerían las espinas de la palma de su mano y quizá el dolor fuese más agobiante, que lamentaba no poder aplicar un calmante que aliviase su dolor, pues podía complicar su situación.
Maia asintió, sabía mejor que nadie que el sr. Montero jamás le causaría algún daño, por lo que escuchó sus indicaciones y tomó valor para sumergir las manos en aquel plasma. Sintió un cosquilleo recorrer ambas palmas, detrás de este un escozor que le hizo contraerse. Quería arrancarse la piel, gritar, llorar, morir. Su piel se puso fría, palideció, el sopor le ocasionó un ligero vahído.
Montero mandó a una enfermera a monitorizar su pulso cardiaco, el cual estaba descendiendo considerablemente, entretanto él y otro colega observaban el cambio físico que sufría el plasma, pues de un gelatinoso marrón cobrizo comenzó a teñirse de blanco. Las espinas estaban prácticamente fuera, por lo que no podía detener el tratamiento.
El cabello de Maia estaba completamente mojado en sudor, ni siquiera el trabajo de uno de los asistentes evitó que empapara su ropa de sudor. Cuando las espinas estaban por salir, el dolor fue casi intolerable para la joven que terminó por orinarse. Sintiendo tan enorme humillación, no pudo evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas.
Las espinas estaban fuera de su cuerpo, y no pudiendo encontrar alivió en la fría y relajante pomada que el doctor le comenzó a aplicar, en cuanto sus manos fueron retiradas de la sustancia viscosa, se desmayó.
—¿Qué hacemos ahora doctor?
Él no dijo nada. Dando la media vuelta salió de la habitación para encontrarse con su familia.
Para Gonzalo fue particularmente doloroso escuchar sobre el tratamiento que le habían aplicado a su prima y más aún cuando la misma no había podido contenerse ante el dolor que estaba experimentando. Hubiese preferido mil veces escucharla gritar, y un millón de veces más ser él quien pasara por aquella tribulación.
Leticia corrió a atender a su hija, ayudada de las enfermeras. Una vez que la asearon, Israel y Gonzalo se encargaron del colchón y de los arreglos de la habitación.
El doctor no se separó ni un minuto de ella, hasta asegurarse que su pulso volviera a la normalidad.
Al día siguiente tendrían que asistir al funeral de los caídos durante el ataque del día anterior. Era necesario que prestaran sus respetos ante los fallecidos, sus familiares y sus respectivos Clanes, por lo que el doctor le recetó un cóctel energizante que garantizara su presencia en aquellos momentos de tanto dolor.
Gonzalo se quedó sentado al lado de su cama, acariciando los húmedos cabellos de Amina, mientras vigilaba su sueño, culpándose de su penosa situación.
—Si hubiese tenido las agallas de matar a ese desgraciado... Tú no estarías pasando por esto —Besó su frente—. Pero te juró que no te dejaré así.
Montero no le dio esperanzas de una pronto recuperación. Extrajo muestras de sangre de Maia y prometió encontrar un suero antiofídico que la ayudara a volver a la normalidad. Quizá aquel veneno no iba a matarla, pero no tenían ninguna certeza de lo que podría hacer si Amina llegara a usar sus poderes.
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