Una canción para matar

Dieron un par de horas para que los chicos se organizaran según su Clan.

En la puerta de cada habitación estaba colocado el horario que regiría el campamento durante  esos ocho días.

Ibrahim revisaba minuciosamente su horario, la palabra "Sobrenatural" le causaba escalofríos.

—¡Hola corazón! —le saludó Gonzalo, parándose a su lado para echar un vistazo a la hoja que sostenía el joven.

—Dime que hemos quedado juntos en algo —le pidió.

—Déjame ver —contestó con lentitud, mientras oteaba su horario. Con un lento movimiento de su cabeza, afirmó—. ¡Sip! Efectivamente, hemos quedado juntos.

—¿Sí? ¿En qué? —preguntó angustiado, alzándose en puntillas, como si lo necesitara, para ver la hoja de su pareja.

—En los desayunos, almuerzos y cenas. ¡Ah, y las meriendas!

—¡Gonzalo! —le reclamó, golpeando su brazo—. No es para juegos.

—Mírale el lado positivo, nos veremos mucho más de lo que nos veríamos en Costa Azul.

—Sí, pero con miles de ojos sobre nosotros.

—Como mucho somos trecientos sesenta pares de ojos.

—¡Gonzalo!

—¡Bien, bien! No te sigo mamando gallo. Prometo portarme bien, serte fiel y meterme en tu cuarto de vez en cuando.

—¿Qué harás que?

—¡Estoy bromeando! —declaró subiendo las manos, mientras caminaba de espaldas hacia las escaleras sin dejar de mirar al joven—.¡Prometí portarme bien! —le gritó desapareciendo.

Ibrahim se tomó los lentes para batir su cabello un par de veces. Si seguía haciendo ese tipo de insinuaciones, terminaría por sufrir un infarto.

Alejado de la residencia de Ardere, entre la extensa sabana, se abría espacio una selva de galería, de tupida maleza, donde sobresalían los morichas, alzándose como dioses entre la vegetación.

A los pies de aquella magestuosidad, Amina contemplaba la sólida estructura que se abría espacio entre la naturaleza.

Ignacio la había seguido, cargando el Bõ y las espadas de madera. Ambos iban vestidos con los trajes de combate, listos para empezar su entrenamiento.

—No pensé que terminarías en los límites del monte.

—No es monte, es una galería, no muy comunes en la selva, pero igualmente bellas.

—Sé que es un galería, así como sé que es imposible penetrarlas.

—Pues creo que esta vez la lógica ha fallado.

Ignacio no tuvo que preguntarle a qué se debía la insinuación, acto seguido, Amina le señaló las torres de cuarzo que comenzaban a elevarse entre las palmeras.

—Son las Torres de la Muerte —contestó una chica detrás de ellos.

Ambos primos se volteron, frente a ellos se encontraba una joven de un metro sesenta y ocho centímetros, delgada de contextura, con un hermoso rostro ovalado y ojos rasgados. En su frente se dibujó el Sello plateado de Ignis Fatuus.

—Soy Jung Eun In. La hija del Prima Jung.

—¿Qué es esto? ¿Los chinos nos invaden o qué? —comentó con sarcasmo Amina.

—No son chinos, son coreanos. Pero ella nació aquí. —Se acercó a la joven, dándole un beso en la mejilla—. Y es un placer tenerte con nosotros.

—He entrenado muy duro para formar parte de los mejores. Le dije a mi padre que llenaría de honor a nuestra familia combatiendo a tu lado, Ignacio Santamaría. Has sido un ejemplo para mí.

Ignacio sonrió, ruborizándose.

—El sr. Jung me ha hablado mucho de ti, así que mis expectativas también son altas. —Miró a Maia—. Y disculpa a mi prima, la mestruación la pone de malhumor.

—¡No tengo la regla! —lo desmintió. Inhaló profundamente, para descargar su molestia—. Lo siento. De verdad fui grosera, es que mi mente anda en otras cosas.

—Lo entiendo. No debe ser fácil estar en tu situación. Sin embargo, yo estoy aquí para apoyarte, y conmigo un grupo de guerreros más, así que no estás sola, Primogénita. —Hizo una reverencia—. Ahora me despido. No daré una buena impresión si llego tarde a mi primer módulo de formación.

Dando media vuelta, se marchó corriendo. Amina tuvo la intención de correr tras ella, pero Ignacio le cortó el paso con el Bõ.

—Es hora de que iniciemos.

—¿Nos saltaremos las clases?

—¿Acaso las necesitamos? —Sonrió con malicia—. No vine aquí para llenarme de teorías. Gonzalo se encargará de eso.

—Podrían expulsarnos.

—¡Je! ¿Y cuál será el castigo? ¿Quitarnos los Sellos? —cuestionó con mofa—. ¡Creo que ya lo hicieron! No hay castigo que puedan darnos. Expulsarnos solo sería cedernos libertad. Además, sigo siendo Ignacio.

—¿Y eso que significa?

—Que seguiré pateando los traseros de los Primogénitos, aunque no tenga un Donum.

—¿Quiere decir que me entrenarás con seriedad?

—Te entrenaré, tal como lo hicieron conmigo.

—¿Lo harás?

—Lo haré —contestó, mientras la chica tomaba el Bõ—. Necesito que cantes una canción.

—¿Y qué tiene que ver eso con el entrenamiento?

—Solo es una estrategia para mantener la calma. Atacar no es tan fácil como defenderse. Y tú deseas aprender a atarcar.

—Hay una canción que papá solía poner cuando estaba de muy buen humor. Dice algo como «It's everyday, I'm...» algo.

—La conozco, papá también la escuchaba. ¡Parecen gemelos! —La chica rio por el comentario—. «...and it's nobody else's but mine. You are in my head. I can feel your beat. And you move my mind, from behind the wheel. When I lose control. I can only breathe your name. I can only breathe your name...» —cantó—. ¿Me equivocó?

—Raras veces te equivocas, Iñaki. Casi nunca te equivocas.

Constatar en su reloj que eran las diez de la mañana fue una bendición para Gonzalo. Estaba aburrido de tantas exposiciones teóricas sobre el Donum del Umbra Mortis, así como de la verdadera naturaleza del Harusdragum.

Necesitaba reunirse con su equipo para verificar que lo habían pasado tan mal como él.

Al igual que el resto de los participantes, salió hacia el comedor, donde recibirían su merienda, dejando unos minutos de descanso. Luego, deberían volver a sus módulos de formación. Las prácticas físicas habían sido planificadas en la tarde.

—¡Hey! —lo saludó Aidan con su habitual sonrisa. Venía tomado de la mano con una casi angelical Eugenia. Casi, porque Gonzalo conocía lo que había hecho, y por ese motivo no la soportaba—. ¿Cómo ha ido tu clase? Venía comentandole a Eugenia que estoy sorprendido por la formación de hoy.

—¿De qué les hablaron?

—Hablaron sobre tu Clan —contestó Eugenia—. Desde el principio fueron admirables. No nos explicamos como pasaron desapercibidos por tanto tiempo.

—¡Chicos! —gritó Itzel. Con ella venía el resto del grupo—. Tienen que entrar al Módulo sobre el Harusdragum, da tanto miedo y rabia que no sé cómo explicarlo.

—Por lo menos no te aburrieron con la historia de los últimos Primogénitos —se quejó Dominick.

—A mí me ha gustado la formación sobre los Munera. Ha sido muy beneficiosa —les aseguró Ibrahim, comenzando a degustar la tizana.

—¿Y tu prima? —preguntó con curiosidad, Saskia, antes de morder una galleta con chispas de chocolate.

Gonzalo se irguió, buscándola a través de todo el lugar, pero no daba con ella. Tampoco con Ignacio.

—Quizás su módulo aún no ha terminado —le aseguró Dominick, justo cuando el guardián la vio entrar.

—¿Y qué aprendió? ¿Cómo ensuciar el uniforme?

La alusión de Gonzalo hizo que todos los Primogénitos voltearan hacia la entrada, pero ellos no fueron los únicos.

Los dos jóvenes venían con sus ropas enlodadas, el rostro marcado por el sudor y el barro, y sus cabellos mojados por el esfuerzo del entrenamiento. Con una sonrisa, a pesar del cansancio, ambos chicos se acercaron a la mesa.

—¿No me digan que se fugaron y, de paso, me dejaron viendo lejos? —se quejó Gonzalo.

—Aún estás convaleciente —confesó Ignacio, abriendo las piernas para sentarse, mientras tomaba un vaso para servirse de la bebida—. No te hará bien el trabajo extra.

—¿No se meterán en problemas? —preguntó Saskia, mientras Ignacio sonreía como un gesto de burla.

—La Fraternitatem nada puede hacer ya.

—Aun así deben dar ejemplo —le respondió Eugenia—. Los ojos de todos están puestos en ustedes.

—Pueden voltear a otro lado si quieren —le contestó Maia, agarrando una galleta. Al extender la mano, mostró una mancha roja debajo de su brazo, a la altura de las costillas, que sorprendió a Aidan.

—¿Estás herida? —quiso saber el chico.

Su pregunta hizo que toda la mesa se detuviera, incluso Amina. Las miradas llenas de preocupación viajaban de un rostro al otro. Ellos conocían muy bien el tono que Aidan había empleado, y aunque era alarmante que la joven estuviera herida, lo era aún más que pudiera recordar.

—No es asunto tuyo —respondió la chica, bajando la mano para tomar la galleta con la otra.

La respuesta tan descortés hizo que Dominick se ahogara los trozos de su galleta. Aplaudía el gesto de que Maia se quisiera mantener alejada de Aidan, pero de allí a contestarle como lo hizo, había un largo trayecto. Su amiga había cambiado significativamente.

—¡La has molido a palos y ella anda como si nada! —Si Aidan no tenía derecho a preguntar, Gonzalo si lo tenía, y mucho más—. Si mis tíos llegan a enterarse de que se están comportando como unos rebeldes, se va a armar la loca.

—« And you move my mind, from behind the wheel. When I lose control. I can only breathe your name...» —tarareó Maia, lo que hizo palidecer a Gonzalo.

Él conocía muy bien las técnicas de entrenamiento de Ignis Fatuus, especialmente las que empleaba su hermano cuando estaba dispuesto a llevar a cabo un entrenamiento de máximo nivel.

Pronto las armas inofensivas pasarían a ser reales. Ignacio no se detendría y Amina lo seguiría.

***

¡Heeey! Si alguna quiere que publique algún capítulo con una canción en especial, pueden decirme♥.

¡Gracias por apoyarme! ¡Se les quiere!

Les dejo una imagen de un Bosque de Galerias en los llanos apureños. ¡Hasta el sábado!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top