Un trato por la paz
Los Primogénitos se pusieron en pie, con el resto de los presentes, pero la Imperatrix no venía sola.
A su derecha estaba Teodoro, el Umbra Mortis, con su cínica sonrisa, y a la diestra, una chica envuelta en un largo capote. La muchacha se descubrió, haciendo que los jóvenes Primogénitos se miraran con terror.
Irina estaba al lado de la Imperatrix.
—Aprendiz... —murmuró Natalia, haciendo que Irina levantara sus manos, dejándolos a todos petrificados en sus lugares. Sin embargo, les era posible mover los músculos de su cara. La reina de los Harusdra rio con todas las energías de su alma, al contemplar el miedo de todos. Estaba disfrutando con la escena—. Es triste que ella no esté aquí, pero en esta vida nada es perfecto... ¡En fin! —Se centró en los Primogénitos—. No se preocupen, no vengo a matarlos. —Soltó una nueva carcajada—. Aunque eso sería muy fácil.
—Entonces, ¿a qué has venido? —le preguntó Hortencia, armada de valentía.
—Ustedes tienen algo que yo deseo, pero no puedo obtener si no me lo dan. Así que vengo a ofrecer un trato que creo les agradará.
—¿Qué es lo que quieres? —le preguntó Itzel, cuya quijada temblaba de ira.
—Quiero a su rea. Quiero a la Primogénita de Ignis Fatuus.
Sus palabras estremecieron a más de uno.
Aidan buscó con la mirada a un horrorizado Ignacio.
—¿Qué te dice que te la daremos?
—Ustedes ya no harán nada con ella. La asesinarán. Es su enemiga, así que ¿no es acaso esta una venganza mayor a la que ustedes pueden ejecutar?
—No es nuestra enemiga —le respondió Aidan.
—Habla por ti mismo, Ardere —le reclamó Dominick—. ¿Qué nos darás si te la entregamos?
—¡Eres un maldito imbécil si llegas a hacer tratos con esta loca! —le reclamó Ignacio, pero el joven Aurum decidió ignorarlo.
—¿Qué nos darás?
—Paz. Les doy mi palabra de que si me la entregan, ustedes, sus hijos y nietos vivirán sin nuestra presencia. No sabrán nada de los non desiderabilias, ni de mi señor el Harusdragum.
—No creo que vivas tanto para mantener tu promesa —se mofó Ibrahim.
—Crucé las fronteras del Tiempo, ¿y tienes las agallas de preguntar? —Soltó una nueva carcajada—. Pero si no me crees, no olvides que por mis venas corre la esencia de la Cor Luna. No puedo mentir en mis promesas, ni moriré hasta que mi señor me arrebate la vida. ¿O los estoy engañando, Ignis Fatuus? —preguntó observando a Eun In, Monasterio y Montero—. Ustedes saben que estoy condenada a decir la verdad.
—¡Ignis Fatuus! —Itzel exigió saber.
El silencio del Clan más fuerte de la Fraternitatem les confirmó a todos que no mentía. Ella decía la verdad.
—Entonces, no hay nada más de qué hablar —le comentó Dominick.
—¿Es un acuerdo? —Natalia los observó a todos.
Dominick iba a hablar pero Itzel tomó la delantera.
—Debemos discutirlo.
Natalia rio, disfrutando tanta confusión. Sus enviados habían hecho un excelente trabajo sembrando la duda entre los miembros de la Fraternitatem Solem. Era un dulce placer verles dispuestos a traicionarse.
—¡Está bien! El miércoles a las nueve, los espero en Los Médanos. Si no hacen la entrega, comprenderé que desean otro tipo de trato, que con gusto se los daré... Piénselo bien. Son años de paz para ustedes... Un acuerdo que ningún Harusdra volverá a presentar —confesó, desapareciendo con sus esbirros.
El poder de Irina se desvaneció, por lo que los bruscos movimientos con los que habían sido petrificados, continuaron su natural desenvolvimiento, por lo que mucho perdieron el equilibrio.
—¿Estás loco, maldito imbécil? —le reclamó Ignacio a Dominick—. ¿Cómo se te ocurre dudar siquiera?
—Igual tu prima está muerta —le respondió de vuelta—. ¿Por qué no darle un buen uso a su muerte?
—¡Porque esa becerra no quiere la paz! —le reclamó Ignacio.
—Sin embargo, ustedes no pudieron negar que ella mentía —recordó Itzel—. Pienso que Dominick tiene razón.
—¡Vamos a calmarnos! —Hortencia Botero volvió a hacer sentir su presencia—. Esto nos excede, así que debemos ser racionales, y no insultarnos entre nosotros.
—Astrum ve con buenos ojos el trato ofrecido por la Imperatrix —respondió Sara Monzón.
—¡Estamos hablando de nuestra más peor enemiga! ¡Por el Solem! —les reclamó Zulimar—. ¿Acaso no ven que alguna trampa debe tenernos?
—¡No lo sabes, Zulimar! —le gritó Dominick, intentando callarla—. Quiero paz en mi vida, y Natalia nos está ofreciendo un poco de esa paz.
—No es paz lo que nos ofrece, es un vulgar trato —le respondió Aidan, manteniendo la calma. No podía demostrarle a todos que había recuperado sus recuerdos. Él se presentaba ecuánime, aunque no fuera así.
—¿A qué se refiere, Primogénito? —Elías exigió una mejor explicación. Era el momento de Aidan de ofrecer su primer argumento sólido ante la Fraternitatem.
—Natalia nos habló de una paz que se remontaría a nuestros hijos y nietos, pero ¿qué pasará con el resto de nuestra descendencia?
—Ya buscaremos estrategias para derrotarla —le respondió Dominick.
—¿Cómo cuales? —le interpeló. Dominick lo miró asombrado—. Me gustaría saberlo, porque estoy más que seguro que Natalia quiere a la Primogénita de Ignis Fatuus para arrebatarle sus Munera. Ese ha sido siempre el objetivo del Harusdragum.
—Si eso es así, puede bajar y tomarlo —le recordó Itzel.
—Las fosas de la Coetum están protegidas por la Umbra Solar, y ante ella, ni siquiera la Imperatrix tiene fuerza —le recordó Ignacio.
—Si Natalia se apodera de los Munera de Maia Santamaría, ¿cómo la vencerá nuestra decendencia? —insistió Aidan—. Estamos hablando de una energía que ninguno de nosotros posee, de un poder que nos arropa. Ella mató a una Imperatrix —confesó, recordando a Griselle—. También a otra Primogénita, sin tener todo su poder a plenitud. ¿Qué no haría Natalia o el Harusdragrum con ese poder, sumado al que ya poseen?
Dominick palideció, mientras más de uno se acomodaba en su asiento. No había nada más que agregar.
—¿Qué propones, hermano Ardere? —pidió Ibrahim, orgulloso de su amigo.
—Propongo que asistamos a la cita que nos ha dado la Imperatrix de los non desiderabilias, pero no para entregar a la Primogénita de Ignis Fatuus, sino para acabar con ella. —Miró firmemente a Astrum—. Y, para ello, necesitamos mantener a Maia con vida.
Astrum titubeó. Deseaban justicia, pero antes estaba la enemiga de la Fraternitatem. Su paz estaría garantizada si antes de cobrar la deuda que Ignis Fatuus tenía con ellos, acababan con tan temida rival.
La afirmación de los miembros de Astrum puso punto y final a la reunión de la Coetum.
Aidan sonrió satisfecho, mientras que bajó ellos, Amina se aferraba a las rejas de su celda, llena de miedo ante su sentencia de muerte.
Si Ignis Fatuus salió de la Coetum con una disimulada sonrisa de felicidad, Zulimar no pudo esconder por mucho tiempo su algarabía. Como una niña corrió por los pasillos de la Fraternitatem cuando una firme voz la detuvo.
Se volteó haciendo una venia ante el Primogénito.
—Necesito hablar con ella.
—Primogénito, ella no accederá a verle.
—Pues oblígala a que me vea —le ordenó—. La espero en la sala de visitas —dijo, dando la media vuelta.
Zulimar no supo si continuar corriendo o tomarse su tiempo para llegar a la celda de Amina.
Dudó de que alguna de las noticias fuese satisfactoria. Quizás sintiera algo de alivio al enterarse de que se enfrentaría a Natalia, pero ¿volver a la sala de visita?
Con más calma bajó los escalones que la llevaban a las celdas de la Fraternitatem Solem.
La encontró acostada en su cama, con las manos cubiertas, con guantes negros, sobre su pecho y los pies cruzados, ataviada de blanco, con los audífonos coronando su cabeza. Tan tranquila como una fina estatua.
—¡Háblame! —Saludó con una sonrisa.
La joven Prima rio. Aquel saludo era una muestra de familiaridad.
Ella había pasado a ser más que una compañera, una amiga.
—Mi Primogénita —le respondió.
—Te he saludado de manera informal, ¿y tú me respondes con un "Mi Primogénita"? —se quejó, abriendo los ojos y sentándose en la cama, para pausar el libro y quitarse los audífonos.
—¿Y qué esperaba?
—No lo sé. Al menos, un «¿Qué quieres que te diga, menor?».
—No es eso muy bajo.
Amina sonrió.
—Quiero ser común por un momento de mi vida.
—Seamos comunes, entonces.
—¿Me dirás que decidieron?
—Pues en eso estábamos cuando Natalia se presentó.
—¡¿Natalia?! —Su sola mención hizo que Amina saltara de la cama, aproximándose a la reja—. ¿Qué hizo?
—Ofreció un trato de paz.
—¿De paz? ¿Qué trato les ofreció? —preguntó, mórbida de curiosidad.
—Tu vida por tres generaciones de paz. —Amina palideció—. Pero no dieron respuesta. Había muchas dudas —carraspeó. Amina no preguntó, sabía que uno de los que estaba dispuesto a entregarla era Dominick—. El hecho es que nos dio dos día para decidir y...
—¿Qué? —insistió ante el silencio repentino de Zulimar.
—La Fraternitatem Solem decidió enfrentarla.
Maia sonrió.
—Al menos podré tener una muerte digna o irme en paz —comentó con una cálida sonrisa, pero el rostro urgido de Zulimar le indicó que había algo más.
—Y la esperan en la sala de visitas —titubeó.
—Te dije que no deseaba volver a ese lugar —contestó molesta.
—Un Primogénito exigió su presencia, y sabe que a ellos no se les puede negar sus peticiones. Lo mismo da que vaya por usted misma, a que vengan dos guardias y la lleven a rastra.
—Entonces, abre la reja. No pienso entrar en la presencia de un Primogénito dando un espectáculo cuando debo mantenerme regia.
Zulimar sonrió. No había sido tan difícil como se había imaginado.
Suspirando con todas sus fuerzas, Amina cerró sus ojos y apretó sus puños ante la puerta de la sala de visitas.
La última vez que había estado allí tuvo una fuerte discusión con Dominick.
Estaba agotada de lastimarlo y lastimarse. Sin embargo, en su celda tampoco tuvo buenos resultados.
Descartó a Itzel. Solo Ibrahim o Dominick podían estar detrás de la puerta.
Si era el primero, le recibiría con un fuerte abrazo, tan fuerte como se lo daría a Gonzalo. Pero si era Dominick... Sacudió su rostro, aquella probabilidad la asustaba.
Puso la mano en el pomo y la abrió, llenándose de valentía.
Se quedó petrificada al ver a Primogénito de Ardere esperando de pie, por ella.
—¡Ai... Primogénito! —Saludó, titubeando. Aquella visita no se la esperaba, y sintió que ser informal no sería buena idea.
Aidan se inclinó con reverencia, permaneciendo en esa posición por unos segundos, lo que estremeció el corazón de Amina. Sus ojos brillaron emocionados, mientras buscaba una forma de respirar. Quería desplomarse, pero por suerte, se pudo reponer en cuanto Aidan se irguió.
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