Un paseo por el Capanaparo
Ignacio salió a la sala común. Allí estaba Itzel, hablando con Saskia muy entretenidamente. Por primera vez quiso acercarse, pero la tristeza que le embargaba no se lo permitió. Iba a devolverse, cuando dio de frente con el portal espejo de Dominick, tan silencioso e imperceptible.
—¿Amina? —preguntó al ver a su prima entrar en la sala.
—¡Iñaki! —gritó la chica con los ojos cargados de lágrimas, mientras corría a abrazarlo.
El chico la apretó con todas sus fuerzas. Durante esos largos días que fueron torturados quiso regalarle un abrazo que la llenara de valor, entretanto ella volvió a sentirse frágil. ¡Cuánto dolor no habían compartido! La Mazmorra los había unido.
Aidan y Dominick entraron detrás de ella, guardando el espacio que los separaba. Ellos necesitaban reencontrarse, compartir las experiencias que los demás no podían entender.
—¡Perdóname, Iñaki! Perdóname porque te lastimé.
—No me hubiese perdonado dejarte sola, ¿o es que acaso no fuimos más fuertes estando juntos? —le preguntó mirándola a los ojos.
Ella sonrió, en un gesto afirmativo. Para Aidan fue imposible no sentir un pinchazo en el corazón, esa prisión tuvo que ser para él, no para Ignacio.
—¿Y Gonzalo?
—Vamos a verlo. Así el Dr. Montero podrá revisarte.
Abrazados, partieron a la enfermería. Una vez salieron de la sala, Itzel abrazó a Aidan, gesto que Saskia imitó.
—Pensé que no saldrías —le confesó Itzel.
—No pensé que terminaría encontrándome con Arrieta.
—¿Qué hiciste, pana? Porque me imagino que ese tipo habrá dado la orden para que los matara.
—Estaba a punto de matarla. —Se estremeció—. Pero fui más rápido con el arco y terminé hiriéndolo.
—¡Aidan! —gritó Itzel.
—¡Ahora si se va a prender! —le aseguró Saskia.
—¿Por qué nunca puedes obrar como una persona cuerda, Aidan Sael? —Ibrahim había aparecido en la sala. Aidan se levantó a abrazarlo—. ¡Estoy tan contento de tenerte aquí!
—¡Ibra! Te prometo un paseo por el río antes de regresar a Costa Azul.
—Mientras, deberíamos aprovechar el tiempo y pensar que vamos a hacer, porque a estas horas somos todos prófugos de la Fraternitatem Solem —les recordó Dominick.
—Creo que lo más sensato en estos momentos es acordar una reunión de Prima, así podemos obligar a Ignis Fatuus a contenerse en su empeño por perseguir a su Primogénita —opinó Itzel.
—Tu idea sería magnifica si no tomas en cuenta que la Fraternitatem está dividida, y que esta vez Arrieta desconocerá un desempate en las elecciones por parte de la Presidencia de la Coetum —le recordó Ibrahim.
—En ese caso, tocará que Saskia y tú hagan su mejor esfuerzo —le pidió Aidan.
—Mi mamá no permitirá que se apoye a Maia. Ya sabes todo lo que pasó luego de que la amenazó en el estacionamiento. Además, mi relación con ella a vuelto a ser igual o peor que antes —le informó Saskia. Dominick no pudo evitar sentir la tristeza de la joven en su tono de voz.
—Yo lo intentaré. Sidus se ha mantenido imparcial en esto, así que es momento de que tome partido, y de que yo conozca si mi Clan está a favor o en contra de Arrieta.
Lo primero que hizo Amina en cuanto estuvo frente a un dormido Gonzalo fue darle un beso en la frente. Había anhelado verlo desde que fueron sacados de la Coetum. Estaba muy preocupada por su condición médica.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó al Dr. Montero.
—Solo son unas fisuras. Es un chico muy sano, así que con un poco de reposo, sus huesos volverán a sanar.
—El problema será que permanezca inactivo —decretó Ignacio.
—¿Y por qué no reacciona?
—Le coloqué un relajante muscular, pues tenía un desgarré en los músculos del cuello, así que eso lo hará descansar por un buen rato. Ahora, jovencita, es momento de que me deje chequearla.
Amina le dirigió una mirada a Ignacio, este con un gesto afirmativo la invitó a que se dejara en manos del médico. Montero tomó sus muñecas, apenas hizo una suave presión en ella, Amina se contrajo.
—¿Te duelen?
—Desde esta madrugada han estado muy sensibles.
—Amina. —Se quejó Ignacio, era imposible que solo le dolieran desde la madrugada.
—¡Está bien! Desde que empecé a ser sometida a la Umbra. Apareció el dolor —confesó—. Ha ido en aumento. Pero esta madrugada..., esta madrugada todo fue horrible —dijo, sintiendo pena por Aidan—. Solo se calmaron cuando abrace a Ignacio.
El Dr. Montero observó al chico con curiosidad.
—No puedo darte un diagnóstico al respecto. Desconozco que lo está ocasionando. Lo que puedo sugerirte es que cuando sientas que tus nervios medio amenazan con destruir la armonía de tu cuerpo, te aferres a tu Custos. —Miró a Ignacio—. Al parecer terminarás siendo su cura.
—¿Su cura?
—De los tres eres el único que tiene resquicios del Sello, probablemente nuestra Primogénita esté necesitando de esa energía vital que solo puede tomar de ti. Es solo una suposición —confesó, mientras los jóvenes se miraban preocupados—. De todas maneras, manténganme informado. Si esto funciona, entonces comenzaré a formular mis teorías al respecto.
Los chicos asintieron, debían encontrarle un remedio al mal que estaba aquejando a Amina.
Los miembros de la casa de Ardere le informaron a Aidan que las lanchas ya estaban listas. Quería que Amina e Ignacio les acompañaran, sin embargo, los jóvenes no habían salido de la habitación que le asignaron a Gonzalo, por lo que decidieron marcharse sin ellos.
Por un instante, Dominick pensó que harían el recorrido a caballo, pero tomando la previsión de que ninguno cabalgaba muy bien, Adrian Váldez, el joven administrador de la residencia de Ardere, se llevó la camioneta.
Los mantos de hierba asombraron a Dominick, jamás había contemplado un panorama tan mágicamente verde. Tuvo ganas de tirarse de la camioneta y correr por la basta sabana.
Sin pensarlo, expreso sus deseos.
—Es muy probable que termines en las fauces de alguna anaconda —se burló Aidan.
Haciendo una mueca con sus labios, el Primogénito de Aurum desistió, continuando con su recorrido.
Adrian les llevó hasta los Médanos de la Soledad.
No eran tan amplios como los de Coro, pero en cuanto la camioneta se detuvo, todos se lanzaron a correr por los cerros de arena que les recordaba a su hogar. Pateando la tierra, los chicos reían, olvidando el estrés vivido el día anterior, y los problemas que tenían que enfrentar una vez pusieran un pie en Costa Azul.
Itzel y Aidan corrieron a lanzarse por una de las caídas de los médanos. Tuvieron que impulsarse con las manos para hacer más fácil el descenso, siendo imitados por los otros. La arena estaba un poco caliente, y no fue muy agradable terminar de bajar, por lo que poniéndose de pie corrieron hasta caer en el manto de hierba, para luego subir casi agachados por la inclinada cuesta.
Su siguiente destino fue la playa La Macanilla.
El viento azotaba con la misma fuerza que en las costas venezolanas. Esta vez fue Aidan quien se lanzó de la camioneta, corriendo mientras se quitaba la ropa para bañarse en las cálidas aguas dulces que el río Capanaparo le ofrecía. Las chicas le siguieron, mientras Dominick se mostraba receloso.
—¡Cuidado con el caimán! —le gritó.
—¡Cocodrilos! —le respondieron los otros tres.
El chico sonrió. Ibrahim se paró a su lado.
—¿No te animas?
—De verdad no me llevo bien con ningún tipo de reptil.
—¡Muchacho pa' pendejo! —gritó Samuel, bajándose del carro. Con una sonrisa, corrió hacia la playa.
—¿Crees que eso me deje en el puesto de los aguafiestas?
—Es un poco arrecho saberlo —le respondió Ibrahim. Dominick se sorprendió al escucharlo decir una grosería—. Mi pana, hay que echarle bolas a la vida. —Se quitó los lentes.
—¿En serio eres tú o estás poseído?
—¡Vamos Dom! ¿Qué vas a pender por meterte en la playa?
—¿Una pierna?
—¡Ja, ja, ja, ja! Creo que terminarás siendo el agua'o del grupo. ¡Bye, bye! —se despidió, mientras corría hacia la playa.
—¡Vamos Dominick! —le gritó Aidan desde la parte más profunda de la playa—. ¡No seas tan becerro!
—¿Becerro? ¿En serio me llamó becerro? —preguntó mirando a ambos lados, pero no encontró a nadie. Estaba solo. Todos estaban disfrutando de un refrescante baño en las aguas de La Macanilla.
Un par de horas después estaban de nuevo en carretera. Navegarían las aguas del Capanaparo.
Las azules aguas se abrían ante la fuerza arrolladora de la lancha. Dominick iba fuertemente sujetado a la baranda, prometiendo una descarga eléctrica en el río si lo dejaban caer a él.
—Ahora que lo pienso —comentó Aidan—, jamás lo hemos visto bañarse en una playa.
—Andino no debe ser, esa gente adora el mar —le aseguró Ibrahim.
—Y llanero tampoco, ¡a' muchacho pa' caga'o! —exclamó Samuel, haciéndolos reír.
Saskia fue la única que tuvo un poco de empatía con el joven, acercándose a él para compartir la vista. Era lo único que podía hacer, dado a que Dominick no se atrevía a hablar, ya estaba haciendo mucho con soportar la burla de los otros.
—¿Será que en algún momento dejarán el chalequeo? —le preguntó a Saskia.
—Eres venezolano, lo soportas todo. Y si no puedes, ve y métele un golpe, así se acaba el acoso.
—Los terminaré por...
—¡Toninas! —gritó Itzel, interrumpiendo sus amenazas, señalando desde la proa de la lancha a un grupo de delfines que saltaban en las aguas del río.
Estaba tan emocionada que comenzó a llorar, entretanto Aidan la abrazaba, mientras que la lancha reducía su velocidad.
La majestuosidad de la naturaleza, la máxima expresión de la belleza de los ríos llaneros, había colmado el corazón de los chicos, en especial cuando se toparon con una manada de perritos de agua.
Y, aunque Dominick no lo confesó, lo que más deseaba era ver un cocodrilo del Orinoco.
***
Algunas imágenes para mostrar lo que los chicos vieron:
1. Médanos de La Soledad
2. Playa de agua dulce "La Macanilla"
3. Río Capanaparo
4. Toninas (delfines de agua dulce) en el Río Capanaparo
5. Perritos de agua o Nutrias
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top